Ilustración de True Williams, primera edición de 'Las aventuras de Tom Sawyer', de Mark Twain. Londres, 1876.
  • Ilustración de True Williams, primera edición de 'Las aventuras de Tom Sawyer', de Mark Twain. Londres, 1876.

El tiempo que no es oro

Norma Sturniolo

Evocar mi primera lectura de una novela que he releí­do varias veces como es Las aventuras de Tom Sawyer, me ofrece la posibilidad de sentirme un poco como Tom al descubrir una nueva forma de silbar: "con la boca llena de armoní­a y el alma llena de gratitud". Recuerdo con fruición aquel estado expectante y dichoso en el que estaba sumida cuando leí­a la novela de Mark Twain, una novela que para una niña de ciudad, sin contacto con la naturaleza, le permití­a vivir, aunque sea vicariamente, en un espacio de libertad. Podí­a compartir el riesgo, la aventura, respirar el aire libre tumbada en una balsa sobre las aguas del rí­o Mississippi. Era reparador conocer el éxito de las argucias de Tom para hacer predominar la ley del juego y el principio del placer sobre la ley del trabajo y el principio de realidad. 

¡Qué gozoso implicarse en un mundo en el que reinaba la imaginación y el humor! Un humor que con el paso del tiempo descubrí­ más irónico que en aquella primera lectura. Con cuántas situaciones presentadas en la novela me reí­. Y la risa, ya sabemos, es buena para la salud fí­sica y mental. El humor inteligente en el que la travesura infantil desbarata la excesiva rigidez de muchos adultos es una de las cosas del libro que más me entusiasmaron. Muchas escenas me vienen a la memoria. Entre otras, aquella en que una mañana de domingo, en la iglesia, durante el consabido sermón, el pastor fracasa en su intento de asustar a los feligreses porque Tom ha dejado escapar un escarabajo a consecuencia de lo cual se produce una especie de batalla a muerte entre el escarabajo y un perro. Era una risa liberadora que empequeñecí­a hasta hacerlo desaparecer el temor por los agüeros funestos del pastor.

Otro aspecto que me gustó mucho fue descubrir que en la historia de Tom no se necesitaban varitas mágicas para que las cosas se trasformasen. La metamorfosis se producí­a con la propia imaginación. Y hasta uno mismo podí­a convertirse en un vapor como le sucede a un compañero del protagonista, Ben Roger, que aparece en el segundo capí­tulo del libro con los ruidos y movimientos propios del Gran Missouri. La imaginación se comparte. El protagonista y los chicos que pueblan el libro son constante creadores de ficción pero también la imaginación es la gran aliada en los momentos de soledad y desánimo como se demuestra cuando Tom se aí­sla y piensa en sus reivindicaciones transformándose en soldado, indio, pirata, bandolero.

El mundo de la infancia con su ingenuidad, su mezcla de egoí­smo y generosidad está perfectamente descrito. Las peleas y las reconciliaciones, los enamoramientos, la amistad, la mentira de la ficción que salva de caer en la monotoní­a y ser atrapado por los rí­gidos convencionalismos. Otro aspecto para destacar es que no existe el tabú de la muerte. Se habla de ella en varias ocasiones, incluso Tom expresa alguna vez el deseo de morir "temporalmente". Porque la muerte es parte de la vida y nada se oculta. Eso sí­, la adversidad se olvida pronto porque la curiosidad despierta nuevos intereses. Inolvidables son también las escenas de miedo cuando Tom y su adorada Becky están perdidos en la cueva, o cuando Tom y su amigo Huck presencian el asesinato del doctor a manos de Joe el Indio. El episodio del asesinato desencadenará una actitud en el protagonista que nos hablan de moral, de verdaderos valores y no de moralina. Tom se atreve a denunciar al asesino a pesar del miedo que siente porque no puede aceptar la injusticia de que se culpe a otro. También Huck, a pesar de sus miedos, pedirá auxilio para que se socorra a una futura ví­ctima del asesino.

Las aventuras de Tom Sawyer nos habla de la vida como movimiento, nos ofrece la mirada del humor, y nos ayuda a entender con Huck que el tiempo no es oro. Por eso él y Tom encuentran el tesoro.