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  • Agustí­n Fernández Paz

Agustí­n Fernández Paz: "La realidad y la fantasí­a son un continuo"

Sergio Andricaí­n y Antonio Orlando Rodrí­guez

Agustí­n Fernández Paz  (Vilalba, 1947-Vigo, 2016) es un autor de referencia obligada cuando se hace un recuento de lo más significativo de las letras conbtemporáneas para la niñez y la juventud en Galicia y en España. Licenciado en Ciencias de la Educación, trabajó como maestro durante más de tres décadas en la enseñanza primaria y en la secundaria. Su obra ha sido traducida a diversos idiomas. Fue ganador del Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2011, entre otros importantes reconocimientos, y en enero de 2013 fue investido como doctor honoris causa por la Universidad de Vigo.

Fernández Paz tuvo la gentileza —y la paciencia— de responder el largo cuestionario que le enviamos desde la Fundación Cuatrogatos con el propósito de conocer más detalles sobre su destacada trayectoria literaria.

Usted se dio a conocer como autor de libros para niños en 1989. ¿Qué lo motivó a escribir para ese público?

Comencé a publicar cuando ya habí­a cumplido los cuarenta años, pero lo cierto es que ya escribí­a desde bastantes años antes. Lo hací­a en cuadernos que hoy llamarí­amos diarios de lecturas, y de pelí­culas, y pedagógicos. Me gustaba escribir ensayos, todaví­a conservo algunos que no han perdido su interés.

En la literatura infantil y juvenil (LIJ, en adelante) entré, en buena medida, por mi profesión de docente. Comencé escribiendo cuentos para utilizar en mis clases, más tarde para incluirlos en materiales didácticos que elaborábamos un colectivo de profesores y, finalmente, acabé publicando mis primeros libros. Recibieron algunos premios importantes y fueron bien recibidos por los lectores. Eso me animó a continuar.

De entonces a la fecha, ¿han cambiado sus premisas como creador?

Han cambiado mucho. En mis primeros años, la escritura ocupaba un lugar secundario: lo importante para mí­ era la docencia, formo parte de una generación que ambicionaba cambiar el mundo a través de las aulas. Con el paso del tiempo, la escritura fue ocupando un lugar cada vez mayor, tal como una bola de nieve que desciende monte abajo.

Claro, esto se nota en mis libros. Antes eran menos elaborados, más espontáneos. Desde hace años, mi trabajo con los textos es mucho más intenso, soy consciente de que la forma es una faceta esencial y de que cualquier escrito precisa de numerosas revisiones.

Su larga experiencia como educador, ¿de qué forma ha influido en su concepción de la literatura infantil y juvenil y en su obra?

A través de mi trabajo en el aula fue como descubrí­ a los grandes autores de LIJ. Yo comenzaba a dar clase cuando en España, al final de la dictadura, diversas editoras iniciaron la publicación de los grandes autores europeos que antes no nos llegaban: Gianni Rodari, Roald Dahl, íšrsula Wölfel, Michael Ende, Astrid Lindgren... Para mí­, supuso una conmoción: era una LIJ apasionante y de calidad, que no tení­a nada que ver con los libros estereotipados y cargados de moralina. Cuando comencé a escribir, esos autores fueron mis guí­as. Y lo han seguido siendo, aunque a esos nombres se han ido sumando otros.

En lo que se refiera a mi escritura, la influencia ha sido menor. Con todo, mi trabajo como profesor de lengua me ha ayudado a saber cómo leen los alumnos y a aprender de los muchos libros que hemos comentado juntos.

¿Cuál es su relación con su idioma materno (el gallego)? ¿Qué le ofrece esta lengua como escritor? 

El gallego es mi lengua de instalación, la lengua en la que sueño, la que utilizo en mi vida diaria, así­ que es lógico que sea también mi lengua literaria. Que sea un idioma con una dura historia detrás, con consecuencias que llegan hasta la actualidad, influye en la difusión de mis libros, pero no en la creación.

En el proceso de creación, cualquier lengua es siempre una herramienta idónea, ahí­ no influyen los problemas sociolingüí­sticos que ese idioma pueda tener. Un escritor siempre trabaja desde el centro del mundo, su labor tiene una dimensión universal: desde cualquier lugar donde escriba, desde la lengua en que lo haga, se dirige a toda la humanidad.

Al escribir en gallego, me influyen los textos de su historia literaria. Pero también lo hacen los de la literatura universal que he podido leer. Kafka, Lovecraft o Roald Dahl están entre mis referentes más queridos, como también lo están escritores gallegos como Rosalí­a de Castro, Álvaro Cunqueiro o Méndez Ferrí­n. Como Borges, también puedo decir “yo soy los libros que he leído”.

El folclor y la tradición oral desempeñan un papel destacado en algunas de sus obras, ¿por qué?

La importancia de la tradición oral está muy clara: fui niño en los años cincuenta, cuando todaví­a no habí­a llegado la televisión. Las personas se reuní­an alrededor de la cocina de hierro, en invierno, y bajo el cielo estrellado, en verano, y contaban historias. Yo viví­ esas experiencias y puedo asegurar que habí­a gente tocada con la magia de la literatura.

La presencia del folclor me parece importante porque en él están reflejados los mitos universales, que en cada cultura adoptan una forma especí­fica. Los escritores bebemos de ellos, actualizándolos. Los seres mí­ticos me han servido de guí­a para abordar muchos problemas actuales, como en Las hadas verdes o En el corazón del bosque.

¿Hay autores o libros que le hayan servido de inspiración o paradigmas en su trabajo en la LIJ?

Sí­, claro: nuestro trabajo siempre se edifica sobre el de otras personas, así­ funciona la literatura. Me parece imprescindible citar algunos, porque todos serí­a imposible. Roald Dahl y Gianni Rodari fueron imprescindibles en mis comienzos. Y hay libros que me sirvieron de guí­a para definir la forma y las intenciones de mi escritura: El enigma y el espejo (Jostein Gaarder), Momo (Michael Ende), Rasmus y el vagabundo (Astrid Lindgren), Cuentos por teléfono (Gianni Rodari) o Ben quiere a Ana (Peter Hartling).

Y, como la literatura no admite compartimentos estancos, también ha sido grande la influencia de autores que no han escrito especí­ficamente LIJ, desde Álvaro Cunqueiro a Ray Bradbury, pasando por Franz Kafka, Jules Verne o Paul Auster, por citar algunos.

Como creador de ficciones, ¿cuál es su relación con la fantasí­a? ¿Y cómo es su relación con la realidad a la hora de escribir?

La fantasí­a y la realidad son un continuo; en la literatura, por fortuna, conviven sin problemas. El procedimiento narrativo que a mí­ más me gusta es imaginar historias que suceden en un contexto realista pero en las que, de un modo u otro, irrumpe algún elemento fantástico. Esa presencia de lo inexplicable es, paradójicamente, la que me sirve para ensanchar los lí­mites y hablar de un modo más verdadero de la realidad.

Creo que todos mis libros, como las tramas de una tela, están escritos con hilos de mi vida, con la condición de que entendamos por "vida" algo más amplio que el significado convencional que se le acostumbra a dar. Por ejemplo, a veces se me encuadra como escritor fantástico, porque los fantasmas tienen una presencia evidente en muchas de mis historias. Pero es que forman parte de mi realidad, estaban presentes en los años de mi infancia, en la Galicia de los años cincuenta, donde la frontera entre los vivos y los muertos era muy difusa. Por eso, cualquier persona que conozca mi biografí­a y haya leí­do mis libros, encontrará un paralelismo constante entre las dos realidades. Unas veces más enmascarada que otras, la vida de cualquier escritor late por debajo de sus obras.

¿A lo largo de su producción literaria podrí­an delimitarse etapas que respondan a determinadas caracterí­sticas temáticas o formales en sus libros?

A mí­ no me resulta fácil identificarlas, aunque hay personas que me han señalado su existencia. Así­, hay libros que responden a mi preocupación sobre cómo el pasado condiciona la actualidad de la sociedad española (Noche de voraces sombras, Corredores de sombra, Non hai noite tan longa). Otros se encuadran dentro del género de misterio y terror (Cartas de invierno, Aire negro, Las fronteras del miedo, Tres pasos por el misterio). Algunos explotan la veta del humor (Cuentos por palabras, El laboratorio del doctor Nogueira, Amor de los quince años, Marilyn). En todos, eso sí­, están presentes algunas de mis obsesiones.

¿Cuáles son sus hábitos o "maní­as" al escribir?

Tengo muchas maní­as, como cualquier persona. ¿Algunas? El primer borrador de mis textos lo escribo siempre a mano, en cuadernos de hojas amarillas. Podrí­amos llamarle la “versión cero”, cuando la escritura fluye libre y sin condicionantes. Después, las sucesivas versiones ya las escribo en el ordenador, dándole al texto la forma precisa.

Me gusta escribir en silencio, cuando trabajo en esa “versión cero”, o con música, preferentemente de cantantes como Billie Holiday o Dinah Washington.

Y, antes de escribir la primera palabra, procuro documentarme de un modo exhaustivo, aunque sea consciente de que una buena parte no me será necesaria. En concreto, de mis personajes me gusta saberlo todo, aunque eso no aparezca reflejado de un modo explí­cito en el libro.

¿Qué desea entregar a los lectores que se sumergen en las páginas de sus libros?

Busco conseguir lo mismo que yo, como lector, le pido a un libro. Una historia poderosa contada de un modo original. Que el texto me atrape desde las primeras páginas, que me avive la necesidad y el placer de la lectura. Y, si es posible, que se produzca ese milagro que a veces experimentamos como lectores: que un libro nos ensanche la visión de la vida y la visión del mundo.

Siempre intento que mis historias funcionen como un iceberg, del cual el texto es sólo la parte visible. Siempre son historias dirigidas a todas las edades, porque tengo muy claro que un libro, aunque se dirija en primer lugar a un lector infantil o juvenil, debe de interesarle también a un lector adulto. No conseguir esto es un signo de fracaso, lo digo como lector y como escritor.

Y, complementando la pregunta anterior, ¿qué aspira a encontrar en los lectores de sus obras?

Lo primero, complicidad. Cualquiera que sea su edad, deseo que el lector entre en el juego de aceptación y construcción de una nueva realidad que se establece cada vez que una persona comienza a leer un libro. No olvido que cada lector es único y que su lectura responderá a la suma de lo que he escrito y de las experiencias previas que quien lo lee.

Su bibliografí­a es muy amplia. Si tuviera que mencionar cinco libros especialmente significativos de su autorí­a, ¿cuáles serí­an y por qué?

¡Temo esta pregunta! No es fácil elegir entre tantos libros como he escrito, cada uno responde a una etapa de mi vida. Con todo, me arriesgaré, aunque serán seis:

Lo único que queda es el amor. Es un libro que escribí­ en estado de gracia, fue un goce ver cómo conseguí­a lo que deseaba hacer.

Non hai noite tan longa. De algún modo, es mi ajuste de cuentas con los años de la dictadura de Franco. Un thriller generacional, podrí­amos decir.

Aire negro. Me gusta el género de misterio y terror; en este caso, creo que conseguí­ hacer una novela que seduce a cualquier lector. Aunque no sea tan popular como Cartas de invierno, mi novela más leí­da.

Fantasmas de luz. Mi particular homenaje al cine y mi visión crí­tica sobre la voracidad capitalista.

Cuentos por palabras. Un libro original, escrito con una inocencia que ahora ya no tengo. Y con un humor intemporal.

Con los pies en el aire. Un paradigma de mi afición a mezclar fantasí­a y realidad. Y unas ilustraciones excepcionales de Miguelanxo Prado.

¿Siente predilección por alguno de los personajes que ha creado? ¿Cuál es y por qué?

Aquí­ sí­ que puedo afirmar que tengo personajes preferidos, personajes que gocé creándolos y que los sentí­, los siento, muy próximos a mí­. Citaré los dos más relevantes: Sara Mettman, una mujer de cincuenta años que protagoniza El centro del laberinto, y Clara Soutelo, la chica protagonista de Corredores de sombra.

¿Cuál es su relación con las redes sociales? ¿Este mundo complejo de las redes sociales se ha "filtrado" en alguno de sus libros? 

Una reflexión previa: fui niño en los años cincuenta. En solo unas décadas, he sido testigo de uno de los mayores cambios de la historia de la humanidad: en las condiciones materiales, en las estructuras sociales y polí­ticas, en la forma de entender el mundo y la vida, en las mutaciones familiares, en la revolución tecnológica. En su libro Un mundo sin rumbo, Ignacio Ramonet le llama la etapa de «las grandes transformaciones». Repaso una cronologí­a de Internet y constato que, desde mi perspectiva, todo parece de anteayer. La Web es de 1990, Google es de 1998, Facebook del 2004, Youtube del 2005, Twitter del 2006.

Internet ha supuesto una revolución, también para mí­. Tengo una página web y en ella un blog personal: “Un lector”. Estoy en Twitter, que me parece muy interesante. Y no estoy en Facebook por consejo expreso de mi hija: me conoce bien y sabe que acabarí­a gastando muchas horas en esa red social.

Y esta nueva faceta de la realidad ha ido integrándose en mis libros, era inevitable. En el último que he publicado, Desde una estrella distante, la Red, Facebook y las tabletas tienen una presencia significativa.

¿Suele tener encuentros con sus lectores? En caso de ser así­, ¿qué le aportan esos encuentros?

He tenido muchos a lo largo de mi vida como escritor. Desde hace dos años, por problemas de salud, tengo únicamente algunos encuentros virtuales, a través de Skype.

De los múltiples encuentros en que he participado, no puedo dar una opinión general. Algunos han sido emocionantes e inolvidables, tanto en grupos reducidos como numerosos. Otros han sido interesantes por algún concepto, sin más. Y una parte de ellos han sido rutinarios, inútiles y dignos de olvido.

Es evidente que el escritor y su obra tienen importancia en estos encuentros. Pero tienen mucha más los maestros. Ellas y ellos son los que, con su trabajo previo en las clases, van a conseguir que el encuentro sea la culminación de un proceso y que resulte provechoso para todos los participantes. Cuando eso sucede, la experiencia es extraordinaria. No podemos olvidar que el mayor premio para un escritor es tener lectores. Encontrarse y dialogar con ellos puede ser un regalo.

¿Cómo se inserta su obra en el panorama de la LIJ española de hoy?

Me considero parte de una generación que ha contribuido a visibilizar socialmente la LIJ y a asentarla como una literatura “que también pueden leer los niños”. Una generación de escritores nacidos en la década de los cincuenta o a finales de la anterior, una generación que ha vivido una buena parte de su vida bajo la dictadura de Franco. Supongo que esas marcas aparecen de un modo u otro en nuestros libros.

¿Existen temas, personajes, espacios, que le interese explorar de manera especial en esta etapa de su carrera?

Mis historias responden siempre a las obsesiones de cada momento, sus semillas surgen de un modo espontáneo e irracional. Así­ que no sé sobre qué escribiré en el futuro. Lo que sí­ tengo claro, porque es inevitable, es que en mis libros estarán presentes mis preocupaciones vitales: la degradación ecológica y el cambio climático, la voracidad capitalista y la pérdida de derechos sociales, la importancia del amor en la vida de las personas, la necesidad de luchar por una sociedad más justa”¦

Las historias que escribo son siempre una extensión de mí­ mismo, salen de mi vida. A mí­ esto no me parece una limitación; al revés, se trata de lo único original que puedo aportar a las personas que viven conmigo y a las que vivirán cuando yo ya no esté, si es que alguien lee entonces mis libros. Las personas, todas, somos irrepetibles. Cada una de nosotras somos únicas, poseemos una visión del mundo, unos sentimientos, unas vivencias que nos singularizan y que desaparecerán con nosotras. A mí­ esto me parece maravilloso, y creo que está en la raí­z de ese impulso irracional que me lleva a escribir y a inventar historias en las que quede reflejada mi visión del mundo y de la vida.

¿Cómo describirí­a la LIJ gallega contemporánea? ¿Y la española?

La LIJ gallega actual, quizá porque opera en un contexto más reducido, donde los editores se atreven a arriesgar, goza de una gran vitalidad. Hay autores de referencia, obras de calidad, escritores e ilustradores jóvenes y con mucho talento, se exploran nuevos caminos. En los últimos años, este esfuerzo y esta calidad han sido reconocidos socialmente. Esto, en un contexto difí­cil como el nuestro, derivado de los problemas sociolingüí­sticos, invita al optimismo.

Y creo que algo parecido se puede decir del panorama español, al menos en lo que se refiere a la explosión de creatividad (en los textos y en las ilustraciones) que se constata y al gran número de docentes que consideran esencial la promoción de la lectura en las aulas y en las bibliotecas.

La visión es distinta si en lo que nos fijamos es en el mundo editorial y en la red de librerí­as. Tanto en el ámbito gallego como en el español, se nota, y mucho, la crisis económica que tenemos en algunos paí­ses europeos desde hace cinco años. Los porcentajes de paro son altí­simos, la capacidad económica de las familias se ha reducido de un modo brutal, la sociedad es cada vez más desigual, los recortes en inversiones culturales son dramáticos. Como consecuencia, las editoriales arriesgan menos a la hora de explorar nuevos caminos. Y bastantes librerí­as, ante la disminución de las ventas y la presencia de la piraterí­a en la Red, que en España es alta, se van viendo forzadas a cerrar.

Y, con todo, la esperanza acaba por imponerse. Las personas necesitamos historias, tenemos hambre de palabras: es una necesidad básica que parece inscrita en nuestro ADN. Como escribió Manuel Rivas hace algunos años, «la lectura, el libro y los espacios donde está son lugares de resistencia humaní­stica esenciales. Nuestra suerte depende de que esos espacios se mantengan o desaparezcan completamente de la naturaleza.»  Creo que la lectura es imprescindible para conseguir una ciudadaní­a capaz de pensar por si misma en una sociedad democrática. "Todos los usos de la palabra para todos” —escribe Rodari en el prólogo de su Gramática de la fantasí­a— me parece un lema excelente, de hermoso y democrático contenido. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo."

Y por último: ¿quién es Agustí­n Fernández Paz?

¿Quién soy? Como cualquier persona, podrí­a dar múltiples respuestas, todas verdaderas y complementarias. Así­ que esta es sólo una de ellas.

Soy un hombre de 66 años, consciente de que el cuerpo envejece, pero no la creatividad y los sentimientos. En mí­ conviven sesenta años como lector, más de treinta como profesor, más de veinte como escritor, seis años como jubilado.

Me gusta mucho leer, me encantan los cómics, me apasiona el cine. Soy una persona que encuentra placer en inventar historias y contarlas por medio de la escritura. Un contador de historias, aunque esto siempre deberí­a colocarlo en segundo lugar, porque lo que a mí­ de verdad me gusta es leer lo que escriben otras personas. Y leer y escribir, ya se sabe, son como las dos caras de una misma moneda.

(Entrevista realizada en 2013; tres años antes de la muerte del escritor en 2016).

Texto puesto en línea en marzo de 2013.