De piedras, niños y monedas

Gaby Vallejo

Se miraron.

Ella tenía los cabellos más lindos que él había visto, con rulitos sobre su frente.

Para ella, aquel rostro de indígena moreno era algo nuevo.

No dijeron nada, pero hubo un encuentro.

Al día siguiente, dentro de las hojas de su cuaderno de matemáticas estaba un papel que decía: "Eres muy linda con tus rulos en la frente".

Y se sonrojó. Pero pensó que era algo atrayente empezar una amistad escribiendo papelitos y le contestó: "Tienes extraños y hermosos ojos negros". 

A la salida de clases, cada uno se fue corriendo, secretamente avergonzado. Algo distinto a lo común había pasado.

Con los días, fue creciendo entre ellos un silencioso cariño hecho solo de miradas y sonrisas a medias.

Un día el niño moreno puso en el escritorio de la niña de rulos una piedra pequeña y le dijo: "Te contaré de sus poderes, si tú quieres".

En el recreo, ella se le acercó y se fueron a la parte más lejana del patio a conversar. 

–Es una piedra de la Virgen de Urkupiña. Ella está cerca de mi pueblo. Las piedras de la Virgen tienen cada una un poder distinto.

–¿Tienen un poder?

–Sí. Si tú quieres que sea dinero, tienes que sacarla diciéndole a la Virgen que es para que se haga dinero de verdad, y durante un año, te llega dinero, pero al año, debes devolverle la piedra.

–Pero yo...

–Tengo dos. Una la saqué para reunirme con mis padres que estaban aquí, en Argentina, para que se hiciera realidad. Esa piedra está en mi casa.

–¿Y esta?

–La saqué para conocer aquí un gran amigo. Pero la piedra te ha escogido a ti.

–¿De veras es poderosa?

–Sí, no ves que ella me ha conseguido una amiga.

La niña lo miró intrigada. Sus ojos reflejaban entre sorpresa y cariño.

–¿Me la puedo llevar?

–Sí, pero tendrás que devolverla al año.

–¿Y cómo?

–Ya veremos.

Al día siguiente, la niña llevaba una piedra de su jardín pesando en su bolsillo.

–Esta piedra –le dijo, sacándola y abriendo la mano morena del niño para ponerla en el cuenco tembloroso– es de mi jardín. Tiene el poder que yo le he dado. Debes devolverla a mi jardín.

Se sonrieron. Algo muy fino, muy invisible y hermoso les unía 

Él se prometió íntimamente ir a devolver la piedra con una visita.

En realidad, las piedras hacían su camino en el alma de los niños.

A partir de ese día, para los dos era muy hermoso hablar de Bolivia y Argentina, de Buenos Aires y de Quillacollo. De los poderes que tiene la tierra, la Pachamama, para dar bendiciones y para castigar; del poder del famoso Gardel de los tangos, que "cada día canta mejor", aunque esté muerto. También de los incas vencidos por los conquistadores españoles y de los barcos antiguos en que llegaron los italianos para poblar Argentina. Un día hablaron en voz baja de los muertos y los miedos que amenazaron y acallaron a los mayores en épocas pasadas, y de cómo hoy, los niños bolivianos se quedan solos en su pueblo mientras sus padres van a otros países a trabajar.

Un día especial, el día del cumpleaños de ella, el niño moreno llevaba en su mano un extraño y diminuto fruto seco, brillante y rojo, con un lunar muy negro en un extremo.

–Es un wayruro –dijo, poniéndolo en su mano blanca–. Wayruro, en quechua, la lengua de los indios, quiere decir "belleza". Me lo dio mi abuela india. Así que te doy la belleza por tu cumpleaños.

–Gracias. Tiene un huequito en su cabeza.

–Dicen que por ahí salen sus hijos si es hembra. Pero si es macho, no.

–¿Y cómo se sabe?

–No sé. Mi hermana puso un wayruro en una cajita de fósforo, en medio de algodones, y esperó veintiún días para que nacieran. Aunque estuve muy curioso por lo que sucedería, no sé qué pasó. Me olvidé.

–¿Me lo puedo llevar?

–Sí, es para ti.

–¡Entonces puedo ponerlo en una cajita de fósforo!

–Puede ser. Es para ti. Pero algo más, tener un wayruro trae suerte.

La niña encerró el wayruro en su mano, y la cubrió con la otra.

Todo lo que venía de él era atractivo como un imán. Lo miró intensamente. Ahora le estaba regalando la suerte.

Al día siguiente, ella se aproximó al banco del niño.

–Tú también tienes suerte. Mi mamá me regaló una moneda para dártela. Mi madre la ha mostrado muchas veces a sus amigas, como una ceremonia. Es una moneda antigua, una de las que trajo mi abuela italiana cuando llegó a Argentina, y es para ti.