• "Momo", de Michael Ende. Bogotá: Colección Alfaguara Clásicos, 2007.

Dos tazas de té sobre una mesita & todo el tiempo del mundo

Legna Rodríguez Iglesias
Ya es el mes de agosto del año 2020. El mes ocho: infinito. Un mes como todos los meses de este año silencioso en el que las personas (incluso los animales) hemos aprendido a tocarnos menos, abrazarnos menos, besarnos menos en las mejillas, reunirnos menos en grupo, salir menos a la calle, exponernos menos. Cuando lo pienso me vienen a la mente muchos libros, ediciones que de algún modo anticipan lo terrible, lo catastrófico. Michael Andreas Helmuth Ende es el autor de uno de esos libros del tipo inolvidable que nadie logra sacarse de la cabeza después de leerlo (sea un niño o no) y que ahora regresa junto a Momo, la niña de la novela que lleva su nombre, cumpliéndose este mes 25 años del final de su paso sonriente, alemán y barbudo, por el mundo.

Así que para presentar Momo voy a tomarme el atrevimiento de convertirnos, a Michael Ende y a mí, en dos tazas de té de manzanilla sobre una mesita de living. La sala está llena de gente que viene a comprar el libro más inolvidable, ya dije eso y no debo repetirlo, pero es así. Hay gente de todas las edades: niños, adolescentes, ancianos, oficinistas, madres recién paridas con sus bebés en los cochecitos, muchachas y muchachos, hombres y mujeres de la segunda edad (siempre me he preguntado qué significa eso y por eso lo agrego aquí), un grupo de amigos a los que no se les puede calcular los años y hasta perros y gatos echados en una alfombra, todos queriendo escuchar la presentación. 

Decidimos hacer la presentación de esta forma, como un diálogo entre dos, porque el libro podría interpretarse así. Los libros de Michael Ende son siempre muy teatrales y cinematográficos y están llenos de diálogos por todos lados. De hecho, Michael Ende es sobre todo un hombre de teatro, que escribe teatro y que, para ponerle el cuño, se enamora de una actriz y la secuestra, no en el mal sentido de la palabra, sino en el sentido romántico del asunto. La hace su esposa, se la roba a los demás para quedarse con ella: infinito.

En cada uno de los capítulos de la novela, escrita inicialmente para niños, pero a la cual tampoco se le puede calcular la edad, Momo, una niña huérfana que es en verdad un hada, conversa con sus interlocutores: dos amigos especiales, la tortuga llamada Casiopea, el maestro sabio llamado Hora, que podría ser la muerte, y hasta con el hombre gris que le ha sido asignado para intercambiarle su tiempo por  muñecas plásticas insulsas que mueven los ojos y las pestañas o tal vez ni siquiera eso, muñecas que hablan como robot diciendo que pertenecen a Momo, asustando terriblemente a Momo, una niña que prefiere jugar con sus amigos. Los diálogos que Momo sostiene son como este encuentro entre Michael Ende y yo, el escritor no habla y la presentadora está loca por decirlo todo aunque no deba. Se trata de uno de los símbolos más importantes del libro y de la humanidad entera, diría una taza de té: el silencio.

Aunque la desolación y la crueldad de un mundo basado en producir toda clase de ofertas y demandas, innecesarias, mezquinas, es lo que Michael Ende denuncia en las páginas de Momo, el carácter de esa niña huérfana que vive sola en un viejo anfiteatro alejado de la ciudad nos rodea de un optimismo nítido, brillante, que fosforece en la oscuridad de la noche del mes de agosto. Habrá que aprovechar la noche.

Hace diez años, de noche, escribí un cuento en primera persona bastante breve y fugaz. Trataba de una muchacha que después de crecer y de convertirse en adulta se da cuenta de que está enamorada de un hombre que es, sobre todo, su amigo. En mi cuento, el hombre se llama Michael Ende y la muchacha se llama Momo. El cuento es un ejercicio que formó parte de un libro escrito por mujeres (artistas) cubanas que hablan de sí mismas a través de personajes famosos (o no) de la historia universal (o no) ya sean reales (o no) e imaginarios (o no). Cuando me propusieron hacerlo, enseguida pensé: lo haré y seré Momo. 

Mi cuento se llama "Soy fácil y estoy borracha" porque la Momo que habla desde mi interior se pasa la vida emborrachándose para no pensar en el amor verdadero, el primer amor de verdad. Al escribir una historia así traté de contrastar un paisaje con otro, una edad con otra, pero principalmente, un carácter con otro. La Momo niña que vive sola en un anfiteatro abandonado, que escucha a sus amigos en silencio y con ese silencio los protege, devolviéndoles un poco la razón y el discernimiento, vive dentro de esta otra Momo que soy yo de cierta manera, descubriendo la belleza de la oscuridad, el ruido de la belleza, la desolación del ruido:

Soy Momo y tengo el control. He crecido, he engordado, he bebido durante horas para dejar de saber dónde estoy parada. Para dejar de estar parada. Qué me sostiene. He vuelto a casa por el mismo camino que me fui. Encontrando curiosidades por el camino: un brazo, una pierna, una mata de pelos, algunos ojos, un pedazo de nariz. Flores. Soy Momo y estoy más gorda. Peso 180 libras. Así y todo tengo el control. Sobre los hombres grises. Que me aman. Que están todos locos por mí. Resbaladizos que son. Esos hombres. Veintiocho años. He cumplido. Quiero casarme. Establecerme. Pero esta gordura. Enorme. Me hace desconfiar.

Momo, publicado por primera vez en 1973 y ganador en 1974 del Premio de Literatura Juvenil en Alemania, es uno de los libros más complejos y fascinantes de la literatura para niños y jóvenes. Su autor, Michael Ende, no debió tener idea de lo que hacía con Momo (o tal vez sí) pues las páginas pasan, pasan, siguen pasando y hacen un retrato social de su época (con una vigencia absoluta) a través de los ojos de una niña llamada Momo que vive sola en un anfiteatro, que apareció ahí de la nada, que tiene amigos (pocos y suficientes) y una tortuga mágica con un caparazón mágico donde aparecen, de pronto, mensajes importantísimos.

Beppo Barrendero y Gigi Cicerone, los amigos insustituibles de Momo, serán la razón por la que la niña decida salvar el mundo. Momo el libro, cuenta una historia que sobrecoge porque nos vemos reflejados en ella. Lo cuenta desde los ojos de una niña huérfana que no tiene casa, que no tiene nada en el mundo y sin embargo lo tiene todo porque tiene tiempo y amigos. Michael Ende habla de lo importante de comprendernos, lo importante de entregar (y recibir) a nuestros semejantes de una forma en la que solo recibimos y ofrecemos seguridad. A través de esa diminuta comprensión del otro, llegamos a comprender, igualmente, el universo. Llegamos a entender cómo funciona cada mecanismo, dónde va cada dispositivo, cada pieza y cada miniatura, como un reloj de cuerda junto a dos tazas de té de manzanilla en una mesa desde la cual estamos presentando este libro. El libro maravilloso que se llama Momo.

Teatral y cinematográfico, acostumbrado y obsesionado con las historias de fantasía, historias mitológicas como la existencia misma, Michael Ende escribe un libro para leer a cualquier edad, en cualquier lugar del planeta, a cualquier hora del día o de la noche. Al leerlo, nuestro único temor serán los hombres grises, que aparecen de pronto por detrás de una columna, hombres grises cotidianos, fumadores de tabacos que se gastan y que provocan una tos triste, una tos que forma parte de lo que ha dejado de existir. Los ojos se nos nublan, la mirada se nos apaga, la alegría se nos esfuma, la ilusión desaparece.

Por eso Michael Ende y yo, dos tazas de té caliente sobre una mesita de living, recomendamos a los lectores no solo leer el libro, sino adoptar cuanto antes una tortuga. Recomendamos tener amigos que a simple vista no parecen muy valientes, pero que van a sacar un sable cuando menos lo imaginemos y nos defenderán con su vida si es necesario. Recomendamos hacer silencio, mantener la calma, aprender a escuchar. Recomendamos tener paciencia y confianza. Suena muy utópico y parece un sueño, pero aquí está Momo para demostrarnos que desde un anfiteatro vacío, en las afueras de una ciudad industrial, los sueños y la realidad pueden ser la misma, solo hay que hacer silencio. Aaah, lo más importante de todo: la tortuga que adopten debe llamarse, ¡cuidado con la ortografía!, Casiopea.


Miami, 20 de agosto de 2020.

(Texto puesto en línea por la Fundación Cuatrogatos el 25 de agosto de 2020, como homenaje al vigésimoquinto aniversario de la muerte de Michael Ende).