'De papel te espero', de Marí­a Cristina Ramos, ilustraciones de Virginia Piñón. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.
  • 'De papel te espero', de Marí­a Cristina Ramos, ilustraciones de Virginia Piñón. Buenos Aires: Sudamericana, 2011.

Lectura de poesí­a en la escuela: el pez que no se ve

Marí­a Cristina Ramos

Copa de mar

En agua dulce hay un pez 
que nada un azul de copa 
y que sueña con el mar.

¿Sabrá el mar 
que hay un pez 
que lo guarda en su soñar?

¿Sabrá el mar pequeño 
que hay un pez 
que lo guarda en su sueño?

¿Sabrá el mar lejano 
que hay un pez 
que lo extraña en mi mano?

Hay un pez en algún lugar 
que está soñando con el mar.

(Marí­a Cristina Ramos)

 

Venidos de un mundo de agua, nacemos y entramos a un mundo de aire. Recalamos en un regazo, en un tejido de brazos y en un respaldo de voces. Y empezamos a ser los oyentes de melodí­as de palabras y expresiones que nos irán estructurando como hablantes. Crecemos dentro de una conversación, de un entramado de ritmos, frases que se esperan, que se suman, se complementan o se imbrican mientras van configurando significados, buscando sentidos. El grupo constituyente de ese entorno tiene sus propios repertorios sonoros, va formando nuestro universo verbal, con signos y ritmos y silencios, códigos de alerta que preparan la recepción, peldaños donde esperar el decir, donde instalarse para responder.

Desde la cuna, desde la galerí­a de espacios de trabajo o de esparcimiento que madres y padres transitan y comparten, llega la palabra y su música, sus cloqueos sonoros, sus intensidades y susurros. En la vertiente del aire la palabra es también juego y ritmo que siembra la apetencia por lo sonoro, esta hambre de descubrir componentes de sentido investidos en palabras. Y convoca también al balbuceo; se inicia entonces el goce de recibir en lo corporal el impacto sonoro de la propia voz. 

Desde las canciones de cuna seguiremos el itinerario de los juegos, las retahí­las, los poemas rí­tmicos, los juegos de contacto que enlazan palabra y movimiento y también las composiciones sonoras del habla cotidiana, que van marcando la impronta que permitirá la comunicación con los adultos, con otros niños del entorno y que nos dejará activados también para interactuar con la variable rí­tmica y musical de las palabras.

La experiencia de escuchar un poema roza la memoria del ser que recibió esa urdimbre de palabras, y con ella el respaldo de una voz, de una cadencia cercana al afecto, unida a la noción de la propia identidad. La voz que musitaba una cadencia adormecedora, la voz que se tejí­a en pequeñas intimidades, “banda sonora” del ví­nculo primordial, ese que hizo posible el yo, configurado desde la mirada de los otros.

Una familia, que pueda dar contención, acompaña poniendo palabras a los sucesos, a la realidad, aprobando o desaprobando desde las convenciones de la convivencia, marcando con la mirada o la sonrisa o el enojo los rumbos para avanzar.

Pero no conoceremos aún la posibilidad de verbalizar la calma o el vértigo, la inquietud o el miedo, la duda y la valentí­a, la búsqueda de respuestas y la inquietud de las dudas. Y estaremos entre una y otra realidad intentando saber quiénes somos sin encontrar las palabras para entender lo que nos sucede.

La poesí­a puede ofrecer el cauce para nuestra búsqueda, puede acompañar el impulso de esos y otros movimientos de nuestra realidad subjetiva. Puede acompañar a recorrer lo no explorado, lo no acabadamente dicho, y por ser palabra investida de luz y de sombra, dará cabida a lo emotivo, y lo hará visible y casi abarcable.

Dice Jacques Roubaud en una entrevista:

La poesí­a tiene una función especial, tanto para quienes la componen como para quienes la reciben. La poesí­a ofrece a los individuos lo que es más precioso en su idioma, la memoria de la excelencia. La poesí­a no apunta a contar esto o lo otro, a demostrar una u otra tesis polí­tica, sino que apunta a hacer que el lazo de cada individuo con esa memoria, con su idioma, sea lo más precioso posible.

La poesí­a por ser despliegue y reticencia, perfil y niebla, ofrecerá también territorio para entrar en diálogo con nosotros mismos. Cómo hablar de una vida de tristeza si no es diciendo algo como:

Tengo los huesos hechos a las penas 
y a las cavilaciones estas sienes, 
pena que vas, cavilación que vienes, 
como el mar de la playa a las arenas.

(Miguel Hernández)

Cómo hablar del amor y del desamor sin recordar:

Quiero a la sombra de un ala 
contar este cuento en flor, 
la niña de Guatemala, 
la que se murió de amor.

Eran de lirio sus manos 
y sus moños de reseda 
y de jazmí­n, la enterramos 
en una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado 
una almohadilla de olor. 
El volvió, volvió casado, 
ella se murió de amor.

("La niña de Guatemala", José Martí­.)

Pero no solo esto que venimos diciendo desde siempre sino la posibilidad que tienen los poetas de crear mundos donde todo es posible, y misterioso y bello:

Dicen que

Dicen que los rí­os nacen 
de una cáscara de nuez 
guardada en una bolsita 
vaya a saberse por quién. 
Dicen que van a los mares 
para conocer la sal 
mezclarse con otros rí­os 
hacerse nube y volar 
para llover tanta lluvia 
que vaya a saberse quién 
pueda guardarla en la bolsa 
de la cáscara de nuez.

(Laura Devetach)

Esta posibilidad que tienen los poetas de nombrar lo más sutil, de referir lo volátil; palabras que ayudan a nuestra mirada a captar desde lo í­nfimo, hasta lo invisible; o lo que sucede en un instante:

La viborita

La viborita se va
corriendo a Viboratá
para ver a su mamá.
La cabeza ya llegó
pero la colita no.
Terminó.

(Marí­a Elena Walsh)

Los poetas pueden con lo aparentemente indescifrable que nos pasa, sensaciones complejas, sentires que nos aprisionan o nos desbordan. Y claro, también puede su lenguaje poético abarcar el cruce de sentidos de una transformación: de una idea en otra, de un sentimiento en otro, que puede ser incluso su contrario, de un estado, de una errancia, de lo que se es, antes de ser.

Maneras de jugar

Mi hija ha descubierto 
que las puertas se mueven 
sin irse de sus sitios.

No sabe que es el aire 
quien las abre y las cierra 
a su capricho.

Pero al revés que el aire 
a ella le falta 
el empuje preciso

para abrirlas del todo 
o cerrarlas de golpe 
sin dejar un resquicio.

Mi hija a su manera 
ya percibe 
que el mundo es fronterizo:

entra y sale de todo 
pero aún no distingue 
si ha entrado o si ha salido.

Y no sabe, además, 
que tras alguna puerta 
se esconde su destino.

(Francisco José Cruz)

Sobre la poesí­a —la ajena y la propia— Gabriela Mistral decí­a en enero de 1938 en Montevideo:

La poesí­a me conforta los sentidos, y eso que llaman el alma; pero la ajena mucho más que la mí­a. Ambas me hacen correr mejor la sangre; me defienden la infantilidad del carácter, me aniñan y me dan una especie de asepsia respecto al mundo.

La poesí­a es en mí­, sencillamente, un rezago, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesí­a que hago me lava de los polvos del mundo y hasta no sé qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción. Tal vez el pecado original no sea sino nuestro caí­da en la expresión racional y antirrí­tmica a la cual bajó el género humano y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del género humano.

Cuando los poetas son tales, su obra es la mejor entrega. Su obra es un aporte a lo social, una instalación cultural que hace a su tiempo más fecundo, una donación de tierra de simbolismos para sumar al progresivo hacerse del ser humano.

Estas palabras

Estas palabras quieren ser 
un puñado de cerezas, 
un susurro -—¿para quién?— 
entre una y otra oscuridad. 
Sí­, un puñado de cerezas, 
un susurro —¿ para quién?— 
entre una y otra oscuridad.

(Jorge Teillier)

La poesí­a en la escuela

Hay en la actualidad una tendencia a no preservar lo í­ntimo, a pauperizar las reservas de lo personal, a convertir en espectáculo aquello que debiera ser reservado para resguardar lo que el ser humano es o está siendo. Los espacios en los que se propicia la afirmación de la singularidad, el progresivo develamiento de cada subjetividad, siguen siendo escasos. En nuestras instituciones, se ha filtrado también esta tendencia a exhibir, a apurar resultados sin esperar los tiempos de aprendizaje. Durante el trabajo de aula, los chicos y las chicas debieran poder transitar el camino inverso, deambular dentro de sí­ mismos, explorarse para dar con su propio perfil. La lucidez del docente que sí­ acompaña y qué sí­ espera, no siempre es respetada ni considerada relevante.

La subjetividad se va configurando con lo que decanta de cada dí­a, de cada relación, de cada estí­mulo del entorno social. ¿Cómo descubrir la dimensión de cada uno si en los otros no hay reflejo posible, no hay eco que ilumine, si la mirada de los otros no posibilita la conciencia de analogí­as o diferencias, si la mirada de los otros no ayuda a registrar los indicios de la propia subjetividad?

¿En cuántas experiencias educativas se contempla el espacio para el autoconocimiento, en cuántas experiencias se admiten la vacilación, los cambios, el decirse y el desdecirse como avatares del camino hacia uno mismo? ¿Qué relevancia tiene la construcción de la subjetividad en el ámbito de la escuela?

El tiempo dedicado a lenguajes estético-expresivos, en experiencias creativas, debiera ser una respuesta. Y lo serí­a si esas propuestas fueran frecuentes y concientes. Lo serí­an si no estuvieran atenidas solamente a fechas precisas, a los actos patrios, o cuando se hace necesario engalanar la escuela o mostrar resultados. Lenguajes expresivos en experiencias creativas donde el docente esté aportando la visualización de la zona próxima del desarrollo, desplegando pasos posibles o alternativos que permitan crecer en la expresión y caminar hacia el arte.

Quienes recorremos escuelas, bibliotecas y grupos de lectura sabemos que la poesí­a para niños sigue estando menos presente que la narrativa. Sabemos de La hora del cuento, de las convocatorias a mil versiones de Caperucita y demás cuentos maravillosos, de leyendas y muchas otras válidas variables narrativas. Pero la poesí­a, si está presente, es de manera lateral, como pidiendo permiso. Y si bien hay quienes han hecho de la difusión de la poesí­a su apasionado camino, todaví­a nos queda mucho por andar.

La poesí­a está en la escuela, muchas veces, jugando a las escondidas con algunos docentes que le temen, apareciendo en las pocas escrituras de los chicos, asomándose en la mirada de mundo de los más pequeños.

Y también está en la escuela de fiesta, de la mano de los docentes que la disfrutan y que la comparten. Y también en las bibliotecas donde ya no es una rara avis sino una presencia que ocupa lugar al lado de libros de narrativa o de información, y a veces también en frisos o tarjetas, o sosteniendo los dibujos de los chicos.

Pero sigue pagando el tributo de la diferencia. Pocas escuelas sostienen programas de lectura. Pocos programas de lectura sostienen la poesí­a. Sigue estando aprisionada en una o dos semanas de clase, a veces deambulando en ratitos de un mes. A veces expulsada de todo tiempo escolar posible. Hay frases que se siguen escuchando en lo cotidiano escolar y no escolar:

La poesí­a es para las mujeres / No sé por qué lo dicen así­, no se entiende / Tiene que tener rima, si rima es poesí­a / Ah, y alguna metáfora y comparación / Este año no doy poesí­a porque no está en la currí­cula de sexto / Imposible; no me dan los tiempos / Poesí­a tocó en abril ahora estoy a full con cuentos de terror”.

Creo que en parte se la sigue pensando como pérdida de tiempo, como algo sin sustancia que quita tiempo a lo “realmente importante”. Tal vez nos han quedado resabios de una época en que todo lo salido de la norma constituí­a una amenaza, época de libros prohibidos y escritores emigrados o desaparecidos. Tal vez aún algo parecido a la autocensura enciende alarmas cuando un texto no dice lo que dice sino que “cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”, como afirmara Alejandra Pizarnik. Tal vez no nos hemos reencontrado del todo con nuestro derecho a desplegar sensibilidades y plenitudes.

Hay también otra realidad significativa en el ámbito de la escuela; otros materiales de considerable circulación. Son las antes llamadas carpetas didácticas, ahora libros para el docente o material complementario. Hay allí­ —salvo excepciones— textos que aparecen propuestos como material poético y que en realidad distan mucho de serlo. Se trata de textos fraudulentos, porque su intención es pseudodidáctica, se proponen en formato de poema, plagados de términos generalmente de ciencias naturales, escritos en algo parecido al verso. Por ejemplo:

Verduras y Frutas
Con los verdes y las frutas
Vitaminas ya tendrás
Minerales y a Don Hierrito
A tu cuerpo le darás.
Y entonces infecciones,
Infecciones no tendrás.

Proteí­nas
A crecer ya, a crecer ya
Con nosotros lo lograrás.
Globulito Rojo ya creció
Y musculito lo acompañó.

Se vienen ya, se vienen ya
Las proteí­nas en acción
Huevo Duro y Don Poroto
No dejemos de ingerir.

La circulación de este material es una falta de respeto para los chicos y una interferencia para los que intentamos compartir el gusto por la poesí­a. Nadie que lea esos materiales creyendo que es poesí­a se hará lector de poesí­a.

Estamos tratando de asegurar el ingreso de todos en el mundo tecnológico digital, la educación fí­sica y el deporte están presentes de manera indiscutible desde hace décadas, desde hace algunos años estamos recuperando la formación cí­vica, las temáticas de género con mayor o menor presencia es algo que circula entre nosotros y en nuestras instituciones. Pero las disciplinas o los espacios de lo expresivo y lo artí­stico no tienen el debido espacio ni el debido reconocimiento ni siquiera entre profesionales de la educación. No digo el espacio de una concesión de buena voluntad, digo recordar que en los caminos del arte puede el ser humano encontrar espacios de belleza que lo compensen y lo equilibren, que le recuerden la posibilidad del despliegue emocional, la dimensión de su dignidad, la posibilidad de entender lo social e histórico a través de la mirada enriquecedora de los que han hecho camino en el arte.

¿Para qué la poesí­a?

Para dar cabida a lo afectivo, para alimentar la í­ntima búsqueda reflexiva, para proyectarnos en palabras que nos contengan. Para descubrir que el mismo lenguaje que usamos con descuido puede llegar a configurarse como arte y en ese caso brindarnos un instante de belleza. La poesí­a, además de llevarnos a recorrer espacios nuevos, nos devuelve como lectores más eficaces, como hablantes con dominio sobre un lenguaje con más matices, relieves, intensidades. Porque el lenguaje poético requiere y propicia una recepción calificada, a la que el lector llega anclando en la materialidad sonora, en los ritmos que lo magnetizan, en las asociaciones, en el aliento de la metáfora.

La poesí­a cuenta con nuestra voz como medio ideal de llegada a la sensibilidad de los chicos. La voz es una entrega, lleva en su realidad etérea parte de lo que somos. La poesí­a debe encontrarse con lo más musical de nuestra voz, con nuestro caudal sonoro, pero modulado y sutil. Su belleza frágil puede sucumbir al grito y eclipsarse con la indiferencia o el desánimo.

En el poema habita un latido, un vuelo; hay que preparar para él una campana de aire. Hay que descubrir ese vuelo y sostenerlo con nuestra voz. Aun cuando leemos en silencio la voz del poema vuela en el espacio interior hasta posarse en nuestra sensibilidad.

Leemos cuando regresamos desde el fondo del texto impregnados de un sentido que construimos entre su pulsación y nuestra sensibilidad. Leemos cuando el aire de nuestra respiración puede tocar el texto sin lesionarlo, leemos cuando nos ubicamos entre el texto y quienes nos escuchan quitando relieve a nuestro ser individual, para generar un espacio posible donde seguir significando. Cuando el fluir de nuestra voz se atempera y concibe la media voz como una intensidad y lo exacerbado como un atropello. Cuando nuestra voz pulsada con la intención de quien comparte algo luminoso, elige el plumaje adecuado para que lo poético cobre vuelo.

Retomo la idea de lo invisible, que dio pie a estas palabras que estoy compartiendo con ustedes. La idea de lo invisible es algo potente desde la sugerencia. Algo invisible no es algo inexistente, es algo que algunos ven, puede ser inquietante o tranquilizador, confiamos mucho de nuestras vidas a cosas invisibles. Pueden ser realidades acariciantes, certeras, pero siempre habrá quien pueda y quien no las pueda ver, es un misterio. Y la poesí­a es así­, y con sobradas razones, la poesí­a es arte y como tal, dice el poeta entrerriano Juan L. Ortiz, "El arte no da cuenta del mundo para hacerlo comprensible, sino para devolverle su sagrado misterio".

El niño y la luna

La luna y el niño juegan
un juego que nadie ve;
se ven sin mirarse, hablan
lengua de pura mudez.
¿Qué se dicen, qué se callan,
quién cuenta, una, dos y tres,
y quién, tres, y dos y uno
y vuelve a empezar después?
¿Quién se quedó en el espejo,
luna, para todo ver?
Está el niño alegre y solo:
la luna tiende a sus pies
nieve de la madrugada,
azul del amanecer;
en las dos caras del mundo
la que oye y la que ve,
se parte en dos el silencio,
la luz se vuelve al revés,
y sin manos, van las manos
a buscar quién sabe qué,
y en el minuto de nadie
pasa lo que nunca fue...
El niño está solo y juega
un juego que nadie ve.

(Mariano Brull)

El juego y la libertad

La poesí­a como posibilidad de transitar y apropiarse de una creación de mundo sostenido por palabras, ofrece un territorio de posibles. Un lugar de juego y complacencia, de memoria sonora, un espacio que abre los espacios interiores de cada uno. El discurso poético ofrece un tramado provocador, es un lugar donde los sentidos tienen espacio para moverse hacia otros; en el doble fondo de la metáfora tiene cabida lo desmesurado. El texto poético puede dibujar y desdibujar, armonizar y desbaratar, en un despliegue que da a lo inusitado, al espacio nuevo donde se asoma lo poético.

Nocturno

Toma y toma la llave de Roma,
porque en Roma hay una calle,
en la calle hay una casa,
en la casa hay una alcoba,
en la alcoba hay una cama,
en la cama hay una dama,
una dama enamorada,
que toma la llave,
que deja la cama,
que deja la alcoba,
que deja la casa,
que sale a la calle,
que toma una espada,
que corre en la noche,
matando al que pasa,
que vuelve a su calle,
que vuelve a su casa,
que sube a su alcoba,
que se entra en su cama,
que esconde la llave,
que esconde la espada,
quedándose Roma
sin gente que pasa,
sin muerte y sin noche,
sin llave y sin dama.

(Rafael Alberti)

Existe conexión entre la lectura de un poema y la libertad del juego individual de los pequeños; no el juego reglado sino el de proyección de lo imaginario, el que crea el niño solo con piedritas o fragmentos de juguetes, con el cordón de una zapatilla. El instante de intercambio es semejante. El niño juega con lo que tiene entre manos y esos objetos van cobrando sucesivas transformaciones y funcionando de acuerdo a lo que la imaginación proyecta. Si entran a un texto, y el texto es literario, habrá espacios que reciban lo que la imaginación del lector, que ya existe, que sabe moverse, que anda y que vuela, pueda proyectar en su juego con el texto. 

Suele haber abismos entre esos instantes de juego solitario, ese desempeño mental de los chicos y los interlocutores cercanos. Pero es muy importante para todos, y en especial para los mediadores de lectura, ser testigos de esos momentos y acompañarlos, sin afán de intervenir, cuidando de no obstruir, resguardando el momento, palpando nada más esa profundidad de creación que existe, esa aureola de significaciones en la que entran y salen los chicos situados en el fluir del aire, entre los pequeños objetos de su juego y su mundo imaginario.

Deberí­amos propiciar los momentos que permiten esta expresión natural del niño en su medio. Los chicos leen si son leí­dos, es decir, si están contenidos en la mirada del adulto que entiende, del adulto capaz de recibir sus búsquedas, sus juegos, como manifestaciones de una subjetividad que se va tejiendo en relación con su entorno. 

El desempeño imaginario abre la posibilidad de crecer en hondura de pensamiento y en pensamientos divergentes, abre camino a la creatividad que necesitarán para vivir, a veces para avanzar en su realidad social o laboral, para avanzar en el conocimiento de sí­ mismos y en los ví­nculos que establezcan.

El lector de poesí­a puede abrir un espacio para lo impredecible, lo que puede entrar a nuestro campo experiencial sin tener antecedentes. Desde la materia musical del lenguaje, desde su magnetismo sonoro, desde la circularidad de una estructura rí­tmica ronda un concepto, una mirada del mundo, un perfil no siempre contemplado de la realidad. Aquello que suma un espacio para aceptar hechos que no habí­amos concebido y que pueden enriquecer la experiencia, sacarnos de una determinada regularidad, de las excesivas estructuras con las cuales tratamos de movernos en nuestra vinculación con el mundo.

El lector de poesí­a va construyendo un territorio de apertura a lo posible donde podrá también instalar el pensamiento hipotético, la divergencia del pensamiento que pueda impulsarlo a investigar, la búsqueda creativa en respuesta a situaciones nunca antes transitadas.

La mediación

Una mediación poco alertada en lo que hace a las caracterí­sticas del encuentro entre el material poético y sus lectores puede convertirse en obstáculo para el mismo. Son frecuentes las prácticas de poslectura que proponen preguntas cuyas repuestas surgen de la superficie del texto, del plano denotativo de la significación. Los chicos, cautivos en la necesidad de responder lo señalado por las consignas, apuran la lectura hasta la tranquilidad de la respuesta y quedan sujetos a ese nivel, cuando en realidad un poema ofrece su riqueza a quien lo bucea libremente, un verso puede abrir, desde sus facetas connotativas, un espacio que convoque a construcciones de sentido singulares, un espacio donde el poeta y el lector se acerquen y hagan posible la interacción de sus subjetividades.

Vamos a escuchar el poema "El lagarto está llorando", de Federico Garcí­a Lorca. Es una interpretación, la música añade el clima de esa interpretación. Y quiero compartirlo para imaginar que nuestros alumnos han accedido a un clima parecido.

El lagarto está llorando

El lagarto está llorando. 
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta 
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer 
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo, 
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente 
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo, 
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son! 
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran. 
¡ay! ¡ay!, cómo están llorando!

(Federico Garcí­a Lorca)

Entonces, sobre la atmósfera poética creada, alguien pregunta: “¿Quiénes estaban llorando? ¿Y cuántos eran? ¿De qué color eran los delantalitos? ¿Qué se les habí­a perdido?”.

Al preguntarlo estará llamando la atención sobre la superficie textual y opacará su creación de mundo, su riqueza visual, la armoniosa animización, la casi quietud del cielo, la cercaní­a con quien mira ese cielo creado desde la palabra poética, la sensación de que solo el lector está presente ante la soledad de los que perdieron el anillo, ante su pena de lagartos.

Repertorios de preguntas, a veces larguí­simos, tan frecuentes en la escuela y que distan tanto de lo pedagógicamente valioso. Suelen están destinados a vigilar la lectura o no lectura del texto, o bien, buscan fijar algunos conceptos lingüí­sticos —con verde los sustantivos, con rojo los verbos— pero no están orientados a promover o a desarrollar la competencia literaria de los chicos. Por el contrario, pueden obturar la posibilidad de llegar a lo poético, pueden impedir el contacto con la apertura de la sugerencia, con la experiencia de la metaforización. Quien se queda anclado en buscar la respuesta en la superficie textual no puede ser encontrado por los sentidos que corren subtextualmente y que revelan siempre algo más. Quien tiene que rastrear buscando la respuesta a estas preguntas no puede hacer su camino personal de lectura, ni recibir los soplos de belleza de un poema, ni la compensación de algo creado en complicidad con su imaginario. Si el mediador, en cambio, confiere el tiempo de exploración necesario, y tutela el encuentro, otra será la suerte del lector, porque entonces leerá poesí­a con la naturalidad de quien se adentra en un bosque luminoso y probará en sí­ mismo la posibilidad del arte.

Si el docente lee y relee, si antes de leer leyó, para sí­, varias veces hasta reconocer y entender la pena de los lagartos, parecida a aquella de los niños o las niñas cuando algo querido se pierde, cuando algo pequeño y valioso desaparece, cuando algo que connotaba una unión afectiva se va por el agua y nos deja desprotegidos, encontrará la voz del decir, se hará uno con el color emotivo del poema.

Si cada lector dispone de un tiempo personal para la lectura podrá entrar en sus espacios, poblarlos con la circulación de otros sentidos, que se le irán revelando a medida que lee. Entre una y otra idea, la evocada por el poema y la creada desde la lectura, hay un mundo para ser habitado con las señas de cada uno de los lectores, hay un espacio donde proyectar el propio imaginario, con el consentimiento que sustenta el devenir de lo poético. 

Poesí­a y mercado

En el mercado, la presencia de libros de poesí­a, además de escasa suele ser engañosa. A veces se utiliza el término para referirse a textos en verso, cuya intencionalidad suele ser el humor, o a obras de carácter narrativo rimadas, válidas como material de lectura pero cuyo discurso carece de la búsqueda estética de la poesí­a. Si bien su frecuentación suma experiencia de lectura no lleva a la vivencia de lo poético ni habilita a sus lectores para facilitarles la llegada a otros libros de poesí­a.

La edición de libros de poesí­a es mucho menor en número que la de narrativa, pero es aún más preocupante que no se favorezca la circulación de los ya editados. Un buen lector de poesí­a encuentra qué leer, qué compartir, buceando en libros de poesí­a, no necesariamente publicados para niños.

En estos tiempos de disfrute de la banalidad, hay mucha oferta de libros de consumo, aportes nuevos a viejas quietudes o distorsiones paupérrimas de los clásicos. Dice Andrés Ibáñez (Madrid 1961), novelista, dramaturgo y docente:

La literatura comercial y de mero entretenimiento, cuya existencia no sólo es inevitable sino también absolutamente necesaria dentro del gran ecosistema que es la Literatura en general, está invadiendo todas las áreas del mundo editorial al tiempo que sufre un espectacular y al parecer imparable descenso de calidad y de rigor. En todas las épocas ha existido literatura de entretenimiento, que ha ido desde la basura deleznable hasta obras maestras como La isla del tesoro o La piedra lunar, pero la literatura de entretenimiento de nuestra época ha descendido, en general, hasta unos niveles de exigencia verdaderamente í­nfimos. Porque comparados con los best sellers de hoy en dí­a, los de los 60 o los 70 (obras como El padrino, de Mario Puzo; Tiburón, de Peter Benchley, o Misery, de Stephen King, dejando aparte a los grandes autores como Nabokov, Updike, Mailer o Garcí­a Márquez que también resultaron best sellers) son, en verdad, alta literatura. De modo que el problema quizá no sea exactamente la literatura de consumo, sino su decadencia. No que haya tanta literatura de consumo, sino que la literatura de consumo sea tan mala.

Pero por suerte, o por necesidad de excelencia, hay otros libros de aporte más fecundo, para otras necesidades, para quienes saben de la importancia del arte y lo necesitan para vivir. Creo que el verdadero artista confí­a en el ser humano, en su poder de superación, en la lucidez de su mirada, en su deseo de libertad, y a ese mar de posibles arroja, esperanzado, su obra. Si bien en la actualidad la mayorí­a de los intercambios apuestan a la velocidad, a lo menos extenso, a lo menos profundo, a lo poco complejo, la poesí­a necesita anidar en un espacio-tiempo diferente, que permita recalar en el terreno de la subjetividad.

Conclusión y esperanza

Los chicos y las chicas deben leer poesí­a, solos y acompañados. Es su derecho. Y pueden —sin duda— y lo hacen, utilizar recursos de lo poético en su habla o en su escritura. La lectura frecuente ofrece un caudal léxico y abre caminos para la escritura creativa. Es más, la lectura de poesí­a habilita para la escritura creativa y alguien que frecuenta la escritura creativa se vuelve ante el texto poético, un lector más calificado.

No me refiero a prácticas de escritura que procuran restringir la necesidad expresiva de los chicos a un esquema métrico como puede hacerlo un poeta. No ganamos terreno educativo si los chicos escriben en verso. Un poeta es un artí­fice de la palabra, un equilibrista del sentido; los chicos y chicas de la escuela pueden escribir textos poéticos pero las más de las veces en que son obligados a escribir en verso y con rima no rozan siquiera lo poético, y su tarea se convierte en un esfuerzo inútil para responder a una consigna fallida.

Lo poético sigue siendo misterio, no es capturable, es cuestión de escribir hasta que la respiración de lo poético aparezca y despliegue su plumaje. Tanto un poema como un buen texto narrativo surgirán como resultado de un largo camino de escritura, y cuando aparezcan lo celebraremos sabiendo que todos los intentos anteriores valieron la pena.

La palabra poética nació para abarcar parte de lo inabarcable, parte de ese mundo de las cosas y de los hechos que están cargados de lo inasible humano, de lo psí­quico y lo espiritual.

Compartimos la lectura de poesí­a para construir entre todos un ámbito donde la sugerencia nos llame hacia nuevos espacios de sentido, a imaginar trayectorias deseadas, a compartir búsquedas conjuntas, a encontrar los sentidos que nuestra realidad necesite en cada momento. El poema es un peldaño para acceder a otro espacio a elección del lector, un convite para abrir un camino que responda a alguna de sus búsquedas.

La escuela es y debe seguir siendo el lugar fundamental para la formación de lectores cada vez más calificados; hemos recuperado la lectura, queda insistir en este camino y queda mediar para que el nivel de lectura vaya superándose poco a poco, acompañando las exigencias de nuestro tiempo. Por esto hay que volver a leer poesí­a, por esto y porque el acceso de todos al arte, a la belleza, nos compensará con una sociedad capaz de encontrarse en perfiles más dignos, en realizaciones colectivas más plenas.

Nos seguiremos acompañando, maestros, bibliotecarios, mediadores, familias, en la cotidiana conciencia de la necesidad de la poesí­a como espacio vital para la subjetividad, para poner palabras a la constitución a veces paradojal, a veces desmedida, hiperbólica, de nuestro bellamente humano mundo emocional.