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Entrevista con Gloria Marí­a Rodrí­guez

Antonio Orlando Rodrí­guez

El nombre de Gloria Marí­a Rodrí­guez constituye una referencia obligatoria cuando se habla de bibliotecas públicas y fomento de la lectura en Latinoamérica. Su trabajo de 25 años al frente de las bibliotecas públicas de Comfenalco Antioquia, en Medellí­n, convirtió a la red de bibliotecas públicas de esta institución en un referente internacional y en un paradigma de compromiso con la comunidad. Pero, además, de ser una autoridad en materia de bibliotecas, Gloria Marí­a es una gran conocedora del universo de los libros para niños; su agudeza como lectora de ese tipo de obras la ha llevado a formar parte de los jurados de importantes certámenes nacionales e internacionales de literatura infantil.

Gloria Marí­a es graduada de la Escuela Interamericana de Bibliotecologí­a de la Universidad de Antioquia. Posteriormente, cursó el Máster en Bibliotecas Públicas de la Universidad de Gales en el Reino Unido como becaria del British Council.

Ha sido miembro del Comité permanente para América Latina y el Caribe de la Federación Internacional de Bibliotecas y Bibliotecarios (IFLA). En 1994 recibió el premio Luis Floren Lozano, que entrega la Asociación de Egresados de la Escuela Interamericana de Bibliotecologí­a (ASEIBI), y en el 2006 fue escogida como egresada distinguida en el área de gestión por los egresados de la Escuela Interamericana de Bibliotecologí­a.

Sus artí­culos han aparecido en revistas y publicaciones especializadas de Colombia y otros paí­ses. Entre sus principales publicaciones están Cara y cruz de las bibliotecas públicas escolares y otros textos (2005); La biblioteca pública: análisis a manifiestos y directrices (2007); Ideas para formar lectores: 30 actividades paso a paso (2009), libro escrita junto a un equipo de Comfenalco Antioquia, y Bibliotecas vivas: Las bibliotecas públicas que queremos, en coautorí­a con Irene Vasco, obra encargada por la Biblioteca Nacional de Colombia con el fin de ofrecer capacitación a los miles de pequeños bibliotecarios públicos y fortalecer la Red Nacional de Bibliotecas Públicas en Colombia.

Desde el 2006, se desempeña como asesora y consultora independiente y ha desarrollado proyectos con la Fundación Bill & Melinda Gates, de Estados Unidos; NIDA, Network of Information and Digital Access, con sede en el Reino Unido; la Biblioteca Nacional de Colombia y la Secretarí­a de Cultura del Municipio de Medellí­n, entre otros organismos.

Con el propósito de conocer más sobre su trayectoria y sus criterios acerca de las bibliotecas públicas y los libros para niños, llegar a Gloria Marí­a Rodrí­guez un extenso cuestionario que, generosamente, ella tuvo la paciencia de responder. Creo que esta entrevista podrá ser de gran interés para todos los interesados en los libros, la lectura y las bibliotecas y, en especial, para los estudiantes de bibliotecologí­a y los jóvenes egresados de esta carrera. Juzquen ustedes después de leerla.

¿Cuándo llegaron los libros a tu vida? ¿Tus padres y tus hermanos eran lectores? ¿Fueron un ejemplo para ti? 

Soy la menor de 11 hijos. En mi infancia no empezábamos la vida escolar tan temprano como ahora, solo al cumplir los cinco o seis años ingresábamos al colegio. Las tardes se me hací­an eternas esperando el regreso de mis hermanos, su llegada del colegio era un acontecimiento especial pues era el momento de las tareas y se tomaba el “algo” (es así­ como llamamos en Antioquia a la merienda que se toma entre las 4 y las 6 de la tarde). Los mayores llegaban con amigos y compañeros, mi casa viví­a llena de gente que iba a estudiar y a tomar el "algo" preparado por mi mamá, que era famoso. Los menores trabajaban juntos en una mesa cuadrada —que ahora es mi mesa de comedor— y allí­ me reservaban un espacio para hacer planas y dibujos. Así­, haciendo tareas, casi desde que nací­, y "ayudándole" a mi papá a llenar con mi letra los cuadritos del crucigrama salí­ leyendo espontáneamente.

Mi papá era médico, en su biblioteca, aparte de numerosos libros de medicina, tení­a obras de autores de la primera mitad del siglo XX: Anatole France, Paul Bourget, Emil Ludwig, entre otros. De su biblioteca recuerdo especialmente el Tesoro de la Juventud y una enciclopedia de las razas humanas con ilustraciones que repasaba una y otra vez. Con el Tesoro de la Juventud aprendí­ pronto a navegar por los distintos tomos y a entender qué diferenciaba una sección de otra, a manejar un í­ndice general y un í­ndice por secciones; años más tarde, en mi trabajo como bibliotecaria pública, me di cuenta de que lo que habí­a sido un juego para mí­, eran conceptos difí­ciles de entender para muchos adultos.

Durante mi niñez muy pocas veces vi a mi mamá con una novela o un periódico en la mano, pero si la vi escribir recetas en cuadernos y consultar libros y revistas de cocina. A duras penas tuvo tiempo para ella misma criando a tantos hijos. Pero en los últimos 20 años de su vida, cuando ya estaba en la casa sentada en un sillón, se volvió una lectora voraz. Yo le llevaba libros de la biblioteca donde trabajaba y ella se quedaba leyendo hasta las tres o cuatro de la mañana. Cuando sorprendida le preguntaba a qué horas se habí­a vuelto lectora, me respondí­a que siempre le habí­a encantado leer pero que con todos nosotros no tení­a tiempo, ella también tocaba piano y dejó de hacerlo cuando empezaron a nacer los hijos. Tal vez por ser la menor de una familia numerosa me tocaron unos papás cansados y con menos tiempo, por eso no recuerdo —como si lo recuerdan mis hermanos mayores— que me leyeran cuentos; pero, a la hora de dormir mi mamá me tení­a que contar siempre la historia bí­blica de Tobí­as y el arcángel San Rafael

Respecto a mis hermanos, en esos primeros años, no recuerdo a ninguno en especial que me motivara a leer. Cuando nací­, mi hermano mayor, Cipriano, que me lleva 18 años, se fue a estudiar a Europa y lo conocí­ a su regreso cuando yo ya tení­a ocho años. Él es el lector más ávido que conozco y aunque me perdí­ su influencia en la primera infancia, me encontré con los libros que él habí­a dejado en la casa (Corazón, Miguel Strogoff, Robinson Crusoe, etc.). Al regresar, como buen lector, se dio cuenta de inmediato de que me gustaban los libros y me hizo una lista de tí­tulos para que leyera. Toda la vida hemos seguido compartiendo libros y lecturas.

En tercero primaria me pasaron para un nuevo colegio que se abrí­a con una pedagogí­a moderna para la época. Mientras esperábamos una colección de libros infantiles que llegaba de España, una profesora muy lúcida nos propuso que como todaví­a no tení­amos biblioteca cada una de las niñas iba a llevar tres o cuatro libros de su casa para formar una colección de aula. Eramos 16 en el grupo y así­ se empezaron a circular los libros entre nosotras, todas querí­amos que las demás se leyeran los libros que habí­amos llevado. A mí­ me encomendaron ir anotando en un cuaderno lo que se tomaba prestado, y ahí­, creo, nació mi vocación de bibliotecaria. También nos animaba a leer, que entre las mamás de las compañeras de clase, habí­a tres o cuatro, muy jóvenes, lectoras, y con muy buenas bibliotecas. Ellas nos prestaban y recomendaban libros.

¿Cuáles fueron tus primeras lecturas por elección propia? ¿Qué buscabas y qué hallabas en esos libros?

Las primeras lecturas por elección propia fueron los libros de la colección Mosaico Infantil de Sigmar que incluí­a cuentos clásicos de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault y de Las mil y una noches en ediciones resumidas. Tení­a un poco más de tres años cuando a mi hermana le regalaron en su primera comunión El reino de las hadas, de Sigmar, era un libro de pasta dura que contení­a cuatro cuentos, entre ellos estaban "Caperucita roja" y "El pescador y su mujer". Yo me adueñé de su regalo, más tarde descubrimos que estos cuentos se editaban en rústica, de forma individual. Mi hermano Nacho también se aficionó mucho a ellos y los pedí­amos cuando nos iban a dar un regalo, así­ fuimos formando la colección. Estos fueron los primeros libros propios y elegidos por mí­, nunca olvidaré tí­tulos como El sastrecillo valiente, Los cuatro hermanos listos, La nariz, El rey cuervo, Los tres pelos del diablo, entre otros.

¿Qué buscaba en ellos? No sabrí­a decir, los leí­ y releí­ sin cansarme, me apasionaban las historias, los personajes osados y valientes, me gustaba su formato cuadrado, coloreaba las ilustraciones —que vení­an en blanco y negro—, repasaba en sus contracubiertas el listado de la colección y anhelaba conseguir aquellos tí­tulos que aún no tení­amos. Con ellos se despertó una fascinación por los libros y la lectura que me ha durado toda la vida; intuyo que en ellos buscaba y hallaba lo mismo que busco ahora: su capacidad para emocionarme, entretenerme, satisfacer mi curiosidad; y sobre todo la posibilidad que me daban de salir de mí­ misma, de meterme en otros mundos, y de conocer las vidas de otros. 

Tengo entendido que fuiste una asidua consumidora de lo que muchos llaman literatura chatarra. ¿A qué series y autores te hiciste adicta? ¿Qué personajes de esos libros sigues recordando, al cabo de los años?

La primera serie a la que me hice adicta fue la de Marisol. Hay que recordar que Marisol, Pepa Florez, fue una de las niñas prodigio de la canción española en los años 1960, junto a Joselito y Rocí­o Durcal. El boom de Marisol se debió principalmente a sus pelí­culas: Un rayo de luz, Ha llegado un ángel y Marisol rumbo a Rí­o. La serie era publicaba por la editorial Felicidad, en cada libro Marisol se embarcaba en una aventura diferente: Las navidades de Marisol, Marisol periodista, Marisol y su pandilla, Marisol en el colegio, Marisol azafata, etc., etc. Ahora que lo pienso eran libros francamente malos y triviales, no recuerdo haberlos compartido con mis amigas del colegio, era algo de la casa y lo atribuyo principalmente a que en ese momento (yo tení­a aproximadamente ocho años) mi hermana mayor, que era como mi segunda mamá, estaba estudiando en España, y al leer esos libros —que transcurrí­an en un ambiente español y tení­an un lenguaje lleno de modismos— me identificaba con ella y la sentí­a más cerca.

Pero definitivamente la serie que me marcó fue la de los libros de la prolí­fica escritora Enid Blyton. En la contraportada de sus libros decí­a: "Si lees un libro de Enid Blyton sentirás la imperiosa necesidad de leerlos todos". Exactamente eso me pasó, fue una fiebre que me atacó a mí­ y a todo mi curso. Nos identificábamos tanto con sus libros que nos reuní­amos a buscar aventuras y a meternos en lí­os para sentirnos un poco como sus personajes, y tratábamos incluso de escribir historias imitando su estilo. Mí­ preferida, entre todas sus series, era las de Aventuras, con Jorge, Dolly, Lucy y Jack y su loro Kiki, que transcurren en una isla, un circo, un rio, un valle y otros lugares. Otra que me encantaba era la de los internados de niñas—tanto la de Santa Clara como la de Torres de Malory— parece que todaví­a se vende bastante y hace poco leí­ que editorial Molino la habí­a editado con otro tipo de ilustraciones y con un lenguaje más moderno.

La fiebre Enid Blyton nos duró aproximadamente de los nueve a los once años, en ese tiempo me leí­ más de 80 libros de esta autora, finalmente terminaron cansándonos y pasamos a otras lecturas.

A la distancia y tomando en cuenta que eres una de las lectoras más voraces y agudas que he conocido: ¿son perniciosos esos libros o cumplen una función válida?

Hay muchas teorí­as a favor y en contra del papel de la literatura chatarra en la construcción del camino lector. En mi caso particular recuerdo que aunque leí­a con avidez a Enid Blyton, también leí­a otros autores simultáneamente: Dickens, Verne, Louise M. Alcott, Juana Spyri, Salgari, etc. Pero debo reconocer que las series de Enid Blyton tení­an la virtud de proporcionarme un terreno seguro, conocido, fácil, donde me sentí­a cómoda con los temas y los personajes, me encantaba lo que comí­an, las aventuras en que se embarcaban; su lectura era semejante a un reencuentro con viejos amigos. Posiblemente a mi me sirvieron de calentamiento para enfrentarme con otras lecturas más densas y complejas, pero no pasó lo mismo con todas las compañeras, algunas, que fueron adictas como yo a Enid Blyton, no siguieron leyendo o leyeron muy poco después de que nos pasó esa fiebre contagiosa. ¿Por qué? No lo sé.

¿Cómo fue el tránsito a la gran literatura? En tu caso, ¿qué autores y obras sirvieron de puente?

El primer libro que me asomó a lo que era la gran literatura fue Pinocho. Yo estaba en tercero primaria y ya conocí­a la historia pues la habí­a tenido entre mi colección de Sigmar. Un dí­a la mamá de una amiga me prestó un Pinocho mucho más gordo que el que yo conocí­a y además estaba deliciosamente ilustrado. La historia me atrapó y me di cuenta de que habí­a sido engañada con la edición resumida. Ese fue uno de los hallazgos más importantes en mi vida lectora, pues, yo misma, sin que nadie me lo dijera o advirtiera, empecé a fijarme en que los libros que iba a leer no estuvieran en ediciones resumidas para no perderme nada de la historia.

Creo que la obra que realmente sirvió de puente a la gran literatura fue Jane Eyre, de Charlotte Bronte. La tomé prestada de la biblioteca del colegio en una edición de Crisol —roja y pequeña como un misal— tení­a 10 años y su lectura me produjo una conmoción; no solo me cautivó lo que se narraba, sino, además, me hizo sentir importante y mayor el ser capaz de leer un libro con tantas páginas, con una tipografí­a densa y sin ninguna ilustración. Recuerdo que veí­a a mis amigas jugando en el recreo, en un árbol de zapote en el jardí­n del colegio, y me sentí­a distinta a todas ellas, lo único que querí­a era estar sola para seguir avanzando en la historia de Jane y el señor Rochester. En el transcurso de mi vida lo he releí­do varias veces y en cada nueva lectura lo vuelvo a encontrar misterioso, lleno de secretos que se insinúan, y sus personajes capturan mi atención de principio a fin. Nunca dejo de sentir placer con su lectura.

¿Qué te hizo escoger la carrera de bibliotecologí­a?

Para decirte la verdad, yo me presenté a Arquitectura en una universidad privada. El dí­a del examen de admisión sentí­ que si me quedaba allí­ iba a ser una prolongación del colegio: el mismo ambiente, los mismos cí­rculos, las mismas caras... También me habí­a presentado a bibliotecologí­a en una universidad pública, la Universidad de Antioquia. Esta carrera me llamaba la atención porque supuse que se relacionaba con los libros y la lectura. Cuando fui a presentar el examen de admisión a la Universidad de Antioquia, sentí­ amor a primera vista: Me encantó el campus, la gente desconocida y el anonimato. Tomé inmediatamente la decisión de quedarme allí­.

Mi familia daba por hecho que yo iba a estudiar arquitectura, habí­a pasado a la carrera entre los primeros puestos y me veí­an con capacidades y con genética para ser una buena arquitecta. Obviamente cuando dije que iba a estudiar bibliotecologí­a mis hermanos pusieron el grito en el cielo y dijeron que iba a salir preparada para sacudir libros. Solo mi papá, que habí­a sido profesor por muchos años en la Facultad de Medicina de esa universidad, me respaldó.

Cuando inicié la carrera habí­a libertad para escoger el currí­culo y durante los primeros semestres tomé cursos de literatura, arte y humanidades. Al empezar a ver materias de bibliotecologí­a, en el cuarto semestre, me aburrí­ muchí­simo pues descubrí­ que finalmente se hablaba de todo menos de lectura, entonces hice solicitud para cambiarme para la facultad de derecho, donde habí­a hecho muchos amigos que me animaban a pedir el traslado. Dio la casualidad de que en esos mismos dí­as me ofrecieron un trabajo de tiempo parcial en una biblioteca pública de la ciudad, empecé a trabajar allí­ y desde ese momento supe que habí­a encontrado un lugar en la profesión, olvidé mis intenciones de trasladarme para otra carrera y nunca más quise estar lejos de una biblioteca pública.

¿Cuáles son, a tu juicio, las diferencias, para bien y para mal, de un bibliotecólogo egresado a fines de los años 1970, como tú, y los egresados actuales?

Las diferencias son para beneficio de los recién egresados. Primero que todo tienen la gran ventaja del desarrollo tecnológico, esto agiliza todos los procesos bibliotecarios y contribuye a lo que llaman la democratización del acceso a la lectura, pues multiplica las posibilidades para que las personas, sin importar dónde vivan, su posición económica, lo lejos que estén de una biblioteca, puedan aproximarse a la lectura.

Por otra parte, aunque suene extraño, la relación de la bibliotecologí­a con los lectores y la lectura, que no se discute en la actualidad, no era tan clara cuando me gradué. Lo crucial en ese entonces era el procesamiento de la información, su suministro, los catálogos y los aspectos técnicos de la profesión; el sueño absoluto para cualquier egresado de bibliotecologí­a era conseguir un puesto en un centro de documentación especializado para analizar y organizar información para una industria o una institución; creo que eran pocos los que en ese momento pensaban que valí­a la pena estudiar para promover la lectura.

Hoy dí­a, un bibliotecólogo que quiera trabajar —al menos en mi ciudad— en el campo de las bibliotecas públicas y en la promoción de la lectura, encuentra oportunidades interesantes y espacios maravillosos para desarrollarse como profesional, esto tampoco existí­a a fines de los años 1970. Hace treinta años cuando hablábamos de sacar los libros a la calle, de tener una biblioteca abierta los domingos, o de mandar libros a una empresa, nos miraban como a seres extraños. El ambiente ha cambiado y los asuntos relacionados con la lectura, el acceso a los libros, la generación de hábitos lectores en niños y jóvenes, la oferta de bibliotecas públicas, entre otros, han ganado espacio en las agendas polí­ticas y existe —en términos generales— una mayor consciencia del papel que juegan en el desarrollo social y cultural de las comunidades.

¿Es una exageración afirmar que Medellí­n es la capital mundial de las bibliotecas públicas? ¿Qué importancia tuvo la biblioteca Piloto en la consolidación de esa conciencia de la importancia de la biblioteca pública?

Es un hecho que en los últimos diez años la disponibilidad de bibliotecas públicas en Medellí­n ha crecido de manera astronómica. Contamos con 10 nuevos edificios —con muy buena calidad arquitectónica— construidos especialmente para albergar bibliotecas públicas. Además, la mayorí­a de estas bibliotecas están ubicadas en sitios tradicionalmente marginados y violentos, donde antes era impensable caminar por sus calles, y donde sus habitantes tení­an pocas oportunidades educativas y culturales. Contar con ese número de nuevas bibliotecas es algo que pocas ciudades del mundo pueden decir, y es un motivo de alegrí­a para todos, en especial para los que empezamos a trabajar en el tema desde tiempo atrás, cuando pocos apostaban por los programas de lectura y por tener bibliotecas públicas en la ciudad.

Sin embargo, se tiene aun mucho camino por recorrer para que estos proyectos arquitectónicos se vuelvan proyectos sociales. Reconozco que, por lo general, somos más severos juzgando las cosas propias que las ajenas, y aunque vivo muy orgullosa de lo logrado en Medellí­n en el campo bibliotecario, reconozco que aun se necesita un mayor acercamiento y conocimiento de las comunidades —no solo de las reales sino principalmente de las potenciales, esas que no se atreven a entrar o no conocen las bibliotecas— para poder diseñar servicios acordes con sus sueños y anhelos, y para ofrecer colecciones y programas más cercanos a ellos. Cuando los habitantes de las comunas de Medellí­n defiendan, reclamen, y exijan buenos servicios y un personal competente para sus bibliotecas, ahí­ si podrí­amos postularnos para ser la capital mundial.

En cuanto a la Biblioteca Pública Piloto, es importante mencionar que fue uno de los proyectos que la UNESCO desarrolló en paí­ses del Tercer Mundo en los años 1950, junto con la de India y la de Nigeria. La biblioteca fue desarrollada de acuerdo con las directrices trazadas en el Manifiesto publicado en 1949: La biblioteca pública, fuerza viva para la educación popular.

La UNESCO plasmó en esta biblioteca los conceptos y la idea que tení­a de lo que deberí­a ser un buen servicio bibliotecario público. Ideas tales como la descentralización (en los años iniciales llegó a tener 10 sucursales, 17 salas de lectura, 25 cajas viajeras, una bibliocafeterí­a, etc.), el acercamiento a las comunidades, el libre acceso a las estanterí­as, los servicios para niños, el estí­mulo a la lectura, las actividades de extensión cultural y el mismo modelo flexible de construcción del edificio, se constituyeron en una demostración en vivo del Manifiesto y crearon un precedente en la ciudad. La gama de actividades que la BPP desarrolló en sus primeros cinco años emociona y sorprende. Todas las actividades con las que creemos ahora innovar las realizó la BPP en sus primeros años.

Cuando se mira lo que pasaba en las bibliotecas públicas de Colombia —particularmente en las últimas décadas del siglo XX—y se compara la ciudad de Medellí­n con el resto del paí­s, indudablemente se ve la influencia de la Biblioteca Piloto: mientras que en muchas ciudades era todaví­a una novedad el préstamo de libros para la casa, en nuestra ciudad era un servicio reconocido, arraigado y exigido por la gente; mientras en la mayorí­a de las bibliotecas colombianas todaví­a los libros estaban en estanterí­a cerrada, en nuestra ciudad no se concebí­a una biblioteca donde los materiales de lectura no estuvieran libres para que el público los manipulara y hojeara. Por otra parte, Medellí­n siempre se ha distinguido por los esfuerzos de las comunidades, especialmente las de estratos bajos, por contar con servicios bibliotecarios, y por el apoyo que la empresa privada prestaba, y presta, a las iniciativas que tienen que ver con el libro y la lectura. Se puede afirmar, sin lugar a equivocaciones, que la implantación de la Biblioteca Pública Piloto, como biblioteca pública moderna en los años 1950, sirvió de punto de referencia en la región y creó un precedente para las bibliotecas y las redes de bibliotecas que se conformarí­an posteriormente.

¿Qué te aportaron profesionalmente y como ser humano tus estudios en el Reino Unido? 

Yo ya llevaba varios años trabajando en la biblioteca de Comfenalco cuando empecé a gestionar una beca para hacer un Máster en Bibliotecologí­a. Después de llenar muchos papeles, hacer exámenes y entrevistas, me gané dos becas en el mismo año, una beca Fullbright para Estados Unidos y otra con el British Council para el Reino Unido. Me decidí­ finalmente por la del British Council. La beca  fue para  Gales, donde estudié en el College of Librarianship of Wales, en Aberystwyth, un pueblito universitario a la orilla del mar. Allí­ estuve un año y medio (1987 y 1988) e hice un máster en bibliotecas públicas. Era la única latina entre muchos asiáticos, africanos y obviamente ingleses, irlandeses, escoceses y galeses. Para mí­ el mayor aprendizaje fue ese, vivir y hacer amigos entre gente de todo el mundo, distintas culturas, religiones, colores de piel y maneras de ver la vida.

El sistema de educación británico está basado en leer y escribir ensayos que se entregan periódicamente. Es muy distinto a la dinámica universitaria nuestra. Además, estudiar en otro idioma es un reto y toda una lección de humildad, sobre todo cuando al empezar te das cuenta de que el ritmo de lectura no es igual que en tu lengua, que estás inseguro de tu sintaxis, que es difí­cil participar en una clase, etc. Entre todo ese vértigo de ensayos y lecturas, tengo recuerdos maravillosos de un curso dictado por M. Dewe, una eminencia en arquitectura de bibliotecas y autor de muchos libros sobre el tema, con el que salí­amos de excursión a visitar bibliotecas y a conocer y a analizar las virtudes y los defectos de los edificios. El otro recuerdo grato está relacionado con la asombrosa colección infantil que habí­a en la biblioteca de la universidad, donde conocí­ montones de álbumes infantiles en inglés (apenas empezaban a traducirse y producirse en lengua española) cuya lectura fue todo un aliciente y un curso intensivo de literatura infantil.

¿Qué te propusiste al volver a Colombia?

Obviamente cuando uno regresa quiere poner en práctica todas las experiencias interesantes y todo lo bueno y positivo que vio. Mi llegada no fue nada fácil, cuando regresé encontré que Comfenalco estaba saliendo de una crisis administrativa muy grande y la biblioteca estaba pasando por un perí­odo de constante cambio de personal. La red de trabajo conformada antes de mi viaje, con las cuatro bibliotecas que la Caja tení­a para ese entonces, ya no existí­a, cada biblioteca trabajaba por su lado. El equipo de colaboradores que encontré no tení­a interés en cambiar las cosas y muy poca afinidad conmigo. Después de tres meses decidí­ que yo era la extraña en ese ambiente y renuncié, pero en ese momento entraba un nuevo director a Comfenalco, el Dr. Ricardo Sierra Caro, que me retuvo y se convirtió en el mejor aliado que cualquier bibliotecario del mundo pueda tener para sacar adelante proyectos de lectura e información.

Lo primero que me propuse hacer, y para lo cual tuve todo el apoyo del director, fue empezar a buscar unos colaboradores inteligentes y dinámicos para que me ayudaran a sacar adelante los programas: se definieron los servicios que se iban a prestar, se estructuró un modelo administrativo con áreas de trabajo especializadas (lectura, cultura, información local, desarrollo de colecciones) y con profesionales al frente de cada una, se contó con un presupuesto que nos permitiera tener colecciones medianamente actualizadas y se empezó toda la etapa de modernización tecnológica que apoyaba y enriquecí­a los diferentes servicios.

Tu gestión de 25 años al frente de las bibliotecas púbicas de la Caja de Compensación de Comfenalco Antioquia no solo fue renovadora, sino que tus proyectos inspiraron y transformaron el trabajo de muchas bibliotecas. ¿Cómo recuerdas esos años? ¿Cuáles fueron las principales conquistas?

Indudablemente los recuerdo como años de hiperactividad, donde no solo emprendimos servicios y programas poco convencionales en el mundo bibliotecario, sino que además se logró llegar a nuevos públicos y aumentar la circulación de los materiales de lectura, se incursionó en proyectos relacionados con la formación, la producción editorial y el mercadeo, entre otros. Quisiera mencionar tres conquistas que nos ayudaron a marcar diferencias: la primera, relacionada con las estructuras de trabajo, la segunda, con el personal de las bibliotecas, y la tercera, con una polí­tica de mantenimiento e inclusión de públicos.

Geneviève Patte da mucha importancia a la posibilidad de mantener en el trabajo diario pequeñas estructuras insertas en grandes estructuras. En términos generales, es posible afirmar que las instituciones grandes —por su tamaño— tienen una estructura pesada que les disminuye agilidad para introducir variaciones y cambios en lo ya establecido. En este sentido, es importante aclarar que Comfenalco es una institución de buen tamaño, compleja, con muchos negocios y programas en diferentes campos: vivienda, educación, turismo, etc., las bibliotecas son tan solo uno de sus servicios. A pesar de esto, se logro imprimir al trabajo de las bibliotecas agilidad para moverse y creatividad para innovar, llevando a cabo algunos proyectos muy experimentales, proyectos propios a pequeña escala, nacidos de necesidades especificas con toques personales, particulares y humanos. Los diferentes entornos, los barrios donde estaban ubicadas las bibliotecas, sus condiciones y contextos, fueron moldeando y conformando las estrategias de trabajo, sin perder nunca de vista un horizonte compartido como departamento de bibliotecas.

La segunda conquista se refiere al personal. Gozamos de la gran ventaja de tener libertad para definir perfiles y elegir quienes iban a conformar los equipos de trabajo, lo cual contribuyó enormemente a contar con profesionales entusiastas, capaces y comprometidos al frente de los distintos programas. Desde la distancia podrí­amos decir que tuvimos —y aun se tiene— una especie de "escuela Comfenalco", una manera de hacer las cosas, un laboratorio de experiencias, con un trabajo exigente y coordinado. Se tuvo la oportunidad de que muchos de los funcionarios aprovecharan becas y cursos cortos en el paí­s y en el exterior, de participar en eventos, conferencias, de compartir con otros colegas experiencias relacionadas con el trabajo, lo cual llevó a escribir y, posteriormente, a publicar. Traté siempre de estar rodeada por personas que, ante todo, me ayudaran a pensar, con diferentes puntos de vista, con carácter y que brillaran con luz propia. Si mis empleados triunfaban en sus proyectos, también para mí­ representaba un éxito. Por las bibliotecas Comfenalco pasaron numerosos profesionales que ahora están laborando en otras bibliotecas e instituciones culturales de la ciudad y el paí­s, algunos me han dicho que su mejor carta de presentación es el haber trabajado en las bibliotecas de Comfenalco.

El tercer logro se relaciona con la inclusión de públicos manteniendo interesada a la comunidad real y conquistando a la comunidad potencial. Por su misma naturaleza una biblioteca pública debe ser heterogénea y diversa en sus usuarios. Pero, no es un secreto que, en la mayorí­a de las bibliotecas de América Latina la heterogeneidad es difí­cil de alcanzar pues los estudiantes son los visitantes más comunes, y en muchos casos los únicos. Ese fue un reto que nos propusimos desde el comienzo ¿cómo atraer trabajadores, amas de casa, jóvenes desescolarizados, desempleados, etc.? Ellos no llegan a la biblioteca simplemente porque esta sea buena e importante; llegan si se diseñan servicios para ellos, se ofrecen horarios apropiados, se tienen colecciones atractivas, personal disponible, si se les consultan sus necesidades, se trabaja con ellos y se les invita a participar, entre otros. Asumimos, no solo el compromiso de salir en busca de aquellos que no sabí­an de nuestra existencia, sino, además, el compromiso de continuar atendiendo a los estudiantes —un público ya cautivo— más allá de sus requerimientos académicos. Nos propusimos ofrecerles proyectos de expresión y fomento cultural, proyectos informativos, de esparcimiento, etc. con el fin de que necesitaran y valoraran la biblioteca no solo en su calidad de estudiantes sino en cualquier momento de sus vidas.

¿Existe tu biblioteca ideal? ¿Qué caracterí­sticas deberí­a reunir?

No sé si existirá la biblioteca ideal, pero si existen unos mí­nimos que toda buena biblioteca debe alcanzar: contar con unos funcionarios competentes y sensibles; estar organizada y bien dotada con equipos y materiales de lectura en distintos formatos y soportes; estar conectada con las nuevas tecnologí­as; disponer de un local cómodo y atractivo; estar articulada con la comunidad a la que sirve y ser capaz de llegar con sus programas y servicios fuera de sus cuatro paredes. Si a lo anterior se le suma la capacidad de generar en los visitantes una sensación de libertad para que se sientan libres para deambular por sus diferentes salas, para recorrerla, para ojear materiales, para descansar, para pasar el rato, para no sentirse vigilados ni restringidos por prohibiciones y reglamentos absurdos, creo que ahí­ si estarí­amos muy cerca de una biblioteca ideal.

¿Qué esperas de un bibliotecario público?

De un bibliotecario público esperarí­a lo mismo que de cualquier otro buen profesional: que reflexione sobre cómo hacer las cosas mejor, que se haga preguntas y que tenga inquietudes sobre su labor que lo hagan investigar, pensar, analizar, cuestionarse, que sea capaz de trabajar con personas de otras disciplinas y en diferentes contextos. Alguna vez en una intervención hablaba de las cualidades que caracterizan a un grupo de profesionales y lo diferencian de otros: un ingeniero debe ser bueno en matemáticas, un botánico debe sentir inclinación por las plantas, al ornitólogo le deben apasionar las aves, el geólogo debe ser un entusiasta de las rocas y... ¿qué se espera del bibliotecario? Bueno, mí­nimamente que se interese por la lectura y que si no es un buen lector, al menos no sea indiferente al compromiso que le ha conferido la sociedad de vincular la vida cotidiana de las personas y las comunidades con la lectura, la información y el conocimiento.

¿Qué programas o proyectos de fomento de la lectura te han llamado especialmente la atención últimamente en América Latina y consideras que deberí­an ser estudiados por quienes se interesan en ese tema?

Antes que programas y proyectos creo que es interesante mencionar los planes de lectura, de los que en los últimos años tenemos casi en cada paí­s de América latina. Lo valioso de estos planes de lectura es cuando ayudan a la creación de polí­ticas públicas de Estado, como por fortuna ocurrió con el Plan Municipal de Lectura de Medellí­n. Ciudad que ahora cuenta con una polí­tica municipal de lectura, reglamentada por un decreto que garantiza sostenibilidad y permanencia en los programas de lectura y en el mantenimiento de las bibliotecas públicas de la ciudad. Si se tienen planes y polí­ticas, los programas y proyectos que busquen elevar los bajos í­ndices lectores en nuestros paí­ses tendrán viabilidad.

Haz memoria y dime: ¿cuándo y por qué se pusieron de moda los términos promoción de lectura y promotor de lectura? Supongo que esas actividades/funciones existieron siempre, quizás de forma no oficial. Supongo que convertirlas en profesiones debe haber tenido sus pros y sus contras. 

Pienso que —al menos en Colombia— fue a mediados o a finales de los años 1980 cuando la Asociación Colombiana del Libro Infantil, hoy Fundalectura, empezó junto con el Banco de la República un proyecto de formación de bibliotecarios para que fueran animadores y promotores de lectura en sus bibliotecas. De ahí­ salió la primera camada de promotores de esta ciudad.

La biblioteca de Comfenalco fue la primera biblioteca pública del paí­s en tener en su nómina oficial esa denominación de cargo, con la creación de un área especializada denominada Fomento de la Lectura en 1992. ¿Serí­a necesaria la existencia de un área encargada de promover la lectura en una institución ”“como la biblioteca pública”“ donde se supone que la razón de ser es la lectura? Eso mismo nos preguntamos cantidad de veces, y aunque estábamos convencidos de que todos y cada uno de los funcionarios de una biblioteca pública debí­an ser ante todo lectores, vimos en la creación de esta coordinación una estrategia para unificar criterios, polí­ticas y acciones en torno a la animación y a la promoción de la lectura; un medio para reflexionar sobre lo que hací­amos y por qué lo hací­amos y un mecanismo para producir y proveer a otros, servicios y productos.

Anteriormente el cargo más semejante al de un promotor de lectura en una biblioteca pública era el de encargado de Sala infantil, pero su ámbito de trabajo se limitaba a los niños y jóvenes. A favor de la creación del cargo de promotor podrí­a decir que con él se empezó a trabajar de una manera más permanente y sistemática en actividades y programas de lectura con diversos tipos de público y, sobre todo, a salir de la biblioteca en busca de nuevos lectores. En su contra dirí­a que —principalmente al comienzo— nos vimos enfrentados al problema de que los demás empleados de la biblioteca se sentí­an exonerados de ciertas actividades pues se suponí­a que los únicos expertos en la lectura eran los promotores. Algunas veces se llegaba al extremo de que alguien solicitaba una recomendación de lectura y debí­an ir donde el promotor pues era quien sabí­a. Sobre la marcha se fueron limando esas diferencias, sobre todo en las bibliotecas más pequeñas, donde se aspiraba a que todos los empleados pudieran cubrir todos los frentes de trabajo.

Cuando escogí­as personas para desempeñar el trabajo de promotor de lectura, ¿qué aspectos influí­an más en tus decisiones?

Tengo que confesar que al principio solo buscaba que fueran lectores. A los promotores los entrevistaba conjuntamente con el coordinador del área. Recuerdo que a un promotor lo escogí­ pues me dejó asombrada que conociera a Maria Luisa Bombal, a otra la escogí­ porque me recomendó un libro que yo no conocí­a donde una exguerrillera encuentra una biblioteca pública que le cambia la vida, a otro por su conocimiento de ciertos autores infantiles no muy populares en ese momento, y así­ sucesivamente. Con el tiempo nos dimos cuenta de que aunque la condición de lector era un requisito necesario, no era suficiente; se necesitaba además que los candidatos tuvieran habilidad para trabajar con grupos, sensibilidad social, capacidad de gestión, entre otras. Sin embargo, el 90% de los promotores escogidos fueron excelentes y la mayorí­a de ellos aún siguen trabajando en el área desde distintos escenarios.

¿Cuándo y cómo comenzó tu interés profesional por la literatura infantil y juvenil? ¿En algún momento de tu formación universitaria recibiste clases sobre literatura infantil?

Nunca tuve formación universitaria sobre literatura infantil y juvenil. Mi interés profesional en el tema empezó en 1985 cuando estábamos iniciando la compra de libros para dos nuevas bibliotecas de la red de Comfenalco, a las que se querí­a dotar con buenas salas infantiles. Este proyecto de dotación coincidió con la llegada al paí­s de las colecciones amarilla y roja de Alfaguara, la colección Altea Benjamí­n, Austral Infantil, Noguer, y otras, que incluí­an tí­tulos de autores contemporáneos como Maria Gripe, Erich Köstner, Michael Ende, Roald Dahl, Christine Nöstlinger, entre otros. Cuando empezaron a llegar todos estos libros de autores de los que no sabí­a nada, se me abrió un apetito enorme por leerlos, fue como encontrar una mina de oro, creo que este ha sido uno de los perí­odos de más intensa lectura en mi vida. A partir de ahí­ se me despertó una avidez por seguir leyendo, explorando, descubriendo autores y profundizando sobre el tema. A la distancia veo que esta aproximación a la literatura infantil no solo marcó y le dio nuevas perspectivas a mi vida profesional sino que contribuyó también a darle un carácter particular a lo que después í­bamos a hacer en las bibliotecas de Comfenalco.

¿Qué valoras más en un libro para niños?

Tanto en los libros de carácter informativo como en los literarios valoro altamente la capacidad de atrapar y mantener la atención y el interés niño. En los que son netamente de carácter literario, valoro lo mismo que en la literatura para adultos: que despierten emociones, sentimientos, sensaciones; que sean capaces de sacudir el equilibrio cotidiano, y que, por lo que cuentan y la manera como lo cuentan, logren que nos confrontemos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo.

¿Qué echas de menos y qué aprecias más en la literatura infantil actual?

Echo de menos las buenas historias bien contadas, sin la obligada cuota de valores y mensajes morales que abundan hoy para ayudar a niños y jóvenes a superar problemas y a aprender lecciones de vida. Eso me cansa y me ha alejado de lo que se cataloga como literatura juvenil contemporánea. Por eso adoro la literatura para niños y jóvenes que se escribí­a en los años 1960, 1970 y 1980, cuando aún no se habí­a extendido el virus de los valores.

Aprecio el desarrollo del mundo de la ilustración, todas las posibilidades que nos ofrece, los artistas que surgen y los bellos diseños de los libros álbum.

¿Tus autores favoritos para niños y jóvenes? Menciónalos y dime brevemente que tienen de especial para ti.

Carlo Collodi y Roald Dahl por subversivos y por no ser polí­ticamente correctos; Leo Lionni por sutil e inteligente; Judith Kerr y Katherine Paterson por su capacidad de involucrar y de emocionar al lector con lo que cuentan; Mary Norton y Philippa Pearce por su habilidad para transforman con sus palabras lo aparente de la realidad; Maria Gripe por las atmosferas sugerentes y los misterios de sus narraciones; Erich Kí¤stner por su agudeza e ingenio; Lygia Bojunga por su lenguaje y por la osadí­a en los temas elegidos, y muchí­simos más, que seguramente al leer de nuevo esta entrevista me arrepentiré de no haber mencionado.

Tu nueva etapa como consultora independiente de proyectos nacionales e internacionales te ha permitido, supongo, observar la situación de Colombia y América Latina desde una perspectiva más distanciada y objetiva. Por favor, dime un padecimiento crónico de las bibliotecas públicas. Y para terminar con buen sabor, un rasgos o tendencia valiosas y estimulantes.

El padecimiento más grave se refiere a la movilidad y formación del personal. En muchos paí­ses, incluyendo a Colombia, el puesto de bibliotecario público municipal es un cargo que depende del alcalde de turno, es una cuota polí­tica, lo que afecta su estabilidad. Además, como es un nombramiento polí­tico, no se considera como requisito mí­nimo su sensibilidad por el mundo de la cultura, ni su conocimiento de las bibliotecas y los materiales de lectura. Al cambiar al bibliotecario constantemente se pierden los procesos de formación que se emprendieron con el anterior, por lo que frecuentemente se debe recomenzar el recorrido una y otra vez.

Una tendencia valiosa es la creatividad e inventiva para organizar programas de promoción de lectura que llevan libros y otros materiales de lectura fuera del recinto de la biblioteca. Somos testigos de mil y un programas que utilizan lanchas, carretas, burros, y otros sistemas de trasporte más convencionales. También de la disposición de puestos de lectura en sitios alternativos como mercados callejeros, parques, hospitales, estadios de futbol, entre otros. Esta capacidad de inventar e improvisar, aprovechando los recursos que se tienen a la mano, es más propia de estas latitudes, que del primer mundo.


Entrevista realizada y puesta en línea en abril de 2014.