Comunidades de lectores en red

Natalia Porta López

Trabajar por la lectura es siempre tender puentes, convocar encuentros, construir redes. 

Los lectores, como aquella “Lala” de Cortázar somos “como una ranita para los saltos mentales”: leer nos conecta con los muertos que escuchamos con los ojos (1), con las ideas de esos que nos precedieron y su tiempo, con los contemporáneos y sus contextos, con las teorí­as y sus discusiones, nos crea imágenes que se parecen a los paisajes, las ciudades, los cuadros que vimos, los que vamos a ver, cosas que nos pasaron y otras que soñamos. Un personaje se vincula con otro, Proust con mojar pacitos en la leche, dos novelas comparten protagonista, lo descubrimos aunque no se llame igual en cada caso, un verso resuena con cierta música y otro con el recuerdo del color del cielo después de lluvia. Un dilema encontrado en un cuento nos retrotrae a un problema matemático. 

Toda esa red tan í­ntima, invisible, que existe en la propia conciencia y hasta en la inconciencia, no se sustenta sola, se sostiene en otra, la que vamos conformando con los demás y con sus lecturas.

Como mostró Joëlle Bahloul en su estudio Lecturas precarias (2): 

...lo que determina la cualidad de un lector en tanto tal, no es solo qué lee o cuánto lee, sino la manera en que capitaliza la lectura en su vida social, afectiva, polí­tica o laboral, cómo y por qué se llega a la lectura, qué o quiénes influyen en ella, cómo se socializa. 

Es decir, subrayaba esa condición social de las prácticas lectoras, la necesidad del lector de encontrar comunidades que lo sostengan en su condición. Los lectores necesitamos cofrades. 

Si leer tiende a ser añadidura en la vida de tanta gente (esa que no lee porque no tiene tiempo, porque a la noche está cansada, porque es aburrido, porque los libros son caros, porque no se puede concentrar), parece decir Balhoul, es porque la lectura no tiene que ver con la reproducción de sus ví­nculos sociales habituales, leer no tiene valor en su entorno. 

Otra verdad de perogrullo: leer tiene que ver con conversar. Las documentadas experiencias de Ramón Flecha, de Sara Hirschman, también las especí­ficas para la infancia registradas por Aidan Chambers, Geneviève Patte o Yolanda Reyes muestran hasta qué punto la construcción de sentido que se realiza en conjunto entusiasma, mejora y multiplica las posibilidades de que personas de toda edad consideradas “poco lectoras” se sostengan en la práctica. 

Así­ que dar ocasión al “hablar sobre libros” y sobre aquello que nos sucede al leer, generar entornos donde leer tenga valor, propiciar el nacimiento de comunidades lectoras, ponerlas en conexión con otras, hacerlas crecer, acercar la información que las hará sustantivas y encontrar sistemas que faciliten su sustentabilidad y multiplicación parece ser el camino regio del fomento lector. 

Personalmente puedo contar dos experiencias de creación colectiva de redes de lectores. Ambas están en marcha, llevan su camino andado. 

Hace unos trece años comenzaba a trabajar en el fomento de la lectura. Entonces yo tení­a apenas mi formación en comunicación, no conocí­a la amplitud y especificidad del campo en el que intervendrí­a, no sabí­a todo lo que ahora sé sobre lectura, pero sí­ era y habí­a sido desde siempre una lectora. Una lectora casi sin red. 

Lo sabe cualquiera que haya sido adolescente en un pueblo de provincia: la lectura vivida como marca, como estigma, como eso que en lugar de conectar, separa. Sabí­a que eso duele, sabí­a de la sed de charla literaria, sabí­a de la alegrí­a al encontrar a Cecilia: una compañera de banco que leí­a, espacio que compartimos como refugio y centro de la red que nos sostuvo en la práctica y que continuaba en la librerí­a El saber, más especí­ficamente en el librero don Dómina y en la biblioteca, corazón de la gloriosa escuela Normal, más especí­ficamente en la bibliotecaria Cristina Peretti. Porque las redes son así­ en realidad: relaciones entre personas, no conexiones entre nodos. Entonces casi instintivamente, desde el principio, mis trabajos de promoción lectora consistieron en montar esta clase redes. 

Yo ando por la vida con dos sombreros, cuando me pongo uno aporto mi grano de arena para la implementación de las polí­ticas públicas que propone el Plan Nacional de Lectura, cuando me pongo el otro participo en una maravillosa experiencia voluntaria en el marco de la fundación Mempo Giardinelli. 

Fue en la fundación, que hoy dirijo, que en el año 2001 me hice cargo de un naciente Programa de abuelas cuentacuentos, que es ahora, básicamente, una red. No hace falta que lo explique demasiado, casi todos lo conocen. Se promueve que pase lo siguiente: un mediador de lectura, una abuela, acompaña a lo largo de muchos años con lecturas semanales de calidad a un grupo de niños. Esa situación, multiplicada por cientos de abuelas, en muchos grupos en muchas ciudades, en varios paí­ses, forman la red de mis amores, extendida en Argentina, pero también en Colombia, Chile y Brasil. 

En esta red circulan: información sobre los libros que funcionan con los destinatarios, sean niños, adolescentes o adultos (sobre los que no nos gustan también), los relatos de experiencias de las voluntarias las cuales aprendemos todos, ideas de gestión para los grupos, mensajes de los chicos y de las familias, evaluaciones de las docentes. Pero si solo circulara eso, la red no “pescarí­a” nada, no retendrí­a a nadie en la práctica lectora, lo que mantiene viva y activa a la red es el afecto, el cariño real entre los chicos y las abuelas, garantí­a de la sustentabilidad de la idea, pero también el que nace del comenzar a compartir todo un acervo cultural como es el de la literatura infantil y juvenil entre las abuelas que conforman los grupos, entre ellas y sus coordinadores, entre los coordinadores mismos. No subestimar el valor del amor en ningún acto pedagógico es algo que ya nos enseñaron muchos desde Freire hasta Pennac. Con las abuelas ponemos en acto esta premisa. 

Mi segunda experiencia de construcción de redes es de 2008, ya como coordinadora del Plan Nacional de Lectura para las provincias del NEA: la Red de Comunidades Lectoras del Litoral. Decidimos conformarla con las personas de las escuelas, bibliotecas y espacios alternativos que ponen en marcha el proyecto que proponemos para la región: detección de un lí­der de lectura en cada escuela o en cada biblioteca a quien apoyamos en la implementación y medición de los resultados de varios pasos, para la creación de una comunidad (red de lectores) que se enganche a la interprovincial. Qué pasa en cada una de esas comunidad de lectores, qué proponemos para que se conformen podrí­a dar lugar a otra ponencia. 

Hoy el tema son las redes y de estas experiencias puedo compartir algunas cuestiones generalizables a tener en cuenta al conformar redes de lectores, mediadores y gestores de proyectos de lectura: 

—Redes a las que se pueda acceder con facilidad, de verdad inclusivas. Me refiero a que, para entrar, no se necesiten diplomados onerosos, extensos cursos de capacitación; la idea no es hacer de la promoción lectora un club de pocos sabios, al contrario, la curiosidad por la teorí­a que sustenta el trabajo deviene de la acción.

—Redes de las que se pueda salir con facilidad. Me refiero a que los voluntarios, especialmente, deben poder entrar y salir de las redes muchas veces sin sentir que dejan de ser parte. Y eso debe estar dicho de antemano, porque el que se va con culpa es probable que no regrese.

—Redes con contenidos reales. La acción debe ser real, los contenidos que se compartan interesantes, las propuestas concretas y posibles. La reflexión sobre la acción también se debe compartir, no debe quedar en papers para congresos o publicaciones de especialistas.

—Redes ideológicamente no inocentes, que sin homogeneizar compartan criterios y acciones. El sustento teórico debe ir explicitándose en forma clara y no solo de manera académica, para que se pueda compartir y cuestionar si fuera necesario. Tiene que haber un acuerdo en las acciones que llevará adelante la red y en el modo en que se implementarán.

—Redes que maduren hacia una horizontalidad, que sean cada vez más independientes del núcleo central.

—Redes que puedan ir tomando el pulso de su acción y que compartan unos modos de ir registrando sus resultados en términos de transformaciones personales. Resultados que no siempre son cuantitativos, que se obtienen siempre, como siempre que se trata de lectura, en el largo plazo.

—Redes globales, capaces de resistir los discursos hegemónicos transnacionales. Que pongan en diálogo la realidad de los entornos inmediatos y nacionales con los discursos globales y, si fuera necesario, que los cuestionen. Que compartan lo que el mercado no socializa “naturalmente” y que construyan ideas propias sobre la lectura.

Por todas estas cosas, en mi experiencia personal puedo decir que sostener redes en el tiempo no es una tarea sencilla. La tecnologí­a puede aportar facilidades en los procesos de comunicación, los acelera, así­ que, por supuesto, nos servimos de estas herramientas a medida que aparecen. Pero lo importante no pasa, insisto, por los medios que usemos para lograrlo, sino por lo que elegimos compartir y el modo en que decidimos hacerlo. En 1996 nuestra fundación empezó con los foros de maneras sumamente analógica, no digital. Cada foro construyó y construye relaciones entre las personas y sus ideas que, en general, perduran. 

Ahora, en la institución, nos encontramos ante el desafí­o de conformar la comunidad virtual alrededor de los acervos de la biblioteca de la fundación, siguiendo el gran ejemplo de BiblioRedes de Chile, catalogarla y ponerla a disposición del público en un sistema abierto y participativo. 

Pero siempre se trata de lo mismo, leer con los demás, compartir lo que las lecturas suscitan, tender y tomar referencias comunes en medio de la confusión que suele ser el mundo, leer para estar todos menos solos.

 

Notas:

(1) Escuchar a los muertos con los ojos, Roger Chartier http://www.katzeditores.com/fichaLibro.asp?IDL=66

(2) Lecturas precarias, Estudio sociológico sobre los "poco lectores", Joëlle Bahloul https://www.fce.com.ar/ar/libros/detalles.aspx?IDL=2952