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  • Alice Vieira.

Alice Vieira: "Me preocupa el blanqueamiento de la memoria"

Antonio Orlando Rodrí­guez

Lo primero que hice cuando llegué a Póvoa de Varzim, una pequeña ciudad de Portugal, para asistir al encuentro literario anual Correntes d ™Escritas, fue comentarle a los organizadores mi deseo de entrevistar a otro de los autores participantes: Alice Vieira. -Isso é muito fácil , fue su respuesta, y me señalaron a una señora que, a corta distancia, conversaba animadamente y se reí­a con sonoras carcajadas. -Ela é Alice . 

Confieso que me quedé perplejo. Habí­a imaginado a la autora de Los ojos de Ana Marta como una mujer silenciosa, hermética y “vaya usted a saber por qué “ vestida de gris. Pero aquella pequeña y vivaz Alice Vieira, que me estrechó la mano con calidez, era muy distinta de la imagen que me habí­a hecho de ella al leer sus libros. 

Firme candidata desde hace años al Premio Andersen y, más recientemente, al Astrid Lindgren Memorial Award, la portuguesa Vieira es autora de más de una treintena de tí­tulos para niños y jóvenes. Algunas de sus obras emblemáticas “como Rosa, mi hermana Rosa, A vueltas con mi nombre, Cuaderno de agosto, Portal 12, 2º centro y su -clásico  Los ojos de Ana Marta “ han sido traducidas a nuestro idioma y han dejado una huella indeleble en muchos lectores.

La última noche de Correntes d ™Escritas, después de la cena, Alice y yo nos sentamos en una mesa del hotel Novotel Vermar y sostuvimos, con mi pequeña grabadora digital como testigo, una larga conversación. Lo que leerán a continuación es una parte de ese diálogo con una de las escritoras más importantes de la literatura infantil y juvenil contemporánea.

¿Cómo empezaste a escribir historias?

De niña, nunca pensé ser escritora. Cuando me preguntaban qué querí­a ser, siempre decí­a: -Periodista . Y en eso me convertí­. Pero un dí­a leí­ en un periódico que la editorial Caminho convocaba un concurso de literatura infantil con motivo del Año Internacional del Niño, que se celebró en 1979, y escribí­ Rosa, mi hermana Rosa. Lo envié, ganó y fue publicado. Como se vendió muchí­simo, la editorial me pidió que escribiera un segundo, un tercer, un cuarto libro ¦ y no he dejado de escribir hasta ahora. 

Para alguien que nunca habí­a escrito ficción, Rosa, mi hermana Rosa es un libro muy contemporáneo y renovador. ¿Fue algo intuitivo o tení­as algún modelo en mente?

Simplemente escribí­ pensando en mis hijos Catarina y Andrés; digamos que fue algo para consumo doméstico, sin ningún tipo de búsqueda. En realidad, la posibilidad de ganar el premio y de que la narración fuera publicada me parecí­a algo muy lejano. Sin embargo, me interesó reflejar el mundo de mis hijos, que habí­an recibido una educación bastante moderna, que se apartaba un poco de lo tradicional. Tuve a mi favor ser periodista, que mi escritura fuera comunicativa, concisa.

Pienso que si Rosa, mi hermana Rosa tuvo éxito, fue porque era diferente a lo que se escribí­a en Portugal para los niños: una literatura infantil muy irreal, sin conflictos, con personajes que siempre se portaban muy bien. Niños que eran el resultado de una educación muy represiva, que los preparaba para respetar las reglas y mantenerse callados, como se esperaba que actuara la gente en una dictadura. Niños que debí­an escuchar, pero no debí­an hablar, y Rosa ¦ proponí­a otra cosa.

Mariana, Marta, Abilio, Glória ¦ los niños y adolescentes de tus libros generalmente viven inmersos en todo tipo de problemas. ¿Por qué?

Quizás porque yo crecí­ en medio de muchos conflictos. Mi niñez fue algo terrible, que me marcó muchí­simo, porque la infancia siempre nos marca, siempre, sea buena o mala. Creo que los niños viven, además de con sus problemas, con los de sus padres y los de sus familias. Tienen que sobrevivir en un mundo que no es idí­lico, y eso fue algo que aprendí­ desde muy temprano: a no esperar que las cosas me cayeran del cielo. Nunca viví­ con mis padres, siempre estuve rodeada de viejos y cambié mucho de familia. Como eran personas ancianas, se morí­an, y yo pasaba enseguida a otra casa. Eso me enseñó que la única manera de lograr algo en la vida era teniendo fuerza y determinación.

Tus personajes infantiles suelen ser sobrevivientes.

Esa es la palabra adecuada: sobrevivientes. Una de las niñas de Chocolate con lluvia dice: -Nosotros lo aguantamos todo , y ese es un leitmotiv en mis obras. Lo sé por mi experiencia personal: los niños son muy resistentes.

En tu forma de contar se aprecia una perspectiva sesgada. No te gusta contar las cosas frontalmente, digamos que eres una narradora de la insinuación.

Ah, sí­. Soy una narradora que está fuera, que observo a los personajes y que digo algo sobre ellos, pero nunca todo. Siempre me reservo una parte de las cosas, prefiero insinuar, dar pistas ¦ Y nunca juzgo ni condeno. Intento dar a los lectores los materiales para que sean ellos quienes juzguen o no a los personajes. 

¿Has descartado algún tema por considerarlo demasiado difí­cil o polémico? ¿Alguna vez te has dicho: -Me atrae ese tema, pero mejor no me meto en él ?

Para mí­ no existen temas prohibidos. Sin embargo, en 1980, cuando publiqué mi segundo libro, Portal 12, 2º centro, en muchas escuelas se saltaron el capí­tulo donde la madre conversa con Mariana, la protagonista, sobre la menstruación. Consideraban que no se debí­a hablar sobre eso, y todaví­a hay maestros que me preguntan por qué escribí­ ese capí­tulo. Eso no deja de sorprenderme, porque cuando mis hijos eran niños, yo siempre hablé de todo con ellos. 

Cuando he evitado un tema, ha sido porque no me he sentido capaz de desarrollarlo con honestidad. He desechado algunos temas interesantes que me han propuesto, porque no me gusta que los editores me hagan ese tipo de sugerencias. Solo me gusta escribir sobre lo que conozco muy bien, para evitar el peligro de caer en lugares comunes, de decir lo que todos dicen. 

Hace algún tiempo me sugirieron escribir un libro sobre las relaciones de una familia formada por una pareja homosexual, ya fueran dos madres o dos padres. El tema es bueno, pero no sabrí­a cómo enfocarlo: todo lo que hubiera podido decir habrí­a sido inventado, porque no conozco de primera mano cómo son, cómo piensan, cómo viven esas parejas. Prefiero escribir sobre lo que conozco, sobre cosas de mi infancia o de la infancia de mis hijos, o sobre las experiencias de personas cercanas. Por ejemplo, lo que narré en Los ojos de Ana Marta fue verdadero; es la recreación de la historia de una pareja de amigos mí­os con los que trabajaba en el periódico. 

¿Podrí­a hablarse de dos etapas en tu narrativa: una sobre la vida de Portugal durante la dictadura y los primeros años de la democracia, y otra más actual, sobre los problemas de la globalización, el papel todopoderoso de los medios y la ausencia de comunicación en la vida familiar?

Cuando escribí­ Rosa, mi hermana Rosa, la revolución del 25 de abril de 1974 estaba aún muy cercana a nosotros. Ahora los niños no saben nada sobre la dictadura ni sobre el proceso de restauración de la democracia. Esa pérdida de la memoria histórica es un problema que me preocupa mucho, por eso escribí­ un libro titulado Veinticinco a siete voces en el que presento los sucesos del 25 de abril contados por siete personas de edades diferentes. Quise contar cómo era la vida durante la dictadura porque actualmente en Portugal hay un proceso terrible de -blanqueamiento de la memoria . Es muy peligroso que los más jóvenes no sepan de dónde vienen, qué sucedió en su paí­s hace solamente 30 años. 

Esa pérdida de la memoria histórica es preocupante: los adultos no quieren recordar aquella época ni hablar sobre ella, los niños no creen lo que les contamos, piensan que siempre hubo democracia. El año pasado, en las conmemoraciones del 25 de abril, muchos escritores y periodistas fuimos a las escuelas a hablar con los niños y contarles lo que sucedió en esa fecha. No se puede crecer de espaldas a la historia del paí­s.

Tus libros suelen tener una suerte de -neblina  de melancolí­a, pero paradójicamente eres una mujer muy vital, muy efervescente. Uno esperarí­a encontrar una escritora apagada, tí­mida, y descubre a alguien que rí­e a carcajadas y parece disfrutar de la vida. 

Sí­, alguna gente queda sorprendida por ese contraste. Estoy de acuerdo en que, como dices, mi escritura es melancólica. Nunca es una escritura muy alegre ni de grandes carcajadas. Escribo de cosas que ya pasaron, que viví­, que interioricé. Por eso lo hago con una cierta -tristeza reposada , no en gran ebullición. Esa melancolí­a que señalas es algo que me ha quedado de años anteriores, de mi niñez tan difí­cil, de una larga dictadura militar. Los silencios, los colores sombrí­os de las casas y las calles de aquellos años quedan en la atmósfera de mis libros. Son cosas que no se pueden borrar, que están muy hondas. Sin embargo, aunque mis historias nunca tengan finales color de rosa, tampoco terminan mal. Soy optimista por naturaleza, sin que me proponga lograrlo; simplemente soy así­. Por eso en mis libros hay siempre una salida para mis personajes, aunque sea difí­cil o dolorosa. 

¿Cuál es tu mejor libro?

Los ojos de Ana Marta me gusta muchí­simo. Fue muy difí­cil escribirlo, porque mientras lo hací­a estaba convencida de que ese serí­a mi último libro. Me habí­an hecho una operación quirúrgica y, al salir del hospital, el médico me dijo que el cáncer estaba muy avanzado y que mi esperanza de vida era de entre dos y cinco años. Yo habí­a empezado ya Ana Marta y me dije que tení­a que terminarla y poner lo mejor de mí­ en esa obra, porque probablemente ya no podrí­a hacer otras. Lo corregí­ mucho, deseché fragmentos, fue un trabajo muy exigente, en el que puse muchí­simo de mí­. Era mi -testamento , algo muy desgarrador. Por eso es un libro fuerte, en el que dije lo que necesitaba decir en aquel momento. Yo pensaba: -Es el último libro mí­o que van a leer, tengo que hacer algo bueno . Por suerte, el médico me dio ese diagnóstico hace más de 25 años... y vinieron muchos libros después. 

Curiosamente, aunque Ana Marta es mi libro que más se ha traducido, leí­do y premiado en el extranjero, en Portugal mucha gente lo considera -demasiado triste . Creo que aquí­ aún existe la idea de que los libros para los jóvenes tienen que ser todos muy alegres, muy movidos. Si en lugar de escribirlo en 1990 lo hubiera escrito ahora, creo que no se leerí­a en las escuelas.  

Hay otro libro más reciente que también me satisface mucho: Se perguntarem por mim digam que voei (Si preguntan por mí­ digan que volé). Cuando lo terminé y se lo di a leer a mi editor, me comentó que le gustaba, pero que no le parecí­a para jóvenes, y me propuso publicarlo en una colección para lectores adultos. Pero yo me negué y apareció con el resto de mis libros. No es una novela fácil, no es lineal, y trata sobre tres generaciones diferentes de mujeres. Refleja distintas maneras de vivir y de entender las tradiciones familiares. Y aunque, en efecto, es un poco difí­cil, los jóvenes lo leen mucho.

¿Con qué escritores sientes más afinidad?

Lamento mucho no haber podido conocer a Marí­a Gripe, a quien considero mi hermana literaria. Cuando, después de haber escrito Los ojos de Ana Marta, leí­ Agnes Cecilia, quedé sorprendida por nuestras coincidencias al describir un mundo lleno de secretos detrás de las paredes. Sus libros me tocan mucho, es la escritora que siento más próxima. Y también me gusta muchí­simo Lygia Bojunga Nunes, a quien conozco bien. Lygia es una gran autora, que usa el lenguaje de un modo maravilloso y diferente. Sus diálogos son magistrales. 

¿Qué te propones con tu literatura?

Nunca me ha interesado transmitir mensajes a los lectores, sino hacerlos pensar, darles más capacidad de resistencia, ayudarlos a encarar la vida de otra manera, a ser más fuertes, a creer más en ellos mismos. Y también hacerlos un poco más felices mientras leen, porque uno puede sentirse bien después de leer un libro fuerte, que nos haga llorar.