Marina Colasanti
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Cuentos de hadas, historias de mujeres. Revalorización del cuento de hadas en Marina Colasanti

Pilar Muñoz Lascano

Introducción

¿Cuentos de hadas en las puertas del siglo XXI? ¿Cuentos de hadas en la era de la inmediatez digital? ¿Escribir y leer cuentos de hadas en la era de los blogs? Si bien a simple vista parece incompatible una estructura de relato tan antigua como el hombre y la última tecnologí­a desarrollada por y para el ser humano, una lectura crí­tica —y placentera— de los cuentos de Marina Colasanti nos permitirá pensar que sí­ es posible.

La mirada con que esta autora brasileña aborda los cuentos de hadas nos permite estudiar su visión dentro de una ética ligada a la importancia de narrar y escuchar relatos, y a la relevancia de las historias maravillosas con o sin final feliz. Al mismo tiempo, reflexionaremos sobre el particular lugar que se le otorga a la mujer en la historia. Y cuando decimos historia es válido desplegar la polisemia de la palabra ya que para esta escritora las mujeres muchas veces desempañan un rol fundamental en el relato y siempre lo hacen al narrar, dado que históricamente muchas madres y abuelas contaron, el relato trasciende con voz de mujer.

De hadas, palabras y mujeres, y de mujeres hadas

En los cuentos maravillosos, lo imaginario aparece en imágenes primordiales, también llamadas imago princeps o motivos. Stith Thompson (1), al estudiar el cuento popular, definió el motivo como el elemento más pequeño con poder para persistir en la tradición. Ana Garralón señala que se trata de “imágenes persistentes, partí­culas de gran fuerza que se imprimen en la psiquis, en la emoción y en la memoria del receptor del cuento” (2) y también indica que “como realidad literaria, son ambiguas, plurivalentes, es decir, poéticas, simbólicas”. (3)

En varios de los cuentos incluidos en Entre la espada y la rosa (4) y de Lejos como mi querer y otros cuentos (5) es posible hallar, al menos, un motivo. En el cuento “Entre la espada y la rosa”, la imagen primordial son las lágrimas de la princesa acompañadas de las súplicas a su cuerpo y a su mente, ya que por medio de ellas la princesa logra el encantamiento sobre sí­ misma y evita así­ un matrimonio que no desea; y luego es también a través de las lágrimas y los ruegos que lo deshace y logra casarse con el hombre que sí­ ama. En “Una voz entre los arbustos” las imago princeps son el silencio y, a la vez, la voz de la princesa porque a través de ambos la protagonista seduce y encanta al rey. En “Como un collar” podemos pensar que el motivo lo aportan las perlas dado que son, por un lado, las que hilvanan la historia y, por otra parte, las que se hilvanan alrededor del cuello de la protagonista muerta en el final del relato. El canto de la pescadora que atrae a los peces es la imago princeps en “Un cantar de mar y viento”, y también podemos pensar que lo son los peces y el delfí­n (que en reiteradas oportunidades le salvan la vida a la protagonista), la llave y el anillo de oro y el cuadro del joven que en sueños se deja conocer. En “Lejos como mi querer” el motivo es la cabeza del hombre amado que, sin ser más que solo una parte del cuerpo, puede hablarle a la princesa y se convierte, para ella, en objeto de adoración y lucha.

Además de definir el motivo, Stith Thompson señala que pueden ser de tres clases y en una de ellas, los personajes, incluye a los dioses. De este modo, podemos pensar que la imagen primordial de “Con su voz de mujer” es el dios devenido mujer en la tierra. Pero también es posible contemplar como tal a las palabras porque es a través de ellas que la protagonista se convierte en heroí­na al combatir el tedio narrando, como si se tratase de palabras mágicas que producen un encantamiento: la escucha y la ensoñación. Así­, son estas palabras, encantadoras, las que entretienen durante el relato nocturno y, con sus reminiscencias, durante el dí­a:

Ahora, durante el dí­a, mientras araban, martillaban, mientras alzaban el hacha, los hombres recordaban las historias que habí­an oí­do en la noche, y tení­an la impresión de que también navegaban, volaban, cabalgando relámpagos y nubes como aquellos personajes. Y las mujeres extendí­an las sábanas como si armaran tiendas, reprendí­an el perro como si domaran leones, y al atizar el fuego lanceaban dragones. Hasta el pastor con sus ovejas no estaba ya solo, y las ovejas eran su legión.

Los hombres sonreí­an al hacer sus labores, las mujeres cantaban y hací­an amplios gestos con sus brazos, y los niños corrí­an y daban volteretas, temblando de placer. El tedio habí­a desaparecido. (“Con su voz de mujer”)

Creemos pertinente señalar que la palabra, de algún modo, está involucrada en los motivos de los seis cuentos analizados. Son el silencio y la voz los que seducen al rey en “Una voz entre los arbustos”, son las súplicas de la princesa a su cuerpo y a su mente lo que hace y deshace el encantamiento en “Entre la espada y la rosa” y la pescadora hechiza con su canto en “Un cantar de mar y viento”, así­ como la cabeza habla en “Lejos como mi querer”. La mujer dios de “Con su voz de mujer”, hilvana palabras mágicas para entretener como las perlas hilvanan para construir el relato en “Como un collar”. Canto y habla, voz y silencio; palabras presentes, ausencia de palabras; seducción, encantamiento, maravilla. Relato hilvanado con palabras, relato hilvanado con perlas; hilván, trama, tejido. Seducir con la voz, encantar con las palabras, maravillar con el relato. Narrar. Podemos observar en este cúmulo de motivos una sí­ntesis de la relevancia que tiene la narración en la poética de la autora, importancia señalada por ella misma:

Los seres humanos necesitan narrar. No para distraerse, no como una forma lúdica de relacionarse, sino para alimentar y estructurar al espí­ritu, tal como la comida alimenta y estructura al cuerpo. (“En busca del mapa de la mina: pensando en la formación de lectores”)

No caben dudas de que para Marina Colasanti narrar es vital pero, además, el relato es un puente:

El relato no sólo funciona como un intermediario entre nosotros y el mundo. También es mediador entre nosotros y nosotros mismos, entre aquello que es en nosotros consciencia, razón, control, y aquello que es sentimiento, inconsciente, impulso.

El relato nos acerca a aquello que desconocemos.

Y la necesidad de esa aproximación hace de todos nosotros narradores y oyentes. (“En busca del mapa de la mina: pensando en la formación de lectores”)

En este sentido, podemos pensar que no es casual que las palabras entramadas, el relato, el narrar analizados como motivos en estos cuentos, no son azarosos sino un fiel testimonio de los conceptos de relato y narración que predica la autora.

Por otra parte, cada protagonista puede ser identificada con un atributo que llamaremos valor. Se trata de una caracterí­stica que pondera el desempeño de la mujer en la historia, es decir, es una cualidad que la diferencia positivamente, y la eleva por sobre el grupo que la rodea. El siguiente cuadro sintetiza el valor que analizaremos en cada cuento.

CUENTO — VALOR
“Entre la espada y la rosa” — valiente
“Una voz entre los arbustos” — astuta
“Como un collar” — sabia
“Un cantar de mar y viento” — superior
“Lejos como mi querer” — audaz
“Con su voz de mujer” — narradora

En las primeras lí­neas de “Entre la espada y la rosa” el lector descubre que la princesa está regida por la ley de su padre, el rey. De este modo, la mujer está supeditada a órdenes e intereses masculinos, ese es su lugar:

¿Cuál es la hora de casarse sino aquella en que el corazón dice "quiero"? La hora que el padre escoge. Eso descubrió la princesa la tarde en que el rey mandó llamarla y, sin rodeos, le dijo que habiendo decidido hacer alianza con el pueblo de las fronteras del norte, habí­a prometido darla en matrimonio a su jefe. Si era viejo y feo, ¿qué importancia tení­a eso ante los soldados que traerí­a al Reino, las ovejas que pondrí­a en los pastos y las monedas que vaciarí­a en los cofres? (“Entre la espada y la rosa”)

Pero la protagonista de este cuento pronto comienza a moldear su destino. Si bien es cierto que el hechizo es causado por su llanto y por sus súplicas:

De vuelta en su cuarto, la princesa derramó más lágrimas de las que creí­a tener para llorar. Hecha un ovillo en la cama, ahogada en sollozos, imploró a su cuerpo, a su mente, que le hicieran encontrar una solución para escapar de la decisión de su padre. Al final, agotada, se durmió.

Y por la noche su mente se ordenó, y en la oscuridad su cuerpo dispuso. Y al despertar por la mañana, con los ojos aún ardiéndole de tanto llorar, la princesa percibió que algo extraño sucedí­a. ¡Con cuánto miedo corrió al espejo! ¡Con cuánto espanto vio los rizos rojos que le rodeaban la quijada! No lo podí­a creer, pero era verdad. En su rostro, una barba habí­a crecido. (“Entre la espada y la rosa”)

No obstante, es su valentí­a la que le permite caminar los senderos de la libertad y enfrentar las situaciones adversas. Puesto que, al no ser aceptada ni como hombre ni como mujer, se oculta en una coraza y se convierte en valiente guerrero. En realidad, en una mujer valiente que solo es derribada cuando escucha su corazón, porque es entonces que necesita nuevamente de las lágrimas y de las súplicas para deshacer el hechizo:

Lloró todas las lágrimas que aún tení­a para llorar. Doblada sobre sí­ misma, ahogada en sollozos, imploró a su cuerpo que la libertara, suplicó a su mente que le diera una solución. Finalmente, agotada, se durmió. (“Entre la espada y la rosa”)

La protagonista de “Una voz entre los arbustos” es una mujer astuta y por partida doble. En primer lugar, es la hija del posadero pero, como es más sagaz que los hombres, logra hacerse pasar por la novia del rey:

La joven era mucho más despabilada que el paje porque le bastó mirar a la muñeca para notar la artimaña que allí­ habí­a. Y artimaña por artimaña, tuvo una idea audaz. Sin ser vista, arrastró la muñeca detrás de un establo, cambió sus ropas por las de ella, cubrió con la peluca de rizos sus propios cabellos y, rápidamente, se sentó sobre los almohadones. (“Una voz entre los arbustos”)

Y luego es su conducta silenciosa, por un lado, y su voz, por otro, lo que seduce al dueño del castillo, circunstancia que la conduce al feliz casamiento.

La princesa de “Lejos como mi querer” es presentada como una joven a la que su padre complace en todo. Sin embargo, cuando conoce los padecimientos de su amado, ni sus costumbres ni sus saberes alejados del universo mundano y masculino ni su ropa real le impiden desobedecer al padre y salir del palacio, en varias oportunidades, para trabajar en el campo:

Se apearon en el campo donde ella lo habí­a visto la primera vez. La tierra estaba arada. En el granero encontraron las semillas. La castellana se calzó unos zuecos sobre sus zapatillas de satí­n, no fuera que el barro la delatara ante su padre. Y durante todo el dí­a echó semillas en los surcos.

(...)

Subieron a caballo hasta lo alto del monte. Las ovejas pastaban. La castellana cubrió su saya con el manto, no fuera que hojas y espinos la delataran ante su padre. Después, con la ayuda de su dama reunió las ovejas y, llevando el caballo de las riendas, descendió con el rebaño hasta el redil.

(...)

Los haces de paja, amontonados, se secaban al sol. La castellana se calzó los zuecos, protegió su saya, se envolvió con tiras de paño las manos, no fuera que las heridas la delataran ante el padre. Y comenzó a llevar los haces al granero. (“Lejos como mi querer”)

Sus caprichos palatinos tampoco le impiden abandonar esta vida palaciega y dirigirse hacia el mar, lugar donde la cabeza y el cuerpo de su amado se unirán. En este sentido, podemos decir que la protagonista no se comporta como una princesa “bobalicona” sino como una mujer audaz dado que no teme a las palabras de su padre así­ como tampoco al trabajo de hombre ni a rescindir de sus hábitos castellanos en pos de su amor y sus deseos.

En “Como un collar”, los personajes creen que la princesa es ciega. Sin embargo, ella no abre sus ojos porque no cree necesario hacerlo:

Es ciega, decí­an todos. Pero ciega la princesa no era. Desde el dí­a de su nacimiento no habí­a abierto los ojos. No porque no pudiera. Sólo porque no sentí­a necesidad. Pues ya en el primer momento habí­a visto tantas cosas bonitas detrás de sus párpados cerrados que nunca se le habí­a ocurrido levantarlos. Era como si la ventana de sus ojos estuviera vuelta hacia adentro, e inclinada sobre esa ventana ella pasara sus dí­as entretenida. Pero eso los otros no lo sabí­an. (“Como un collar”)

La ceguera de la princesa es tomada como un daño por otros personajes pero no así­ por ella, y lo que para los otros no es un perjuicio —matar al palomo—, sí­ lo es para la princesa. Y es la acción de salvar a este palomo lo que la convierte en heroí­na recién al final de la historia. De este modo, podemos pensar que la protagonista, sumida en su oscuridad, comprende mejor la realidad que comparte con los demás personajes ya que su mirada está más allá de los valores mundanos. Para ella las perlas son granos y como el palomo tiene hambre y frí­o es lógico, en su lectura, entregárselos. Así­, los valores superficiales quedan reservados a aquellos que tienen los ojos bien abiertos y su ceguera la vuelve sabia. Incluso, podemos pensar su ceguera y su sabidurí­a como un sí­mbolo del sabio griego, Homero, a quien la tradición consideró ciego y sabio, poeta y rapsoda, creador y relator, padre de la épica griega y, para muchos, semilla originaria de la literatura occidental.

Podemos observar que, en principio, la pescadora de “Un cantar de mar y viento” se hace al mar con gestos similares a los empleados por otras mujeres en la casa; se trata, entonces, de modos semejantes en contextos diferentes:

Desplegaba la vela con los mismos gestos amplios con que otras abren el mantel sobre la mesa o la sábana en la cama. Vela blanca con una blanca luna bordada. Y así­ que oscurecí­a se hací­a a la mar. (“Un cantar de mar y viento”)

Pero esta pescadora es la preferida del mar, es a ella a quien le entrega más peces, a es ella a quien le da sus tesoros, es a ella a quien le salva la vida y es con ella con quien se queda. Es la elegida. No obstante, la mujer se gana ese lugar con su canto, con su ausencia de mezquindad y avaricia (devuelve al mar los peces que no necesita), sin preocuparse por la envidia que une a los hombres. Estas caracterí­sticas hacen que la mujer se posicione por sobre los hombres, es su actitud superior lo que la diferencia.

El valor de la protagonista de “Con su voz de mujer” es narradora de historias. ¿Es válido tomar esto cómo un valor? Teniendo presente la concepción que la autora promueve sobre el oficio de narrar, probablemente sí­. Dado que, para Marina Colasanti, contar es cosas de mujeres:

Las grandes contadoras de cuentos de hadas fueron siempre las mujeres. Fueron mujeres quienes contaron las historias que registraron los hermanos Grimm. También fueron mujeres las grandes transmisoras de los cuentos italianos, como lo reconoció Ítalo Calvino al hacer un registro de ese folclor. Una mujer que sabí­a de memoria once mil versos del Kalevala, poema nacional de Finlandia, se los recitó a Sibelius, que se inspiró en ellos. Fueron mujeres las pacientes de Oscar Wilde, médico en Dublin, quien solí­a pedirles, como pago de sus honorarios, la narración de una historia. Y una mujer, su esposa Speranza, las escribió. Mi madre me contó historias, y yo les conté historias a mis hijas. La bisabuela contó a la abuela, que contó a la madre, que contó a la hija: así­, con las historias que habí­a recibido, alimentó Agatuzza Messina al gran folclorista siciliano Giuseppe Pitré. Y así­, ad infinitum, alrededor de tantas hogueras, en tantas noches de establos y cocinas, junto a tantas camas de niños y de adultos, voces femeninas repitieron los antiguos cuentos. (“Y las hadas fueron a parar a la habitación de los niños”)

En el cuento “Con su voz de mujer”, un dios no elige descender a la tierra como hombre ni como animal, prefiere hacerlo personificado en mujer. Y esta mujer, ante el aburrimiento tanto propio como ajeno, da inicio a la historia de la narración:

Cumplí­an sus labores durante el dí­a. Por la noche se juntaban en el establo para aprovechar el calor de los animales. Las mujeres hilaban. Los hombres reparaban herramientas o hací­an cestos. Nadie hablaba. Las noches eran largas, tras las largas jornadas. Los humanos se aburrí­an.

Hasta el dios, de huso en mano, se aburrí­a. Y una noche, no soportando la rutina de los gestos y del silencio, abrió la boca y empezó a contar. (“Con su voz de mujer”)

Después de haber contado durante varias noches y sembrar la semilla de la narración, el dios mujer permite que otros la dejen crecer libremente:

Fue entonces cuando una mujer que habí­a estado en el establo empezó a repetir las historias del dios a otros habitantes de la ciudad. Repetir exactamente, no. Aquí­ y allí­ agregaba cosas, suprimí­a otras, y cada historia, siendo la misma, era otra. Más que contar, recontaba. Luego hubo un joven que hizo lo mismo. Y, después de un tiempo, nadie pudo decir ya con certeza de dónde vení­a esta o aquella historia, y quién la habí­a contado primero. (“Con su voz de mujer”)

“Con su voz de mujer” sintetiza, por lo tanto, la idea que Marina Colasanti impulsa sobre el arte de contar y el rol fundamental que tienen las mujeres en la transmisión del relato. De este modo, la mujer narradora de historias posee un valor, y uno muy distinguido si se lo mira a través del prisma de la autora.

Por un lado, analizamos los motivos de cada cuento. Por otro, advertimos un valor en cada protagonista. ¿Acaso hay alguna relación entre uno y otro? En “Una voz entre los arbustos”, el silencio y la voz ponen en evidencia la astucia de la hija del posadero. En “Como un collar”, las perlas que hilvanan la historia, y ante las cuales la princesa no se conmueve por ser un asunto superficial, demuestran la sabidurí­a de la princesa que todos creen ciega. En “Un cantar de mar y viento”, el canto de la pescadora hace de la protagonista la elegida y contribuye a erigirla como superior a los hombres, mezquinos y envidiosos, que la rodean. Podemos decir, entonces, que en estos cuentos los motivos demuestran el valor de cada mujer. Hay entre unos y otros un ví­nculo de comprobación.

En “Entre la espada y la rosa”, las lágrimas y las súplicas de la princesa generan el encantamiento que la conduce a huir y con ello a hacerse una mujer valiente. En “Lejos como mi querer” las palabras que salen de la cabeza del amado obligan a la princesa a actuar como mujer audaz. Y en “Con su voz de mujer” la protagonista emplea sugestivas palabras que la convierten en narradora de historias. Así­, podemos decir que en estos cuentos los motivos conducen al valor de cada mujer. En este caso, entre unos y otros hay una relación de causa-consecuencia.

En suma, en los cuentos analizados los motivos —idiosincrásicos de los cuentos populares y frecuentes en los cuentos maravillosos— y el valor —que eleva a cada protagonista por sobre los que la rodean— se enlazan, otorgando así­ al rol femenino un aire mágico y aportando feminismo a estos cuentos de hadas.

Por otra parte, no cabe duda de que a la autora le interesa revalorizar un género milenario. Y esto, probablemente, se deba a que considera que las hadas son mediadoras:

(...) entre dos mundos indispensables para el equilibrio del ser humano, el de la realidad y el de lo imaginario. Son nuestras interlocutoras con el silencio. Son puentes que nos permiten pasar de la luz a la sombra. (“Y las hadas fueron a parar a la habitación de los niños”)

Pero, además, para esta escritora es erróneo que en los cuentos de hadas se hayan amansado los ogros, domesticado los lobos, envainado las espadas y borrado las apelaciones sexuales porque considera que los niños deben enfrentarse al miedo a través de las historias:

Dialogar con el miedo atrae, porque es necesario. Porque el niño es frágil y se siente amenazado, porque tiene miedo de la oscuridad, de la soledad, del abandono, de los desconocido y de la muerte; por todo eso necesita dialogar con el miedo, interactuar con él en la imaginación, libre de los peligros de la realidad, vivir el miedo a través de un libro es para un niño el mejor modo de enfrentar el peligro sin abandonar el cobijo de su entorno. (“Dos frases aliadas”).

De este modo, el niño establece a través de la ficción un diálogo con el miedo y cuando ese mundo interior instaura una relación con el mundo de la realidad es posible, también, dialogar con esa realidad y sus sombras.

Por consiguiente, podemos decir que Mariana Colasanti cree en el beneficio de los cuentos maravillosos.

A modo de conclusión

Como narradora, como mujer, ¿como mujer narradora?, Marina Colasanti sabe tejer las palabras. De ahí­ que nos neguemos a parafrasearla y nos entreguemos al encanto de su voz, tal como quedó demostrado a lo largo del análisis. Y en la conclusión no nos privaremos de tan excelso tejido. En una entrevista la autora afirma “mis cuentos no son un antí­doto, no son una vacuna. Me gustarí­a que fueran una puerta, apenas una de tantas, hacia la fantasí­a” (6). No hay dudas de que para esta escritora atravesar esa puerta al mundo de las hadas es valioso para el lector niño o joven porque “la función de la literatura infantil es ayudar al lector a establecer un diálogo creativo con su inconsciente” (7) y porque “el lenguaje simbólico es universal” (8). Así­ como es eficaz la presencia de espadas, sangre, seres tenebrosos o finales no felices porque “la literatura no es otra cosa que un largo, interminable discurso sobre la vida, un artificio donde, mediante la narrativa, los seres humanos elaboran sus pasiones, sus angustias, sus miedos, y se acercan al gran enigma del ser” (9). De este modo, también en el siglo XXI, los cuentos maravillosos son buenos y necesarios. Incluso, tal vez ahora más que nunca.

Pero los textos analizados no sólo revalorizan los cuentos de hadas sino que también los actualizan. Porque se trata de cuentos que conservan la estructura y las caracterí­sticas del cuento maravilloso pero protagonizados por heroí­nas valientes, audaces, superiores, astutas, sabias..., que, en consonancia con la sociedad actual, dan cuenta de una mujer activa, capaz de perseguir sus deseos e intereses sin la ayuda o consentimiento de ningún hombre.

Por último, podemos afirmar que para esta escritora y poeta, mientras haya una mujer, habrá alguien que cuente. Mientras haya alguien que imagine y encante con sus palabras, como el dios devenido mujer, habrá relatos. Y mientras haya relatos, los niños recibirán creación estética y arte del lenguaje. Para esta artesana de las palabras, mientras haya una mujer, la humanidad tendrá literatura.

 

Notas:

1. Thompson, Stith (1972). El cuento folklórico, Caracas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de Biblioteca.

2. Garralón, Ana (2004). La aventura de oí­r. Cuentos tradicionales y literatura infantil, Madrid, Anaya, Col. La sombra de la palabra, p. 73-74.

3. Ibí­d., p. 76.

4Colasanti, Marina (2007). Entre la espada y la rosa, Bogotá, Babel.

5. Colasanti, Marina (1997). Lejos como mi querer y otros cuentos, Bogotá, Norma, Col. Torre de Papel. Premio Fundalectura 1996.

6. Andricaí­n, Sergio y Rodrí­guez Antonio Sergio (2000). “Marina Colasanti y las metáforas del inconsciente, en Cuatrogatos. Revista de Literatura infantil, n° 1. Colasanti, Marina. “Año 2000, cuando lo imaginario no tiene fronteras”, op. cit., p. 260.

7. Colasanti, Marina. “Año 2000, cuando lo imaginario no tiene fronteras”, op. cit., p. 260.

8. Colasanti, Marina. “Año 2000, cuando lo imaginario no tiene fronteras”, op. cit., p. 260.

9. Colasanti, Marina (2004). “Leyendo en la casa de la guerra”, en Fragatas para tierras lejanas. Conferencias sobre literatura, Buenos Aires, Norma, Col. Catalejo,  p. 45.

 

Bibliografí­a

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Machado, Ana Marí­a (2004). “Encantos para siempre”, en Clásicos, niños y jóvenes, Buenos Aires, Norma, Col. Catalejo.

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