'Memorias de una vaca?, Bernardo Atxaga. Madrid: SM, 1996.
  • 'Memorias de una vaca?, Bernardo Atxaga. Madrid: SM, 1996.

Vuelve la polémica: ¿existe la Literatura... Juvenil?

Jaime Garcí­a Padrino

En la escasa bibliografía que, hace algunos años, podíamos utilizar sobre el carácter y los límites teóricos de la Literatura Infantil, era bien frecuente encontrar la pregunta sobre la existencia o no de la Literatura Infantil. Poco a poco esa realidad artística ha sido reconocida, no solo como producto cultural y económico, sino como interesante campo para el trabajo universitario. Añadamos, en ese marco de creciente atención social hacia la Literatura Infantil, la aparición de clarificadoras aportaciones sobre el lenguaje literario que caracteriza el discurso propio de las creaciones dedicadas a los lectores infantiles 1, o la celebración de encuentros y mesas redondas dedicados al debate de los puntos de vista correspondientes a los principales sectores implicados —autores, editoriales, profesorado, lectores— en este aparente auge actual de la Literatura Infantil y Juvenil.
Sin embargo, cuando parecía indiscutible el reconocimiento hacia esa realidad artística, un nuevo fenómeno ha ganado importancia en el actual mercado editorial que busca en los jóvenes sus naturales destinatarios: la llamada Literatura Juvenil. Se ha roto así el empleo de infantil como término abarcador de tan compleja realidad evolutiva como la comprendida hasta los 14 años, en favor de una particular identidad de esas otras creaciones específicas para la juventud. De ahí que, a la hora de iniciar este artículo, haya rescatado aquella pregunta sobre la existencia de una literatura específica para el niño, cambiando en su formulación el adjetivo infantil por el de juvenil. En resumen, creo que la situación actual de las creaciones literarias que hoy se presentan con ese rótulo, justifica la siguiente pregunta: ¿existe la Literatura Juvenil?
Aquellos anteriores ensayos o artículos donde se cuestionaba así la Literatura Infantil hacían de esa inquisición previa un eficaz recurso retórico. Con él cada autor podía centrar la polémica o la interpretación en el aspecto que deseaba destacar. Y en el caso del presente artículo, quiero declarar la intención de recurrir a ese mismo carácter retórico para ofrecer a continuación un particular punto de vista, y, por tanto, todo lo discutible que merezca serlo, incluso para rebatir todos y cada uno de los argumentos que se expondrán a continuación.
Aclaradas las intenciones que han animado el título de este artículo, quiero citar una vez más la siguiente consideración del profesor Baumgärtner, incluida como preámbulo a la hora de describir los “Antecedentes del libro juvenil moderno” 2 :

Quien se proponga escribir o hablar sobre la literatura juvenil se verá abocado a la curiosa situación de tener que explicar previamente cuál es en realidad el objeto que va a abordar.

Pues bien, ¿cuál es el objeto que trataré de abordar en las líneas siguientes? Para ello, conviene también resolver la cuestión determinante del empleo que queremos dar a la utilización del término juvenil, dado que los términos literatura infantil y literatura juvenil se han empleado –tradicionalmente podríamos decir– como sinónimos, e incluso es frecuente hoy la utilización de infantojuvenil. Recordemos en tal sentido lo señalado por Enzo Petrini como “Nota previa” a su ya clásico Estudio crítico de la literatura juvenil 3:

La literatura juvenil ha salido ya de su minoría de edad, ha ensanchado su espacio vital, se articula en filones y sectores, comprende desde los cuadernos para los más chicos, pasando por los libros espléndidamente ilustrados para niños, hasta las lecturas en volumen y en periódico para adolescentes, nutre y se nutre de aportaciones ofrecidas por las modernas técnicas audiovisuales y llega hasta la divulgación científica verdadera y propiamente tal.

Pero el propio Petrini señalaba a continuación uno de los principales problemas que afectan en la actualidad a la consideración de la Literatura Infantil y Juvenil: “Es mérito de los investigadores de Pedagogía haber hecho de la literatura juvenil un problema vivo y actual…, de tal modo que la literatura juvenil puede definirse también como literatura educativa”.
¿Sigue gozando de actualidad la anterior apreciación de Petrini sobre el carácter o valor educativo de la literatura infantil/juvenil? ¿Es educativa la literatura infantil y juvenil? Desde luego que sí, pero en la misma medida que la Literatura general. Solo cabe rechazar todo lo que no sea contemplar esa realidad literaria como auténtica Literatura. Nunca marginada o con criterios diferentes a los que empleamos cuando nos referimos a cualquier otra realidad literaria. Sigo creyendo que si esa buscada especificidad por adaptarse a tan particular momento de la edad evolutiva, como es la adolescencia o la juventud, transgrede los límites auténticos de lo literario, estaríamos hablando, de nuevo, de una literatura más marginada que marginal, de unas creaciones que participan de algún modo del carácter de lo literario, pero no de forma plena. Volveríamos a aquellas épocas donde la imagen del receptor infantil y juvenil, asumida por el adulto, era causa fundamental de la marginación de la Literatura Infantil y Juvenil.

¿Hacia una independencia de la Literatura Juvenil?

Admitamos, pues, la disolución de esa realidad literaria en dos grandes ámbitos, el propio de la infancia y el que ahora ha ganado terreno como específico de la juventud. Abandonemos, pues, aquella utilización genérica del término Literatura Infantil, para centrarnos en esa supuesta especificidad de lo juvenil, si es que existe tal realidad literaria. Enlazando con lo apuntado en el párrafo anterior, debo reiterar mis temores acerca de que esa preocupación “adulta” por lo que le gusta al joven —en este caso, por lo que es mejor o más conveniente entre las creaciones literarias—, o por determinar, desde un criterio instructivo, cuáles deben ser las condiciones más adecuadas para ese destinatario, entrañan el evidente peligro de favorecer la marginación de la Literatura Juvenil.
Desde esa resistencia o reparo hacia un condicionamiento excesivo impuesto por el criterio de “lo que le gusta al joven”, no debemos desconocer que el auge actual de la denominada Literatura Juvenil es la consecuencia de dos factores básicos. Uno, el deseo de los docentes por desarrollar o mantener unos auténticos hábitos lectores contando para ello con creaciones más adaptadas a los intereses y conocimientos de la realidad propios de la edad juvenil. Y el segundo, unos planteamientos editoriales que buscan la adaptación de sus productos a los condicionamientos específicos de los jóvenes, como un sector de mercado con posibilidades hasta ahora no suficientemente atendidas. Son, por tanto, dos factores que merecen un particular comentario.
Los docentes de los niveles secundarios se han visto en la necesidad de afrontar una amplia reforma educativa que, en el período de 12 a 16 años, ha trastocado pautas y métodos muy arraigados hasta entonces en el anterior profesorado de Enseñanza Media. Tal renovación educativa ha sido impulsada, como es lógico, por la normativa legal que ha generado la implantación y desarrollo de la LOGSE, pero al mismo tiempo la sensibilidad y la autoexigencia de los propios docentes –que han asistido a un no menos profundo cambio en las actitudes, comportamientos y expectativas de su alumnado– les han animado a buscar la adaptación y la renovación en su metodología y en sus personales pautas de actuación profesional.
A partir de tal realidad, buena parte del profesorado que ha debido asumir la docencia en la actual Educación Secundaria, se queja de la falta de gustos literarios en los jóvenes actuales, o de su mala formación lectora. Ante semejante constatación, esos docentes se han convencido de que una enseñanza de la lengua y la literatura fundamentada en unos textos y autores clásicos, de valores tan indiscutibles como apartados de la mentalidad de los jóvenes actuales, carece ya de vigencia, por resultar escasamente eficaz para el desarrollo de los objetivos de una auténtica formación integral. A partir de esa loable preocupación, han vuelto la vista hacia unos textos y unos autores más actuales, más cercanos a la realidad de la juventud de hoy, y, sobre todo, que puedan ser considerados como más “adecuados” a los intereses de tales lectores específicos.
Con ese giro en el tratamiento escolar de los textos literarios de carácter juvenil se ha pretendido, a la vez, mantener ese valor de literatura de transición, reconocido como esencial en las creaciones literarias destinadas o adecuadas a la infancia. Así, tal carácter de eslabón entre la Literatura Infantil y la Literatura general ha ampliado su campo y marco cronológico, considerándose por tanto como específico del fenómeno cuya existencia planteamos en el presente artículo, es decir, de esas creaciones a las que hoy se etiquetan como Literatura Juvenil, una de cuyas funciones sería así facilitar un más completo y fácil desarrollo de hábitos lectores y gustos literarios de carácter adulto.
Reconocidas las posibilidades anteriores, sigo insistiendo en la necesidad de preocuparnos, desde la perspectiva docente, más que de la “adecuación” de las creaciones literarias a la realidad tan compleja y cambiante de los lectores juveniles, de una mejora cualitativa en los planteamientos generales para la relación del joven con la Literatura –sin calificativos– en su marco social.
El segundo de los factores antes citados –unos planteamientos editoriales que buscan la adaptación de sus productos a los condicionamientos específicos de los jóvenes– nos trae el recuerdo de una rotunda afirmación de Isabelle Jan, formulada hace ya más de veinte años pero de evidente actualidad: “La littérature enfantine existe-t-elle? Certes oui, si on la considère en tant que phénomène éconómique” 4. Quizás desde esa apreciación nos adentremos mejor por la auténtica esencia del innegable auge actual de las colecciones dedicadas a la difusión de la denominada Literatura Juvenil.
Los lectores entre los 12 y 16 años, es decir, el importante núcleo del alumnado en los niveles de Educación Secundaria al que antes hemos aludido, es un importante mercado con cierto poder adquisitivo y ya acostumbrado a unas “marcas” editoriales, como continuidad de un proceso iniciado como lectores/consumidores infantiles.

¿Literatura Juvenil o narrativa para jóvenes?

Por otra parte, este fenómeno, a caballo entre lo económico y lo sociológico, se halla proyectado de modo casi exclusivo en la narrativa. En las colecciones hoy tan en auge apenas se contempla la presencia de la poesía juvenil, o que pudiera corresponder –por el paralelismo lógico con la existencia clara de una narrativa– a esa denominación. Incluso algunas antologías presentadas en títulos donde se explicita el término para niños, parecen más apropiadas para los jóvenes, dado el estudio biográfico y crítico con el que, desde un particular criterio editorial, se ofrecen esas selecciones poéticas de autores indispensables en el panorama de la poesía de todos los tiempos. 5
Algo similar sucede cuando en las creaciones dramáticas tampoco hay indicios de vitalidad semejante a la apreciable en la actual narrativa para los jóvenes. En todo caso, de existir tal consideración sería asimismo bien discutible esa especificidad de unas manifestaciones teatrales destinadas a un sector de público tan determinado.
Tan rotundo predominio de la narrativa en las creaciones dedicadas de intención a un público juvenil conduce a que, cuando se plantea la posible existencia de este género, de sus límites y problemáticas, en realidad nos estemos refiriendo a una narrativa al alcance de esa ambigua franja cronológica y psicológica de la adolescencia/juventud, y donde su rasgo más determinante no reside en la complejidad de la propia creación –que la diferenciaría de las dedicadas a la infancia, más necesitada de la claridad y la brevedad por razones evidentes–, o en específicos rasgos estilísticos, sino en la temática planteada.
Unos temas que, tanto desde la óptica editorial como desde la intención asumida voluntariamente por algunos creadores, se consideran como reflejos de las preocupaciones o intereses de los jóvenes actuales: relaciones familiares más o menos conflictivas, descubrimiento del amor y de las relaciones sexuales, problemas con la droga, fracasos escolares, inserción en la vida social…
El resultado de esa buscada, y a veces forzada, adaptación temática a lo que se piensa puede gustar a los jóvenes es muchas veces el predominio de situaciones y comportamientos tópicos en una parte considerable de estas creaciones dedicadas de intención a la juventud. Tanto es así que de nuevo podemos hablar de una narrativa absorbida por tales destinatarios –narrativa light, para adaptarnos a los usos actuales– y de una narrativa penetrable, más enriquecedora, donde es difícil establecer una cierta diferenciación con aquella de auténtico carácter adulto. 6 Sobre esta última posibilidad, citaré solo algunos ejemplos, seleccionados desde la más estricta subjetividad, como Papel mojado (1983), de Juan José Millás; Memorias de una vaca (1992), de Bernardo Atxaga; Falso movimiento (1992), de Alejandro Gándara; Cuartos oscuros (1993), de Juan Madrid; Las veinte fugas de Basil (1995), de Jesús Ferrero; Picwick, Alicia y Holmes al otro lado del espejo (1996), de Santiago R. Santerbás 7; Dónde crees que vas y quién te crees que eres (1996), de Benjamín Prado; Los zapatos de Murano (1997), de Miguel Ángel Fernández Pacheco; Días de Reyes Magos (1999), de Emilio Pascual; El misterio Velásquez (1998), de Eliacer Cansino, y Helena y el sol poniente (2000), de Juan Cruz Igerabide.
Ahora bien, a pesar de tales problemas y de los reparos así expuestos ante una Literatura Juvenil que pueda moverse hacia una cierta marginación, más como un subproducto comercial que como un autónomo fenómeno creativo, no podemos ignorar su existencia ni la propia evolución histórica del género. Sobre esta última consideración, prefiero volver a una visión completa de la Literatura Infantil y Juvenil donde esa narrativa para los jóvenes era más bien un género particular que una realidad literaria independiente.
Es un hecho bien aceptado que la preocupación por un destinatario específico ha marcado la aparición de la Literatura Infantil y Juvenil. De ahí que el cambio en la mentalidad social hacia la juventud de cada época haya sido determinante no solo para el auge actual, sino para las orientaciones apreciables en esas creaciones dentro de épocas determinadas. De tal forma, mucho antes de la aparición de obras como The outsiders (1967) y Rumble Fish (1975), de Susan E. Hinton –que parecen marcar el inicio de una narrativa juvenil desarrollada desde una óptica realista acerca de la conflictividad social vivida por los jóvenes–, en nuestro país ya se venía cuidando la edición de obras adecuadas en colecciones destinadas a la juventud. Dado que no se trata de plantear ahora una exposición de carácter histórico acerca de tales antecedentes, solo quiero recordar la colección Biblioteca de Juventud, donde la editorial Espasa-Calpe publicaba –antes y después de la Guerra Civil– adaptaciones de obras y autores clásicos, desde El califa cigüeña, de Wilhem Hauff, hasta La vida es sueño, de Calderón de la Barca, o Flor de leyendas, de Alejandro Casona. Era un planteamiento editorial basado en la creencia de que los jóvenes deberían conocer, al menos en forma de adaptaciones o síntesis literarias, obras indiscutibles para el bagaje considerado indispensable en una educación juvenil. Similar orientación tuvieron editoriales como la Librería y Casa Editorial Hernando, en los años 40 y 50, juntos a Boris Bureba, mientras Escelicer –con su Biblioteca de Lecturas Ejemplares–, o la editorial Mateu, con la amplísima colección Juvenil Cadete, se orientaban hacia obras más asequibles con los habituales clásicos juveniles o las aventuras dentro de los tópicos más característicos en esa peculiar narrativa.
A nadie se le escapa hoy la importancia que tuvo, en los primeros años 60, la aparición de las primeras colecciones de la editorial Santillana, donde la titulada La forja trataba de ofrecer novelas y biografías a los lectores juveniles. 9 También a mediados de los años 60 aparecía la colección Cuatro vientos, publicada por Editorial Noguer y que llegaría a ser emblemática en esa preocupación por el lector juvenil gracias a la traducción de obras como Island of the Blue Dolphins (1960), de Scott O´Dell, y Orzowei (1963), de Alberto Manzi.
Eran, pues, claros precedentes de la orientación que años más tarde desarrollaron la serie roja de la colección Alfaguara Infantil y Juvenil, de la editorial de ese mismo nombre, o Gran Angular, de Ediciones SM, que han desempeñado un papel decisivo en el actual auge de estas creaciones narrativas.
Son referencias históricas, y por ello objetivas, que permiten asegurar que el cambio real que nos lleva a plantearnos hoy si existe o no esa llamada Literatura Juvenil debe situarse, en realidad, más en un cambio social que tiene en su centro la realidad juvenil que en la aparición o revitalización de ese género específico. Cambio social que ha influido en esa adecuación o adaptación de los productos a ella destinados, y donde las creaciones literarias se integran junto a otras manifestaciones artísticas unidas inevitablemente a procesos de claro carácter comercial, como pueden ser la música o el cine. 10

Hacia una propuesta de delimitación conceptual

Es necesario, por tanto, insistir en que el mejor modo de evitar o romper cualquier marginación de la ahora en auge Literatura Juvenil es la reivindicación de la especificidad del destinatario y no de las creaciones literarias. 11 Concretando esa propuesta a los docentes preocupados por una labor más eficaz en la relación de la juventud con la literatura, les animo a que, junto a esa preocupación centrada en los intereses y en los gustos de ese alumnado, reflexionen sobre su propio papel que, como mediadores privilegiados, les corresponde en ese particular fenómeno comunicativo de la relación de los jóvenes actuales con la Literatura General, y no solo con las creaciones a las que ahora titulamos como Literatura Juvenil.
Hace ya tiempo, me planteé la posibilidad de una definición acerca de los límites y del carácter de la Literatura Infantil. 12 Para resolverlo me pareció –y me lo sigue pareciendo– de enorme interés la orientación desde la que Marc Soriano planteaba su definición de claro carácter semiólogo: 13

La littérature de jeunesse est une comunication historique (autrement dit localisée dans le temps et dans l´espace) entre un locuteur ou un scripteur adulte (émetteur) et un destinataire enfant (récépteur) qui, par définition en quelque sorte, au cours de la période considerée, ne dispose que de facón partielle de l´expérience du réel et des structures linguistiques, intelectuelles, affectives et autres qui caractérisent l´age adulte.

De ahí que a la hora de valorar la Literatura Juvenil, desde esa perspectiva, debamos considerar, ante todo, los condicionamientos en la transmisión y difusión de la obra literaria: mecanismos para la adquisición del libro, importancia de la formación de hábitos literarios previos, la posibilidad para el acceso a otras formas de la transmisión o difusión literaria, la necesidad de un acercamiento o de una orientación, de una crítica informativa y el grado de desarrollo de las habilidades lingüísticas en esos receptores. Tales elementos, al mismo tiempo, deben contemplarse en estrecha unión con el marco social del joven, donde la influencia de la familia, la labor de la escuela, la renovada preocupación del profesorado, la carencia de esfuerzos institucionales a favor de la biblioteca escolar, entre otros, son elementos bien determinantes.
Pero si queremos adentrarnos en la propia esencia de la Literatura Juvenil y de sus límites o rasgos, es necesario plantearse cuestiones como las siguientes: ¿Dónde empieza el Arte? ¿Dónde empieza la Literatura? ¿Dónde acaban las auténticas realidades artísticas o literarias para entrar en los productos subartísticos o subliterarios dedicados al “consumo de masas”?
De ahí que no ofrezca dudas la necesidad de adoptar una postura basada en la larga tradición de la teoría sobre el concepto, cualidades y rasgos esenciales de la Literatura, que nos aporta, sin duda, interpretaciones más que suficientes para aclarar el concepto básico de la Literatura Juvenil. Así, todos los rasgos propios de la Literatura han de darse también en la Literatura Juvenil. Otra cosa sería hablar de un subproducto, de algo que no es en sí mismo Literatura.
Por la razón anterior interesa más reflexionar sobre el valor o carácter de la expresión “para jóvenes”. La Literatura Juvenil es la Literatura para el joven. Y ahora tenemos otro concepto implícito en el empleo del relacionante “para”. ¿Por qué “para”? ¿Qué es lo que hace a una creación ser “para” el joven?
Vaya por delante que no hay “recetas” ni fórmulas precisas. Al menos desde mi punto de vista. Otra cosa sería si este artículo fuese redactado desde una perspectiva psicológica. En tal caso, su núcleo esencial estaría dedicado a exponer consideraciones básicas sobre las características psicológicas de la juventud, y, a partir de ellas, sería posible señalar características determinadas de unas creaciones literarias que se adaptasen a esas condiciones juveniles.
Del mismo modo, si la realidad de esa Literatura Juvenil fuese abordada por un pedagogo, por un educador, es muy posible que señalase los requisitos formativos de las obras literarias en función de los objetivos educativos marcados para el ciclo propio de la vida o del joven. Y valoraría las creaciones literarias en función de su justeza a tales requisitos pedagógicos.
No acaban aquí las posturas posibles ante la realidad del concepto de Literatura Juvenil. Incluso si ahora alguien quisiera defender al propio joven como elemento esencial en el proceso de comunicación entrañado en la relación con la obra literaria, es posible que abogase por considerar solo como Literatura Juvenil la elegida por el propio joven o la creada por él. Es decir, Literatura Juvenil sería la Literatura que al joven le gusta, o la literatura creada por el propio joven. Pero, ¿sería aceptable reducir los rasgos esenciales de un fenómeno literario tan complejo a ese tan discutible criterio?

La Literatura Juvenil en el aula

Comentada así la complejidad de ese fenómeno de la denominada Literatura Juvenil, parece oportuno plantear ahora una propuesta para el proceso didáctico o docente de tales creaciones. En primer lugar, ese planteamiento debe realizarse en el marco general de las lecturas escolares y del tratamiento de la Literatura, donde además del desarrollo de las técnicas expresivas relacionadas (dramatización, recitación, creatividad lingüística), no se olvide la atención de las técnicas instrumentales a desarrollar con otros tipos de lecturas –informativas, instructivas y recreativas–, a las que corresponden aportaciones muy válidas para los objetivos educativos de estos niveles.
Dicho de otro modo, no debemos olvidar que el alumnado de estas edades necesita acceder al goce pleno de la Literatura –Juvenil o no–, pero que también necesita dominar el acceso a otras fuentes de información, ha de alcanzar una cierta instrucción con el manejo de lecturas más complejas y que, además, puede disfrutar o recrearse con otros tipos de textos –desde los biográficos a los que le pueden orientar en la realización o puesta en escena de un texto dramático–, pues lo lúdico o recreativo no reside exclusivamente en el acceso a las creaciones literarias. Esta primera parte de la propuesta se resume, pues, en la necesidad de un cambio cualitativo, más que cuantitativo, en el desarrollo de los hábitos lectores propios de la edad juvenil. Es un planteamiento donde el dominio del código escrito como fuente de información, de instrucción y de placer o desarrollo personal, ha de conjugarse con el dominio instrumental, y sobre todo con el ejercicio de la libertad del lector.
Como segundo elemento de tal propuesta, quiero recordar que la denominada “animación a la lectura”, en auge asimismo durante los últimos años, ha descansado casi exclusivamente en el empleo de textos narrativos. Con esa perspectiva parcial y limitada de lo que deben ser los hábitos lectores a desarrollar en un alumnado juvenil se puede caer en los peligros de una potenciación más entusiasmada que rigurosa, donde el contacto con la literatura se ha llegado a convertir en un trabajo escolar más. Prueba de esto último la encontramos en la existencia de ediciones actuales con apéndices cargados de ejercicios o notas introductorias, que antes que animar o impulsar la literatura, puede desanimar o reprimir el desarrollo de unos auténticos hábitos lectores. Por ello, el profesor debe asumir todo el valor de figura decisiva en la consecución de los objetivos propios de una formación lectora desde y en la escuela. Para lograrlo, debe concienciarse de sus posibilidades reales como promotor del hábito de lectura y del gusto literario en los escolares, a través de la adecuada utilización de las manifestaciones al alcance de los lectores juveniles, descubriendo sus valores educativos en una auténtica formación integral y desarrollando entre sus alumnos y alumnas un sentido crítico personal ante las creaciones literarias.
Con ese planteamiento, el acceso a la Literatura es consecuencia de un dominio pleno de la lengua, dentro del correspondiente acceso a la Cultura, y gracias al fomento de unos hábitos intelectuales, estéticos y lingüísticos. De ahí que defendamos el mejor aprovechamiento de la Literatura, acorde con los intereses, necesidades y posibilidades de ese alumnado, potenciando el desarrollo y la instrucción personal, a través del conocimiento y del disfrute de las creaciones literarias, como receptores y como potenciales creadores.
Desde esa perspectiva el papel del profesor o profesora en estos niveles ha de integrar los siguientes rasgos:

  • Modelo de lector y conocedor de la Literatura
  • Incitador al encuentro personal del alumno con la Literatura
  • Planificador de unos objetivos formativos e instructivos en la relación de los jóvenes con la Literatura
  • Que integre esa labor en una enseñanza continuada y efectiva de la lectura
  • Que desarrolle el tratamiento de la lectura como ejercicio de libertad y de reflexión crítica, no como simple “mediación” o “animación”. Un “trabajo” más con la Literatura.
  • Poseer un personal conocimiento de las creaciones al alcance de sus alumnos, y no depender en exceso de las orientaciones editoriales, cargadas de buena intención, pero de un indudable trasfondo económico.

No cabe más que una consideración final acerca de las esperanzas en una más completa conciencia social acerca de la compleja problemática de la relación del joven con la Literatura. Y a la vez que se reclama la necesidad de potenciar, mejorar y ampliar las actividades promotoras de la literatura infantil, se debe desarrollar una crítica exigente y rigurosa junto a una investigación profunda y clarificadora acerca de la relación de los jóvenes actuales con la Literatura y con la lectura.

Notas:

1. Luis Sánchez Corral, “(Im)posibilidad de la literatura infantil: Hacia una caracterización estética del discurso”, en rev. Cauce, 14-15, 1992, pp. 525-560; L. Sánchez Corral, Literatura infantil y lenguaje literario. Barcelona, Piados, 1995.
2. Alfred C. Baumgärtner, El libro juvenil alemán hoy. Friedrich Verlag, Velber (RFA), 1974, p. 11.
3. Enzo Petrini, Estudio crítico de la literatura juvenil. Madrid, Rialp, 1963, p. 15.
4. Isabelle Jan, La littérature enfantine. París, Les Editions Ouvrières, 1977, p. 27.
5. Véase la colección Alba y Mayo, de Ediciones de la Torre, que viene cumpliendo una extraordinaria labor por ampliar el círculo de lectores interesados por la poesía hacia las edades más juveniles. Asimismo quiero citar la nueva edición aparecida en 1997, de la obra ya clásica Poesía española para niños (1967), de Ana Pelegrín, donde criterios editoriales han dividido esa obra en dos volúmenes: Poesía española para niños y Poesía española para jóvenes, o las antologías de José María Plaza De todo corazón: 111 poemas de amor (1998) y Canciones de amor y dudas (2000).
6. Con esta realidad vuelve el recuerdo de otra distinción ya clásica que exponía Jesualdo sobre literatura absorbida y literatura penetrable, aplicando el aspecto de la penetrabilidad en las leyes del aprendizaje que, a su vez, formuló Carlos Vaz Ferreira en los primeros años de este siglo como medio para combatir el infantilismo pedagógico. Véase el capítulo titulado “Concepto y alcance de una literatura penetrable”, en Jesualdo (Jesualdo Sosa), La literatura infantil. Ensayo sobre ética, estética y psicopedagogía de la literatura infantil, Buenos Aires, Losada, 6ta edición, 1973, pp. 33-37.
7. Incluidas ambas en la colección Tus libros, del Grupo Anaya, y que comentaremos más adelante. La obra de Santiago R. Santerbás, subtitulada en ese segunda edición como Tres pastiches victorianos, apareció solo con ese título en 1980, publicada por Ediciones Hiperión (véase el prólogo de Juan Tébar y el apéndice de Eduardo Torres-Dulce Lifante, en Pickwick, Alicia y Holmes al otro lado del espejo, de Santiago R. Santerbás, Madrid: Anaya, 1996).
8. En los primeros años 60 contaba con cerca de 200 títulos publicados.
9. Véase para más detalles sobre este panorama editorial el capítulo “El libro infantil en el siglo XX”, de Jaime García Padrino, dentro de la obra colectiva Historia ilustrada del libro español. La edición moderna. Siglos XIX y XX. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez/Pirámide, 1996, pp. 299-343.
10. Parece clara la atención que la industria cinematográfica estadounidense dedica a auténticos subproductos concebidos para ese sector de público juvenil.
11. Hay, de modo consciente, una clara huella en este planteamiento del ya clásico artículo de José Ma. Carandell (“La literatura infantil”, en Camp de l´arpa, núm. 34, julio 1976, pp. 19-24) denunciando la posibilidad de una Literatura Infantil planteada como aberración estética.
12. Este es el texto donde entonces –y aún creo que es válido– trataba de recoger los aspectos esenciales de las obras que merecen la denominación de Literatura Infantil: "aquellas obras que reúnen cualidades estéticas en su lenguaje y son capaces de la creación imaginaria de una realidad con la que puede identificarse el sujeto receptor, bien hayan sido creadas intencionalmente para el niño o el joven, bien ofrezcan posibilidades para un cierto grado de penetración intelectual". Véase J. García Padrino, "La literatura infantil y la formación humanística", en J. García Padrino y Arturo Medina (directores), Didáctica de la lengua y la literatura, Madrid, Anaya, 1988. p. 546.
13. Marc Soriano, Guide de littérature pour la jeunesse. Paris, Flammarion, 1975, p. 185. Véase también Marc Soriano, La literatura parea niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Trad., adapt. y notas de Graciela Montes. Buenos Aires, Colihue, 1995.

Obras literarias citadas en el texto

Atxaga, Bernardo. Memorias de una vaca. Madrid: SM, 1992.
Calderón de la Barca, Pedro. La vida es sueño (Drama de… adaptado a manera de cuentos para los niños). Madrid: Espasa-Calpe, 1939.
Cansino, Eliacer. El misterio Velásquez. Madrid: Bruño, 1998.
Fernández Pacheco, Miguel Ángel. Los zapatos de murano. Madrid: Siruela, 1996.
Ferrero, Jesús. Las veinte fugas de Básil. Madrid: SM, 1995.
Gándara, Alejandro. Falso movimiento. Madrid: SM, 1992.
Hauff, Wilhelm. El califa cigüeña y otros cuentos. Madrid: Espasa-Calpe, 1935.
Hinton, Susan E. The outsiders. New York: Viking Press, 1967. (Trad.: Rebeldes. Madrid: Alfaguara, 1985).
____________. Rumble fish. New York: Delacorte Press, 1975. (Trad.: La ley de la calle. Madrid: Alfaguara, 1986).
Cruz Igerabide, Juan. Helena y el sol poniente. Barcelona: Editores Asociados, 2000.
Madrid, Juan. Cuartos oscuros. Madrid: SM, 1993.
Manzi, Alberto. Orzowei. Milano: Valentino Bompiani, 1963. (Trad.: Barcelona: Noguer, 1966).
Millás, Juan José. Papel mojado. Madrid: Anaya, 1983.
O´Dell, Scott. Island of the Blue Dolphins. Boston: Houghton Mifflin, 1960. (Trad.: Barcelona, Noguer, 1966).
Pascual, Emilio. Días de Reyes Magos. Madrid: Anaya, 1999.
Pelegrín, Ana. Poesía española para niños. Madrid: Alfaguara, 3ª edición, 1997.
__________. Poesía española para jóvenes. Madrid: Alfaguara, 3ª edición, 1997.
Plaza, José María. De todo corazón (111 poemas de amor). Madrid: SM, 1998.
_____________. Canciones de amor y dudas. Madrid: SM, 2000.
Prado, Benjamín. Dónde crees que vas y quién te crees que eres. Madrid: Anaya, 1996.
Santerbás, Santiago R. Pickwick, Alicia y Holmes del otro lado del espejo (Tres pastiches victorianos). Madrid: Anaya, 1966.

Referencias bibliográficas

ALMOINA DE CARRERA, Pilar. (1990). El héroe en el relato oral venezolano. Caracas: Monte Ávila Editores.
CAMPBELL, Joseph. (1998). El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica.
DÍAZ, Fanuel. “La magia: ¿una eterna necesidad?”. En: Barataria. Revista de literatura infantil latinoamericana, Volumen1, No. 1. Bogotá: 2003.
ELIADE, Mircea. (2001). El mito del eterno retorno. Buenos Aires: Emecé. 
FRYE, Northrop. (1977). Anatomía de la crítica. Caracas: Monte Ávila Editores.
PROPP, Vladimir. (1974). Morfología del cuento. Madrid: Fundamentos.
SPINK, John. (1990). Niños lectores. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
TOLKIEN, J.R.R. (2002). Árbol y hoja. Barcelona: Minotauro.