Un niño prodigio

Un niño prodigio. Irène Némirovsky

En los tiempos que corren, cuando los medios constantemente están dando a conocer niños prodigios en los terrenos del canto, la actuación, la danza y la pintura, un texto como Un niño prodigio, de Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), nos permite ahondar en el fenómeno de esos pequeños artistas que, como una llama, deslumbran al público y, lamentablemente, en muchos casos esa misma llama los consume. 


Esta novela corta ambientada en una ciudad a orillas del mar Negro tiene como personaje central a Ismael, un niño judí­o de extracción humilde y precaria educación, que un buen dí­a comienza a cantar melodí­as de su propia cosecha, acompañándose con una balalaika, en las que testimonia las penas y las alegrí­as de las gentes más humildes. Con ellas deslumbra a una dama de la alta sociedad, quien decide convertirse en su mecenas e instruirlo. Lamentablemente, a medida que Ismael crece y comienza a perfeccionar su educación, va perdiendo sus dotes de intérprete y compositor. Mientras más conoce la cultura universal y va refinándose, el jovencito va dudando de su propio talento y se va inhibiendo como artista, hasta el punto de ser incapaz de volver a cantar.


Narrada magistralmente, con un estilo ví­vido, colorido y conciso, esta obra nos atrapa con una trama sencilla, realista, de final trágico. Publicada por vez primera en Parí­s, en 1924, invita, tácitamente, a reflexionar sobre el carácter efí­mero de la mayorí­a de los prodigiosos talentos infantiles que, en muchas ocasiones, no maduran o se marchitan al perder el contacto con sus raí­ces y su propia individualidad.

Sergio Andricaí­n