Elsa Bornemann (Buenos Aires, 1952-2013)
  • Elsa Bornemann (Buenos Aires, 1952-2013)

Apuntes sobre una conferencia de Elsa Bornemann

Carlos Rubio

Con los cabellos rubios y un cigarrillo humeante entre los dedos, la invitada subió las escalinatas de la Biblioteca Nacional. Los congregados murmuraban tras de ella que era una de las más reconocidas escritoras de literatura infantil de Latinoamérica. Corrí­a el año 1987 y se realizaba, en Costa Rica, un congreso dedicado a la tarea de escribir para la infancia. Delgada, con un traje oscuro y con la timidez dibujada en sus ojos, trataba de adivinar qué pretendí­an con su presencia en aquel paí­s que le resultaba desconocido.

Bastó que ascendiera las escalinatas que conducí­an a la Sala España para reencontrarse con sus interrogantes. En un paí­s pequeño como el mí­o, los presentes observaban, con curiosidad, que era una escritora joven que rompí­a con el estereotipo de que toda persona que se dedicara a la escritura de poemas, cuentos o novelas para niños debí­a poseer el porte de una dulce y afable abuelita.

Aquella mujer, que de repente se me pareció a Alicia perdida en un paí­s extraño de desencantos y maravillas, era Elsa Bornemann.

Esta autora argentina no solo desarrolló una sólida y constante carrera artí­stica. Supo nutrirse creativamente de sus estudios pedagógicos y literarios. Nació en 1952 en Buenos Aires. Se inició como maestra de educación preescolar --o maestra jardinera, como se decí­a en ese entonces. Posteriormente terminarí­a la licenciatura y el doctorado en Letras en la Universidad de Buenos Aires y realizarí­a estudios en Medicina. Se comunicaba con fluidez en alemán, inglés, italiano, latí­n, griego clásico y hebreo.

A pesar de aquel currí­culum ví­tae que ya empezaba a resultar muy amplio, expresaba en tono coloquial:

í¢€•Me disculpan el yeí­smo í¢€•e hizo alusión, entre risas, a la variante dialectal propia del pueblo argentino.

Recuerdos de una conferencia

Han pasado 26 años desde entonces y difí­cilmente podrí­a rescatar el contenido de su disertación. Sé que guardé una fotocopia de ese texto, que ya debe estar convertida en un puño de papeles amarillos que no puedo ubicar en ningún sitio de mis estanterí­as. Así­ que no queda más remedio que echar mano a la memoria.

De Elsa recuerdo su tez blanca, sus ojos claros y sus lacios cabellos. Dio la casualidad de que en esa época yo leí­a un ejemplar de una antologí­a de cuentos de Julio Cortázar y lo llevaba conmigo. Ella la miró sonriendo y me expresó que tení­amos amigos en común. Tiempo después, cuando leí­a su obra y encontraba en ella ciertos matices surrealistas y su compromiso con la liberad de pensamiento, sentí­a que el célebre escritor argentino formaba parte vital de su creación poética. Era una mujer que no subestimaba las capacidades afectivas, creadoras e intelectuales de sus pequeños lectores. Tal vez así­ pensarí­a Cortázar.

Con claridad habló sobre la responsabilidad implicada en el acto de escribir para la niñez. Tiempo antes ella habí­a trazado una aproximación a ese concepto que, no solo se puede aplicar a la poesí­a, es válido para la toda creación literaria dirigida a la niñez. Ella escribió:

Consideramos -poesí­a infantil  a toda aquella poesí­a creada por un escritor adulto e intencionalmente dedicada al público infantil, y también a aquella que í¢€•sin que su autor se lo haya propuestoí¢€• pueda ser dirigida a los niños y gozada por estos, como sucede con cantidad de poemas que es posible espigar de la obra poética de ciertos autores.

Asimismo, no incluí­a dentro de su definición aquella poesí­a creada por los niños -ya sea esta producto natural de una incipiente vocación literaria o resultado de algún ejercicio escolar  pues, por lo general, resultan textos de interés para docentes, pedagogos, lingüistas y psicólogos, pero no ha madurado como obra artí­stica. Y también advertí­a sobre los peligros de considerar como obras para la niñez aquellas en las que los autores rescatan su infancia porque proyectan una imagen idealista o nostálgica que representa los intereses y las necesidades de las personas adultas. Insistí­a en que estas obras suelen permanecer alejadas de los intereses de los pequeños lectores. -Es preciso no olvidar que los niños viven CON nosotros y no COMO nosotros , recalcaba.

El alejamiento de los preceptos pedagógico; la consideración de que los niños no son permanentes sujetos de aprendizaje y la intención de compartir con ellos el gozo de la palabra creadora y la preocupación por temas fundamentales para todos los seres humanos le valió una importante cantidad de reconocimientos. Sin embargo, la autora también vio su obra censurada en uno de los momentos más convulsos de la historia de su paí­s.

Un circo custodiado por militares

Era inevitable que, en su disertación, no se refiriera a su experiencia como creadora del libro de cuentos Un elefante ocupa mucho espacio. Publicó esta obra cuando apenas sobrepasaba los 23 años. Se trata de una colección de 15 cuentos, escritos con un lenguaje poético y que reflejan una ostensible capacidad imaginativa. En esta obra se indaga sobre la incapacidad de autorrealización a cambio de las ataduras familiares y se reafirma el derecho de la niñez a enamorarse.

Quizás, el cuento más polémico sea el que le da nombre a la colección. Ví­ctor es un elefante que trabaja en un circo. Un dí­a decide liberarse de su vida como presidiario y organiza una huelga de animales. Con ayuda de sus compañeros, oriundos de ífrica, toma presos a los empleados del circo y organiza el primer espectáculo de humanos para los perros y los gatos del vecindario. Después de sobrevivir la subversión, el empresario circense se ve obligado a contratar dos aviones para reenviar a los animales a las tierras africanas. En uno de ellos viajan las jirafas, los monos, el león y el loro, mientras que el otro avión solo es ocupado por Ví­ctor, -porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio ¦ .

Entre los reconocimientos que recibió ese libro se encuentra la Lista de Honor de la International Board on Books for Young People (IBBY) en 1976, por considerarla -un ejemplo sobresaliente de literatura con importancia internacional .

Sin embargo, no solo buenas noticias recibió la joven creadora del elefante Ví­ctor. Corrí­an, en Argentina, los tiempos de las dictaduras militares de la década de 1970 e inicios de la década de 1980. Como parte del denominado -Proceso de Reorganización Nacional , en octubre de 1977 Un elefante ocupa mucho espacio fue prohibido por el Decreto 3155, firmado por la Junta Militar, de facto. En ese documento se sostení­a que eran -cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo  y -que de su análisis surge una posición que agravia la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que este compone .

No solo el libro de Elsa Bornemann corrió esa suerte. También censuraron La torre de cubos, de Laura Devetach, obra que la Editorial Universidad de Córdoba publicó por primera vez en 1966. Este libro fue censurado en Santa Fe en 1979, por la Resolución N° 480. Pocos meses después, el 23 de mayo de 1979, esa determinación se extendió a la totalidad del territorio argentino. En ella se expresaba -Que del análisis de la obra La torre de cubos, se desprenden graves falencias tales como simbologí­a confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasí­a, carencia de estí­mulos espirituales y trascendentes . En dicho escrito se sostiene que la lectura de ese libro -lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura .

La lectura de estos decretos se ha convertido en una referencia obligatoria para el análisis de la literatura infantil latinoamericana. Evidencia que un estado totalitario y censor empieza a cortar los hilos más frágiles de la producción discursiva: los que han sido escritos para la niñez. Bajo la suposición de que los niños son fácilmente manipulables y que el discurso literario se escribe en las mismas condiciones con que se redacta el discurso didáctico, se reprime una literatura que no es más que eso, una expresión artí­stica. Ambigua, poética, no complaciente, causante del gozo estético y propiciadora de la reflexión y el encuentro con los temas trascendentales para los hombres y las mujeres.

A partir de 1984, bajo el nuevo orden constitucional de Argentina, Un elefante ocupa mucho espacio y La torre de cubos se publicaron y circularon en librerí­as, bibliotecas e instituciones educativas.

La niñez se adueña de la palabra

Los más jóvenes tomaron la palabra en la obra de Elsa Bornemann. Su obra no está elaborada desde la perspectiva adultocentrista, que mira a la niñez desde un ángulo superior y aleccionador. Elsa Bornemann tiene la posibilidad de crear personajes que miran el mundo con ojos de niño, sin caer en ñoñerí­as, impostaciones o falsedades. Muestra de ello es la obra El niño envuelto. El protagonista es Andrés, un chiquití­n con una inteligencia extraordinaria que descubre, con frescura e ingenio, que las cigüeñas no traen los bebés al mundo. Y que tampoco los recién nacidos brotan de un repollo. Los pequeños no son -niños envueltos . Andrés se define a sí­ mismo de la siguiente manera:

¿Cuál es el oficio más difí­cil? ¿Albañil? ¿Maestro? ¿Carpintero? ¿Astronauta? ¿Periodista? ¿Deshollinador? ¿Abogado? No, no y no. El oficio más difí­cil es el de ser chico. Si dudan, escúchenme a mí­. Yo soy Andrés, y así­ me llaman mis padres cuando me retan; si no, me dicen Andi, tal como mis amiguitos. Para mi abuela ”según su estado de ánimo ” soy "nene", "tesorito" o "diablo". La tí­a Ona alterna entre "mi ángel" o "monstruito", ya sea si ella decide que me porté bien o mal. Mi tí­o Lucas varí­a solamente con "pibe"... Mi maestra me grita: "Domenech" o me dice Andresito. Domenech lo usa para reprenderme, como si los apellidos pudieran sonar como bofetadas... Raro, ¿no?

Ya Elsa Bornemann habí­a dado la palabra, de manera desenfadada, a la niñez en el poemario El libro de los chicos enamorados (1976) en el que planteaba el derecho de los menores a expresar sus afectos. -Yo estoy enamorada ¦ , expresaba la autora en el prólogo, -Y casi todos mis amiguitos también. Claro que a veces solo lo sabemos nosotros. ¡Ni siquiera nuestro novio o novia se entera! , sentenciaba. Y motivaba a los jóvenes lectores a que le escribieran a su dirección postal y que le contaran de sus amores. Ella prometí­a guardarles el secreto. La invitación no se hizo esperar pues Elsa recibí­o centenares de cartas que ella contestaba.

El libro de los chicos enamorados se convirtió en un verdadero manual para los jóvenes amantes pues presentaba poemas para la declaración de amor; para casos y cosas del primer amor; para festejar el amor; para el amor ausente y el amor enojado, para el amor roto y el reconciliado, para el amor no correspondido y el imposible. Entre estos últimos se encuentra el "Poema de la enamorada del profesor", en el que se dice:

¿Por qué no he nacido antes?
Aun de tan niña que voy,
si la que ama es amante,
sin ser amada lo soy.

Por eso toda la pena
en mi blusa acurrucada.
Es un castillo de arena
mi sueño de enamorada.

¡Qué dolor ser niña amante,
tempranera en el amor!
¿Por qué no he nacido antes,
igual que mi profesor?

Así­ hiere enamorarse ¦
El tiempo no vuelve atrás.
Por eso, no va a enterarse:
Soy su alumna nada más.

Soy su alumna solamente;
que lo amo nunca sabrá.
í‰l me quiere -padremente  ¦
¡pero yo tengo un papá!

A diferencia de los encuentros, desencuentros, pasiones y reconciliaciones de escolares que tanta hilaridad nos provoca en el poemario mencionado, el cuento Mil grullas describe la relación amorosa entre dos adolescentes, a la vez que nos hace reflexionar sobre la capacidad destructiva del ser humano y la trascendencia de los sentimientos amorosos. Naomi Watanabe y Toshiro Ueda son dos jóvenes que se aman en Japón en 1945. El horror del estallido de la bomba atómica de Hiroshima los obliga a separarse. Y la autora no opta por el fácil y deseable final del encuentro. Los jóvenes amantes sufren la separación inevitable y las consecuencias de una adultez despiadada que lucha por defender sus intereses. A Toshiro solo le queda el consuelo de elaborar mil grullas de origami, a pesar del tiempo, a pesar de los años.

Este cuento recupera la mejor tradición de la literatura dedicada a la niñez que se habí­a empezado a gestar precisamente después de terminada la II Guerra Mundial, la que ofrece a las nuevas generaciones temas que aparentemente estaban reservados, con inevitable exclusividad, al mundo de los lectores adultos. La que no se contenta con respuestas cerradas, sino la que propicia la reflexión la degustación poética, la que es rica en detalles culturales e históricos y se mantiene alejada de cualquier pretensión didáctica. Este cuento apareció en el libro No somos irrompibles y se ha publicado, de manera individual, en una edición realizada por el gobierno argentino.

Si los protagonistas de Mil grullas son púberes cuya felicidad y libertad fundamental de amar es coartada por los egoí­smos y las faltas de entendimiento impuestos por la adultez, existen otros jóvenes que resultan entrañables en la obra de Bornemann. Uno de ellos es Simo, protagonista de la novela Cuadernos de un delfí­n. A pesar de que es un animal, se vincula con Toshiro y Naomi pues ese personaje es joven también.

Luego de ser capturado en el mar, Simo es llevado a un acuario para que entretenga con sus acrobacias a los visitantes. A lo largo de la obra, el delfí­n demuestra mayor inteligencia que los hombres y las mujeres a quienes debe servir. Por otra parte, representa al joven que ve frenadas sus aspiraciones de desarrollo debido a las presiones de poder que se manifiestan a su alrededor. Esta obra, escrita en primera persona, presenta un reto difí­cil a la autora: la de mirar el mundo mediante los ojos de un personaje joven, mostrando a la vez, su profundidad psicológica. Bornemann sale airosa de la prueba.

Sin embargo, no debe creerse que la obra de Elsa Bornemann se concentra temas serios y que, por eso, está exenta de humor. Ella escribió en su estudio sobre la poética infantil, publicado en 1977, y reiteró en la conferencia que diez años después leyó en Costa Rica las palabras de Oscar Wilde: -La poesí­a es un arte absolutamente puro, en el sentido de que ˜es completamente inútil ™, por lo tanto su función esencial es la de producir alegrí­a, la de ser una insustituible forma de placer estético, acaso la única ocasión de encuentro del niño con la palabra bella . Muestra de lo anterior es uno de sus poemas más conocidos, precisamente por su contenido jocoso y cercano a las representaciones del mundo de la niñez, llamado "Se mató un tomate", el cual reproducimos:

¡Ay! ¡Qué disparate!
¡Se mató un tomate!

¿Quieren que les cuente?
Se arrojó a la fuente

sobre la ensalada
recién preparada.

Su rojo vestido,
todo descosido,

cayó haciendo arrugas
al mar de lechugas.

Su amigo Zapallo
corrió como un rayo

pidiendo de urgencia
por una asistencia.

Vino el Doctor Ajo
y remedios trajo.

Llamó a la carrera
a Sal, la enfermera.

Después de sacarlo
quisieron salvarlo.

Pero no hubo caso:
¡Estaba en pedazos!

Preparó el entierro
la agencia -Los Puerros .

Y fue mucha gente ¦
¿Quieren que les cuente?

Llegó muy doliente
Papa, el presidente

del Club de Verduras
para dar lectura

de un -Verso al Tomate 
(otro disparate),

mientras, de perfil,
el gran Perejil

hablaba bajito
con un rabanito.

También el Laurel,
(de luna de miel

con doña Nabiza)
regresó deprisa

en su nuevo yate
por ver al tomate.

Acaba la historia:
Ocho zanahorias

y un alcaucil viejo
formaron cortejo

con diez berenjenas
de verdes melenas,

sobre la carroza
bordada con rosas.

Choclos musiqueros
con negros sombreros

tocaron violines,
quenas y flautines,

y dos ají­es sordos
y espárragos gordos

con negras camisas
cantaron la misa.

El diario -ESPINACA 
la noticia saca:

-¡HOY, ¡QUí‰ DISPARATE!
¡SE MATí“ UN TOMATE!

Al leer, la cebolla
lloraba en su olla.

Una remolacha
se puso borracha.

-¡Me importa un comino!,
dijo Don Pepino ¦

y no habló la acelga
(estaba de huelga).

El terror fue la constante en algunas de las últimas producciones de Elsa Bornemann. Muestra de ello fueron sus libros ¡Socorro! (12 cuentos para caerse de miedo) y Queridos monstruos (10 cuentos para ponerte los pelos de punta). Un hecho vincula estas dos obras: los prólogos son escritos por personajes terrorí­ficos; el autor del primero es Frankenstein y el del segundo, un fantasma bebé.

La humanización de los terribles espí­ritus y su visión lúdica prevalece en los dos tomos. Sin embargo, la autora logra el cometido de causar una sensación ominosa en los jóvenes lectores. Veamos la historia del cuento que da tí­tulo a la colección Queridos monstruos. Un adolescente se reúne con sus amigos, coloca una cuchilla en el suelo e invoca a los seres de terror que tanto ha anhelado ver. No sucede nada extraordinario. Sin embargo, el instrumento punzo cortante aparece al dí­a siguiente perfectamente clavado en la pared y se observa -el leve surco dejado por una especie de cola, como rematada en un rastrillo de poderosas uñas .
Los textos parecen escritos por colegiales; son múltiples las apariciones de la jerga y las construcciones idiomáticas propias del argentino. Sin embargo, la autora tiene el cuidado de no dejar de otorgar universalidad a su texto, que puede ser leí­do en cualquier paí­s hispanohablante sin dejar de provocar terror e hilaridad.
Enamoramientos extraños, adolescentes fantasmas que desean pasear en bicicleta por el cementerio o un misterioso actor que deslumbra por su calidad histriónica antes las cámaras hasta que una muchacha descubre que tiene dos caras, están presentes en la obra de Bornemann. Ella introdujo la literatura de terror en la literatura infantil y juvenil en la última década del siglo XX, y con ello anunció una de las grandes pasiones de los jóvenes del siglo que recién comienza.

Una conferencia memorable

Bajo una lluvia de aplausos, la autora argentina terminó su disertación en la Sala España de la Biblioteca Nacional. Al dí­a siguiente nos reencontramos en el hotel donde ella estaba hospedada y me obsequió un ejemplar de su obra Poesí­a infantil, estudio y antologí­a. Tuve entonces la oportunidad de leer ese importante libro.
Meses después recibí­ una carta suya. Era una hoja de papel ilustrada con calcomaní­as de elefantes. De sus trompas salí­a un inmenso globo, a manera de un cómic, y allí­ escribió: -Venimos en representación de Ví­ctor a darte un abrazo, un caluroso saludo . (Ví­ctor, como ya lo mencionamos, es el entrañable personaje del cuento "Un elefante ocupa mucho espacio".)

Con sorpresa me enteré, por los medio de la prensa, de su fallecimiento ocurrido el 24 de mayo de 2013. Dos meses más tarde se le rindió homenaje en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires. Los niños participantes debí­an llevar una grulla de papel con el fin de reunir las mil grullas necesarias para que las personas no tengan que separarse, como ocurre en el cuento ya mencionado, cuyos protagonistas se ven distanciados por el horror de la guerra. Fue una forma de evocar a una autora que siempre estará muy presente entre los lectores infantiles y juveniles de Iberoamérica.

Elsa Bornemann partió fí­sicamente en mayo con tan solo 61 años de edad. Tal vez, de alguna manera premonitoria, ella escribió un poema décadas antes en el que expresaba:

No me visites en mayo
pues te quedarás de pie.
¡Qué cosa extraña sucede!
No puedo saber por qué.

Mis sillas quedan dormidas
sueñan que son caballos.
Galopan enloquecidas ¦
No me visites en mayo.

No encuentro dónde sentarme
si quiero tomar el té.
No vengas a visitarme
pues te quedarás de pie.

Trotan al sol desbocadas,
o se empapan cuando llueve ¦
¡Ay mis sillas encantadas!
¡Qué cosa extraña sucede!

Sueño de sillas; caballos
sin crines que nadie ve ¦
No me visites en mayo ¦
No puedo saber por qué.