Ilustración de Tove Jansson.
  • Ilustración de Tove Jansson.

La saga Mumí­n 

Antonio Orlando Rodrí­guez

Tove Jansson nació en Finlandia, el 9 de agosto de 1914. Hija del escultor finés Viktor Jansson (1886-1958) y de la dibujante sueca Singne Hammersten Jansson (1882-1970), para nadie resultó una sorpresa que tempranamente se sintiera atraí­da por las artes plásticas. A los 14 años, Tove Jansson publicó sus primeros dibujos y caricaturas en distintas publicaciones periódicas de su paí­s. Entre 1930 y 1933 estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de Estocolmo y posteriormente (1933-37) en la escuela libre de arte Vapaa Taidekoulu, de Helsinki. Posteriormente, asistió a escuelas y academias de Alemania, Italia, Francia y Londres. Una de sus principales influencias artí­sticas es la del pintor Samuel Resprosvanni (Sam Vanni), también tuvieron gran importancia en su formación artí­stica los impresionistas. 

En 1939, cuando solamente tení­a 25 años de edad, concibió a Mumí­n 1, el personaje que la harí­a famosa entre los pequeños lectores de buena parte del planeta. Inicialmente, Mumí­n aparecí­a en una tira cómica antifascista que se publicaba en la revista Garm. Sin embargo, no fue hasta 1946 que escribió y dio a conocer la novela que da inicio a la saga de los mumí­n: Kometjakten, a la que seguirí­an con posterioridad más de una docena de obras en torno a un encantador valle y sus habitantes. 2 El éxito internacional de los mumí­n se inició en 1953, cuando el periódico londinense Evening Standard comenzó a publicar las historietas sobre el personaje que hací­an Tove y su hermano Lars. Fue tal el éxito de esos cómics, que se reprodujeron en periódicos de 40 paí­ses. En 1959, Tove Jansson abandonó la creación de esa tira cómica, dejando que su hermano se hiciera cargo de esa labor hasta mediados de los años 1970, y dedicó todo su tiempo a la escritura, a la ilustración de libros y a la pintura. 

El último de los libros de la serie Mumí­n, titulado Moominvalley in November, se dio a conocer en 1971. Las aventuras de estos troles nada ortodoxos “como se verá más adelante “ están escritas originalmente en sueco y han sido traducidas a más de treinta idiomas, entre ellos el inglés, francés, alemán, hebreo, holandés, islandés, noruego, polaco, ruso, ucraniano, eslovaco, persa, japonés, italiano, portugués y español. 

Los mumí­n no se han conformado con vivir en los libros y en las tiras cómicas, sino que han alcanzado amplia difusión a través de los más variados medios. Los relatos de este ciclo narrativo han sido adaptados al teatro de tí­teres, a la televisión (en 1969 se estrenó una serie compuesta por 30 episodios; en 1972, en Japón se produjo otra versión en dibujos animados de 54 capí­tulos de extensión), al cine, a las historietas, al ballet y, como si todo lo anterior resultara poco, los pobladores del valle Mumí­n han conquistado el favor de los exigentes amantes del bel canto (en 1974 se estrenó, con notable éxito, la ópera Troll i kulisserna, del compositor finés I. Kuusitsto, inspirada en los personajes de Jansson).

Excelente dibujante, Tove Jansson ha ilustrado profusamente su universo, y con tal acierto que resulta imposible imaginar siquiera que alguna de sus obras pudiera editarse acompañada por otros dibujos que no fueran los suyos. No obstante, Jansson ha dado pruebas de su versatilidad como artista gráfica al ilustrar también libros como Alicia en el paí­s de las maravillas y La caza del snark, de Lewis Carroll, y El hobbit, de J.R.R.Tolkien, despertando la admiración del público y la crí­tica. Como complemento de su labor editorial, ella ha pintado frescos y murales en edificiones de varias ciudades de su patria. 

Jansson vive una parte del año en Helsinki y la otra en una pequeña isla del golfo de Finlandia, donde su familia pasaba los veranos cuando ella era una niña. Esa isla, su paisaje y sus habitantes, aparecen recreados en su novela El libro del verano. En 1987 se inauguró en Tampere el Museo Mumí­n, que incluye, entre otras piezas, alrededor de mil ilustraciones de Tove Jannson. 

Su bibliografí­a la ha hecho merecedora, entre otros reconocimientos, de la distinción Nils Holgersson (1953) y del premio de la Academia Sueca (1958), del premio Estatal Finés (1963 y 1971). En 1994 recibió el gran premio de la academia sueca,establecido por el rey Gustav III desde 1786, y que se concede, de forma esporádica, para resaltar para los logros de toda una vida. Ese galardón lo han recibido también figuras como la escritora Astrid Lindgren (1971), el cineasta Ingmar Bergman (1977) y el compositor Sven-Erik (1991). En 1966, Jansson fue condecorada con el premio Andersen en 1966. Precisamente, durante la entrega de esta última distinción, la autora pronunció unas palabras encaminadas a subrayar el papel activo que deben desempeñar los lectores de sus obras: 

En un libro infantil, siempre debe quedar algo no aclarado, algo sin ilustración. Hay que permitir y propiciar que el niño reflexione solo, que distinga por sí­ mismo entre lo real y lo irreal. El autor no es un guí­a; debe brindar un sendero, sí­, pero dejar que el niño marche solo por él y que establezca las fronteras con su conocimiento propio de las cosas.

Mitologí­a nórdica: otra visión del trol

La mitologí­a nórdica es tan rica que sus especialistas advierten que difí­cilmente puede resultar del todo inteligible para quien no la conozca desde la cuna. Las leyendas de las naciones escandinavas, así­ como las de los pueblos danés, islandés y germano, difieren entre sí­ en pequeños detalles de escasa importancia; de ahí­ que conformen un impresionante fresco de dioses y personajes fantásticos de diversa í­ndole. En los poemas y narraciones que integran su literatura tradicional nos salen al paso silfos hermosos y gráciles que, aunque son de temer cuando se enojan, usualmente prestan su ayuda generosa a los hombres; enanos feos, pero bondadosos, que conocen como nadie los secretos de los metales y custodian celosamente los tesoros escondidos; hadas y brujas, gigantes y dragones; gnomos que viven dentro de las casas, en cualquier escondrijo debajo del fogón; fantasmillas que moran entre el musgo y la zarza; y también, claro está, los cautivantes y terrí­ficos troles.

Aunque en los relatos nórdicos antiguos constantemente se habla de los troles, rara vez se les describe con profusión de detalles. Y es que, quizás, la caracterí­stica principal de estas colosales entidades, que personifican las fuerzas de la naturaleza, sea su condición imprecisa, elusiva, su naturaleza variable. Tan pronto adquieren forma humana como de animales, o simplemente se tornan indescriptibles, monstruosas. La mitologí­a refiere la existencia de troles de las aguas y de los valles “y en alguno de sus dramas, Ibsen alude a los "troles del alma"; las bajas pasiones, los instintos torcidos “, pero los más comunes son aquellos que se asocian con las montañas. 

Los macizos montañosos de Noruega eran considerados, en tiempos remotos, refugio de troles. Cuenta una leyenda que cuando el primer hombre aún no habí­a nacido, los troles de las montañas viví­an en perenne guerra con los de la llanura. Criaturas del mal al fin, únicamente podí­an abandonar sus guaridas al anochecer, y debí­an tener cuidado de retornar antes de la llegada del primer rayo de sol. En cierta ocasión, ocupados en hacer rodar enormes rocas desde lo alto de las cimas hasta el llano, los troles se dejaron sorprender e inmediatamente se petrificaron. De ahí­ la arraigada creencia de que estos seres viven en los pedruscos, dentro de las montañas. 

Por fortuna, los troles no siempre son entidades horribles y feroces, de fuerza descomunal, prestas a conventirse en fieras. Algunas historias, excepcionalmente, los presentan benévolos. Así­ que, conociendo este detalle, no resulta ya tan absurdo que, al crear a sus troles, Tove Jansson hiciera de ellos criaturas de extraordinaria dulzura y dimensiones más bien pequeñas. Los integrantes de la familia Mumí­n (así­ como sus parientes Esnorques/Pocavoz 3, a quienes únicamente se les diferencia en que no siempre son blancos, pues cambian de color cuando se emocionan por algo) constituyen una rama peculiar dentro del orden de los troles. En la nota que aparece a manera de carta-prólogo en la primera edición en español de un libro de la serie 4, el pequeño Mumí­n explica a los lectores que los mumí­n y los esnorques son los más educados de todos los troles y aclara que, a diferencia de los demás, confinados a las sombras, a ellos les encanta el sol. 

Jansson realizó un aporte novedoso y audaz al folclor nórdico. Si hasta entonces se mantení­a incólume la imagen del trol como un personaje temible, desmañado y estúpido, a menudo devorador de carne humana (tal como lo habí­an pintado siglos atrás los escaldas o bardos escandinavos en sus poemas épicos), con estas novelas para niños la palabra trol comenzó a identificarse con seres que resultan conmovedores por su profunda bondad y su sentido del compañerismo. 

Valle Mumí­n: geografí­a de la ternura

En la primera página de La llegada del cometa, Jansson describe con muy pocas palabras, con una simplicidad que recuerda el "habí­a una vez" de las narraciones populares, el escenario donde se desarrollarán las tramas de ese y de sus libros posteriores:

El valle en que viví­an era increí­blemente hermoso. Estaba lleno de pequeños y felices animalitos y de enormes árboles verdes. A través de los campos corrí­a el rí­o que daba una graciosa vuelta rodeando la casa azul de los Mumí­n y desaparecí­a en dirección a otros lugares lejanos, habitados por otros animalitos que se preguntaban de dónde vendrí­a.

Valle Mumí­n es un paraí­so bucólico, naif; aun cuando algunos objetos, lugares y conductas nos remitan a la contemporaneidad, lo cierto es que en este microcosmos se respira una atmósfera ajena al ajetreo de la vida moderna. Si hubiera que describir el valle utilizando un único adjetivo, este serí­a seguro. "Es un valle en el que uno se siente increí­blemente seguro", cuenta Mumí­n a sus nuevos amigos (LLC, 89) 5

Sus pobladores pueden estar amenazados por catástrofes naturales, pero jamás pierden la confianza en que todo terminará bien. Resulta imposible que allí­ acontezca una calamidad. "Naturalmente que nos salvaremos", dice Mamá Mumí­n, sin inmutarse, cuando como consecuencia de una gran inundación la familia se ve obligada a refugiarse en el techo de la casa, y añade: "Solamente les va mal a los bribones" (NSJ, 41-42). En esas pocas palabras está la clave de la seguridad que se respira en valle Mumí­n. Ese sentimiento de sentirse protegido, a salvo, nace no de lo apacible de la naturaleza, de la hermosura del lugar, donde confluyen el bosque, el rí­o, el mar y las Montañas Solitarias; la seguridad brota esencialmente de las relaciones, la manera de enfrentar la vida y la peculiar filosofí­a de sus habitantes. Nada desgraciado puede acontecer allí­ porque el amor y la bondad le cierran el paso, se le enfrentan como un valladar, como un sortilegio. 

En el valle construye Papá Mumí­n la casa con la que habí­a soñado cuando, siendo muy joven, escapó de un orfelinato y se lanzó a conocer el mundo. La edifica tal y como la dibujó entonces sobre la arena: "Alta y estrecha, con muchos balcones, escaleras y una torre" (MPM, 33). Esa casa, de cuya chimenea brota un sugestivo humo rosado, en la que ninguna puerta, excepto la del sótano, tiene llave, es una metáfora de la libertad de sus moradores, del respeto que existe entre ellos al margen de posibles discrepancias. Es también la meca de la hospitalidad. Cuando alguien, no importa que se trate de un desconocido, llama a su puerta, los troles lo acogen como si se tratara de un amigo de toda la vida y se apresuran a añadir una cama más. 

Con frecuencia las aventuras en que se ven envueltos el pequeño Mumí­n y sus compañeros los conducen a parajes relativamente distantes del valle, pero el desenlace feliz ocurrirá, de manera ineludible, cuando se hallen de vuelta al hogar. No existe otro sitio tan hermoso e indispensable. Esto, que Mumí­n intuí­a al principio de La llegada del cometa, lo interiorizará de manera consciente cuando por primera vez se separe de sus padres. "Antes solamente hablabas de lo bonitos que eran los lugares en que nunca habí­as estado", comenta con sorpresa su amigo Esnif al escucharle evocar el valle. "Eso era antes", responde Mumí­n (LLC, 89). Y esa convicción adquirida en su viaje de aprendizaje no lo abandonará en lo adelante. Valle Mumí­n es la imagen del hogar, del suelo natal, de la raí­z de cada individuo.

Los personajes

Jansson crea en su saga una galerí­a de personajes magní­ficamente delineados, portadores en muchos casos de virtudes y defectos propios del género humano. Rara vez se detiene a detallar el aspecto fí­sico (lo cual resultarí­a redundante, puesto que de ello se encargan las ilustraciones) y, en lo que a carácter y costumbres respecta, prefiere que sean los propios personajes, a través del comportamiento en las situaciones en que los coloca, mediante sus diálogos y la formulación de sus anhelos, quienes vayan revelándonos cómo son. El núcleo alrededor del cual mueve sus criaturas es la familia de troles Mumí­n. Nada más natural, entonces, que hacer referencia primero a Papá, Mamá y el pequeño Mumí­n. 

Papá Mumí­n no fue siempre el cabeza de familia seguro de sí­, ecuánime ante las más imprevisibles circunstancias, capaz de infundir ánimo y una grata sensación de protección a quienes lo rodean, amante de la tranquilidad hogareña. Fue la fuerza del amor, su benéfica influencia, quien logró que olvidara el afán aventurero de su mocedad. Sólo cuando conoció a Mamá Mumí­n en una noche de tormenta, y ella lo miró por primera vez con sus dulces y comprensivos ojos que "me fui transformando en el ser inteligente y sensato que soy", reconoce en un arranque de sinceridad (MPM, 191). 

Papá Mumí­n es un excelente constructor de casas, muebles y puentes, pero también es un literato, un artista que se decide a reunir en un grueso volumen los recuerdos de su tempestuosa juventud para que sirvan de esparcimiento y enseñanza a los pobladores del valle. Sensible y paciente, incapaz de herir la susceptibilidad de sus a veces impertinentí­simos huéspedes, la felicidad de este trol consiste en crear, crear en el amplio sentido del término. No en balde cuando un amigo se muestra dispuesto a complacer sus deseos, Papá Mumí­n encuentra muy difí­cil elegir algo: "He pensado en montones de cosas, pero no encuentro nada que me convenza del todo. Un invernáculo es más divertido hacérselo uno mismo; y un bote igual. Además, yo lo tengo casi todo" (FM, 129). Es el principal artí­fice de su pequeño mundo. 

Hay un pasaje de la saga que bien podrí­a situarse, sin titubeos, entre las más selectas páginas de la literatura infantil universal. Se trata de la escena en que, por esconderse dentro del sombrero de un mago, Mumí­n se convierte en un bicho raro. Ninguno de sus amigos lo reconoce por más que él se empeñe en proclamar su identidad. Entonces llega Mamá Mumí­n, observa un rato sus asustados ojos y luego, muy segura, sin perder la serenidad pese a lo estrafalario de su facha, dice: "Sí­, tú eres mi Mumí­n". Y esas palabras, ese reconocimiento entrañable, actúan como un conjuro mágico: lentamente el trol recupera su fisonomí­a habitual. "Ven a mis brazos, hijo", exclama la madre: "Yo siempre conozco a mi pequeño Mumí­n" (FM, 28-29). 

Mamá Mumí­n es la encarnación del amor materno. Cuando el hijo roza su hocico, tiene la impresión de estar acariciando un trozo de terciopelo. Así­ de suave es toda ella, así­ de dulce y comprensiva. Es el alma de casa, la madre de los que se han reunido bajo su techo, la reina y soberana del hogar. Es quien dicta el orden de las cosas; quien orienta, con su innato sentido común, la conducta de los más jóvenes: "Todo lo agradable de hacer sienta bien", asegura (MPM, 71). 

La madre es depositaria de una sabidurí­a antiquí­sima, intuitiva, que le permite adentrarse en el interior de las gentes y descubrir sus secretos más ocultos. En el valle Mumí­n se conoce que "si a una persona se le asusta a menudo, se vuelve invisible" (NI, 117). Cuando la familia acoge a Ninni, una muchachita que se ha vuelto incorpórea debido a los sarcasmos y malos tratos recibidos, Mamá se niega a llevarla a un médico. Ella conoce que el cariño lo puede todo, sabe que es el mejor de cuantos medicamentos se han inventado. Y precisamente el amor, su amor, hará que la niña invisible vaya materializándose paulatinamente, ante los ojos admirados de quienes conviven a su lado. 

Cuando a Manrico se le estropea su vieja armónica, Mumí­n lo consuela asegurándole que tan pronto lleguen a casa su papá se la compondrá: "Es capaz de arreglar todo lo que existe en el mundo" (LLC, 116)). Del mismo modo, ante la amenaza de que un cometa caiga en el valle y lo destruya todo, tranquiliza a sus asustados compañeros con un terminante: "Mamá se encargará de arreglarlo todo" (LLC, 83). El pequeño Mumí­n tiene una confianza absoluta en sus padres: todo lo pueden, nada hay que temer si se cuenta con su ayuda, si se está cerca de ellos. Pero esta admiración superlativa no debe interpretarse como signo de dependencia. Mumí­n dista mucho de ser un chiquillo pusilánime o desvalido. Adora los viajes, las peripecias, y con frecuencia son sus padres quienes lo instan a partir en busca de emociones. Cuando la casa se inunda y él pide permiso para bucear y extraer del agua una lata de café, Esnorquita le ruega angustiada a Mamá Mumí­n: "No lo dejes". "¿Por qué no, si le apetece?", replica ésta (NJS, 32).

Mumí­n ha heredado de sus padres un optimismo reconfortante. De ellos aprendió a no desfallecer, a conservar siempre la confianza. Mumí­n enriquece su visión del mundo en cada nuevo libro. Es travieso y bromista, pero a ratos se adueña de él una extraña melancolí­a. Para él, pocas cosas existen tan importantes como la amistad. Eso explica que, ante lo que parece ser una catástrofe inminente, abandone la gruta donde se habí­a refugiado con la familia y corra al bosque en busca de un amigo, para ponerlo a salvo. 
Mumí­n es el héroe con el que todo niño desea identificarse: capaz de capturar una hormiga-león y encerrarla en un pomo, de caminar en zancos por el fondo del mar o de enfrentarse a un arbusto venenoso, cortarle sus ramas-brazos y rescatar a la princesa de sus sueños.

En torno a los Mumí­n gira una infinidad de personajes que desempeñan papeles protagónicos, secundarios o que, simplemente, se asoman por un instante y nos dejan boquiabiertos de asombro “como aquel minibicho que pasa a gran velocidad, montado en una bicicleta, con su hijo en la mochila (NSJ, 119). Espí­ritus í­gneos o de las aguas, ninfas arbóreas, sirenas, langostas, luciérnagas, nudios, discrecios, serpientes de mar, musgosios y dragones se entremezclan en una variopinta zoologí­a fantástica. Nos detendremos, por su importancia dentro del ciclo narrativo, en unos pocos personajes más.

Manrico es el más querido de los compañeros de Mumí­n. Es, también, uno de los caracteres más amorosamente trazados por Tove Jansson. Músico, caminante, contador de historias, a Manrico le resultan indiferentes el hoy y el mañana. "Vivo un poco aquí­ y el otro poco allá", dice como tarjeta de presentación cuando Mumí­n lo encuentra, tocando su armónica, a la orilla del rí­o (LLC, 37). En el Kalevala, epopeya nacional finesa, existe un personaje al que apodan "kaukomieli" (es decir, "el que suspira por lejanos viajes"); a Manrico también podrí­a aplicársele ese mote. A diferencia de los restantes pobladores del valle Mumí­n, él no se encierra a dormir mientras transcurre el largo invierno: prefiere partir hacia lugares distantes, con la promesa de estar de vuelta el primer dí­a de primavera.

Si Mumí­n admira en Manrico, sobre todo, su mayor conocimiento del mundo, su discreción, el afecto que siente por Esnif descansa en su sentimiento de cariñosa tolerancia. El animalito Esnif es la contrapartida del reflexivo y un tanto enigmático Manrico: es un pequeñí­n al que resulta preciso guiar y consentir ciertos caprichos. Ingenuo, amigo de quejarse por todo, pueril, Esnif es el más mimado de los inquilinos de la casa Mumí­n.

Refiriéndose a los jemulenes (o "melindrosos") observa la autora: "No hacen nada porque les guste hacerlo, sino porque ha de hacerse" (MPM, 32). La saga Mumí­n está llena de jemulenes, todos de pies enormes, narices prominentes, cabellos desgreñados; amigos de hablar consigo mismos, de encontrar mal cuanto hacen los demás, carentes del menor sentido del humor. Desde el coleccionista de sellos (LLC, FM) hasta la directora del orfelinato (MPM), sin olvidar al que amaba el silencio (NI), estos personajes vestidos con eternos blusones, que consideran "tonterí­as" los sueños, constituyen una eficaz contrapartida de los espontáneos, alegres y vitales troles. Similar función desempeña el Musgañoso (o "Almizclero"), ese pesimista émulo de Hobbes, gruñón y supersticioso, que llega a la casa bajo la lluvia diciendo: "Aun filósofo no le preocupa demasiado vivir o morir, pero con este resfriado no sé qué va a ser de mí­..." (LLC, 20).

Uno de los grandes aciertos de Tove Jansson en cuanto a caracterización de personajes son los misteriosos jatifnatarnis. "No dicen anda ni se preocupan por cosa alguna. Solamente navegan y navegan. Papá dice que nunca llegarán al sitio que van, y que siempre están deseando llegar a algún sitio", comenta Mumí­n (LLC, 35) y, como ocurre cada vez que se dejan ver, los jatifnatarnis lo embargan de una extraña inquietud. ¿Quiénes son estas entidades blancas, diminutas, que aparecen sin falta en todos los libros de la serie? En medio de las dunas o navegando en sus barcazas, sin brazos ni caras... ¿Qué buscan? ¿Por qué permanecen todo el tiempo en silencio, herméticos? Una vez al año se dan cita en una isla solitaria, rodeada de arrecifes, antes de lanzarse de nuevo a sus interminables viajes alrededor del mundo. ¿Cuál es su secreto? Se sabe que nacen cuando se siembran ciertas semillas: brotan de la tierra, como si fueran champiñones, y luego se marchan hacia... ¿Hacia dónde? ¿En pos de qué? Nunca lo sabremos. Es el gran enigma de la saga Mumí­n.

Fin del bojeo

De la lectura de este ciclo narrativo se desprende una particular concepción de la vida, una filosofí­a sencilla que exalta lo hermoso de la cotidianeidad y propone no prestar demasiada atención a los contratiempos. Cuando la casa de los Mumí­n se inunda, Papá inquiere: "¿Se acordó alguien de traer mi hamaca?", y ante el silencio culpable de los demás, concluye: "Me alegro. Era de colores muy feos" (NSJ, 26-28). En esa misma oportunidad, al ver sus muebles sumergidos bajo el agua, Mamá comenta: "¡Resulta agradable un poco de cambio!", y acto seguido añade: "Además, el agua está calentita y a nuestra familia le encanta nadar" (NSJ, 39). Valle Mumí­n es un mundo equilibrado por excelencia: el optimismo feroz de sus habitantes es la antí­poda del escepticismo que proclama el Musgañoso. 

Constantemente las obras de Tove Jansson ofrecen modelos de conducta y actitudes antagónicas al individualismo, el consumismo, la represión de los impulsos naturales y la cosificación de las relaciones sociales. Pocas veces se ha logrado en la literatura infantil una imagen tan luminosa de la familia, de su papel en la creación de valores personales y colectivos. 

Los pedazos de oro que Esnorque encuentra en la isla de los jatifnatarnis se usan para decorar la casa, sin prestar mucha importancia al hallazgo; las joyas de Mamá y Esnorquita están en el fondo de una charca, para que embellezcan el agua con sus destellos. En este microcosmos, poco o ningún valor se concede a las riquezas materiales. "Uno nunca será completamente libre si se piensa demasiado en las cosas", dice Manrico (NI, 19). 

En un pasaje de la saga, los personajes deben poner tres estrellas a sus cosas más preciadas. Mamá opta por las macetas adornadas con conchas y Manrico escoge su armónica. Si alguna vez nos viéramos en la necesidad de seleccionar también nuestras pertenencias más valiosas, tendrí­amos que poner tres ellas a los libros infantiles de Tove Jansson. Por lo demás, no hay que perder nunca la esperanza: quizás un dí­a no muy lejano hallemos el camino que conduce hasta valle Mumí­n y, asomándose a la puerta de su casa pintada de azul, un trol nos diga: "Seguramente mi esposa puede prepararles una cama en algún sitio..."

Notas:

1. Tove Jansson eligió para su personaje precisamente el seudónimo que ella habí­a utilizado cuando comenzó a pintar y dibujar.
2. Este artí­culo se basa en la lectura de cinco obras de Tove Jansson traducidas al español. Se relacionan indicando su tí­tulo original, la fecha de su primera edición, el tí­tulo con que se tradujeron a nuestro idioma y la fecha de su publicación en español: 
Kometjakten (1946): La llegada del cometa (1982) 
Trollkarlens hí¤tt (1949): La familia Mumí­n (1967) 
Mumimpappans bravader (1950): Memorias de Papá Mumí­n (1982) 
Farlig midsommer (1954): Una noche de San Juan bastante loca (1982) 
Det osynliga barnet (1962): La niña invisible (1983)

3. Dos traductores españoles han vertido a nuestra lengua las obras de Tove Jansson: Marí­a Luisa Borrás y Leopoldo Rodrí­guez Regueira. En sus respectivos quehaceres, los nombres de algunos personajes del valle Mumí­n difieren notablemente. Mientras M.L.B. denomina Esnorque y Esnorquita a los dos hermanos troles en La familia Mumí­n, su colega opta por llamarlos Pocavoz y Señorita Pocavoz. Lo mismo ocurre con Esnif/Snif; Jemulén/Melindroso; jatifnatarnis/hatifnatas. Al personaje que en La familia Mumí­n conocemos como Manrico, L.R.R. lo identifica como Snusmumrik en Memorias de Papá Mumí­n, como Husmealotodo en La llegada del cometa y en La niña invisible y, por una imperdonable equivocación, como Sniff en Una noche de San Juan bastante loca
4. La familia Mumí­n, colección Mundo Mágico, Editorial Noguer, España, 1967. Cabe apuntar que la aparición en español de este ciclo no ha respetado el orden original de las obras y, si bien algunas de ellas poseen relativa independencia, resulta desconcertante, por ejemplo, que la colección Juvenil Alfaguara ofreciera primero a sus lectores Memorias de Papá Mumí­n y Una noche de San Juan bastante loca, cuando es en La llegada del cometa donde el trol Mumí­n conoce a quienes serán sus inseparables amigos. Curiosamente, ese "desorden" no ha sido exclusivo de las editoriales de nuestro ámbito: en Alemania sucedió algo por el estilo. Cuando en 1961 se publicó La llegada del cometa, ya habí­an aparecido La familia Mumí­n y Una noche de San Juan bastante loca en 1954 y 1955, respectivamente.
5. Para las referencias bibliográficas empleamos el siguiente sistema de abreviaturas: La llegada del cometa, LLC; La familia Mumí­n, FM; Una noche de San Juan bastante loca, NSJ; y La niña invisible, NI. El número tras las iniciales corresponde a la página donde aparece la cita. En el caso de La familia Mumí­n se remite a la edición cubana realizada por Gente Nueva; para los restantes tí­tulos, recomendamos consultar la colección Juvenil Alfaguara.