Editorial Anaya, 2013.
  • Editorial Anaya, 2013.

El árbol de la mujer dragón

Ana Marí­a Shua

Cuento popular naxi

En la región de Lijiang viví­a un rey cruel y codicioso que solo pensaba en tener bajo su dominio todos los territorios que rodeaban su reino. Constantemente organizaba expediciones guerreras para someter a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba porla fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.

Este mal rey tení­a una hija joven, bella, inteligente y buena a la que todos llamaban Longnü, que significa «mujer dragón». La joven no estaba de acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo por los sufrimientos que imponí­a al pueblo ese permanente estado de guerra.

El rey Mutián sabí­a que al norte, en el paí­s de los pumi, habí­a prosperidad. Y deseaba extender su dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la población y apoderarse de sus cultivos y sus ganados. Como los pumi tení­an un ejército poderoso, el rey decidió que, por el momento, una alianza le serí­a más útil que la guerra. Envió un emisario al rey pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.

El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valioso como la princesa naxi. En compañí­a de su padre, visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se conocieron, los prí­ncipes se enamoraron perdidamente y se sintieron muy felices de que sus padres se pusieran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü partió hacia el paí­s de su marido y comenzó una nueva vida en paz y felicidad, respetada y amada por el pueblo pumi.

Poco tiempo después murió el padre del prí­ncipe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su esposa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfurecido, tramó uno de sus malvados planes.

El primer paso fue mandar llamar a su hija, diciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella llegó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver a Yongning, capital del paí­s de los pumi, pero su padre no se lo permitió. La princesa se habí­a convertido en una virtual prisionera en su propio palacio.

Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz de la luna, cuando escuchó una conversación en los aposentos del rey.

- y le dirás al rey pumi que también su mujer ha enfermado gravemente. Que debe venir a buscarla. Cuando esté aquí­, acabaré con él- Por fin será mí­o el paí­s de los pumi.

Horrorizada por las intenciones de su padre, la princesa lloraba en su habitación cuando sintió una caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpara gastó la princesa antes de terminar la larga carta que le escribió a su marido explicándole todo lo que habí­a pasado. Cortó un trozo de tela, envolvió la carta y cosió el paquete por dentro del collar del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio, trotando con energí­a.

Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven rey reunió a la caballerí­a, se colgó al hombro el arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su ejército hacia la capital de Lijiang.

El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era astuto y tení­a experiencia. En cuanto tuvo noticias de que el ejército pumi habí­a salido de su reino, organizó una emboscada a mitad de camino. La sangre de los pumi tiñó las aguas del rí­o. Lleno de heridas, atravesado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la batalla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija. ¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo lí­mites.

-¡Traicionaste a tu padre! -le gritó a su hija en el palacio.

-Cumplí­ con mi deber de esposa -contestóella, orgullosa.

-Tu marido ha muerto.

-Entonces, solo me queda irme con él -dijo Longnü, deshecha en llanto.

-Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás tan fácilmente -le aseguró su padre.

Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que encerraran a la princesa en el pabellón que habí­a en el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y desparramaron por el piso los trozos rotos, cubriéndolo por completo, para que los pies descalzos de la princesa se lastimaran pisándolos.

La desdichada Longnü podrí­a ver desde el pabellón el campo de batalla donde estaba todaví­a tendido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor. Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del pabellón.

Con el curso de los dí­as, la pérdida de sangre y la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.

Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos por los crí­menes cometidos por su rey, los súbditos se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadáver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre en honor de Longnü.

En las ruinas del pabellón quemado brotó un manzano silvestre, que creció con milagrosa rapidez. Sus ramas verde jade caí­an sobre la superficie del lago como si estuvieran contando una historia de dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo llamaron para siempre "el árbol Longnü".

 

Los naxis, una minorí­a china descendiente de nómadas tibetanos, viví­an hasta hace muy poco organizados en familias matriarcales, es decir, dominadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba, el hombre y la mujer seguí­an viviendo en sus respectivas casas. El muchacho podí­a pasar la noche en la casa de su esposa, pero debí­a volver a la de su madre durante el dí­a y trabajar para ella. Los hijos pertenecí­an a la mujer, que era responsable de su crianza. Solo las mujeres podí­an heredar. Las disputas eran zanjadas por mujeres mayores que hací­an de jueces. Los pumi, por su parte, son un grupo étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de 30 000 personas, en la provincia de Yunnan, también de ascendencia tibetana.

Este cuento naxi nos muestra a una protagonista fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es muy poco común que en un cuento popular de origen oriental se aplauda el comportamiento de una joven que desafí­a la autoridad de su padre.