Un mundo de lectores: lectores para el mundo

Cristina Rebull

Desafortunadamente, no son tiempos de lectores ni de lecturas, no son tiempos de espiritualidad ni de crecimiento humano. La vida parece acelerarse y la mayorí­a de nosotros lucha por obtener resultados inmediatos. La tecnologí­a invadió nuestros hogares y son más atractivos los juegos digitales que la hoja impresa, la embriaguez de la pantalla brillante que las páginas de un libro. Un libro demanda el proceso callado de una experiencia individual donde hay que consumir ideas, conceptos; donde hay que estar dispuestos a imaginar y recrear a partir de la sensibilidad y la historia individual del lector.

Partiendo de esto, no es una tarea fácil pensar en un mundo de lectores o en lectores para el mundo. Los libros, las bibliotecas, las librerí­as empiezan a ser lugares antiguos donde hay que hacer algo que cuesta mucho trabajo: silencio. Y el silencio lleva a la introspección, a la valoración del tiempo, al recorrido interior, al encuentro con el aporte que nuestro subconsciente ofrece a la historia que estamos leyendo. Desafortunadamente, estamos ante un camino que avanza rápido hacia una especie de medioevo espiritual y solo nosotros mismos podemos detener esa escalada hacia la falta de compasión por el otro, la injusticia y la intolerancia.

Leer no es cosa de estos tiempos porque a través de la lectura se abre la mente, se estimula el pensamiento, se crean criterios propios, se aprende a comprender al semejante”. Siempre será más fácil convencer de una idea a una masa inculta y enajenada que a hombres y mujeres interactivos y pensantes. Y esos son los tiempos que corren. Más que abrir un libro, las fuerzas de poder salen corriendo a cerrarlo para que las ideas no obstaculicen la formación y el perfeccionamiento de personas que no son capaces de conmoverse con un atardecer y, mucho menos, que se interesen por saber quiénes son Hansel y Grettel.

Por eso es tan difí­cil la tarea. A quién puede interesarle que un dragón vuele, a no ser que ese dragón salga de una pantalla de 3D, destroce una ciudad, esté a punto de acabar con el mundo y termine con una ojiva nuclear en la cabeza. Si a esto se le suman sangre y cuerpo despedazados, aún mejor. Pero si el dragón es bueno y tiene amigos y ayuda a sembrar el árbol de la esperanza y salva un bosque, y todos esto está en páginas que invitan a recrear la historia a través de la imaginación del lector, el asunto se torna difí­cil.

De los escritores, padres y maestros dependerá que nuestros niños y jóvenes de hoy, adultos de mañana, se permitan la fragilidad ante la belleza, la necesidad de consumir literatura, música y arte, en general, que se permitan alimentar el alma para que no se endurezca y la vida no se muera en vida. Como dirí­a Federico Garcí­a Lorca en Bodas de sangre, en la voz de los leñadores: “Hay que seguir el camino de la sangre... Pero sangre que ve la luz se la bebe la tierra... ¿Y qué? Vale más ser un muerto desangrado que con ella podrida”.

Desde hace algún tiempo sospecho que estamos en un punto muy peligroso de la humanidad. Los niños y jóvenes juegan a matar a través de los juegos digitales. Escogen qué armas usar, qué tipo de muerte desean para su contrincante. La muerte empieza a convertirse en algo cotidiano que le sucede a otro, que no tiene consecuencias, que pertenece a un juego de acción, y lo peor, ¿a quién le importa? Esa muerte se ejecuta a través de botones que cada vez son más fáciles de accionar. Y en medio de todo eso, tratan de sobrevivir los libros. Conste que no estoy en contra de la tecnologí­a ni los juegos digitales. Pero se están perdiendo la capacidad de comunicación, la empatí­a, la solidaridad, el amor incondicional, la imposibilidad de asistir al cultivo de la sensibilidad, elementos que, por el contrario, sí­ produce la lectura de un buen libro.

Soy profesora de actuación y sé cómo llegan mis estudiantes el primer dí­a de clases: cerrados, lleno de barreras defensivas, preocupados por el qué piensan de ellos, temerosos de ser juzgados, asustados ante la inminencia de lo que corresponde para aprender a pararse en un escenario: abrir el alma y reconocer el Yo real, no el que quisiéramos ser ni el que pretendemos que somos. Llegan necesitados de que alguien les reafirme que estudiar personajes y escritores no es cosa de locos ni deprimidos. Y lo peor, la mayorí­a de las veces no saben ni quién es Lady Macbeth, por lo tanto no saben quién es Shakespeare. Y estamos hablando de jóvenes interesados en el teatro. No vamos a hablar de los que tienen como misión en la vida hacer dinero a toda costa.

En estos tiempos es urgente la creación de historias que inviten al crecimiento interior, que conmuevan, que ayuden al niño y al joven a establecer un paralelo entre su vida y la historia propuesta. Una creación literaria que ofrezca herramientas para resolver situaciones individuales y familiares, una creación literaria que ofrezca respuestas humanas, sin censura, y que estas respuestas vengan como se presenta la vida misma: con pinceladas de humor, de dramatismo, con toques de vivencias verdaderas, con fantasí­a, sueños y esperanzas. No hablarle de la existencia de la muerte a un niño, o de la posibilidad de que otro niño tenga dos papás o dos mamás, es estar de espaldas a la realidad. No inspirarlos a través del vuelo de lo irreal es ponerle fronteras a la imaginación. Para que hoy existan aviones, primero hubo que dibujarlos en un papel, a la luz de una vela, pues ni siquiera existí­a la electricidad.

A través de la literatura la experiencia humana debe llegar de manera viva, inteligente, atractiva y no estar contaminada por el ego intelectual del escritor. Lo importante es que el autor se comprometa con la misión humana que está transmitiendo, con la experiencia de vida convertida en resultado artí­stico, a través del realismo o la fantasí­a. En cualquier caso, hay que escribir desde el corazón, únicamente así­ se toca el corazón del otro, de ese niño o ese joven.

Creo que estamos a tiempo. Pero hay que apurarse y recordarle a nuestros jóvenes que ser frágil no es ser débil, que el respeto por el otro es un acto de respeto a sí­ mismo, que echar a volar la imaginación no tiene precio, que la solidaridad y la compasión son prendas del ser humano, que lo más valioso que tenemos es el tiempo y que utilizarlo bien es un acto de inteligencia. Que el tiempo no se puede comprar, solo se puede aprovechar.

Por último, quiero decir que estoy segura de que dentro de algunos años, quizás cuando ninguno de nosotros esté aquí­, los libros serán cada vez más solicitados e imprescindibles para la vida. En esta época digital todo está guardado en nubes intangibles: documentos, fotos, cuentas de banco; la vida entera está guardada en esas nubes digitales que flotan quién sabe donde. Si un dí­a la nube se desconecta nos quedaremos sin nada; con ella se irán los rostros de nuestros seres queridos, las cartas que escribimos, la memoria visual de casi todos nuestros recuerdos... hasta el nuevo libro que empezamos. En ese momento, la letra impresa, los álbumes antiguos de fotos familiares, las recetas de cocina escritas con letra palmer por la abuela serán un lujo en nuestras vidas, tendrán un valor incalculable, el valor incalculable que otorgan la historia, la experiencia guardada en el inconsciente colectivo, la voz del juglar que recrea episodios de pueblo en pueblo, el sabor delicioso de las cosas imperecederas. Si algún mal dí­a se apagan todas las computadoras, se oscurecen los celulares, se detienen los radares, en medio de ese silencio inesperado quedarán los libros impresos guardando la historia del mundo. Si ese dí­a llega, gracias a los libros, un niño de esa época podrá leer los cuentos de los hermanos Grimm y andar el bosque de la mano de Hansel y Grettel.

De todos nosotros depende la existencia de un mundo de lectores: lectores para el mundo.

Niños y jóvenes lectores garantizan futuros adultos lectores. Madres y padres que, a su vez, transmitirán a sus hijos la importancia de consumir una buena historia, la delicia que se experimenta al disfrutar de ese silencio lleno de palabras, la maravilla de quedarse atento a esa aparente soledad repleta de personajes.

 

(Texto leí­do en el III Seminario de Literatura Infantil y Lectura, organizado por Fundación Cuatrogatos y la Feria del Libro de Miami, noviembre de 2016).

Puesto en línea en diciembre de 2016.