Ilustración de Marí­a Wernicke para su álbum 'Un señor en su lugar' (Edelvives, Buenos Aires, 2010).
  • Ilustración de Marí­a Wernicke para su álbum 'Un señor en su lugar' (Edelvives, Buenos Aires, 2010).

Una lectura sin tí­tulo

Marí­a Wernicke

Advertencia

Si ustedes piensan que aquí­ voy a hablar de ilustración, digo que no; que voy a hablar de cosas sentidas, de un pedazo de mi vida que incluye ilustrar y hacer libros. Puede que toque alguna esquina, una curva; puede que compartan, que se sientan identificados. Y puede que no. Pero no dejen de escucharlo como algo í­ntimamente mí­o.

Primera parte

Reflexioné y escribí­ mucho acerca del tema que querí­a abordar en esta charla. Calculo que tengo unos diez comienzos diferentes que no pude seguir y menos terminar. Eran buenos comienzos o al menos prometí­an seguir bien, pero no pude llevar ninguno adelante.

El lunes me habí­a propuesto sentarme hasta lograr adelantar alguno y ponerle punto final. No pude y escribí­:

Hoy se me escurren las palabras. Las pocas que pesco, cuando quiero hilvanarlas, se deshacen...

(Esta frase fue la que hice pública y acerca de la cual recibí­ algunos de los comentarios que después quiero leer.)

Sigo.

Más tarde, caminando bajo la lluvia, pensé que esto no era casual. Es más, está absolutamente ligado a una parte de lo que querrí­a compartir acá.

Cuando Cecilia me convocó para participar de esta mesa, acepté encantada, pero llena de susto. Esta, en principio, es la primera coincidencia, lo primero en lo que me detuve a pensar: cuando me convocan para ilustrar, siento exactamente lo mismo; me asusto, me pierdo.

Con un poco de pudor les cuento que detrás de ese susto, hay una pregunta ¿qué esperan de mí­?

Sí­, qué esperará Cecilia, que esperarán ustedes, que esperará el editor que me convoca.

Como la respuesta, si me animara a hacer la pregunta seguramente serí­a: “Sé vos misma, hacé lo que sabés hacer”, me callo y lo intento.

Esa es la primera barrera que tengo que derribar para poder mirar hacia adentro y ser yo misma.

Pero acá hay otro tema: no tengo la menor idea de cuántas yo misma puedo ser con los otros.

Cuando me convocan para ilustrar, no estoy sola, estoy con otros. Otros que me ceden un espacio o que me invitan a compartirlo.

Una invitación a ilustrar es algo así­ como una invitación a vivir en una casa con muebles que ya tienen lugares asignados, que en algunos casos puedo mover y en otros no. La casa trae consigo una historia, o un poema o un relato, tiene clima propio dentro de determinado formato. Puede que sea cuadrado o rectangular, pero ya está diseñado.

Acepto la invitación. Me dan la llave y me dejan sola en un espacio ordenado y con algunos vací­os.

Lo que tengo que hacer, para sentirme cómoda, es reconocer el espacio, encontrar mis lugares, enamorarme de algunos rincones y convivir con lo que me rodea.

Aunque mi manera de moverme sea parecida a la de siempre e intente mantener mis hábitos, es probable que me descubra distinta, que cambie horarios, que haga cosas que en otros espacios no hago. Pero necesito tiempo, y no siempre el tiempo que me dan alcanza para lograrlo. Son los tiempos editoriales.

Si los tiempos mí­os y de la editorial van de la mano, tengo chances de encontrarme con una yo misma nueva, de apropiarme del espacio y las palabras de otro, de reflejarme en ellas.

Pero las habitaciones, los libros, la forma de usar las palabras y los otros no suelen ser los mismos. En cada libro nuevo reaparece el susto, la incertidumbre de no saber quién soy ni voy a ser, ni si voy a responder a las expectativas porque, no nos engañemos, esas expectativas existen.

Mi parte más racional me dice que si existen, es en base a lo conocido, y que si yo siguiera únicamente ese camino, el de hacer lo que aprendí­ a hacer y que creo que me sale bien, probablemente no fallarí­a. Pero me aburrirí­a, no me sorprenderí­a, no crecerí­a, no me conmoverí­a y mucho menos conmoverí­a a otros. Así­ que no uso mi parte racional y me lanzo al susto como la primera vez, atravieso el túnel de lo desconocido y al final, aunque no es seguro, es probable que encuentre un lugar donde descubra a otra yo misma, hasta ese momento desconocida.

Vuelvo al comienzo. A los muchos y frustrados comienzos escritos para esta charla. Dije que fueron unos diez. Cuando me dispongo a ilustrar un texto, hago exactamente lo mismo: dudo, pruebo, descarto, dudo, pruebo, descarto”, hasta que entre una prueba y otra encuentro algo de mí­ misma de lo que no dudo más: el goce. El goce del material en sí­ mismo, el de la forma, el del color, el de lo no dicho, el de apropiarme del espacio y el de poder hacer de ese libro un libro mí­o.

Segunda parte

Dije que reflexioné y escribí­ mucho acerca del tema que querí­a abordar en esta charla. Y es cierto.

Así­ que en esta segunda parte me gustarí­a rescatar algunas frases sueltas que aparecieron en los distintos escritos frustrados:

1. Nado en la incertidumbre.

2. Voy a construir una balsa con lo que tengo.

3. Estoy sola, no quiero ayuda, no quiero que me rescaten.

Las tres frases las escribí­ en relación a mucho de lo que siento cuando ilustro. Pero después me di cuenta de que puedo aplicarlas de alguna forma a lo que me pasa cuando hago un libro escrito, dibujado y diseñado por mí­. Un mí­ que es otra yo misma, una con cuarto propio.

1. No hay habitación, no hay espacio ni tiempo. Solo una sensación, un recuerdo, una imagen, una palabra. No hay historia ni poema. Tengo que derribar paredes y levantarlas de nuevo, una y otra vez.

Nado en la incertidumbre.

2. Tengo un cuaderno en blanco. Puro vací­o. Anoto una imagen, dibujo una palabra.

Voy a construir una balsa con lo que tengo.

3. En la orilla de mi isla, anoto dos imágenes, dibujo tres palabras. Cuatro rayas hacen de paredes y las contienen. Ahora, esa es mi guarida.

Estoy sola, no quiero ayuda, no quiero que me rescaten.

Son todas sensaciones, y todas responden al comienzo, a cómo empiezo a gestar un libro en el que me apropio de todos sus lenguajes.

Digo y repito: hago un libro. No digo escribo, no digo ilustro, digo hago. Porque al hacerlo, me adueño de los lenguajes de que dispongo y los uso todos, juntos, eligiendo de cada uno lo que más me sirva, como si fuesen almohadas, tornillos, tuercas, arandelas.

A veces es la palabra la que nombra, a veces se hace aire lo que siento, y es el blanco el que abre camino, a veces me provoco y lleno la página con un color para decir. A veces no sé para dónde ir ni cómo decir, y son las palabras o las imágenes o el formato del libro los que me hablan, me dicen, me cuentan.

Cuando hago un libro, no siento que esté ilustrando, no me propongo seguir a una palabra, ni tampoco a la inversa. No me propongo. Me dejo llevar. Naturalmente, palabras, espacio e imágenes se codean, se empujan y se abrazan. Por eso no puedo decir que ilustre, ni que escriba, ni que diseñe”, porque no es lo que siento que hago, aunque escriba, dibuje y diseñe. Busco equilibrio, un equilibrio que viene del instinto, de lo sensorial, de manotear, de encontrar, de perder. De hacerme y deshacerme. De multiplicarme en un caleidoscopio y ser pedazos de mí­ misma.

Para terminar, me gustarí­a compartir cinco comentarios que me alumbraron en el momento de escribir lo que acabo de leer, en referencia a la frase que leí­ al comienzo.

Hoy, se me escurren las palabras. Las pocas que pesco, cuando quiero hilvanarlas, se deshacen...

Será que hoy sos puro sentimiento y para algunos de esos sentimiento habrá que inventar palabras nuevas. Alejandra Ferreyra

Que no se asomen al papel no quiere decir que no estén. Solo están tí­midas. Se organizan en tu interior para asomar mañana. Marí­a Frascara

A veces son así­, huidizas, pero siempre regresan. Conocen a las personas que las quieren y las necesitan. Sergio Andricaí­n

Tal vez sea momento de contar eso mismo, de las palabras que juegan con nosotros a las escondidas... Laura Rosendo

Es una bendición que da vértigo, que pertenece a otra esfera, la de los sentimientos "sin palabras", el aceptar no saber decir, y sentir... si uno se abandona”¦ si larga amarras... deberí­an formarse poco a poco camalotes, y luego islas, y con paciencia, lugares en donde se pueda poner el pie, y caminar y descubrir...y volver a hablar... Miguel Yanover

A ellos y a ustedes, gracias por escuchar.

 

Palabras leí­das en el III Simposio de Literatura Infantil y Juvenil del Mercosur, realizado del 19 al 21 de septiembre de 2013 en la Universidad de San Martí­n, provincia de Buenos Aires, Argentina.