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María Elena Walsh conversa con Manuel Peña Muñoz, Feria del Libro de Santiago de Chile, 1988. Foto cortesía de Manuel Peña Muñoz.
María Elena Walsh: recuerdos de una visita a Chile
En la primavera del año 1988 tuvimos el privilegio de recibir a la escritora María Elena Walsh que venía de Buenos Aires a participar de la Feria del Libro de Santiago de Chile situada en ese entonces en el Parque Forestal, detrás del Museo de Bellas Artes. Era todavía una feria incipiente bajo los árboles, con casetas de madera muy rústicas en una de las cuales estaba sola María Elena Walsh, esperando que alguien se acercase a reconocerla. Era la época del término de la dictadura de Augusto Pinochet, de modo que la visita de María Elena Walsh en aquella feria simbolizaba el augurio de nuevos vientos. Efectivamente, dos años más tarde el país comenzaría a vivir un régimen democrático.
¿Sabían aquellas personas que deambulaban por la feria quién era aquella mujer madura, peinada con flequillo, que miraba al público detrás del mostrador? Sin duda, la gente no la reconocía, pero bastaba que alguien al verla hubiese silbado una de aquellas melodías de infancia para que el rostro del paseante se hubiera iluminado por una sonrisa. Aquellas canciones de los años 1960 entonadas por María Elena Walsh con una guitarra tenían la virtud de transportarnos a una época más feliz. Así se lo dije cuando tímidamente me acerqué a saludarla a la caseta, llevándole una revista antigua donde aparecía ella en grandes fotografías en blanco y negro. Sorprendida la hojeó pues no conocía aquel reportaje aparecido en una revista española. Allí estuvimos compartiendo un momento y poniéndonos de acuerdo pues, al día siguiente, me correspondía presentarla y acompañarla en una actividad con niños en las gradas del Museo de Arte Contemporáneo del Parque Forestal.
Allí mismo nos encontramos al día siguiente. María Elena llegó vestida con un traje de color rosado fuerte, con su pelo corto de color rubio caoba y con libros en la mano. Se sentó en la mesa, abrió una página al azar y empezó a leerles a los niños aquellas preguntas abigarradas y curiosas que solo ella sabía escribir y decir:
“Niños, ¿pueden ustedes imaginarse -una tonina con vestido de cola y capelina ? ¿O -un atún que nada estilo mariposa y al tuntún... ? ¿No?... ¿Y se imaginan ahora a -un atún que en vez de competir en una maratón, concursa en una maratún ?... ¡Ah, veo que alguien se ríe! Muy bien. Ahora imaginen -un lobo que pide un helado de pollito guisado? ... ¿Lo pueden dibujar?
Las preguntas provenían de los libros que se hallaban en la mesa: La foca loca, Un chimpancé y Palomita de la puna, publicados el año anterior en Buenos Aires por la editorial Sudamericana con ilustraciones de Vilar.
Sentados en las gradas, al pie de la mesa donde nos encontrábamos, los niños se morían de la risa al oír esas extravagantes preguntas. Y María Elena también. Había entrado en fácil comunicación con los niños, pues su carácter era así. Parecía seria, y ensimismada en la soledad de la caseta el día anterior, pero cambió de personalidad cuando tendió un puente de plata hacia los niños. Y estos se dejaron llevar por ella, es decir, por sus palabras mágicas que formaban rimas divertidas y curiosas sobre sus cabezas como un enjambre de versos locos.
Los niños empezaron a pintar todo lo que veían con la imaginación en aquellas rimas. Sentados juntos en esa mesa entre las columnas del museo, la escritora cobraba vida como al compás de una invisible cajita de música. A su lado, yo me preguntaba de dónde le venía ese gusto por las palabras, de modo que cuando se inició una ronda de preguntas, aproveché mi papel de entrevistador para preguntarle cómo había sido su infancia, raíz de toda personalidad. Allí contó que había nacido un 1° de febrero en Ramos Mejía, en la provincia de Buenos Aires y que era hija de un inglés del ferrocarril y de una mamá hija a su vez de criollo y gaditana.
-¿Y cómo era tu casa? , le preguntó un niño. Así nos enteramos que en su casa de infancia siempre había libros de cuentos y canciones que le cantaba su padre, lo que es muy importante, porque de él heredó ese gusto por la música. En suma, melodías alegres, mucho sentido del humor y libros de poemas. Recibió, como ella lo dice en -Vals del diccionario : -palabras en vez de muñecas .
Sí ¦ Ahora que recuerda ¦ había en esa casa un libro de infancia que la marcó profundamente: las Nursery Rhymes que siempre le leía su padre. Ese libro único va a ser decisivo en su vida. Porque María Elena siempre pensó en lo maravilloso que era reírse y divertirse con esas cómicas canciones de cuna. Creía sinceramente que había que traducirlas, no literalmente, sino en espíritu.
“Sentía que en español (salvo en coplas y nanas populares) nadie había jugado con las palabras como lo hicieron los ingleses en su lengua “contó.
Por eso sus versos estaban llenos de expresiones juguetonas y traviesas. Allí estaban esos versos divertidos que presentaba ahora a los niños de Chile. Eran versos imaginativos que nos hacían reír y emocionar porque sus animales inventados, su propia zoología resultaba verdaderamente fantástica.
Ahí por el parque, en medio de los altos álamos, por un camino largo venía -una vaca que come con cuchara y que tiene reloj en vez de cara . También -un hipopótamo tan chiquitito que parece de lejos un mosquito . En el reino de la mente era posible sonreír, imaginando con libertad, y desarmar esquemas preconcebidos y estereotipados. Todo era posible alrededor nuestro.
María Elena abre uno de los libros y lee en voz alta con su voz clara y tan particular:
Una vez, por las calles de Caracas
aparecieron veinticinco Vacas.
Como era carnaval,
nadie veía mal
que bailaran tocando las maracas.
La palabra poética se convertía en antídoto contra la solemnidad. El verso era un arma para destruir lo convencional y espantar prejuicios. María Elena lo sabía y, por eso, su humor lúdico y musical la llevaba a crear un mundo al revés, ¡incluso con versos al revés!...
(Un Nogüipín, un Greti, un Lodricoco.
Un Toquimos, un Mapu, una Rratoco.
Una Faraji, un Toga.
Un Rrope, una Tavioga,
un Llobaca, un Norrizo y un Teyoco.)
Versos para reír, pero siempre con una semilla para pensar. Su poema -La vaca estudiosa , daba una idea de su estilo lúdico e imaginativo:
Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja, muy vieja,
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: “Estás equivocada.
¿Estaba realmente equivocada aquella vaca de Humahuaca? Los niños y los adultos sonríen aquella mañana de primavera en Santiago de Chile, en un parque frío bajo la cordillera nevada. Sonreían porque su poesía transgresora y, a la vez, con ángel tenía la virtud rarísima de encantar a todos por igual.
Aquella vez, después de los aplausos, los niños le dejaron de regalo unos dibujos preciosos y rarísimos que María Elena se llevó con gusto al hotel donde se encontraba.
“Hasta la tarde, María Elena.
A las tres en punto, demasiado temprano, voy a buscarla para llevarla a una sala de la embajada argentina en el Paseo Ahumada de Santiago donde se va a reunir con periodistas. A esa hora fijaron la rueda de prensa a la que llegan unos pocos. María Elena se sienta en el escritorio y dice simplemente con su voz bien definida y punzante:
“¡Pregunten!
Una voz femenina se atreve y pregunta por sus inicios en la poesía. Así nos enteramos que en su primera época incursionó en la poesía pura. Su primer libro de versos fue Otoño imperdonable, en 1947. Era una poesía profundamente argentina, porteña, con la nostalgia doliente del sentir de Buenos Aires: las estatuas que se quedan solas bajo la lluvia, la sirvienta de provincias que llega sola a la gran ciudad, los viajes, la evocación del pequeño Larousse ilustrado...
Me da tristeza este olor a nadie tan antiguamente
pobre de Buenos Aires...
Un año más tarde conoció a grandes poetas que asistían a un acto de solidaridad con los exiliados españoles de la Guerra Civil. Entre ellos estaban Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y Rafael Alberti. También el poeta español Juan Ramón Jiménez, que queda sorprendido con su poesía.
María Elena recuerda:
Cuando Juan Ramón regresó a los Estados Unidos en 1948, me escribió invitándome a su casa de Maryland. En su carta me decía: -Estoy maravillado de su expresión, su naturalidad en lo sencillo y lo difícil . Ese mismo año publiqué Apenas viaje y, en 1951, Baladas con ángel. Era una poesía adolescente, dramatiquísima y terrible... Luego vinieron otros libros, premios y becas. Hasta que en 1952 decidí viajar a Europa ¦ pero antes recorrí toda América Latina. Ese viaje fue muy importante para mí ¦ Fue un viaje iniciático. Me acuerdo que en Panamá conocí a Leda Valladares, que era una argentina de Tucumán. Con ella formamos un dúo inseparable de voces para cantar juntas en Europa y grabar discos en Francia, entre ellos Chants d'Argentine. Nos presentábamos con el nombre de Leda y María ¦
Ahora María Elena se ha abierto más. Ha dejado correr libremente sus recuerdos cargados de emoción. En la sala hay un silencio expectante como si los pocos periodistas ahí congregados no quisieran perderse ninguna de sus palabras. Una periodista anota todo en una libreta, en tanto que otra confía más en una grabadora cuyas pistas giran lentamente en la mesa grabando cada sílaba. María Elena está allá adelante recordando París ¦ ¡París! ¡Como dice la palabra! Ella, que es tan porteña, parece que viajara con solo pronunciarla. ¡París! Allí difundió el folclor argentino, incorporando las vidalas, zambas y bagualas, así como los bombos y guitarras.
De nuestro continente extrajo ritmos e ideas para transfigurarlos con su estilo personalísimo de decir y de cantar las cosas. Porque, ¿no es acaso una juglar de nuestra época? María Elena es trovadora, poeta, payadora, música, guitarrista, narradora del disparate, guionista de teatro, armadora de palabras, coleccionista de versos absurdos, transgresora de lo solemne, libretista de televisión, cuenta historias, cantautora... y muchas otras cosas más.
El ciclón de los recuerdos la regresa otra vez a Argentina en 1956 donde continúa cantando con Leda el repertorio tradicional anónimo. Graba en Buenos Aires Entre valles y quebradas (1957) y Canciones del tiempo de Maricastaña (1958). Es la etapa de La mona Jacinta y Tutú Marambá (1960), Circo de bichos y Tres morrongos (1961), El reino del revés y Zoo loco (1965). Luego vienen Dailán Kifki (1966), con ilustraciones de Juan Carlos Caballero; Cuentopos de Gulubú, del mismo año; Versos tradicionales para cebollitas (1977) y, por supuesto, las canciones de sus obras de teatro: Los sueños del rey Bombo (1959) y Doña Disparate y Bambuco (1963), que fueron cantadas por miles de niños en Hispanoamérica, reproducidas, además, en sus discos y en libros maravillosamente ilustrados.
¿Quién no recuerda aquellas Canciones para mirar (1962), que fueron llevadas al teatro y que se representaron en toda Hispanoamérica en los años 1960 rompiendo lo convencional? Niños y adultos aprendían a sonreír en conjunto y unidos con esta poesía ilógica e irreverente que decía verdades profundas. Un poco con ternura, otro poco con ironía, María Elena Walsh sabía penetrar en el corazón humano y nos decía que la indolencia y la presunción podían llevar a la superioridad y a creernos mejores que otros para ventaja personal.
Su vida y obra resultan tan apasionantes, que Alicia Dujovne le dedicó un libro titulado María Elena Walsh (1982), en Ediciones Júcar de Madrid, con numerosas fotografías.
Un periodista del público le hace ahora una nueva pregunta:
“¿Había antes que usted poesía infantil en Argentina?
María Elena se queda pensativa. Luego responde:
“Salvo algunos antecedentes como José Sebastián Tallon, Germán Berdiales o Fryda Schultz de Mantovani, casi no había entre nosotros una poesía para niños. Abundaba el versito didáctico y moralista. Abundaba la autocompasión del grande que ha perdido su propia infancia y la añora en versos sensibleros... En medio de esta atmósfera de melancolía, de moralina, de paternalismo escolar, de colonización cultural, en medio de este desconocimiento de la identidad nacional y de la poesía infantil, aparecieron mis versos para cantar con un poco de ternura sin azúcar y mi risa sin falsificar...
Con su poesía candorosa y tierna, María Elena nos hace sonreír con alegría para burlarnos de nuestros arraigadas convenciones: Angelito, La sirena y el capitán, El diablo inglés, El país de la geometría ¦ Y por supuesto, no olvida al público -de grandes con libros como Hecho a mano (1965), Juguemos en el mundo (1970) y Cancionero para el mal de ojo (1977) y discos como El buen modo y De puño y letra (1976).
“¿Y de dónde salen esos versos disparatados y fantásticos? “una mano tímida pregunta.
“Del carnaval de muchos libros, del teatro absurdo de Ionesco, de ese humor británico y extrañamente surrealista de Lewis Carroll en su Alicia en el país de las Maravillas ¦ Todo eso me nutrió. Mi mente fue un solo torbellino imaginativo que dio por resultado una poesía nueva que tiene también la savia nutriente de Hispanoamérica junto con la alegría condescendiente de los títeres y la música argentina, que están en mi oído y mi corazón:
Diez y diez son cuatro
mil y mil son seis
mírenme señores
comiendo pastel.
A ver, a ver, a ver...
Este gran secreto
solo yo lo sé.
Cuando llueve, llueve
cuando hay luz se ve.
A ver, a ver, a ver...
“Esas palabras fueron tan conocidas que saltaron a la calle. En vez de inspirarme en lo que decía la gente, ocurrió al revés, que la gente decía cotidianamente lo que yo escribí. Muchas de mis letras ya son folclor “dice “. No hay quien no utilice algún título, verso o personaje en los diálogos cotidianos y hasta en discursos políticos aparecen expresiones mías como -el país jardín de infantes , -el reino del revés , -el país de Nomeacuerdo .
Centenares de chicos, padres y abuelos repiten y repetirán sus canciones de tranvías, jardineros, monos lisos y naranjas paseanderas. Quizás el mejor homenaje es decir que María Elena pasó a la oralidad. Es decir, la naturaleza copió el arte...
Luego vinieron otras obras que María Elena enumera desde el escritorio: Chaucha y palito (1978), Bisa vuela (1985) y La nube traicionera, versión libre de Le Nuage Rose, de George Sand, con hermosas ilustraciones de Daniel Rabanal ¦
“Yo traduje y acriollé este cuento en homenaje a la gran escritora francesa y al bicentenario de la Revolución Francesa que exaltó el trabajo y proclamó los Derechos del Hombre ¦
Ya se ha pasado el tiempo en la salita del Paseo Ahumada de Santiago. Un funcionario de la embajada de Argentina, con su particular acento del otro lado de la cordillera, agradece su presencia tras lo cual, el pequeño grupo de periodistas aplaude y uno que otro escritor presente en la sala se acerca para tener el privilegio de saludarla y estrechar su mano. Alguien lleva un libro para que la autora lo autografíe.
“Esta tarde volveré al Parque Forestal a firmar libros “dice finalmente, estampando una rúbrica ilegible en un libro.
Me despido de la autora, extendiéndole el libro Palomita de la puna. Ella se toma el tiempo de escribir un globo con el canto de la paloma que dice: -Manuel, Manuel, felicidades .
“Adiós, María Elena.
“Adiós, Manuel.
Me voy feliz con mi pequeño tesoro, perdido en la multitud. Han pasado veintiún años desde entonces. Nunca más la he visto, pero conservo su libro firmado junto con los otros que he ido juntando y que me traigo cada vez que voy a Buenos Aires a perderme en sus maravillosas librerías.