Bicho chico

Iris Rivera

Tengo unas cuantas patas chicas y dos alitas, porque soy un bicho chico.

Mi vida en el bosque la venía pasando bien, después de todo. Que masticar un pastito, que bañarme en el rocío, que revolcarme por ahí… siempre cerca de mis hermanos, chicos y bichos como yo. 

Pero la cosa fue cuando nos desparramamos. Era un bosque tan igual y tan distinto por todas partes...

–Si no llego a encontrar el camino –pensé–, ¡estoy listo!

Como se me acercó un gorrión, le pregunté.

–¿El camino? Saltá hasta ahí, bajá en picada y ya llegás. 

¿Adónde llegué? A la cueva de una lombriz que me resultó aburrida y para colmo, larga. 

–¿El camino? –dijo la lombriz–. Desde acá, cavá en tirabuzón hasta que llegues.

Lo dijo sin dudar, pero ¿adónde llegué? Capaz que al centro de la tierra. Quedé tosiendo como loco, ni sé cómo salí. Aparecí en la pata de un conejo. 

Pensé que había tenido suerte al preguntar: el conejo era otro que sabía. Pero el camino ese iba a una planta de hojas anchas ¡aj! y amargas. 

La planta dijo que no había camino, que era más bien quedarse quieto y esperar. Bué… yo esperé hasta que me dio un calambre y casi me come un sapo. 

En eso ¡plaf!... un gotón de lluvia me empapó las alas. Al gotón también le pregunté, y sí, sí claro, también sabía. Pero el camino que dijo llevaba a un río y yo no sé nadar. 

Me trepé a un palito que flotaba y que iba justo, sí sí, justo por el camino. Llegamos a una laguna, me resbalé y, si un pajarraco no me saca del agua, no contaba este cuento. 

Antes de preguntarle, el pajarraco me llevó a la orilla. Ese era el camino, aseguró, pero en la orilla había un árbol y, en el árbol, un nido. Y en el nido del árbol terminé esquivando los picotazos de tres pajarraquitos. Me agarré de una hoja que se desprendía. Como era una emergencia, ni pregunté. Seguro que ella también sabía.

Y sí: me hizo volar para abajo. Yo volé, pero me estaba cansando y basta, basta. 

                           ¡PAREN! 

Capaz que nunca habían oído gritar a un bicho chico. Pararon los cantos, los chistidos, los chapoteos. Me miraban como a bicho raro. 

Yo seguía:

                            ¡BASTA, EH! ¡BASTA! 

Y seguí:

                            ¡PAREN! 

                            ¡QUE TENGO UNA VIDA SOLA!

 

                            ¡PAREN!

                            ¡QUE LA VOY A PERDER! 

Y al final:

                            ¿ME DICEN EL CAMINO 

                            O NO LO PIENSAN DECIR? 

Entonces sale un búho del tronco de un lapacho. Tenía cara de sabio y de medio dormido. Se movía tan lento que me ponía nervioso. Y ¿qué dijo el búho este en la mitad de un bostezo?  

–Oíme una cosa, bicho chico… vos ¿adónde querés ir? 

¿Adónde quiero ir, me dice? Con lo mal, con lo mal que venía todo… y este ¿qué hace? ¡me pregunta a mí!