Marí­a Elena Walsh. Foto cortesí­a de Sara Facio.
  • Marí­a Elena Walsh. Foto cortesí­a de Sara Facio.

Marí­a Elena Walsh: Armadora de palabras

Susana Itzcovich

Marí­a Elena Walsh, la poetisa, la juglaresa, la narradora del disparate —entre otros oficio—, resume una imagen fenomenal del torrente creador en todos los géneros que aborda: poesí­a y narración para adultos y para niños; compositora de música y letrista; guionista de teatro y televisión, cantautora.

Armadora de palabras, multiplicadora del humor y del absurdo, dueña de la sátira y la ironí­a, transgresora de lo solemne, defensora de la irreverencia literaria, Marí­a Elena Walsh marca un hito histórico en la poesí­a para niños. Hay un antes y un después a partir de la década del sesenta. Esta afirmación no implica un juicio de valoración a la poesí­a precedente. Significa una marca, un sello, una revolución, una forma de expresión en la que incorpora a lo literario los ribetes del absurdo, del humor, del nonsense, de la jitanjáfora. En sus textos confluyen el folclor, el ritmo de las canciones españolas y la "traducción" libre de las Nursery Rhymes inglesas, como ella misma expresa.

Alicia Dujovne registra en su biografí­a que "salvo algunos antecedentes que ella misma rescata (José Sebastián Tallon, Germán Berdiales, Fryda Schultz de Mantovani) casi no habí­a entre nosotros una poesí­a para niños. Abundaba el versito didáctico y moralista. Abundaba la autocompasión del grande que ha perdido su propia infancia y la añora en versos sensibleros... En medio de esta atmósfera de melancolí­a, de moralina, de paternalismo escolar, de colonización cultural, en medio de este desconocimiento de la identidad nacional y de la poesí­a infantil, irrumpió Marí­a Elena Walsh con su ternura sin azucarar, con su risa sin falsificar... Irrumpió para quedarse". Adherimos a Dujovne cuando dice que "los libros de Marí­a Elena ingresaron a las aulas al revés, de contrabando, impuestos por los propios maestros, por los padres y los niños".

Marí­a Elena no proporciona golpes bajos, ni aniña la poesí­a, ni la hace sensiblera. Como una orfebre del verso y de la narrativa, esquiva el sabor escolar conservador y adhiere al desenfado poético, al manejo del equí­voco, a la palabra de entrecasa, dada en el humor y el disparate, como ejercicio verbal. Altera palabras para jugar poéticamente ("biciclata, mediaslanas, sacapinta"). Desmitifica personajes estáticos: una reina que juega al ta-te-ti; "San José en la carpinterí­a / toca el bombo y el tamboril. / Tiene barbas de virutas / y bigotes de aserrí­n".

Los personajes del reino animal conciertan acciones insólitas: Manuelita, la tortuga, va a Parí­s a embellecerse; "un pajarito / que está en la cama / busca el zapato / bajo la rama". "Titina en la tela / perdió tres chinelas". Estrofa breve, rí­tmica, sonora, creada a la par de la música.

"Me aventuro a decir —explicitaba Fryda Schultz de Mantovani, en un artí­culo de la revista Sur— que en Tutú Marambá se ha tocado una cuerda hasta ahora inédita en español: tiene importancia porque nuestra lengua nacionalizada en ruralismos arrastraba dejos de tizones y facones, arenilla de razonamiento, jerga de ahogados y de clérigos con la que siempre aspiró a imponer alguna cosa o enseñar, cuando tení­a un niño a mano... Marí­a Elena opera desde otro ángulo: su irreverencia con el idioma y con la vida, que es alarde de travesura, conquista un plano poético cuyo encanto sorpr

Sus letras ya son folclor. No hay quien no utilice algún tí­tulo, verso o personaje en los diálogos cotidianos y hasta en discursos polí­ticos: el Paí­s Jardí­n-de-Infantes, el Reino del Revés, el paí­s de Nomeacuerdo. Centenares de chicos, padres y abuelos repiten y repetirán sus canciones de tranví­as, jardineros, monos lisos y naranjas paseanderas. Quizás el mejor homenaje es decir que Marí­a Elena pasó a la "oralidad".

Texto puesto en línea en enero de 2011.