Estirar las historias... mientras el lector permanece atrapado

Irene Vasco
La puerta

La puerta, de la escritora húngara Magda Szabó, es una novela de 314 páginas publicada por Debolsillo. Cuenta las historias de dos mujeres unidas por lazos de amistad, mezquindad, lealtad, odio, desconfianza, generosidad. Estas historias van y vienen entre guerras e invasiones, entre chismes y vida cotidiana. Los veinte años de relación, no podrí­a llamarse amistad, permiten que personas, animales, sucesos, se ensamblen a través de distintos episodios en las vidas de distintas personas. 

¿Cómo logra Magda Zsabó que los lectores quedemos atrapados entre esta variedad de sucesos? 

Desde el primer capí­tulo sabemos que la enigmática Emerenc Szeredas, criada de la autora, esconde algo. El gran deseo de su ama es que se abra “por primera vez ante mis ojos una puerta determinada, la del cuarto de una persona que defendí­a celosamente su gran soledad y ocultaba su indignante miseria con pudor y que, por eso, nunca habrí­a permitido entrar ahí­ a nadie, aunque el techo hubiera ardido sobre su cabeza”. 

Los lectores necesitamos desesperadamente abrir la puerta de la habitación de Emerenc.

¡Una puerta! Una simple puerta que permanece cerrada nos mantiene en vilo página tras página. De vez en cuando la autora ofrece una pista, hace guiños, para que creamos que por fin conoceremos la habitación de Emerenc. Guiños dosificados, claro, para que nuestra inquietud se mantenga firme. Por supuesto, lo logra.

La tensión en los libros para niños

Hergé, el portentoso creador de Las aventuras de Tintin, tení­a muy claro cómo mantener la atención de los lectores infantiles. La viñeta final de cada doble página dejaba en suspenso alguna peligrosa situación. 

No es gratuito, entonces, que el personaje de Tintin se haya convertido en un clásico que se sigue leyendo y releyendo, transmitiendo de generación en generación. Sus adoradores (como yo) conservamos las colecciones completas como tesoros. Tintin se sigue traduciendo a decenas de lenguas hasta el dí­a de hoy, a pesar de que los crí­ticos han intentado frenar su éxito pronunciando serias censuras que los niños no están dispuestos a escuchar.

Si hablamos de libros para primeros lectores, no podemos olvidar que entre más corta es la edad, se vuelve más difí­cil atrapar y mantener la atención. Estos primeros lectores buscan, en primera medida, una historia completa. Un lector que apenas inicia su recorrido entre los libros, necesita que la narración tenga una estructura firme y directa, la misma estructura que proviene de la oralidad: principio, nudo y desenlace. Poco a poco, a medida que el tiempo de atención y las habilidades lectores se fortalecen, aprende a enfrentarse a textos más complejos.

Un buen ejemplo de tensión en un libro álbum dirigido a la primera infancia es El desastre, de Claire Franek, publicado por Ediciones Ekaré. Muy pocas palabras, casi todas onomatopeyas, muchas ilustraciones, una incertidumbre que crece aceleradamente y un final sorprendente, son garantí­a de que el pequeño lector no solo quedará atrapado, sino que regresará una y otra vez a su libro.

Los lectores más maduros pueden pasearse entre disonancias, ires y venires en el tiempo, multiplicidad de situaciones y personajes. Un lector ya formado espera buenas dosis de sorpresas e intriga, para entrar en conmoción de principio a fin, sin engaños didactistas ni resoluciones gratuitas. El mundo no es simple ni perfecto. La literatura refleja al mundo tal cual es, con sus enigmas y misterios. Descubrir los secretos ocultos es un acontecimiento fascinante.

Grandes creadores como Roald Dalh, Katherine Paterson, Mirjam Pressler, Neil Gaiman, Christine Ní¶stlinger, Michael Ende o Angela Sommer-Bodenburg han sido maestros en el arte de crear tensión. Sus personajes son entrañables, ricos en matices, viven múltiples peripecias que se enlazan una tras otra. Los niños pasan las páginas, no importa si son muchas o pocas, porque necesitan saber más, saber en qué terminarán las tramas. Esto es la tensión, ni más ni menos.

En el principio es el conflicto

Sin demonio, ¿con quién pelearí­a Dios? 

Sin Héctor, ¿qué serí­a de Aquiles? 

Sin ella misma, ¿cuál serí­a el dilema de Emma Bovary?

Sin conflicto, interno o externo, no hay historia, sea cuento, novela, pelí­cula, serie de televisión, musical”¦ Puede sonar a frase de cajón, pero así­ es: sin antagonismo, no hay historia. Porque la vida está conformada por grandes, abismales, pequeños, minúsculos combates a toda hora. Y la creación literaria no es más que la copia de la vida.

¿Cómo podrí­an los personajes modificarse, crecer, enfrentarse a incertidumbres, confusiones, titubeos? Desde decidir si al barrer el hormiguero que aparece en la cocina estamos contribuyendo a la extinción de una especie indispensable para la supervivencia de la humanidad, hasta tener la tentación de desaparecer al vecino que enloquece al universo con su superpotente equipo de sonido que de dí­a y de noche emite ruidos electrónicos que acaban con los nervios del más guapo, todo se vale para crear conflictos, estirar los relatos y mantener atrapado y sin resuello al lector que quiere un final, feliz o infeliz, pero final que lo saque de su turbación.

A la hora de escribir

Si vamos a los conflictos, el más usual de un escritor es el de enfrentarse a la página en blanco. Es frecuente que esta produzca terror. 
Una mano amiga puede ayudar a enfrentarla y a convertir ese amenazador vací­o en un aliado. Así­ que voy a servir de mano amiga. Vamos, pues.

Para empezar, pregúntese”¦ y contéstese

¿Para quién escribe? ¿Quién es su interlocutor? ¿Con quién se está comunicando usted, como escritor, en su interior? Un interlocutor ideal ofrece información sobre tono, lenguaje, extensión. Es frecuente que los cuentos para niños sean sobre niños, pero no es estrictamente necesario. Por otro lado, las narraciones sobre niños no son necesariamente infantiles. ¿Ya decidió a quién le escribirá?

¿Sobre quién escribe? ¿Son verosí­miles sus personajes? La literatura refleja la naturaleza humana. Como en el mundo real no hay personas perfectas, los personajes deben tener matices, debilidades y fortalezas para que puedan crecer y madurar dentro de la narración. 

¿Hay diálogos entre los personajes? No siempre hay que describir. Si los personajes dejan oí­r sus voces, la información sobre ellos podrá ser más sugestiva.

¿Tiene intenciones ocultas? ¿Quiere transmitirles mensajes a sus lectores? Este es un juego peligroso. Las prédicas explí­citas confinan a la obra de arte, convirtiéndola en una clase, en una oferta pedagógica. La literatura debe tener múltiples niveles de interpretación. Ni los niños ni los adultos quieren lecciones disfrazadas de literatura. El engaño se descubre rápidamente.

¿Cómo intenta organizar la arquitectura de los hechos? ¿Piensa partir de personajes de o hechos reales o fantásticos? ¿Combinará lo estrictamente real con la fantasí­a, lo sicológico y lo poético? Estas decisiones afectarán el texto a medida que escribe.

¿Cuánta información ofrecerá sobre el entorno donde suceden las acciones? Los niños prefieren los hechos a las descripciones. Los lectores más jóvenes buscan la trama y las emociones. Los adultos suelen ir a la exploración sicológica y a la búsqueda existencial. No hay fórmulas, por supuesto, estas son apenas aproximaciones generales.

¿Cuál es el ritmo de su historia? ¿Mezcla emociones, hechos, diálogos, descripciones? El texto, al igual que la música, debe contener momentos altos y bajos, intensos, dramáticos, planos, incluso silencios, para mantener la atención de los lectores.

¿Se plantean conflictos morales, dudas, deseos, angustias? La literatura refleja al ser humano. Así­ que las certezas pocas veces hacen parte de una narración, tal y como ocurre en la vida real.

¿Se transforman y crecen los personajes? Por el contrario, ¿se degradan? Esta es, quizás, la pregunta más importante. Un buen relato debe ser de transformación. El o los personajes tienen que modificarse a lo largo de la narración para que esta tenga un verdadero sentido.

Para recordar

La tensión, así­ como la felicidad, nace de un deseo. Puede ser pequeño, sublime o perverso, increí­blemente grande. En todo caso, es el que pone en movimiento las acciones.

A medida que un relato avanza, los personajes adquieren vida propia. No siempre los podemos domesticar. En cierto punto, comienzan a obedecer a sus reglas internas. Mi recomendación es que los acompañe, siempre y cuando no se salgan de las casillas. Hay que cuidar que mantengan su esencia humana, verosí­mil, aunque se disfracen de seres fantásticos, extraterrestres o monstruos prehistóricos. 

Entre sean más ricos en emociones, mientras más incertidumbres y contradicciones haya en sus caracteres, mayor tensión tendrá la historia. Habrá preguntas cuyas respuestas trataremos de anticipar, intriga por saber cuándo se develarán los misterios, pistas contradictorias, alternativas, presagios, confusiones y una gran dosis de curiosidad. Así­, ¿cómo perder al lector?

Ahora, la gran pregunta: ¿dónde y cuándo revelar la información? Eso solo podrá resolverse a medida que el conflicto, el dilema o como lo queramos llamar, crezca o disminuya de intensidad. Es recomendable dejar que el lector ponga a prueba su imaginación, que saque sus conclusiones personales. Trate de no abusar: no prolongue más allá de lo justo. Se expone al abandono sin despedida previa.

Un poco de empatí­a es necesaria. Como leí­ en alguna parte, si a usted no le importa su protagonista, ¿por qué tendrí­a el lector que interesarse en él? Así­ que póngase de parte de alguno de los personajes, aunque sea el más cruel y sanguinario que su capricho haya creado.

No importa en qué registro se mueva. Su narración puede ser humorí­stica, trágica, melodramática, crí­tica, de denuncia, de terror. En cualquiera de los casos, las premisas de conflicto, dilema, intriga, turbación, serán los grandes seductores. Solo usted, como gran titiritero de su obra, sabrá qué interrogantes deben ser resueltos”¦ y cuándo.

Yo también cuento

A riesgo de parecer presuntuosa, así­ como menciono la experiencia de los otros, quiero compartir mi manera de contar las historias.

Para escribir, necesito tener un personaje, niño, joven o adulto, y un argumento básico. Una vez logro esta materia prima (pueden pasar años hasta que lo consigo), comienzan las decisiones.

Por un lado, cada libro tiene su propia voz. ¿Quién narra? ¿En qué tiempo ocurre? ¿Es cuento, libro álbum, novela? Desde el principio establezco un estilo y tengo a la mano un cuaderno de notas que llevo a todas partes. Allí­ anoto frases, apuntes, ideas, descripciones, que me ayudan a alimentar el argumento. A veces hago un bosquejo de los capí­tulos, que, por supuesto, va cambiando a medida que el universo del libro adquiere peso.

¿Para qué edad escribo? No es lo mismo un libro para niños de cinco años que un libro para niños de 10 diez años. La tonalidad, el lenguaje, la estructura, los diálogos, son elecciones del primer momento. Lo único claro es que no puedo poner la literatura al servicio de la propaganda. La literatura debe preservar su carácter libertario, tanto para quien escribe como para quien lee.

Mi personaje necesita un escenario interior y exterior donde moverse. La sicologí­a, las experiencias previas, los diálogos personales, acompañan sus transformaciones. Los hechos se van conectando, cuidando de que la estructura no se venga abajo. El entorno en que se mueven los interlocutores, conduce a las acciones”¦ ¡y a las tensiones! 

No le tengo miedo a las palabras que tal vez los niños no conozcan, especialmente si tienen una sonoridad divertida y agradable. Incluir ciertos términos puede agregarle encanto a la narración. Tampoco abuso: no intento recargar el texto con palabras rebuscadas en todo momento. Pienso que los niños pueden inferir por el contexto el significado de términos desconocidos y que su vocabulario se incrementa leyendo.

¿Suena difí­cil? Como los buenos rompecabezas, escribir para niños y jóvenes tiene su encanto y su dificultad. No hay que creer que saldremos del apuro en un abrir y cerrar de ojos. Tampoco podemos asustarnos ante el primer obstáculo. Los cuentos son naturales. Los oí­mos desde siempre y su estructura vive dentro de nosotros. El paso de la tradición oral a la palabra escrita es nuestro desafí­o. La economí­a de las palabras, el orden, la composición, deben reemplazar gestos, tonalidades, repeticiones, muletillas, propios de la expresión oral.

Es hora de comenzar. ¿Están listos para iniciar esta aventura de tensionar historias para no perder a los más crí­ticos lectores? Los niños nunca nos darán segundas oportunidades. ¡Vamos a sorprenderlos con nuestras historias!

Los mayores nos dicen”¦

Gabriel Garcí­a Márquez, La bendita maní­a de contar (Debolsillo, 1998): 

“¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí­ puede hacer uno es compartir experiencias, mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y las decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia determinada situación o incluyó un nuevo personaje”¦ ¿No es lo que hacen también los escritores cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aí­sla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: 'Ah, sí­, lo que hizo fue colocar al personaje aquí­ y trasladar esa situación para allᔦ' ”.

Mario Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista (Ariel, 1997): 

“En alguna parte, Ernest Hemingway cuenta que, en sus comienzos literarios, se le ocurrió de pronto, en una historia que estaba escribiendo, suprimir el hecho principal: que su protagonista se ahorcaba. Y dice que, de este modo, descubrió un recurso narrativo que utilizarí­a con frecuencia en sus futuros cuentos y novelas. En efecto, no es exagerado decir que las mejores historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sin embargo sean locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que este tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha. Llamemos a este procedimiento `el dato escondido´.”

Adolfo Bioy Casares, A la hora de escribir (Tusquets Editores, 1988):

“Cuando ustedes vayan a contar una historia, traten de que todo en ella ”“mejor: casi todo”“ mire hacia ese tema; es mejor que la mente del lector entre en el tema, pueda seguirlo y que haya en el relato incidentes que sirvan de variante o de comentario. Así­ creo que pasa en la música, donde alrededor del tema principal hay comentarios de los distintos instrumentos. Y en una novela, con un misterio que se aclara al final, conviene sugerir otros misterios o una explicación que no sea la verdadera, para que el lector vaya pensando, vaya equivocándose y también acertando, de manera que cuando llegue al fina, diga: `Bueno, esto me lo anunciaron y pude imaginarlo´”.


Videos de grandes libros álbum en Youtube

Los libros álbum deben mantener la tensión página a página, combinando las imágenes con los textos, si los hay. Ver algunos videos, puede ayudar a entender el difí­cil ejercicio de mantener la atención de los niños: