Ilustración de Monique Zepeda para su libro 'Kassunguilí '. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2008.
  • Ilustración de Monique Zepeda para su libro 'Kassunguilí '. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2008.

Temas recurrentes en la literatura infantil latinoamericana

Monique Zepeda

La realidad social, nuestro contexto, se nos cuela por todos lados: en los modos de hablar, en el timbre, en el tono, en los gestos, en los modos de caminar, en el cantado del idioma. También se cuela entre las lí­neas, más que en los temas o los tópicos, en la elección de las palabras, en el ritmo, en el aire con el que arrancamos una frase.

Entre los temas, desde luego, encontramos las tradiciones, los costumbrismos, el contexto urbano, rural o indí­gena. Nos topamos con las creencias, compartidas o no, con los usos y costumbres, pero ocurre que entre los contextos, entre las letras especí­ficas de una cultura, también se cuela lo universal.

Y el abandono, el desencuentro, la soledad, la ración de victoria y triunfo logran viajar entre los modos del castellano, entre las formas de la tinta con la que cada quien canta su idioma.

Así­ entre la sierra Tarahumara (al norte de México) y la selva lacandona (al sur, en el corazón de Chiapas), los temas encarnan en unos personajes que cuentan sus costumbres pero nos las cuentan entramadas en la búsqueda del amor, en la mirada hacia el mundo adulto “ese ser que es de otro planeta por mucha realidad latinoamericana, europea o global que medie ¦

Decí­a entonces, que la mirada al mundo adulto, es uno de los temas fundamentales en la literatura para niños y jóvenes; y también las pérdidas, las grandes pérdidas que duelen en el mismo lugar, incomprensible lugar, por más que en algunos de nuestros contextos se haga una fiesta de muertos donde se canta y se come sobre las tumbas.

La realidad se nos cuela entre las manos y también la universalidad de lo humano, el gozo, el miedo, la sensación de pertenencia o de exclusión, esos temas que independientemente del modo del idioma nos reflejan a todos.

Y como ocurre en lo literario, hay espacio para todos nosotros, independientemente de nuestros contextos y sus variantes, o a pesar de ellos, o como decimos en México, cabemos con todo y todo.

A los escritores, a los ilustradores, la realidad se nos mete por los ojos, en la sangre, en el corazón. México tiene una variedad enorme de realidades indí­genas, cada una con sus lenguas y sus variantes, con sus riquezas, su concepción del cosmos, creando un prisma multicultural que sobrevive a pesar de la globalización.

Los niños indí­genas serán marginados, pero nunca son invisibles. La pobreza urbana se multiplica de manera que no nos deja escapatoria, y en todo caso la poesí­a cumple con su función conciliadora y nos permite hacer versos aun cuando la mirada del hambre nos persiga, allá, en nuestros bienestares literarios.

La literatura, si es que logra educar, es porque no fue esa su primera intención: la primera intención es siempre contar, contar con la urgencia de lo que no se puede tener más tiempo en silencio.

"No hay pena que resista una hora de buena lectura", dijo alguno de los grandes escritores franceses, quien, quizás, no haya tenido penas muy agudas. De lo que no cabe duda, es de que el libro es un compañero privilegiado en los momentos más rigurosos de la vida. Se convierte en un habitáculo, en un refugio donde las palabras nos mecen, o nos hablan de algo que reconocemos, o nos confortan, o nos sacuden.

La literatura, frente a los rigores de un contexto de limitaciones, de rigores, de exclusión, puede convertirse en la posibilidad de encontrarle sentido a la vida, en un espacio inviolable donde recuperar la dignidad, es un espejo donde recomponer la imagen de uno mismo. Muchos autores testimonian esto. Muchos de nosotros “afortunados “ compartimos esta experiencia.

La literatura posee espacios y resquicios, ahí­, en la trama aparecen fragmentos de nuestra historia, o de nuestros anhelos, o de alguna memoria enterrada. Ahí­, en el relato, se asoman personajes que parecen saber mucho de nuestros deseos más secretos. En ocasiones saben más que nosotros mismos. Las imágenes literarias admiten múltiples lecturas y nos abren los brazos para que quepamos con todo nuestro contexto social y nuestro bagaje emocional. Frente a la página, no debemos cuidar la "figura", no debemos guardar compostura, nos encontramos en un estado de incondicionalidad, de intimidad, de interioridad muy amplia. Las metáforas nos suavizan las peores noticias acerca de nuestros temibles afectos. Nos acercan a un espejo que nos aclara las distorsiones que nos empeñamos en esconder. Nos probamos el traje de la ví­ctima, del villano, del abandonado, del audaz, del desalmado y del héroe. Regresamos a nuestra realidad habiéndonos probado la piel de otros, reencontrándonos, con la firme sensación de leernos mejor. La literatura nos acerca a un universo de palabras que configuran la gama de emociones y experiencias humanas donde, sin duda, hemos de reconocernos.

Al abrir un libro corremos el riesgo de ser conmovidos, sacudidos, o de ver cómo nuestras creencias se resquebrajan. Nuestros prejuicios pueden sufrir fuertes golpes, pueden incluso desmoronarse dejándonos desnudos frente a verdades que pasamos media vida negando. Leer puede descubrirnos rincones oscuros en un escenario que creí­amos totalmente iluminado. Puede cambiar nuestro modo de relacionarnos con el mundo, con los otros, con el propio contexto porque nos amplí­a los márgenes de la realidad.