El Cuentacuentos

El Cuentacuentos. Antonia Michaelis

Con lo primero que me tropiezo al abrirlo es con la autora de El Cuentacuentos, una muchacha alemana llamada Antonia Michaelis que ha escrito varios libros, y han tenido éxito, y se considera una escritora de cuentos de hadas contemporáneos. Hasta ahí todo bien, porque un cuento de hadas siempre va a ser un cuento fantástico, siempre va a ser un cuento maravilloso.

Los comentarios del libro en la solapa de la edición de Fondo de Cultura Económica me llenan de expectación y de predisposición. Son comentarios que lo promueven, sin duda, pero podrían predisponer a un adolescente triste que no necesita más tristeza en su vida. 

El problema es que sí, el tono del libro es triste y ocurren sucesos tristes y la tristeza desoladora es casi un espacio-tiempo desde donde accedemos a la lectura. Pero es una tristeza atractiva, encantadora, como las canciones de Leonard Cohen, como los días de nieve, como el amor.

Enloquecidamente emocionales, sus personajes necesitan salvar y ser salvados, durante más de 350 páginas, que encima se van como agua, pero nada puede salvarlos. El libro es un maleficio que ha caído sobre ellos: Dios, ella no era el Mesías, y salvar a los demás no era su trabajo. Además, era imposible salvar a alguien de sí mismo

Al final me doy cuenta de que he salido airosa, o tal vez lo he leído tan rápido que la tal tristeza no ha calado tanto. Mi hijo está en su área de juego llorando y yo miro por la ventana sin darme cuenta de lo que realmente está pasando. Me he quedado mirando la ventana más de diez minutos seguidos.

El lenguaje de esta novela, traducida al español por Margarita Santos, es otra de sus virtudes. A veces áspero, como puede ser áspera la poesía, directo y mordaz, como solo es directa y mordaz la poesía. Esas oraciones cortas, que rompen el silencio sin salir de él, que te hacen seguir mirando la ventana algunos minutos más. El tono de misterio, de suspenso, ese tono de miedo con que se narra el miedo, aunque no, tener miedo no sirve de nada. Las cosas horribles ocurren de todos modos.
Legna Rodrí­guez Iglesias