Ilustración de Alekos,
  • Ilustración de Alekos, "Matachita", Bogotá: Panamericana, 2003.

Chicos, literatura y formación: ese discutido espacio triangular

Graciela Perriconi

Sin lugar a dudas el rol de formador, intermediario, mediador, selector, sinónimos que arbitrariamente elegí para designar a la persona encargada de “formar” a otros no es un lugar fácil de delimitar y menos sin academicismos ni referencias a categorías escolares. 

El formador se supone que es un profesional preparado para ejercer una función docente o bien una función de animación social en el ámbito de la literatura para chicos. Y aquí está el otro aspecto de significación de este encuentro: los chicos. De esto trata mi intercambio, de aproximar algunas reflexiones sobre la resignificación de

1) la literatura dentro de la formación profesional

2) el concepto de formación

3) la idea que se tiene de niño.

Si ninguno de estos tres aspectos se hubiera modificado en los últimos años podríamos asegurar que no nos hemos dado cuenta, que no los tuvimos en cuenta o bien que seguimos haciendo lo mismo de siempre a pesar de que a la vera del camino la vida pasa, inevitablemente pasa.

Hemos observado en la última reforma educativa que la literatura infantil no ha tenido un lugar de privilegio en los contenidos curriculares en medio de la funcionalización de las diferentes tipologías textuales, emplazada por los actos del habla y acotada por la tan mentada y cierta experticia comunicacional con las que seguramente debemos contar para relacionarnos mejor.

Sin caer en ironías, la literatura ha sido desplazada por otros afanes más lustrosos a la hora de contar experiencias institucionales integradas.

Pregunto: ¿por qué escribir literatura, ¿por qué leer literatura?, ¿por qué editar literatura?, ¿por qué enseñar literatura? ¿Por qué insistir en que la literatura forme parte de la vida de las personas? ¿En qué radica lo que llamamos literatura?

Sin ánimo de repetir el punto de confluencia, los que trabajamos con ella, hablo de la literatura, podemos decir que la leemos, la enseñamos e insistimos sin tregua como una forma de darle significado a las palabras y por lo tanto a la vida, ya que de ellas dependen muchas preguntas y otras tantas respuestas.

Me pueden decir que no es necesario buscar en la literatura estas respuestas, yo en ella he hallado algunas certezas con las que he decidido convivir siempre. Y creo que mi caso no es el único. Si los formadores creen que a través de la literatura además del tan reconocido y anhelado placer se puede acceder a dar otros sentidos y al para qué de estos, se va tejiendo una definición de literatura que concuerde con la realidad. Este es el otro elemento constitutivo del encuadre, para sintetizar he elegido una cita de Rodolfo Walsh:

El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de su tierra. Quizás sea este el lugar que le asignamos a la literatura dentro de la formación profesional: el de la frontera indómita, el del compromiso con la realidad, el de la interpretación inteligente de la vida. Y no creo que sea pedir demasiado por ocuparse de la lectura que, en definitiva, nos permite estar reunidos en este escrito; quizás sea lo más simple para acceder a entender el porqué de nuestras búsquedas.

El otro aspecto es qué entendemos por formación; en tiempos de tanta ambigüedad, las palabras que significan cosas no están ajenas a ella. Las palabras configuran esa ambigüedad, así formación ha significado capacitación, perfeccionamiento, información, estudio, educación, instrucción, crecimiento, desarrollo y muchas más que la encierran.

Formarse en literatura infantil en tiempos en los que la literatura ha dejado de ser un placer, un lugar para el entretenimiento y se ha convertido en una propuesta del mercado (se produce lo que se vende, se vende lo más conocido, se aligera la escritura con el fin de que el lector la pase bien), es costoso para el lector y para el intermediario. Esto dicho en términos generales y sin ánimo de desestimar la producción general y la buena literatura que se escribe y se vende en Argentina.

Pero debemos reconocer que el mercado impone reglas, ajuste de lectores, a eso me refiero, y que cuando hablamos de formación, nos referimos a la construcción de un lector. No podemos separar más la literatura de la lectura, ni tampoco prescindir de la ideología que sustenta la formación de un lector: muchas oportunidades para muchos lectores en ámbitos de encuentro donde los autores y los lectores se aproximen, se rocen, con esa extraña sensualidad que posee leer con alguien ausente, pero que se nos mete dentro. Esto último hoy nos parece una utopía, una buena intención de profesora de literatura con años de servicio e ideales románticos.

La carga ideológica es muy fuerte en el concepto de formación y es inevitable; Ana María Machado propone dos procedimientos para la defensa del lector, para que no sea dócilmente colonizado por la escritura, para que la autoría no se convierta en autoritarismo del autor.

El primer recurso sería “el desarrollo de la lectura crítica, siempre lista a ver lo que hay bajo la superficie de las palabras del texto”. El segundo sería “una gran variedad de lecturas, capaces de ofrecer alimento y municiones para el diálogo de contradicciones, capaces de lograr que un texto entre en discordancia con otro, le conteste y surjan otras alternativas. (…) hay que leer lo que tiene valor artístico, leerlo críticamente y en cantidades. Convivir críticamente con lo ideológico. Pero hay que estar consciente de que esta expresión presupone el ejercicio permanente de la razón, del pensamiento”.

Si a esta cita le incorporamos la división que el neoliberalismo ha instaurado entre los loosers y los winners (es decir, entre ganadores y perdedores; los que tienen acceso a la educación y a las fuentes de trabajo y los que están afuera de cualquier beneficio social y por lo tanto carecen de recursos para vivir con cierta dignidad y pierden siempre lugar dentro de la sociedad; los que deben su autoridad a la formación, o sea a la inteligencia y al dinero, y los que no tienen ninguna o poca autoridad, porque no tienen nada), llegar a formar lectores es mucho más trabajoso o mucho más difícil porque el propio sistema integra a pocos y excluye a otros.

Pero la realidad entre los que tienen y los que carecen y los derechos de unos enfrentados a las necesidades de los otros son el espejo cotidiano de esta existencia en la que insistimos en denominar “la violencia social”. Allí situados en esa absurda confrontación simulada, adormecida, allí está como proyecto de reelaboración la formación de los formadores. De qué formación estamos hablando y de qué formadores, volvemos a la cita de Walsh: de aquellos que resistan a la violencia que impone la carencia y que se empecinen en rescatar como valor y futuro la solvencia que produce gratuidad, la dación comprometida, la reciprocidad.

Saber que el otro existe, que espera algo de mí, que yo también espero algo de él y que apuesto al gesto de dar y recibir, no sólo a recibir. Es tiempo de resignificar los valores con los que construimos tantos años de docencia y ponerlos en acción, no en planificaciones.

Y cito a Graciela Montes: “No todo está perdido, pero sólo en los momentos de optimismo, si podemos pensarnos, pensar en lo que nos pasa. La partida de naipes no ha concluido, y nosotros, los escritores, tenemos triunfos. Nuestras destrezas. Un saber, alguna sabiduría. Tenemos nuestros lectores, sobre todo. Escritores y lectores –es mi apuesta y mi esperanza– seguimos siendo capaces de fundar territorios donde las reglas no son comprar y vender, sino otras, tirar langostas al aire, por ejemplo, y barajarlas con buen estilo” (dentro del contexto de este escrito, el juego con la langosta no es casual).

Y retorno al punto de partida, la formación como camino exploratorio, como territorio a fundar, y como un riesgo.

Salidos de las leyes que impone el marketing, con la esperanza puesta en ese camino y el riesgo como aliado, parecería que hay más motivos para huir que para permanecer, pero no hay muchas alternativas.

La vida siempre salpica, y vivirla hoy es un gran esfuerzo de la voluntad que tiende a mimetizarse con el medio, este medio que no piensa, que no quiere sufrir, que ha invertido el significado de palabras y la mirada del hombre hacia sí mismo y, como consecuencia, prescinde de los otros.

Formación es un camino de búsqueda de algunas respuestas en medio de una sociedad muy bulliciosa.

El tercer punto es la idea que se tiene de niño, y con ella cierro este intento de resignificar, que no es otra cosa que ponerse en otro lugar, para analizar esos lugares tan recorridos, tan escritos en todos los congresos y reuniones donde la tríada literatura, formación y niños está unida y desde allí, corriendo con las facturas que quedaron pendientes del pasado, volver a empezar.

Es dura la visión del chico actual, solo, pegado a la pantalla de un televisor, necesitado de voces, lleno de estímulos y promesas incumplidas de los adultos y aburrido de la escuela.

Parecería que mi postura peca de excesos por escatológica; sin embargo, me parece que es, en todo caso, reducida. Hay tanto más para decir del lector, lo más importante es que es niño, que puede contar con el tiempo, con más tiempo para plantearse cambios, que tiene mucha lucidez para ver lo que sucede a su alrededor, que no se miente y que es un “objeto deseable” para la sociedad de consumo.

Este lector de fragmentos, que maneja los videojuegos con una plasticidad asombrosa, que comprende con dificultad aquellos materiales que la escuela le obliga, pero que elige sin duda la literatura de terror porque le gusta, este lector de un mundo hecho a recortes, con tiempo de zapping, es nuestro interlocutor, para él nos formamos, para él hablamos de literatura infantil, para él escriben los escritores.

¿Es necesario modificarlo? No, es bueno aceptarlo, quererlo con sus necesidades y demandas y darle espacio. Hablo de dar permiso al lector, no de censurarlo, de dejarlo elegir, de respetarlo, hablo de la buena relación con los libros, que es una manera de relacionarse bien con el mundo interior, con las palabras, con los sentimientos.

El cuerpo a cuerpo del que hablo supone tocar resortes íntimos imprescindibles que aproximan o alejan a alguien de un texto. Si la conquista del lector es un “desafío de nuestro tiempo”, el trabajo del formador, su “inside”, es ponerse en otro lugar para conquistar, esa es la propuesta.

Quisiera terminar con un fragmento de un cuento del autor argentino Marcelo Birmajer en su libro Mitos y recuerdos, que se ha reeditado con otro nombre y cuyo significado es abierto, creo que en él está la disyuntiva que nos motiva:

Adriana era hermosa y todos estábamos locos por ella.

Ignacio era reconocido por su fuerza bruta.

Y Tomás interpretaba el rol del joven Paris, que pronto huiría con la reina. Pero con el pequeño problema de que las aulas quedaban a cinco pasos, y no había hacia donde huir (…).

Unos cuantos meses después, Tomás le pidió consejo al más sabio de nuestros compañeros, el gordo de anteojos Facundo. Facundo, como todos, estaba perdidamente enamorado de Adriana, pero aceptó con dignidad su rol de consejero.

–Ignacio me desafía a pelear en la esquina por Adriana –le dijo Tomás.

–¿Qué hago?

–Es una estupidez, pelear por Adriana –le respondió Facundo–. Ella puede elegir con quien estar.

–Pero me parece que ella prefiere quedarse con el que gane la pelea –dijo Tomás.

–Entonces –le dijo Facundo–, tal vez no valga la pena pelear por ella.

 

Bibliografía:

Montes, Graciela: La frontera indómita. México: FCE, 1999.
Machado, Ana María y Graciela Montes: La literatura infantil. Creación. vensura y resistencia. Buenos Aires: Sudamericana, 2003.
Birmajer, Marcelo. Mitos y leyendas. Buenos Aires: El Ateneo, 1997.