Cuéntame, Sésamo 

Cuéntame, Sésamo. Aina S. Erice

Profusamente ilustrada, Cuéntame, Sésamo. 9 historias sobre los poderes mágicos y reales de las plantas es algo más que una obra dedicada a niños y adolescentes, es un obra que podría integrarse perfectamente a la biblioteca de cualquier adulto. Ya el título nos anuncia su premisa al aludir a la famosa frase con que Alí Babá abría la cueva poblada de tesoros. Y es que, en efecto, el tesoro escondido en estas páginas proviene de las plantas, las cuales han jugado un papel protagónico en los cuentos de hadas. La mayoría de esos cuentos no hubiera existido sin la presencia del mundo vegetal. Y este es un tema sobre el que Aina S. Erice, la autora, nos hace reflexionar. 

¿Qué sería del cuento de Blancanieves sin la manzana? ¿Y del de Aladino sin su lámpara de aceite? ¿Y del de la Bella y la Bestia sin la rosa? ¿Y del de Cenicienta sin la calabaza? ¿Y del de la Bella Durmiente sin la rueca para hilar? ¿Y del Caperucita sin su capucha roja? (Y sí, la capa estaba teñida, y ¿con qué se hacen los tintes si no con plantas?). 

Con esta idea en mente, la escritora nos va mostrando los secretos de plantas que han sido vitales en los cuentos de hadas. Y para ello, elige nueve conocidos relatos que ocuparán sus correspondientes capítulos. Al comienzo de cada uno, se hace una corta recapitulación de la trama. A continuación, Erice nos presenta un relato propio, donde imagina cómo fueron a parar esos protagonistas vegetales a su correspondiente cuento, mediante preguntas que no muchos deben de haberse hecho. ¿Cómo llegó la manzana de Blancanieves a la madrastra? ¿De qué está hecha la casita de la bruja de Hansel y Gretel? ¿Por qué el jardín de la Bestia estaba lleno de rosas? Y luego toma cada uno de esos elementos vegetales para revelarnos peculiaridades científicas, históricas y etnobotánicas. 

De este modo nos enteramos de que, en la época de nuestros bisabuelos, existían veinte mil variedades de manzanas; también, de que si los tres cerditos hubiesen construido sus casas de bambú el lobo no hubiera podido derribarlas soplando; de que el pan de centeno pumpernickel, muy común en la región donde vivieron los hermanos Grimm, podía durar meses sin ponerse duro (lo que explicaría que la casita de la bruja de Hansel y Gretel fuese comestible). Además, nos enteramos de cómo era el proceso para extraer las fibras del lino, usando una rueca semejante a la de la Bella Durmiente, y de muchísimas otras curiosidades. 

Para complementar esas notas vinculadas a las plantas, Erice nos ofrece datos sobre ciertos elementos que también son fundamentales en los cuentos, como la fabricación de los espejos (que en sus orígenes escondía un proceso venenoso), la durabilidad del oro, la extinción de los lobos, la erupción volcánica que provocó una hambruna global y otras informaciones de de interés que servirán de marco ambiental para entender la época en que nacieron estas historias. 

Cada sección del libro cierra con una propuesta de actividad para hacer en casa. La autora nos da recetas para hacer magdalenas rojas a la Caperucita, galletas de jengibre embrujadas o pócimas para dormir; también instrucciones para perfumar los armarios, tejer pulseras o fabricar una lámpara de aceite. Todas son tan simples que están al alcance de los niños, aunque en algunos casos —por ejemplo, si hay que usar un horno— se necesite la supervisión de un adulto. 

Las ilustraciones de Jacobo Muñiz son exquisitas y están llenas de detalles ingeniosos, como ocurre con esos pequeños rótulos explicativos, propios de los herbolarios, que acompañan las plantas. El diseño general, a cargo de Nacho Carrasco, es también un elemento a destacar. La editorial A Fin de Cuentos ha cuidado con esmero hasta el último detalle, sin dejar nada al azar. 

En pocas palabras, Cuéntame, Sésamo. 9 historias sobre los poderes mágicos y reales de las plantas es una verdadera joya. Ningún niño o adolescente permanecerá indiferente ante su contenido o su gráfica. Y no dudo que también haga la felicidad de algunos adultos que quieran sumarlo a los estantes de sus bibliotecas.
Daí­na Chaviano