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Santiago González y el arte de recrear mundos

Antonio Orlando Rodrí­guez
Santiago González es uno de los más prestigiosos nombres de la literatura infantil de Ecuador. Este ilustrador y escritor, nacido en Ambato, en 1971, estudió diseño gráfico en Quito. Inició su carrera profesional en el ámbito de la publicidad y posteriormente entró en el mundo editorial. Fue ilustrador y director de arte de Santillana y ejerce la docencia en la Universidad San Francisco de Quito. En la actualidad es ilustrador independiente.

En su amplia bibliografía hallamos títulos como  ...y su corazón escapó para convertirse en pájaro, texto de Edna Iturralde (Quito: Loqueleo, 2001); Un monstruo se comió mi nariz, texto de María Cristina Aparicio (Quito: Editorial Norma, 2008); Dos cigüeñas, una bruja y un dragón, texto de Leonor Bravo (Quito: Manthra Ediciones, 2008); Quisiera que me gustaran..., texto de Leonor Bravo (Quito: Libresa, 2012); Encuentros inquietantes, texto de Leonor Bravo (Quito: Alfaguara, 2012); Amo a mi mamá, cuentos de varios autores (Quito: Altea, 2012); Un enano y un gigante, texto de Francisco Delgado (Quito: Alfaguara, 2015) y Ritual de moscas, poemas de Carlos Vallejo (Quito: Comoyoko Ediciones, 2017). En calidad de autor integral ha dado a conocer The Only One (Quito: Ediciones Independientes, 2011); Luciano, el gusano (Medellín: Tragaluz, 2017, premio Darío Guevara Mayorga) y Un amigo inesperado (Sevilla: Tres Tigres Tristes, 2018). Esta última obra fue distinguida con el Premio Fundación Cuatrogatos 2020. 

¿Cómo llegaste a convertirte en ilustrador de libros para niños?

Comenzó cuando la editorial Santillana llegó a Ecuador. En aquel tiempo yo apenas empezaba a ilustrar y tuve la suerte de que me llamaran para trabajar en su planta, así que me hice ilustrador ahí dentro y sobre la marcha. Me inicié con textos escolares y luego trabajé con los de secundaria; fue entonces que descubrí mi gusto por ilustrar textos literarios, porque me resultaba mucho más estimulante: debía interpretar gráficamente fragmentos de Cortázar, Neruda, Beckett y de otros autores importantes. Luego se dio la oportunidad de ilustrar varios libros completos para el sello Alfaguara Infantil Juvenil, en los que asumí nuevos retos, hasta que ilustré uno parecido a un libro-álbum; en ese momento supe que se expandían mis posibilidades expresivas. Ser ilustrador de libros para niños te convierte en un coautor porque al interpretarlo mediante imágenes gráficas, lo sientes como si fuese propio. Y, por supuesto, aplico el mismo criterio cuando hago ilustración para jóvenes y adultos y cómic, por ejemplo.

¿Qué te atrae de este medio de expresión artística?

Disfruto al generar imágenes a partir de textos porque significa un desafío que me lleva a imaginar y especular hasta dar con la mejor solución posible a mi alcance. Dentro de esa dinámica me resulta muy estimulante que mi trabajo se difunda, que no quede como una obra única para ser observada en una pared, sino que se multiplique para ser leída por medios físicos o virtuales. Y técnicamente me atrae la ilustración infantil porque es como un gran laboratorio de exploración de maneras de representación de la realidad, ya que los niños están muy bien dispuestos a recibir esa variedad de formas.

¿Qué ilustradores han sido referentes o paradigmas para tu formación profesional y tu quehacer?

Dentro del cómic, género en el que he descubierto a los más grandes ilustradores, siempre repaso la obra del uruguayo Alberto Breccia, por curiosidad técnica y por puro deleite. En el campo de los libros álbum sigo desde mis inicios al estadounidense Lane Smith, fascinado por el preciosismo técnico de sus ilustraciones y la línea humorística que atraviesa toda su obra como autor integral. En el mismo campo tengo muy presente al español Javier Sáez Castán; me gusta el carácter enigmático de su obra, pero también las reflexiones que desarrolla alrededor de su oficio como autor, así como su presencia madura, fuera de tendencias y posturas triviales en la era de la autopromoción. Y de un modo más cercano, por haber sido mi profesor, admiro enormemente al artista colombiano Ródez por su obra vigorosa, pero tal vez más aun por la inquietud y constante evolución de su lenguaje artístico que lo lleva a explorar varias disciplinas y mantenerse fuera de circuito marcando sus propias pautas.

¿Cómo fue el tránsito de ilustrar textos escritos por otros a trabajar con historias creadas por ti? ¿Qué te permitió descubrir y explorar esa transición?

Inició cuando no encontraba ningún texto que me entusiasmara para ilustrar. Entonces me propuse escribir uno, más con empeño que con talento, porque desechaba mucho y acertaba poco. A la par leía, tomaba talleres, buscaba referencias y me alentaba observar que muchas de las obras que más me gustan están realizadas por un solo autor, como Maurice Sendak, Wolf Erlbruch, David McKee o el mismo Lane Smith. Tuve algunos intentos fallidos que los detenía en etapas tempranas o avanzadas, hasta que surgió una historia que, tras armarla y desarmarla, se transformó en lo que sería un libro álbum informativo, eso lo supe luego, y entonces se convirtió en un primer paso que fue fundamental para continuar. Ahora que tengo tres obras como autor integral ya conozco algunos temas que me convocan y valoro mucho la libertad para elegirlos, así como también me entusiasma descubrir qué más puedo contar, a sabiendas de que arrancar una obra desde cero es un reto enorme, que me exige mucho tiempo de introspección y concentración para descifrar recuerdos y sensaciones que tal vez de otra manera pasarían desapercibidas.

¿Cómo fue el proceso de creación de Un amigo inesperado? ¿Cómo surgió la idea de la historia? ¿Cómo la desarrollaste?

La idea surge del recuerdo de cuando, de niño, presenciaba que a mi padre le obsequiaban animales como forma de pago por sus servicios de abogado. Así llegaron a casa una serie de conejos, cuyes, loros y, por supuesto, gallinas y gallos. Algunos de ellos se quedaban y hasta se reproducían, y por alguna razón yo me dedicaba a adecuarles sus espacios, haciendo huecos para los cuyes, armando entramados de palos para los loros, entre otras acciones con las que procuraba hacer más confortable su estadía. Recordando todo esto, me di cuenta de que me gustaba interactuar con ellos, cosa que fluía poco o nada según la especie, hasta que llegó a casa una perrita de la que fui oficialmente su dueño. Entonces fue cuestión de buscar en la memoria hasta dar con esta idea, luego adaptarla y escribir. Lo que resulta anecdótico es que la escribí y guardé hace varios años, y la retomé casi accidentalmente ocho años después, mientras revisaba archivos antes de eliminarlos. Por alguna razón había abandonado ese texto y, al descubrirlo, me encontró mejor armado, con mejores herramientas de narración gráfica y textual. Además, la suerte quiso que en ese tiempo me trasladara a vivir a un ambiente semirrural que me ayudó a encontrar soluciones con solo atravesar la puerta de la calle y observar el entorno. Además de tener un par de perros con los que comparto mi vida y que, seguramente, pusieron su parte en la interiorización de la historia.

¿Puedes hablarnos de la técnica que usaste en estas ilustraciones y por qué optaste por ella?

Es una técnica conocida como falso grabado debido a que se trabaja sobre los espacios negativos, es decir, donde no se va a fijar la tinta, un principio muy común en varias técnicas de grabado. Vengo trabajando con ella desde hace algunos años debido a que no permite tener todo el control sobre el resultado, y eso me vino muy bien para contrarrestar la manía de controlar los acabados con otras técnicas. Y la elegí también porque produce ciertos residuos o manchas alrededor de las figuras que me pareció que le venían bien a la historia para transmitir la “no limpieza” de la vida en el campo, que es donde se desenvuelve la historia.

¿Cuál fue el mayor reto durante la realización de ese proyecto?

El reto de siempre: encontrar tiempo para realizarlo, porque cada proyecto de este tipo lo consigo quitándole horas y días al descanso, o aprovechando los huecos que se abren en mis jornadas de trabajo y dejando de lado otras distracciones, cosa que no me cuesta hacerlo, al punto de convertir este oficio en mi distracción básica. Sin embargo, el reto permanece y está en dar con la estrategia más adecuada para avanzar mejor y más rápido.

¿Qué te gustaría dejar en los lectores después de que lean Un amigo inesperado?

Me gustan los libros ilustrados que contienen dosis de humor y de absurdo, y un poco de eso tiene Un amigo inesperado, donde los empleo como un disparador para proponer una pequeña reflexión sobre la amistad, pero también sobre la inconformidad tan propia de nuestra especie.

¿Cuál es tu principal satisfacción como creador de libros ilustrados? 

Que me lleva a recrear mundos, paisajes, escenarios; es decir, a ser un poco astrónomo, naturalista, arquitecto, escenógrafo; o a ser como un director de una obra que hace una audición de personajes, que los inventa, que les da vida, para que actúen dentro de una historia. Para ampliar la respuesta, y conectando con lo mencionado, diría que es la misma satisfacción que sentía de niño cuando armaba una cueva o una estructura de palos en el jardín para que los animales que llegaban se sintieran más cómodos; el acto de inventar, ver la obra hecha e imaginar que con esta les procuraba algo a otros seres constituía un círculo satisfactorio.

¿Cómo ves el panorama actual de la ilustración de libros para niños en Ecuador?

No es nada alentador, somos un país con un índice de lectura muy bajo y las escasas editoriales que le apuestan al libro para niños se sujetan a la venta por prescripción en escuelas y colegios, lo que muchas veces les lleva a poner más énfasis en su equipo de ventas antes que en los autores, menospreciando además la ilustración como si se tratase de algo decorativo. Todo esto genera un círculo de desconocimiento entre los actores alrededor del libro ilustrado y un estancamiento o retroceso de los pocos avances llevados a cabo por esfuerzos individuales para revalidar una profesión que, sin embargo, no deja de tener seguidores que lamentablemente, ante este panorama, es muy difícil que lleguen a mejorarlo a corto plazo. Las únicas alternativas que hemos encontrado un puñado de ilustradores están en publicar afuera de nuestras fronteras, o en la autopublicación bajo sellos independientes y en tirajes reducidos, lo que nos ha permitido mantenernos activos y, a la vez, probar con apuestas gráficas y formatos fuera de los circuitos comerciales.

¿Cómo describirías a Santiago González? ¿Qué opinas de él?

Tal vez un rasgo que sobresale en mí, a propósito de estos días de aislamiento por la pandemia, es que no me cuesta mucho llevar la vida de un ermitaño, aunque no sabría decir si es una cualidad propia o adquirida para adaptarme al proyecto de vida que he elegido. Y en esa misma tónica prefiero, por lo general, el trabajo individual al colectivo. Sin embargo creo tener un buen nivel de empatía cuando me rodeo de gente, sino no me explicaría haber trabajado, como lo hice, tantos años dentro de una empresa. Por otra parte yo diría que conservo desde la niñez, y he incrementado con el tiempo, ese mismo impulso empático hacia los animales, o quizás con ellos es mayor, al saberlos víctimas del destino que les hemos generado los humanos. 

Entrevista puesta en línea en mayo de 2020.