Ilustración de Jessie Willcox Smith (1863-1935).
  • Ilustración de Jessie Willcox Smith (1863-1935).

Las emociones en el aprendizaje lector

Francisco Leal Quevedo

Cuando mi padre me leí­a, yo me recostaba sobre él y me volví­a parte de su pecho o de sus brazos. Y yo creo que los niños que son abrazados y sentados en las piernas deliciosamente acariciados siempre asociarán la lectura con los cuerpos de sus padres. Y eso siempre te hará lector. Porque ese perfume, esa conexión sensorial dura para toda la vida.

Al fin y al cabo somos animales. Si observamos a los cachorros, veremos que necesitan ser lamidos para sobrevivir. Pues bien, nosotros también necesitamos ser lamidos para sobrevivir. La lectura se convierte, de alguna manera en un “lamido”. Cuando no solo oyes un cuento entrañable, sino que además estás apretado por la persona más importante para ti en el mundo, la conexión que se establece no puede disolverse. (1)

Todos nosotros trabajamos de diferentes maneras para lograr que nuestros hijos y los hijos de otros sean buenos lectores. Estamos convencidos de la importancia de lograrlo pues les va a traer mayor, entre otros múltiples beneficios, felicidad a sus vidas. Y para ello debemos apoyarnos en el anclaje emocional que tienen las palabras.

Comencemos por valorar justamente las emociones. Durante mucho tiempo, en especial desde la Ilustración, la cultura habí­a puesto las emociones en un segundo plano, detrás de los llamados pensamientos. El aspecto sensible era patrimonio de los artistas y poetas, no de los pensadores. En cambio, el pensamiento, como elemento organizador de la existencia era visto como una función prioritaria, frí­a, objetiva, imparcial, ojalá totalmente alejada del calor de la emoción. En las últimas décadas asistimos a un progresivo empoderamiento de las emociones por el ser humano. Nos interesan a todos, sabemos que son los colores de la vida, pero además ahora conocemos que son el paisaje del pensamiento. No solo son inseparables sino que se estructuran de forma simbiótica.

Las emociones tienen su sede principal en una parte antigua de nuestro cerebro, en las estructuras denominadas “cerebro reptiliano” y cumplen una función primaria y fundamental en la supervivencia. Las partes destinadas al trabajo cognitivo son muy recientes y han sido construidas evolutivamente precisamente sobre las mismas estructuras reptilianas. No es posible separar emociones y raciocinio. “Las emociones son el paisaje del pensamiento”, los pensamientos tienen siempre un paisaje afectivo que los rodea y los explica. (2)

Igual ocurre con las palabras, son la expresión del pensamiento, pero nacen en el nido tibio de las emociones. Las palabras surgen con emociones pegadas a ellas y las dos permanecen unidas el resto de la vida, en especial aquellas que fueron instrumento de nuestro descubrimiento del mundo.

La infancia es aquella época de la vida en la que nacen las emociones y las palabras. Pero las emociones lo hicieron primero. Esta historia de emociones y palabras inseparables comenzó tempranamente. Nuestras emociones ya nos acompañaban, en la quizás única Edad de oro, nuestra estancia en el útero. Las palabras, las voces, los sonidos, trajeron a nuestro interior la realidad exterior. Las voces traí­an hasta nuestro tibio escondite, tras su velo de agua, la sensación de que allá afuera habí­a algo. Mi oí­do podí­a percibir los sonidos procedentes del cuerpo de mi madre o del exterior desde la semana 16ª, al inicio confusos, luego cada vez mejor, hasta ser bastante precisos hacia el sexto mes. Así­ empezamos a leer el mundo y nos dimos cuenta de que no estábamos solos, que algo más habí­a además de nosotros, que algo estaba pasando afuera.

Luego, en los primeros meses de nuestra llegada a la luz empezamos a descubrir el lenguaje. Hablábamos con balbuceos, con el llanto. Nuestro llanto era también palabra. Decí­a “mamá” y pronto aparecí­a y con ella su tibio seno, que olí­a a ella, que sabí­a a ella. Inventamos luego unas pocas palabras. Pocas pero poderosas. Nombrábamos algo que estaba distante y aparecí­a cerca. Esa es una de las caracterí­sticas de la magia: la acción a distancia. Como si la hubiéramos apresado con una red invisible y quedara a nuestro alcance. Algo de ese convencimiento de las palabras como magia persiste el resto de nuestra vida. Ahora al oí­r los relatos retorna esa misma sensación, vuelve la magia. Por eso, de niño y luego de adulto, entiendo tan bien el poder de un conjuro. Todo es posible desde entonces con las palabras.

Las primeras experiencias que tuvimos con las palabras estuvieron siempre acompañadas de emociones. Y desde entonces son inseparables de ellas. Así­ en esa época intrauterina empezamos a leer el mundo. Y luego, cuando llegamos al mundo visible, comenzamos a leer rostros, sonrisas, gritos, llantos. Y más tarde esos signos negros sobre hojas blancas, todo fue una lí­nea continua. Freire solí­a decir que leer libros es solo una parte especializada de esa labor más amplia: leer el mundo.

Evidentemente entendemos por leer la búsqueda de sentido. El hombre busca sentido desde siempre, es una de sus necesidades fundamentales. (3) Buscar sentido es tratar de armar el rompecabezas de las sensaciones y pensamientos, que son fragmentos que nos informan del mundo. Creo que la permanente búsqueda de sentido es una expresión de territorialidad. Todo ser vivo necesita su terreno, su hábitat. Nos relacionamos con nuestro entorno inmediato, del cual dependemos, lo leemos. Cuando entendemos una situación ello nos proporciona satisfacción. La satisfacción de las necesidades trae una gratificación. Leer el mundo es una emoción profundamente grata.

Nacemos con dos conductas en apariencia contradictorias: la conducta del apego y la conducta exploratoria. Nacemos con una clarí­sima necesidad afectiva: somos seres que necesitamos ser amados, por ello nos apegamos a las figuras tutelares de crianza. Este apego es indispensable para sobrevivir, para medrar. Pero también desde que salimos del útero queremos saber. Nacemos siendo potenciales lectores de la vida. (4) Los cuentos no solo satisfacen la necesidad afectiva del apego, sino también propician el desarrollo de la conducta exploratoria. Los cuentos ayudan a los niños a comprender el mundo y a comprenderse a si mismos, a entender la vida y a construir su identidad simultáneamente.

Nuestra vida consciente, que puede vestirse de pensamiento, es apenas un pequeña isla sobre todo un continente subterráneo que es la vida inconsciente, que se traduce en emociones. Es indestructible el anclaje del pensamiento en la emocionalidad.

Los lazos afectivos asociados a la lectura del mundo y de los libros son: cercaní­a fí­sica, sentimientos compartidos, tiempo especial de particular dedicación. El placer que siente un niño cuando alguien le lee un cuento, o cuando él mismo lee es la emoción de descifrar el mundo. Leer es la confrontación y posterior mezcla del texto explí­cito y el texto implí­cito. En el texto explí­cito que leemos, estamos leyendo también el texto implí­cito. “La lectura es un proceso mediante el cual la información del texto y los conocimientos del lector trabajan conjuntamente para producir significado.” (5) Nuestro texto explí­cito son las palabras que nos llegan, nuestro texto implí­cito es en gran parte emocional, basado en nuestras experiencias lectoras previas y la emoción que las acompaña. Por ello leer será siempre una aventura personal, cada uno apropiará el texto explí­cito de manera original y única porque nuestro texto implí­cito: las emociones y las experiencias previas, lo complementan formando una unidad.

Las palabras de las que están construidos los cuentos son palabras afectivas. Cuando le hablamos a un niño, cuando le leemos no solo le traspasamos información sino, y principalmente, nuestros afectos, nuestra visión de mundo.

Leer es un acto amoroso que nos permite ver con nuestros ojos pero también nos posibilitan ir más allá de donde ven los ojos. Por ello la lectura en voz alta es la mejor estrategia para crear una costumbre lectora, para crear puentes afectivos y pensamiento con los niños.

Por mi oficio de pediatra con frecuencia veo niños comenzando a hablar. Creo que para el sujeto que está lográndolo debe ser uno de los momentos más emocionantes de la vida entera. Se lee el mundo porque estamos hechos para eso. Leemos para aprender a descifrar. El infante (Del latin infans, antis: mudo, el que aún no habla) se convierte en hablante, se hace miembro de la cofradí­a del lenguaje.

En la infancia aparece el discurso con su poder comunicativo y de dominio. Darle nombre a las cosas es una forma de dominio sobre ellas. Nombrar es apresar un poco el mundo, decí­a Julio Cortázar. “Se lee porque es delicioso leer. Es delicioso leer porque esas son las alas que nos dio la vida a los humanos para que también nosotros, como los pájaros, podamos volar”. (6)

Aunque no existen dogmas en la Literatura infantil y juvenil, lo que más se acerca a serlo es la necesidad del final feliz. El final feliz aporta no solo una opción moral sino, algo muy importante, una opción amorosa.

Cuando llegamos a la edad “escatológica” nombrar las realidades sicalí­pticas nos produce una extraña emoción. Se dice por ejemplo que las llamadas “malas palabras”, groserí­as, nacidas precisamente en esa época, hacen que ciertas palabras se carguen de emocionalidad. Generalmente cuando aprendemos una segunda lengua, las malas palabras no son tan atractivas, a menos que logremos transferirles la emocionalidad que las acompaña en la lengua materna.

A pesar de la importancia de las experiencias emocionales ligadas a las palabras sobre las costumbres lectoras posteriores, somos profundamente ignorantes de las condiciones requeridas para que sea grato el descubrimiento del mundo y las palabras que lo expresan. Mientras no descifremos ese mundo afectivo de los primeros contenidos nos será muy difí­cil hacer lector a un no lector. Pero es un campo muy promisorio para el aprendizaje lector.

 

Notas:

1. Maurice Sendak. Entrevista al autor en Home Arts. Internet. Citado por Yolanda Reyes en "Yo no leo, alguien me lee”¦me descifra y escribe por mi”. Lecturas sobre Lecturas/5. México 2003.
2. Martha C. Nussbaum. Paisajes del pensamiento. Paidos. Madrid 2008.
3. Victor Frank. El hombre en busca de sentido. Herder. Barcelona 2004.
4. Paco Abril. "La literatura infantil desde antes de la cuna". Lecturas sobre Lecturas/5 México 2003.
5. Comisión Especial de Educación. EE.UU. 1985. Citado por Ileana Seda. "Los lectores y escritores se hacen desde la cuna". Lecturas sobre lecturas/7 , Conaculta. México 2003.
6. Adelaida Nieto. "Mañana es tarde para las niñas y para los niños". Lecturas sobre lecturas/7 , Conaculta. México 2003.