Ilustración de J.R.R. Tolkien
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John Ronald Reuel Tolkien: de su vida, cosmogoní­a e ideologí­a 

Esteban Valentino

¿Cuándo empieza un hombre? ¿Cuándo empieza la obra que lo justifica, que lo hace perdurable frente a los demás y por lo tanto la parte medular de su vida? Es posible pensar que tendrá más de un comienzo, que la vida de los hombres empieza muchas veces y que la de los creadores se multiplica con los varios comienzos de su obra. En el caso concreto de Tolkien vamos a centrarnos en cuatro comienzos diferentes: cuando empezó su apellido, cuándo John vino al mundo, cuando dio comienzo a su cosmogoní­a y cuando escribió en el margen de un examen olvidable la frase inicial de su primera novela. 

Empecemos por el apellido. Deriva de dos voces alemanas que fueron reunidas en honor a un lejano antepasado suyo particularmente osado. Cuenta la leyenda familiar que en cierta oportunidad, en el siglo XVI, el archiduque de Austria marchó contra los turcos que se habí­an acercado hasta sus territorios. De pronto, de las filas austrí­acas se desprendió un caballero para arrimarse hasta las filas sarracenas y ante el asombro de todos arrebató el estandarte del sultán y regresó hasta su posición inicial. El caballero fue premiado con el apodo de temerario, voz que en alemán se da como resultado de la unión de dos palabras, toll, que significa “loco” y khun que significa “valiente”. El apellido de los descendientes de aquel fiel servidor del archiduque quedó entonces Tollkhun, los temerarios. En el siglo XVIII un miembro de la familia emigró a Inglaterra y años más tarde asimiló su apellido a la escritura inglesa, para evitar una de las tantas persecuciones antialemanas que vivió Gran Bretaña, y quedó Tolkien. En cuanto a sus tres nombres de pila, el más significativo es Reuel, que viene de regalo en todos los miembros varones de la familia. Es un nombre que deriva del hebreo y que significa “Dios es tu amigo”. Tomando en cuenta que el futuro escritor se harí­a famoso creando personajes en los que el valor se presenta casi como una necesidad vital y que además hizo de su catolicismo su postura ideológica central, su nombre aparece como bastante anticipatorio.

John Ronald Reuel Tolkien nace el 3 de enero de 1892 en Bloemfontein, la capital del Estado Libre de Orange, en Sudáfrica, del matrimonio de Arthur Reuel Tolkien, empleado bancario que habí­a dejado Inglaterra por motivos de trabajo y Mabel Suffield, que ya habí­a pisado tierras africanas como misionera. Este origen sudafricano ¿influyó en algunos elementos de su obra posterior? Como muchas cosas, esta también puede ser arduamente discutida. No olvidemos que John vio la luz en un territorio que luego darí­a origen al apartheid, la separación de los negros por considerarlos humanamente inferiores. Es verdad que vivió apenas dos años en Sudáfrica, pero también es cierto que ese lugar de residencia fue la elección de sus padres y que el lugar de nacimiento siempre deja algún tipo de marca en nosotros. Vamos a volver sobre este punto cuando hablemos de los paradigmas ideológicos que se enfrentan en sus obras y los fenotipos fí­sicos que representan unos y otros. ¿Es casual que la mayorí­a de los enemigos de la vida y de la paz sean de tez oscura cuando no directamente negros? Va a ser uno de los temas de debate.

En 1894 nace su hermano Hilary, pero los chicos parecen no acostumbrarse a la falta de humedad del clima sudafricano y ese mismo año regresan con su madre a Inglaterra. No volverí­an a ver al padre, que morirí­a dos años más tarde como resultado de una complicación de la fiebre reumática que lo aquejaba.

Mabel se instala con sus hijos en Sarehole, un pueblito de clásicos campesinos ingleses, conservadores, enemigos de cualquier cosa que huela a novedosa y fuertemente xenófobos, es decir, la Inglaterra eterna que Tolkien pregonará toda su vida y que da origen a la más célebre de sus creaciones: los hobbits.

Al empezar el siglo, Mabel va a tomar una decisión que influirá fuertemente en el futuro de John. Ella y su hermana Mary provení­an de una familia anglicana hasta la médula. En junio de 1900 se convierten al catolicismo. La familia deja Sarehole, se instala en Moseley y la madre comienza a preparar a su hijo mayor en latí­n, griego, matemáticas y literatura, disconforme con el nivel de las escuelas disponibles. Volvamos a las repercusiones de esta determinación de la madre en la vida y la obra de Tolkien. También lo debatiremos, pero a priori puedo adelantar que si es discutible que su origen sudafricano determine el color de piel de sus malvados, me parece evidente que su catolicismo tendrá una marcada impronta en toda su cosmogoní­a. De hecho, el catolicismo será motivo de las controversias más enconadas con su amigo C.S. Lewis, el renombrado autor de las Crónicas de Narnia.

En 1903 obtiene una beca en el King Edward, donde conoce a una figura clave para su vida futura, el padre Francis, sacerdote católico. Pero las noticias desdichadas no se detienen. En 1904 se le diagnostica diabetes a la madre, enfermedad mortal en esos tiempo. Como Mabel no quiere que sus hijos queden al cuidado de sus abuelos protestantes, intenta —y lo consigue— que el padre Francis se convierta en el tutor de los chicos. La muerte de la madre en 1905 consigue que John se vuelque decididamente al catolicismo que ella habí­a abrazado al final de su vida. En estos años vive un gran acercamiento al idioma galés y a la cultura anglosajona, que tendrán una importante presencia en su obra. Esta fascinación tiene su explicación y su sedimento. Por un lado, buena parte de los nombres que recorren sus distintas sagas son de influencia galesa. En cuanto al mundo anglosajón, su inclinación es bastante lógica. Tolkien abominaba de la cultura normanda, que se instaló en Inglaterra tras la batalla de Hastings en 1066, con la victoria de Guillermo el conquistador. Para Tolkien, la primera resistencia de los ingleses fue la persistencia de su idioma, en una época en la que todos los hombres que querí­an tener alguna significación social hablaban francés. Pero, además, la Inglaterra normanda es la que conoció y sufrió el mundo posterior —incluyendo Argentina— es decir la Inglaterra marí­tima y conquistadora. La Inglaterra anglosajona que añoraba y admiraba Tolkien es la Inglaterra agraria, campesina, conservadora y fuertemente aferrada a la tierra, que es la que usará como molde para su Comarca. En esos años se produjo su primer contacto con dos obras que lo acompañarán toda la vida, el Beowulf y Sir Gawain y el Caballero verde.

En 1908 empieza a vivir su particular Romeo y Julieta de su delicadamente aborrecido Shakespeare. Conoce a Edith Mary Bratt, pero ni el padre Francis ni la familia de ella permiten esa relación porque ella es anglicana y son obligados a separarse. Ingresa a Oxford para iniciar la práctica de dos de sus pasiones: el rugby y, sobre todo, la filologí­a, y toma contacto con dos de las fuentes básicas de su mitologí­a privada, el Kalevala, la obra fundacional de la mitologí­a finlandesa, y las Eddas, recopilación de los mitos y leyendas de Islandia.

En 1915 obtiene su tí­tulo y de inmediato se enrola en los fusileros de Lancarshire para marchar a los combates de la Primera Guerra Mundial. Antes de la partida se reencuentra con Edith y se casan por el rito católico, con ella convertida. Casi no entra en combate. Enferma enseguida de fiebre de las trincheras, enfermedad propagada por los piojos, y vuelve a Inglaterra. En 1917, todaví­a de licencia, empieza a escribir Los cuentos perdidos de la Tierra Media, que se transformarán en el corpus original del "Quenta Silmarillion". Viven en un campamento militar donde está alojado Tolkien y en los campos cercanos donde pasean, ella baila y canta para él bajo los árboles. De esa reiterada escena él tomará el comienzo de la historia de Beren y Luthien, uno de los núcleos lí­ricos de El Silmarillion. Hay que recordar que los núcleos lí­ricos son núcleos temáticos recurrentes en la tradición oral, en las literaturas antiguas o en la propia experiencia interior.

En 1918 comienza su relación con el mundo académico al debutar como profesor de Literatura Inglesa en la que será una suerte de segundo hogar: la Universidad de Oxford. En 1924 nace su primer hijo, Christopher, que será su principal compilador y comentarista. Termina “El libro de los cuentos perdidos”, rebautizado como El Silmarillion, aunque no lo editará nunca, texto al que de todos modos le irá haciendo sucesivas transformaciones hasta su muerte. En 1925 se hace cargo de la cátedra de Anglosajón, algo mucho más cercano a su interés. Funda, junto a otros intelectuales de la ciudad, el Coalbiter (los Mercaderes de Carbón), nombre que dan los islandeses a los hombres taciturnos que se sientan junto al fuego, con la pretensión de traducir y disfrutar de las leyendas nórdicas. Hay que tener en cuenta que el hombre a los 20 años ya leí­a el Kalevala en finés.

Al año siguiente se produce otro encuentro clave en su vida. Conoce a C.S. Lewis, en esa etapa de su vida un creyente escéptico pero que, tras largas charlas con Tolkien, se convierte en un católico militante. En 1928 empieza a redactar los primeros manuscritos de lo que será El hobbit. En 1931 funda otro club mí­tico, The Inklings (Los Indicios) con otros escritores católicos y conservadores como él en una ciudad que morí­a por el anglicanismo y por las novedades que traí­a el racionalismo cientificista. En esos años, la fe ocupa un espacio central en su vida. La liturgia es el camino para comunicarse con Dios, y esta comunicación debe hacerse diariamente. Algunas cartas mencionan la posibilidad de realizar cuestionamientos a ciertas actitudes de la Iglesia como institución, pero jamás ese cuestionamiento puede llegar hasta el apartamiento de ella porque abandonarla es abandonar a Dios.

En 1934 inicia sus estudios profundos sobre Beowulf, el poema clásico de la literatura nórdica escrito en sajón en verso aliterativo, anisosilábico (partido en dos mitades con dos sí­labas con acentos dominantes), verso que el propio Tolkien suele utilizar en sus poemas. El poema relata las hazañas del prí­ncipe escandinavo Beowulf, quien libera a los daneses de un monstruo gigantesco y muy poderoso llamado Grendel. Años más tarde, ya rey de su paí­s natal, enfrenta a un enorme dragón al que mata, pero él mismo muere en el combate. Igual que El Señor de los Anillos, Beowulf fusiona elementos de la mitologí­a pagana con el cristianismo, pero en ninguno de los dos textos se menciona para nada a Cristo o al cristianismo. La peripecia deja en claro la postura filosófica que señala que el hombre se hace mejor ante la adversidad, idea que retomará luego Sartre y el existencialismo con su idea de las situaciones lí­mite. 

De esta época data una anécdota realmente curiosa. En una de las reuniones de The Inklings, Tolkien lee su poerma Errantly (Errabundo) y a partir de entonces empieza a circular en forma oral por distintos ámbitos académicos hasta que regresa a él como un poema anónimo con las deformaciones que la literatura oral suele incluir en los textos escritos. Vamos a leer este poema (pág. 42, LATB).

Termina El hobbit, que publica en la editorial de Stanley Unwin y que agota la primera edición en pocas semanas, cosa que también ocurre en Estados Unidos. El éxito de esta primera experiencia novelesca de Tolkien lleva al editor a pedirle una continuación. Tolkien acepta, pero a los pocos meses le comunica a su editor que la historia se le ha ido de las manos, que la pretendida continuación se ha convertido sin duda en una historia mucho más larga y compleja, y que por lo tanto la finalización del manuscrito le llevará algo más de tiempo. En los hechos le llevó más de diez años y se trata, por supuesto, de El Señor de los Anillos.

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