Ilustración de Ana Marí­a Londoño.
  • Ilustración de Ana Marí­a Londoño.

Tres cuentos  

Ruth Rocha

Las aventuras de Monigote y Chancho Panza   

 

Monigote y Chancho Panza vivían en medio de la selva. 

Eran muy amigos, aunque no se parecían en nada. 

Monigote leía tantos libros de aventuras que tenía la manía de ser héroe. Se metía en todo lo que fuera discusión y pelea… y terminaba siempre mal. 

En cambio, Chancho Panza tenía otras preocupaciones. 

A pesar de ser tan diferentes, nuestros amigos estaban siempre juntos. Y cada vez que Monigote se metía en alguna de sus confusas aventuras, Chancho Panza tenía que ir a ayudarlo. 

Y las discusiones que se buscaba Monigote no eran muy delicadas por cierto… 

Un día Monigote resolvió cambiar de vida. Fue a un vertedero de basura y comenzó a fabricarse una armadura. 

Una olla sin fondo le sirvió de coraza. Con pedazos de caños viejos protegió sus brazos y piernas. Hasta encontró una cacerola que le sirvió de yelmo. 

Una tapa de olla grande era su escudo, y con una caña improvisó una lanza.  

Monigote afirmaba que de esta manera nadie podría vencerle. Pero no caminó dos pasos cuando ya recibió la primera sorpresa. 

Monigote era un poco alocado, pero por eso no dejaba de ser una buena persona. Lo que él quería era proteger a los débiles, ayudar a sus amigos y, sobre todas las cosas, agradar a las damas… 

Bueno, "agradar a las damas" es una manera de decir, porque lo que Monigote quería era agradar a Monada, una mona muy linda que vivía en la palmera de la esquina. 

Siempre que pasaba frente a la palmera de Monada y la veía peinando sus negros cabellos, el corazón de Monigote latía más ligero. 

Aquel día, Monada estaba con un vestido nuevo y cantaba: 

Me he de poner hermosa
por si el amor me llama…

 

Y el corazón de Monigote sonaba como un tambor. 

–¡Oh, mi hermosa Monada! ¡Vengo a protegerte de todos los peligros! 

–¿Qué peligros, Monigote? En esta selva no hay ningún peligro. 

– ¡Vamos! ¿Y si aparece un elefante? 

– Pero Monigote… Los elefantes, aunque sean tan grandotes, son amigos nuestros. 

Monigote quedó un poco desconcertado, pero siguió: 

–¿Y un huracán? ¿Si viniera un huracán? 

–Vamos, Monigote. No digas bobadas. Hasta luego. 

Pero esto no desanimó a Monigote. 

–Amigo Panza, vayamos en busca de aventuras. 

–No, Monigote, ahora no. Hay uma bandeja de maíz esperándome. 

–El maíz quedará para después. Vayamos a apresar malhechores. Tú solamente piensas en maíz y así no se adelanta nada. ¡Defendamos la selva! ¡Destruyamos a mis terribles enemigos: los elefantes, los dragones…! 

Y Monigote acabó arrastrando a su amigo Panza, que protestaba chillando: 

–¡Ay, qué desgracia! ¡Mi maíz! 

Un día, mientras buscaban algún monstruo grandote como los que soñaba Monigote, divisaron a lo lejos un bulto que se movía:  

–¡Un elefante! ¡Es mi terrible enemigo: el elefante! ¡Si no lo atacamos destruirá las plantaciones, romperá todos los árboles! 

–¡Por favor, Monigote! ¡Eso no es un elefante, sino un molino de agua! 

Pero Monigote no lo escuchaba. Y avanzando contra la rueda del molino, que naturalmente no dejó de girar, se dio un golpe de padre y muy señor mío. 

Todos los animales –gusanitos, loros, monos–, en vez de socorrer al pobre Monigote, se pusieron a reír… 

–¡Qué golpe! 

–¡Ja, ja, ja! ¡Qué gracia! 

Las burlas enfurecieron a Chancho Panza, que era un cerdito de buen corazón: 

–¡Dejad de burlaros, malvados! ¡Monigote se ha golpeado creyendo haceros un bien y vosotros os reís! 

¡Pero nadie hacía caso! Chancho Panza hablaba y hablaba, y los demás reían y reían. 

Con gran dificultad, el cerdito consiguió arrastrar a Monigote para casa y se alejaron entre risas y silbido. 

Monigote estaba muy triste. Y decía: 

–Y pensar que yo quería protegerlos… ¡No entienden nada! –decía una y otra vez. 

–Monigote, debes comprender que nadie te había pedido protección. ¿Por qué no haces una vida normal y trabajas como todo el mundo? 

Monigote recapacitó y prometió no meterse más en extrañas aventuras.  

Construyó una hermosa casa en el árbol más alto de la selva, y con paciencia y trabajo llegó a tener una gran plantación de plátanos de todas clases. 

Más adelante, Monada se casó con Monigote, cuando supo que era tan formal y trabajador. 

Ahora Monada fabrica y vende los mejores dulces de banana del país.  

Cuando la gente pasa frente a su casa, escucha las voces de los monitos siempre alegres, jugando y cantando. 

El hijo mayor, que ya va a la escuela, tiene como compañero de banco a Pancito, el hijo de Chancho Panza. 

Nunca podréis imaginar lo que vieron los animales que el otro día pasaban frente a la casa: 

Estaban Moniguito, el hijo de Monigote, y Pancito, el hijo de Chancho Panza, jugando. Habían conseguido un montón de cacerolas, botes…  

¿Qué travesura estarán preparando?   

 

Pedrito en el Nuevo Mundo 

Hace mucho tiempo... 

En España, del otro lado del mar, vivía un niño. 

Se llamaba Pedrito. 

Pedrito tenía alma de aventurero y soñaba com viajar en carabela. 

Todos los días le preguntaba a su papá: 

–¿Qué hay del otro lado del mar, papá? 

–Un Nuevo Mundo –decía el papá. 

–¿Y quién vive en el Nuevo Mundo? 

–No sé, Pedrito, no sé… 

En aquel tiempo muy pocos sabían cómo era el Nuevo Mundo. 

Un día llegó el padrino de Pedrito. 

El padrino de Pedrito era navegante. 

Llegó de la India. 

De sus viajes, siempre traía cosas nunca vistas… 

Ropas bordadas con hermosos colores… 

Golosinas de gustos diferentes… 

Especias, que daban sabor a las comidas… 

¡Y qué historias maravillosas contaba! 

Historias de marajás, de princesas, de tesoros… 

Pedrito nunca se cansaba de escucharlo. 

Un día, ¡por fin!, el padrino preguntó: 

–¿Te gustaría ser navegante, Pedrito? 

A Pedrito le brillaron los ojos. 

–¿No tendrás miedo, Pedrito? 

–¡Oh, no, padrino! Un hombre no tiene miedo. 

–Bueno, si tu padre te deja, nos embarcaremos la semana que viene. 

–¿Hacia dónde, padrino? 

–Hacia el Nuevo Mundo. 

Cuando llegaron al puerto, ¡qué lindo!  

¡Cuántas carabelas de velas blancas! 

Pedrito nunca había visto tantos navíos juntos. 

–¡Cuántos barcos, padrino! ¿A dónde van? 

–Al Nuevo Mundo, como nosotros. 

Al fin embarcaron en una carabela. 

El día de la partida fue emocionante. 

La gente reunida en el puerto despedía las naves agitando pañuelos y  cantando. 

Las naves esperaron buen viento. 

Y cuando llegó el viento, se hincharon las velas y las carabelas empezaron a moverse despacito. 

El gran viaje había comenzado. 

Pedrito aprendió su trabajo enseguida. 

Para él, era el más lindo de todos. 

Subido a lo alto del palo mayor, en una cestita, avisaba todo lo que veía. 

Aprendió las palabras que usaban los marineros, y ni bien veía alguna cosa, gritaba: 

–¡Nave capitana a babor! 

–¡Ballenas a estribor! 

Pasaron algunos días. Pedrito divisó varias islas a lo lejos. 

Después ya no se vio más tierra. 

Solo mar y cielo y mar. 

Peces que saltaban fuera del agua como si volasen. 

Ballenas que pasaban a lo lejos, arrojando columnas de agua. 

Pedrito vio noches de luna cuando el mar parecía un espejo. 

Y noches de tempestad, cuando olas enormes parecían querer tragar la carabela. 

Y días de viento, y días de calma… 

Hasta que… 

Una tarde, flotando sobre las aguas, Pedrito vio una cosa. 

¿Qué sería? 

Parecían ramas y hojas. 

Y después pasó una gaviota volando. 

Pedrito sabía lo que eso quería decir: 

–¡¡Señales de tierra!! 

Todos fueron a mirar y hubo mucha alegría 

–¡¡Señales de tierra!! 

Pero a lo lejos aún no se veía nada. 

Hasta que al otro día Pedrito divisó una línea oscura en el horizonte, y gritó el aviso tan esperado: 

–¡TIERRA A LA VISTA! 

Era el Nuevo Mundo. 

Cuando estuvieron más cerca, vieron una playa de arenas blancas y una selva cerrada… 

Todos se preguntaban: ¿quiénes vivirán aquí? 

Desde arriba, Pedrito veía mejor: 

–¡La playa está llena de gente! 

Las carabelas fondearon en un lugar seguro y todos fueron a tierra en los botes. 

Y Pedrito vio, al fin, como era el Nuevo Mundo. 

Era una tierra de sol y de plantas hermosas… 

Y también había personas. 

Hombres, mujeres, chicos y chicas. 

Todos de piel oscura, adornados con plumas, pintados con colores alegres. 

Eran indios fuertes y ágiles.  

Había también pájaros de todas las clases. 

Animales de todos los tamaños. 

Fieras mansas y bravas. 

Flores perfumadas. 

Frutas deliciosas. 

Pedrito se hizo amigo de los indiecitos. 

Pero no conseguían entenderse. 

Pedrito decía: 

–Niño moreno. 

Y el indiecito respondía: 

–Curumin tinga. 

Y el indiecito quería decir: 

–Niño blanco. 

Pedrito llevó una gallina para mostrársela a los indiecitos, y los indiecitos le tuvieron miedo. 

Pero después la gallina les gustó, y quisieron quedarse con ella. 

Pedrito se la regaló. 

Y los indiecitos regalaron a Pedrito un loro muy gracioso, que decía: 

–Arara…Arara… –y era de hermosos colores. 

Pedrito dijo: 

–Nunca me hicieron un regalo tan lindo –y fue muy contento a mostrárselo a su padrino. 

Cuando se calmó la animación, la tripulación se reunió en la playa. 

Trajeron una gran cruz hecha de troncos. 

Y rezaron una misa. 

Los indios nunca habían visto una misa, pero acompañaron todos los movimientos de los españoles. 

Pasaron los días y llegó el momento de regresar. 

Todos se sintieron un poquito tristes. 

A la vuelta contarían las aventuras que habían vivido y las cosas nuevas que habían visto. 

Contarían que habían estado en una tierra hermosa. 

Pedrito, desde lo alto del mástil, se despidió de sus amigos indiecitos, y pensó: 

–Cuando sea grande, volveré a este lugar para quedarme a vivir. 

Y así fue. 

Un día, Pedrito regresó al Nuevo Mundo. 

Lo encontró tan hermoso como antes. Pero tenía otro nombre. 

Se llamaba América. 

Y en América, Pedrito vivió feliz durante muchos, muchos años…  

  

La máquina maniática

 

Había una vez un sabio, el profesor Estefanio. 

¿Saben ustedes qué es un sabio? 

Pues es una persona que sabe muchas cosas. 

Y las que no sabe, las inventa. 

Nuestro sabio, el profesor Estefanio, sabía mil cosas. 

Y las que no sabía, las inventaba. 

Porque Estefanio, además de sabio, era inventor. 

El profesor Estefanio tenía un sobrino: Pepito. 

A Pepito le gustaba visitar el laboratorio del tío. 

¿Saben ustedes qué es un laboratorio? 

Pues un laboratorio es el lugar donde el sabio inventa sus inventos. 

Pepito iba siempre a curiosear al laboratorio del tío Estefanio. 

Y era muy amigo de Liborio, el ayudante del sabio. 

Un día, cuando Pepito llegó al laboratorio, le abrió la puerta Liborio. 

–¡Hola, Pepito! Hoy el profesor está muy ocupado. Está trabajando en un proyecto muy importante. 

–¿Puedo curiosear un poquito, Liborio? 

–Sí que puedes, Pepito. Pero no hagas ruido. No distraigas a tu tío. 

El profesor estaba armando una máquina enorme. 

–Buen día, tío. ¿Para qué sirve esa máquina? 

–Es una máquina HACE-DE-TODO, Pepito. Pero quédate quietito. El tío está trabajando. 

–Pero, ¿hace-de-todo de verdad? 

–De todo. La venderé al gobierno. Cuando esta máquina funcione, nadie tendrá que trabajar más. 

Los hombres del gobierno fueron a ver la máquina. 

Estefanio la puso en marcha. 

¡Qué maravilla! 

La máquina hacía de todo: 

Encendía y apagaba las luces de la calles, hacía que los ómnibus marcharan de un lado a otro. 

Hacía pan y embotellaba leche. 

Hacía subir y bajar los aviones, controlaba el agua de las casas y los ascensores de los edificios. 

Los hombres del gobierno estaban encantados. 

–Será una nueva era para la humanidad. Nadie tendrá necesidad de volver a trabajar. 

–¡Viva el profesor Estefanio, el gran sabio! 

Y la máquina comenzó a trabajar y todo el mundo a divertirse. 

Los cines estaban siempre llenos. Los parques de diversiones también.  

Pero la máquina empezó a volverse exigente. 

Con su ronca voz de máquina, decía: 

–Quiero 20.000 latas de dulce de batata. 

Más que corriendo iban a buscar las latas de dulce y se las llevaban a la máquina. 

–Quiero 1.000 litros de perfume francés… 

Revolvían el país entero para hallar el perfume. 

Pero la máquina no se contentaba: 

–Quiero un disfraz para el carnaval … 

Todo el mundo se sorprendía: 

–¿Dónde se ha visto una máquina disfrazada? 

–Yo no sé nada –decía la máquina–. ¡Si no me traen un disfraz, no funciono más! 

Y había que hacer un disfraz, de prisa, para la máquina. 

Tantas cosas pedía la máquina, que la ciudad vivía trabajando para ella. 

Filas de camiones alineábanse frente al laboratorio del sabio, descargando las cosas que pedía la máquina. 

Y cuando no la atendían enseguida, se ponía furiosa y hacía una serie de maldades. 

Cortaba el agua de las casas, congestionaba el tránsito, dejaba de hacer pan. 

Y todos tenían que correr para atender los caprichos, cada vez más complicados, de la máquina maniática. 

El gobierno empezó a preocuparse. 

El pueblo estaba descontento porque trabajaba más que antes. 

El profesor ya no podía controlarla. Cuando se acercaba, ella le daba una fuerte descarga eléctrica. 

Fue convocada una gran reunión de sabios para resolver el problema. 

Pepito fue a hablar con su tío: 

–Tiíto, ¿sabes lo que habría que hacer? 

–Silencio, Pepito, ahora no. Estoy muy ocupado. 

Pero no hubo reunión. A la hora indicada, todos los sabios quedaron encerrados en los ómnibus, los aviones, los trenes. Ninguno llegó a la reunión. 

Realmente, la máquina era muy pícara. 

Llamaron a todos los políticos. 

Pero la máquina no envió los telegramas llamando a los políticos, de modo que nadie respondió. 

Pepito fue otra vez hablar con su tío: 

–Tiíto, ¿me dejas que te diga una cosa? 

–Ahora no, Pepito, no puedo perder tiempo. 

Y la máquina estaba cada vez más maniática: 

–Quiero una peluca rubia con muchos rulos… 

–Quiero 20.000 litros de bronceador… 

Un día, la máquina amaneció cantando: 

–"I don't want to stay here. I want to go back to Bahia…" 

La máquina cantaba en inglés y nadie la entendía. 

Todos preguntaban: 

–¿Qué se le habrá ocurrido ahora a esta máquina maniática? 

El profesor Estefanio les explicó: 

–Ella dice que no quiere quedarse aquí. Quiere irse enseguida a Bahía. 

Cuando la gente encendía la radio, solo salía esta música: 

-"I don't want to stay here. I wanto to go back to Bahia…" 

Y si encendían la televisión, también se escuchaba la misma música. 

Pepito fue nuevamente a hablar con su tío. 

–Tiíto, yo tengo una idea genial. 

–Ahora no, Pepito. Tengo que resolver este caso. 

–Pero tiíto, yo sé cómo resolverlo. 

El profesor no podía escucharlo pues solo se oía la música de la máquina, cada vez más fuerte. 

Fueron a consultar a las empresas de transportes para ver si era posible mandar la máquina a Bahía, pero la máquina era muy grande y nadie podía cargarla. 

Entonces Pepito se decidió, sin consultar a nadie. 

Se metió detrás de la máquina y la desenchufó. 

–¡CHHHHHHHHH

Y la máquina paró de cantar. 

Cuando se hizo silencio, todo el mundo sintió un gran alivio. 

–¡Viva, la máquina maniática paró! ¡Viva! 

Y todos salieron a las calles, cantando y bailando de alegría 

Al frente de todos, iban el profesor Estefanio, Liborio y Pepito. 

Al día siguiente, todo el mundo volvió a trabajar en paz…