Ilustración de Attilio Cassinelli, 1981.
  • Ilustración de Attilio Cassinelli, 1981.

Las aventuras de Pinocho. Historia de la mentira más larga del mundo

Irene Vasco

" “¿Y dónde has puesto las cuatro monedas? “le preguntó el Hada.
“¡Las he perdido! “respondió Pinocho; pero dijo una mentira, pues, por el contrario, las tení­a en el bolsillo.
Nada más decir la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció de repente, dos dedos más.
“¿Y dónde las has perdido?
“En el bosque de aquí­ cerca.
Ante esta segunda mentira la nariz siguió creciendo.
“Si las has perdido en el bosque de aquí­ cerca “dijo el Hada “, las buscaremos y las encontraremos; porque cuanto se pierde en ese bosque se encuentra siempre.
“¡Ah! Ahora que me acuerdo bien “replicó el muñeco haciéndose un lí­o “, no he perdido las cuatro monedas, sino que me las he tragado, sin darme cuenta, al beber vuestra medicina.
Ante esta tercera mentira, la nariz se le alargó de forma tan extraordinaria, que el pobre Pinocho no podí­a volverse hacia ningún lado. Si se volví­a hacia aquí­, pegaba con la nariz en la cama o en los cristales de la ventana; si se volví­a hacia allá, pegaba con ella en las paredes o en la puerta del dormitorio; si levantaba un poco la cabeza, corrí­a peligro de meterla en un ojo del Hada".

Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi
Capí­tulo XVII

Muchas preguntas, muchas mentiras

Las mentiras que hacen crecer la nariz no son sólo culpa del pobre Pinocho. Su historia la verdadera historia de su autor, de su época, de su génesis, está tan plagada de mentiras, desde el principio hasta el final, que se podrí­a decir que todo lo que tiene que ver con este legendario personaje es una gran mentira.

La primera mentira comienza con la nacionalidad de Pinocho. Nadie duda en afirmar que el muñeco es italiano. Pero, ¿italiano de dónde? Porque durante buena parte del siglo XIX, siglo en que vivió Collodi, Italia no existí­a como tal. Los italianos, en cambio, si existí­an. ¿Qué significa este juego de palabras? Simplemente que los italianos deseaban una república unificada e independiente, pero estaban divididos en ocho estados, buena parte de ellos dominados por Austria. Los habitantes se sentí­an italianos, aunque las rivalidades y los celos entre las regiones marcaban la vida de la época.

En medio de las luchas y las revoluciones del Risorgimento italiano, como se conoce este perí­odo, lo usual era mentir. Pululaban las sociedades secretas para conspirar de manera clandestina contra los invasores. Se utilizaban seudónimos, se cambiaban las nacionalidades de los personajes literarios, se escondí­an los discursos patrióticos detrás de expresiones artí­sticas camufladas. La censura era estricta pero no lograba eliminar los brotes revolucionarios que nací­an de todos los rincones.

Algunas preguntas sin respuesta

Podemos hacernos muchas preguntas alrededor de Pinocho, con la seguridad de que encontraremos muchas mentiras dentro de las respuestas. Con un ejemplo sencillo, ilustraremos esta afirmación: ¿Cómo se llamaba el autor de Las aventuras de Pinocho? -Carlo Collodi , responderán algunos (muchos jurarán que a Pinocho se lo inventó Walt Disney).

Pues Carlo Collodi no se llamaba Carlo Collodi. Su papá era el señor Domenico Lorenzini, de profesión cocinero de un marqués y su mamá se llamaba íngela Orzali. Collodi no era, por lo tanto el verdadero apellido del autor de Pinocho. Su nombre completo, y real era Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mejor conocido por su nombre periodí­stico, Carlo Lorenzini.

Aunque esterarse de esa mentira puede provocar desconfianza, podemos darle crédito al resto de los datos de su vida: Carlo Collodi nació en Florencia, capital del Gran Ducado de Toscana, en 1926. Su madrina de bautizo fue la duquesa Mariana Ginori. Fue al colegio y al seminario, como un buen muchacho bien educado y estudió retórica y filosofí­a.

El muchacho tení­a permiso para leer los libros prohibidos por la iglesia y censurados por el Duque. Su primer empleo fue en una librerí­a, a los 18 años. A pesar de estar tan cerca de corte, frecuentaba el café donde los intelectuales conspiraban y a los 22 años se enroló como voluntario en las filas que se levantaron contra Austria (lo hizo de nuevo muchos años después, en otro intento de liberación de Italia). Después de esta fallida Revolución, fundó una revista nacionalista y escribió sus experiencias de guerra. A partir de entonces fue periodista polí­tico y crí­tico de arte. En esa época escribió un artí­culo contra un reaccionario, Eugenio Alberi, y por primera vez Lorenzini firmó con el seudónimo Collodi.

Al leer el capí­tulo XXVII de Las aventuras de Pinocho, queda flotando la siguiente pregunta: ¿Fue ese Eugenio Albéri el mismo que sus compañeros de escuela agredieron con el Tratado de Aritmética hasta dejarlo prácticamente muerto? Como no hay nadie para contestar esta pregunta, seguirá flotando eternamente.

La siguiente mentira, más difí­cil de contestar tal vez, es si al autor también le crecerí­a la nariz por decir mentiras sobre su nombre. 

Segunda pregunta, segunda mentira: ¿Collodi es conocido por su oficio de escritor de libros para niños?

Hasta donde hemos podido indagar, Collodi, como lo seguiremos llamando, no tuvo esposa ni hijos. Es más, parece que no le gustaba sentir niños cerca de él. Los consideraba insolentes, perturbadores. En una palabra, desagradables. Su trabajo era polí­tico e intelectual.

Pero, como cualquier buen burgués, Collodi necesitaba dinero extra para sus viajes por Europa y sus proyectos personales. En 1875 le encargaron la traducción de los cuentos de Perrault y esta fue su primera aproximación a la literatura infantil. Desde entonces escribió libros de texto escolar, usando a un personaje llamado Gianettino, para enseñar la geografí­a de Italia y describir, de manera didáctica y moralista, la vida de los escolares del paí­s.

En 1880 su buen amigo Ferdinando Martini fundó Il Giornali per i Bambini, primera publicación periódica para niños en Italia, y pidió a todos sus amigos que le mandaran colaboraciones. Collodi aceptó, a cambio de una buena retribución económica, y envió -unas niñerí­as para que Martini haga con ellas lo que quiera . Así­ nació la Storia de un Buratino, es decir la Historia de un Muñeco.

Tercera pregunta, tercera mentira: ¿Cuál es el verdadero tí­tulo de Pinocho?

Si, todos lo llamamos sencillamente Pinocho. Pero para llegar a esta abreviación, es necesario remontarse a la verdadera historia que se esconde detrás del nombre completo. Al principio Pinocho era sólo un muñeco de madera. Mientras Collodi mandaba cuartillas de manera desordenada y errática al periódico de su amigo, el tí­tulo se mantení­a como la Historia de un Muñeco.

Al llegar al capí­tulo XV, Collodi, aburrido de este trabajo tan poco afí­n con su oficio, decidió darlo por terminado y asesinó al muñeco. Porque no hay que llamarse a engaños: Collodi, sin ninguna piedad, ordenó que unos asesinos persiguieran y ahorcaran a Pinocho para robarle sus monedas de oro, bien ganadas como artista de un teatro de marionetas.

Tiempo después, y ante los ruegos del editor Martini y de su socio (y no como suele contarse, de manera mentirosa, -a solicitud de millones de lectores desesperados ), Collodi se inventó un Hada poderosa, que revivió a Pinocho. El hada se convirtió en una especie de madre a lo largo del resto de las aventuras. Desde el capí­tulo XVI, Pinocho se llamó Las aventuras de Pinocho, y con ese nombre apareció como libro poco tiempo después.

Cuarta pregunta, cuarta mentira: ¿Es Pinocho un cuento, una novela, una pieza teatral, una tira cómica o, simplemente, una aventura literaria, sin culpa?

Clasificar a Pinocho dentro un género literario es algo que ni siquiera Collodi podrí­a lograr. Para el autor, las aventuras del muñeco comenzaron como unas chiquilladas para ganar buen dinero. A veces mandaba capí­tulos larguí­simos, que el editor tení­a que recortar y adaptar a las páginas. Otras veces no mandaba nada y el editor tení­a que perseguirlo, rogarle, suplicarle, para que no fuera perezoso y escribiera otro pedazo. Así­ pasaron dos años hasta llegar al capí­tulo 36.

Esta fragmentaria manera de avanzar en las aventuras se siente a lo largo del libro. Al principio se nota que Collodi juega a la Commedia dell´Arte, inventando personajes y situaciones cómicas y extravagantes, parecidas a las de Arlequí­n y Polichinela. La pelea entre Maestro Cereza y Gepetto, es, definitivamente, una escena de teatro de marionetas.

Con el transcurso de la historia, algunos personajes comienzan a adquirir un carácter más elaborado. Pinocho se define como el muñeco dual, que desea crecer, madurar y convertirse en un verdadero niño, mientras que Gepetto desaparece y sólo queda su sombra, casi hasta el final del libro.
Entre tanto ir y venir de Pinocho, múltiples personajes aparecen y desaparecen de manera fugaz y, con frecuencia, gratuita. Entran y salen de escena carabineros, animales de todo tipo, como el halcón, el caniche, los médicos -más famosos del lugar , cuatro conejos -negros como la tinta que llevan a hombros un pequeño ataúd , un -millar de pájaros llamados carpinteros , un papagayo sabio, un mono que es juez, dos mastines vestidos de gendarmes, la gran serpiente y hasta una luciérnaga.

Si bien estos inconexos fragmentos parecen un anticipo de la tira cómica, Collodi saca de la manga otro género literario más clásico: el teatro griego. El Grillo Parlante y el pueblo que juzga a Pinocho recuerdan a los coros ocultos detrás de máscaras, oráculos por excelencia, que dictan las reglas, anticipan los hechos, emiten juicios de valor. No en vano Collodi es producto de una cultura teatral que combina la tradición griega y la commedia dell´arte.

A la hora de hacer un libro, Collodi adopta la fórmula de la novela. Recompone los capí­tulos y logra hacer muy coherente la estructura. Un Pinocho que busca desesperadamente una identidad propia, que se tropieza con sus debilidades, que encuentra ayuda en el hada-hermana-madre, y en la bondad de su padre, que corre riesgos y vence obstáculos en el viaje ritual a la madurez, lo convierten, no sólo en un niño de carne y hueso, listo para vivir en sociedad, sino en un entrañable y perdurable clásico de la literatura universal.

Quinta pregunta: Unos son buenos, otros son malos. ¿Quién es quién?

En Las aventuras de Pinocho hay buenos y malos, tal y como debe ser. Los inefables Zorro y Gato, que conducen a Pinocho de mal en mal, merodean a lo largo del libro. Pero ellos no son los únicos malos. Están los niños de la escuela, el dueño de la fonda, el gran Tiburón, el director de la compañí­a de payasos, Torcida, el Hombrecillo del Paí­s de los Juguetes...

A lo largo de toda la historia, los malos los malos reciben sus respectivos castigos, pues para Collodi serí­a imposible pasar por alto su entorno pedagógico y moralizante. El terrible Tiburón sufre de asma. Torcida, el amigo que lo induce a abandonar las obligaciones, muere convertido en burro. Los asesinos terminan totalmente deteriorados:

Eran el Gato y la Zorra, pero no habí­a quien los reconociera. Figuraos que el Gato, a fuerza de fingirse ciego, se habí­a quedado ciego de verdad; y que la Zorra, envejecida, tiñosa y sin pelo por un lado, no tení­a ya ni siquiera rabo. Así­ son las cosas. Aquella ladronzuela, caí­da en la más escuálida miseria, se vio un buen dí­a obligada a vender hasta su rabo tan bonito a un mercachifle ambulante, que se lo compró para hacer un espantamoscas.

Los buenos son a menudo maltratados por Pinocho, como el Grillo Parlante, que renace de entre las tinieblas, convertido en sombra. El Hada del cabello color de añil, que primero es una niña, muere con cierta frecuencia, para salir de su tumba cada vez más grande, más mujer. Deja de ser la hermanita para transformarse en la madre, que siempre perdonará y ayudará, aunque Pinocho no lo merezca.

Algunos de los encuentros de Pinocho tienen un carácter dual: son buenos y malos al tiempo, como los seres humanos. Por esta razón pueden ayudar al personaje a avanzar en su larga búsqueda: el titiritero Comefuego, que pasa de la maldad absoluta a la mayor de las generosidades, o el campesino que convierte a Pinocho en perro guardián y que le devuelve la libertad ante el buen comportamiento, o el hortelano que permite que Pinocho trabaje en su noria y que lo redime de sus culpas, son ejemplos contundentes de las paradojas de la naturaleza humana.

Entre tantos buenos y malos, entre las conciencias que lo persiguen y los oráculos que lo encadenan a su destino, es Pinocho quien permite que los demás tengan poder sobre él. El carácter ingenuo, inocente y sin educación de Pinocho, es su peor enemigo. Las tentaciones lo persiguen, aún cuando nadie lo induzca al pecado. Por fortuna lo acompañan también los buenos, que, a veces a la sombra, a veces directamente, lo sacan de los problemas, lo orientan y le dan nuevas oportunidades. De esta manera Pinocho logra enfrentarse con él mismo y con el mundo que lo rodea, para crecer un poco. Faltarí­a saber con qué herramientas cuenta Pinocho para seguir creciendo, pues Collodi nos lo deja como un niño, de carne y hueso, pero niño al fin y al cabo.

La mentira mayor: Walt Disney

Todos los niños saben que Pinocho es un muñeco que baila, canta, desobedece y es engañado por unos malvados muy elegantes, pero que al final un hada lo convierte en niño de carne y hueso. Saben también que hay un pez y un gato y que una ballena se come a Pinocho. Difí­cilmente recuerdan más detalles, pues es tan pobre y distorsionada, pero tan ampliamente divulgada, la versión realizada por Walt Disney en 1943, que se ha vuelto la referencia casi única de la obra.

Vale la pena volver a ver la bien conocida producción, esta vez con espí­ritu crí­tico, observando algunos de estos puntos:

¢ La intensa historia de un personaje en busca de su naturaleza, se vuelve trivial, estereotipada, edulcorada. Los personajes no tienen ningún compromiso. Menos aún Pinocho, que pasa de aventura en aventura sin crecer como individuo.

¢ Pepe Grillo actúa como una conciencia permanente, cuando en el texto es apenas un personaje que Pinocho mata con un martillo y que reaparece débilmente como una sombra que dice algunas palabras.

¢ Comefuego no es bueno ni malo en la historia de Collodi, sino rudo, buen negociante y quiere comerse a sus muñecos cuando tiene hambre, pero los perdona y le da a Pinocho las monedas de oro para que le lleve a su hambriento padre, en la pelí­cula es el más malo de los malos, sin matices ni dualidades. Pinocho tiene que huir sin recibir su dinero.

¢ Collodi no metió a Pinocho y a su padre en una ballena: fue en un tiburón, que además sufrí­a de asma.

¢ El hada del cabello azul es un personaje muy importante en el transcurso de la vida de Pinocho. Cambia de niña a mujer y no es ni rubia ni reina de belleza, como nos la muestra Disney las pocas veces que la muestra.

¢ El entorno cultural se pierde totalmente en la pelí­cula. No queda rastro de Florencia y no hay indicios de la época. El invierno, el frí­o y el hambre no se sienten por ninguna parte. La música no remite a Italia: es puramente americana. El lugar de los acontecimientos más parece Suiza que Florencia (¿creerí­a Walt Disney que Pinocho era un primo de Heidi?) Además los avisos de las calles son en inglés.

¢ La profesión y el nivel socio-económico de Gepetto son mal interpretados. Lo ponen a vivir en una casita llena de comodidades, cuando las descripciones de las penalidades de Gepetto son dramáticas en el texto.

¢ Fí­garo y Cleo, personajes dulzarrones y superfluos inventados por Disney, no agregan nada a la historia, sólo la distraen gratuitamente.

¢ ¡¡¡En la pelí­cula Gepetto usa pistola!!!

¢ A diferencia del libro, Pinocho se amarra solo y se tira al mar, muere y resucita siendo niño. Además a Pepe Grillo se le otorga una medalla de oro por haber cumplido con su deber de ser la voz de la conciencia. Mentiras, puras mentiras. Nada de esto pasa en el libro de Collodi, quien debe retorcerse en su tumba al ver el maltrato que ha sufrido su obra.

¢ El paí­s de los juguetes es maravillosamente descrito por Collodi como una recreación de una fiesta de pueblo, con sus juegos y canciones tradicionales. Es tan importante para el autor salvaguardar los valores, que, cuando escribe errores de ortografí­a para fortalecer la narración, los enmienda con rapidez:

"Este paí­s no se parecí­a a ningún otro paí­s del mundo. La población estaba compuesta exclusivamente por chicos. Los más viejos tení­an 14 años, los más jóvenes tení­an apenas 8. En las calles habí­a una alegrí­a, una bulla y un vocerí­o como para volverse locos. Bandas de pillos por todas partes: unos jugaban a las nueces, otros al tejo, otros a la pelota, otros corrí­an en bici, otros en caballitos de madera; éstos jugaban a la gallinita ciega, aquellos, al escondite; otros, vestidos de payasos, comí­an estopa encendida; unos recitaban, otros cantaban, otros daban saldos mortales, otros se divertí­an caminando con las manos en el suelo y patas arriba; unos jugaban con el aro, otros paseaban vestidos de general con un yelmo de papel y el sable de cartón; unos reí­an, otros chillaban, otros llamaban, otros aplaudí­an, otros silbaban, otros imitaban el cacareo de la gallina cuando pone un huevo. En resumen, un tal pandemonio, un tal guiriguay, una tal endiablada algazara, que habí­a que ponerse algodón en los oí­dos para no quedarse sordos. En todas las plazas se veí­an teatrillos de lona, atestados de chicos desde la mañana hasta la noche y en todas las paredes de las casas se leí­an escritas con carbón cosas tan bonitas como éstas: ¡Viva los jugetes! (en lugar de juguetes), no queremos más hescuelas (en lugar de no queremos más escuelas), abajo Larí­n Mética (en lugar de la aritmética), y otras florituras por el estilo".

¢ El paí­s de los juguetes de Disney, por su lado, refleja la decadencia de la juventud norteamericana: los personajes no sólo son invitados a destrozar un palacio con su contenido de obras de arte (entre ellas una Mona Lisa y un vitral barroco), sino que fuman y beben. El amigo de Pinocho le enseña a fumar tabaco y el muñeco termina totalmente borracho. Esta escena es realmente grotesca.

¢ Etc., etc., etc.

Algunas interpretaciones

Mucho se ha dicho sobre Pinocho: algunas interpretaciones se sostienen más que otras. Una de tantas se refiere a la nariz como un sí­mbolo fálico (recordemos que nadie menciona que Collodi tuviera esposa e hijos pero que vivió con su madre hasta la muerte de ésta, que casi coincidió con su propia muerte.)

Otros piensan que Las aventuras de Pinocho son las aventuras de Italia en busca de la independencia, como un estado infantil que no logra crecer y ser autónomo y que depende de potencias extranjeras.

No falta quien compare la panza del Gran Tiburón con el vientre materno.

El caso es que, bajo cualquier interpretación, Pinocho llena todos los requisitos de una obra literaria: la eterna búsqueda del sentido de la existencia, la soledad frente a las encrucijadas y a los obstáculos de la vida, las dudas entre el bien y el mal, dan grandeza al personaje. Finalmente es el tema de la vida y de la muerte el que cohesiona y conduce todo el hilo narrativo. 

Pinocho nace de las manos de un pobre hombre. Lleva una vida de dudas, engaños, caí­das, desafí­os, logros. Al vencerse a sí­ mismo, aparece la madre, que a lo largo de la historia ha muerto y ha renacido varias veces, y le ofrece el premio de la vida real. El viaje iniciático, el ritual de paso, el retorno a la seguridad del hogar, una vez más, como en cualquier odisea, se ha logrado.

Más de una exageración

En Pinocho todo es exagerado. Los sentimientos son profundí­simos. A buena parte de los personajes se les caracteriza con un GRAN adjetivo: el gran Halcón, el magní­fico Caniche, los médicos más famosos del lugar, un millar de pájaros, el gran Mono...

La descripción de personajes, situaciones y lugares remite a la caricatura:

La casa de Gepetto era un cuartucho del bajo, que recibí­a luz por un hueco de la escalera. Los muebles no podí­an ser más sencillos: una mala silla, una cama no muy buena y una mesa muy estropeada. En la pared del fondo se veí­a un hogar con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado, y junto al fuego, también pintado, habí­a una olla que herví­a alegremente y exhalaba una nube de humo, que parecí­a humo de verdad.

Las comidas son reiteradamente descritas, sean por su pobreza, sean por su suculencia. La fiesta ofrecida por el Hada o los pedidos de la Zorra y el Gato en la posada, son buenos ejemplos de estas descripciones exageradas.

El pobre Gato, sintiéndose gravemente indispuesto del estómago, sólo pudo comer treinta y cinco salmonetes con salsa de tomate y cuatro raciones de callos a la parmesana; y como los callos no le parecí­an bastante condimentados, se desquitó pidiendo tres veces mantequilla y queso rallado.

El hada habí­a mandado preparar doscientas tazas de café con leche y cuatrocientos panecillos untados de mantequilla por dentro y por fuera...

Y ni qué decir de las presentaciones de los personajes: deliciosos detalles ilustran a cada paso los encuentros de Pinocho:

"Entonces apareció el titiritero, un hombrón tan feo, que metí­a miedo sólo con verlo. Tení­a una barbaza negra como un borrón de tinta, y tan larga, que le bajaba desde la barbilla al suelo. ¡Baste decir que se la pisaba con los pies al andar! Su boca era ancha como un horno, y sus ojos parecí­an dos linternas de cristal rojo, con la luz encendida detrás, y con las manos restallaba una gruesa fusta hecha de serpientes y de colas de zorra entrelazadas".

Es divertido dar una mirada de vez en cuando a la temporalidad de la narración. Al contrario de la unidad de tiempo del teatro clásico, en donde toda la acción tiene que transcurrir en el término de 24 horas, en Las aventuras de Pinocho, todo se toma su tiempo. El caracol dura una noche entera bajando las escaleras desde el cuarto piso. Cada aventura dura dí­as, meses y hasta años. El crecimiento de Pinocho es lento y Collodi, por su parte tampoco se apura por darle continuación.

 

El personaje mayor: la muerte

Las aventuras de Pinocho puede leerse como una serie de muertes y renacimientos continuos. Cada vez que la muerte es convocada, casi inmediatamente Pinocho crece un poco. Uno de los pasajes más intenso, y más bellos de paso, es el capí­tulo XV, en donde Pinocho y el Hada se encuentran por primera vez, paradójicamente enfrentando la muerte de los dos. Podrí­a decirse que este, que en principio fue el final de Pinocho, es el verdadero inicio de sus aventuras.

Capí­tulo XV
Los asesinos persiguen a Pinocho y, después de haberlo alcanzado, lo ahorcan en una rama de encina grande

"Entonces el muñeco, perdido el ánimo, estuvo a punto de tirarse al suelo y darse por vencido, cuando, mirando a su alrededor, vio blanquear a lo lejos, entre el verdinegro de los árboles, una casita cándida como la nieve.
'¡Si tuviera aliento para llegar hasta esa casa, quizás me salvarí­a!', dijo para sus adentros.
Y sin dudarlo un minuto, volvió a echar a correr por el bosque a carrera tendida. Y los asesinos siempre detrás.
Después de una carrera desesperada de casi dos horas, por fin, jadeante, llegó a la puerta de aquella casita y llamó.
Nadie respondió.
Volvió a llamar con más violencia, pues oí­a acercarse el ruido de los pasos y el respirar profundo y cansado de sus perseguidores. El mismo silencio.
Dándose cuenta de que llamar no conducí­a a nada, empezó por desesperación a dar patadas y cabezazos a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa Niña de cabellos color añil y de cara blanca como una figura de cera, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, quien, sin mover los labios, dijo con una vocecita que parecí­a venir del otro mundo:
“En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.
“¡íbreme tú al menos! “gritó Pinocho llorando y suplicando.
“También yo estoy muerta.
“¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces ahí­ en la ventana?
“Espero que venga el féretro a llevarme.
Y apenas dijo esto, la Niña desapareció y la ventana se cerró sin hacer ruido.
“¡Oh, hermosa Niña de cabellos color añil “gritaba Pinocho “, ábreme, por misericordia! ¡Ten compasión de un pobre chico perseguido por los asesi...
Pero no pudo terminar la palabra, pues sintió que le agarraban por el pescuezo y aquellas dos tí­picas vozarronas que le gruñeron en son de amenaza:
“¡Ahora ya no te escapas!
El muñeco, viendo relampaguear la muerte ante sus ojos, fue acometido de un temblor tan grande, que, al temblar, metí­an ruido las junturas de sus piernas de madera y los cuatro cequí­es de oro escondidos debajo de la lengua.
“Entonces “le preguntaron los asesinos “, ¿quieres abrir la boca, sí­ o no? ¡Ah! ¿No respondes?... ¡Espera, que esta vez te la vamos a abrir nosotros!...
Y sacando dos viejos cuchillos muy largos y afilados como navajas de afeita, ¡zas! Y ¡zas!..., le sacudieron dos cuchilladas entre los riñones.
Pero el muñeco, para su suerte, estaba hecho de una madera muy dura, y por tal motivo las hojas, quebrándose, saltaron en mil pedazos y los asesinos se quedaron con el mango de los cuchillos en la mano, mirándose asombrados.
“Ya entiendo “dijo entonces uno de ellos “, ¡hay que ahorcarlo! ¡Ahorquémoslo!
“¡Ahorquémoslo! “repitió el otro.
Dicho y hecho. Le ataron las manos a la espalda y, pasándole un nudo corredizo alrededor de la garganta, lo colgaron de la rama de un gran árbol, llamado la Encina grande.
Después se quedaron allí­, sentados en la hierba, esperando que el muñeco estirara la pata; pero el muñeco, después de tres horas, permanecí­a con los ojos abiertos, la boca cerrada y pataleaba más que nunca.
Cansados, por fin de esperar, se volvieron hacia Pinocho y le dijeron riéndose burlonamente:
“Adiós, hasta mañana. Esperamos que, mañana, cuando volvamos, tangas la amabilidad de estar bien muerto y con la boca abierta de para en par.
Y se fueron.
Mientras tanto, se habí­a levantado un viento fuerte de tramontana, que, soplando y bramando con furor, azotaba de aquí­ para allá al pobre ahorcado haciéndole balancearse violentamente como el badajo de una campana que tocase a fiesta. Este balanceo le causaba agudí­simos dolores, y el nudo corredizo, apretándole cada vez más la garganta, le quitaba la respiración.
Poco a poco se le empañaron los ojos; y aunque sintiera acercarse la muerte, seguí­a esperando que de un momento a otro pasara un alma caritativa y lo ayudara. Pero, cuando, espera que te espera, vio que no aparecí­a nadie, absolutamente nadie, entonces le volvió a la mente su pobre padre... y balbuceó casi moribundo:
“¡Padre mí­o! ¡Si estuvieras aquí­!...
Y no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó allí­ como aterido".

¿Quiso Collodi realmente exterminar a Pinocho? ¿No tuvo ningún asomo de compasión a la hora de escribir el capí­tulo? Este final, que, por la última exclamación del personaje nos recuerda la agoní­a de Jesús en la cruz, no deja claro si Pinocho muere o no. Recordemos que este no es el texto original, que el libro fue una adaptación de los capí­tulos periódicos que se hilaban un poco a la deriva y al capricho del autor. Es posible que la puerta a la salvación estuviera cerrada en la primera versión y que a la hora de convertir los fragmentos en libro, Collodi dejara un margen de duda. Si algún estudioso desea verificar este detalle, puede ir a la fuente original, al Giornali per i bambini. Si alguien se decide, por favor no deje de contarnos el resultado de sus investigaciones.

La obsesión de Collodi por el tema de la muerte no termina en este capí­tulo, apenas comienza y es recurrente a lo largo del resto de la obra. Ejemplos, igualmente dramáticos al del capí­tulo XV, pueden encontrarse en los siguientes fragmentos:

¢ Los conejos negros que aparecen cargando un ataúd para enterrar a Pinocho que morirá por no querer tomarse la medicina: Capí­tulo XVII.

¢ La llegada a la tumba del Hada, con su lápida de mármol que dice -Aquí­ yace la Niña de cabellos color de añil, muerta de dolor al haber sido abandonada por su hermanito Pinocho : Capí­tulo XXIII.

¢ El ataque a Eugenio por parte de sus compañeros de escuela con el Tratado de Aritmética. Eugenio muere, los niños escapan y Pinocho es injustamente acusado por el asesinato: Capí­tulo XXVII.

¢ Pinocho, convertido en borrico es tirado al mar para -morir ahogado, y así­ después desollarlo y quitarle el pellejo : Capí­tulo XXXIII.

¢ La valiente decisión de Pinocho de compartir el destino y morir al lado de su padre Gepetto. Esta decisión es la que finalmente lo salva de su destino de muñeco y lo convierte en niño de verdad: Capí­tulo XXXV.

¢ La muerte de Torcida, el gran amigo de Pinocho, convertido en borrico: Capí­tulo XXXVI.

Tantas muertes no son más que pasos obligados a la última muerte de un muñeco que desea desaparecer para renacer convertido en niño de carne y hueso. Las gratuitas aventurillas de los primeros catorce capí­tulos dejan paso a los intensos últimos capí­tulos, que son un ritual de paso para lograr la madurez requerida de un gran personaje.

 

Bibliografí­a:

Las aventuras de Pinocho, Anaya, Colección Laurí­n, Madrid, 1983.
Las aventuras de Pinocho, ilustrado por Roberto Innocenti, Altea, Madrid, 1988.
Pinnochio images d´une marionnette, Gallimard, Francia, 1982.
Otro mundo, Grandville, Hesperus, Barcelona, 1988.
El gran libro de hacer de todo, Edaf, Madrid, 1993.
Historia del mundo, Salvat, Tomo 11, Barcelona, 1978.
La invención de la soledad, Paul Auster, Anagrama, Barcelona, 1999.

Todos los textos en comillas son tomados de Las aventuras de Pinocho, Anaya, Colección Laurí­n, Madrid, 1983.