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Lygia Bojunga Nunes entrevista

Antonio Orlando Rodrí­guez

Esta conversación fue sostenida muchos años atrás, en mayo de 1991, un rato después de que Lygia Bojunga Nunes (Pelotas, Brasil, 1932) culminara la representación de su monólogo Livro eu te lendo, en el marco de la IV Feria Internacional del Libro de Bogotá. Quienes conocen de la reticencia de la autora ganadora de los premios Hans Christian Andersen 1982 y Astrid Lindgren 2004 a conceder entrevistas acerca de su obra y de sí­ misma, calibrarán mejor la importancia de este testimonio que rescatamos aquí­.

Lygia no solo es una escritora que no se parece más que a sí­ misma y una actriz dueña de múltiples recursos expresivos, capaz de vencer la barrera del idioma con la magia de su voz y la plasticidad de sus movimientos, sino también una persona fascinante. Detrás de cierta "cáscara" que por momentos la hace parecer distante y reservada, hay un ser humano cálido, generoso, capaz de enteregar en unos cortos minutos consejos que se agradecen para toda la vida.

Sus libros de los años 1970 y principios de los 1980 —Los colegas, Angélica, La bolsa amarilla, La casa de la madrina, La cuerda floja, El sofá estampado— tienen la virtud de brindar distintas posibles lecturas a niños y adultos; sin embargo, a partir de textos posteriores, como Mi amigo el pintor y Juntos los tres, es indiscutible que Lygia Bojunga Nunes trasciende de manera más explí­cita las nunca claramente delimitadas fronteras de la literatura infantil y juvenil. Así­ lo prueban obras posteriores como El abrazo, Retrato de Carolina, Clase de inglés y Zapatos de tacón.

Una novela como Paisaje, por ejemplo, puede ser leí­da con fruición por un joven, indudablemente, pero del mismo modo que ese lector disfruta también con Bestiario, de Cortázar; Cien años de soledad, de Garcí­a Márquez, o Concierto barroco, de Carpentier. Con esto quiero insistir en que Lygia Bojunga Nubes no es solo una relevante autora de libros para niños y jóvenes, sino una creadora de gran valor dentro de la literatura (sin apellidos) contemporánea. Quizás las preguntas y respuestas que ustedes podrán leer a continuación contribuyan a dilucidar el porqué.

¿Te consideras una escritora de libros para niños?

Yo solo escribo. Mientras lo hago, no pienso en destinatarios. Solo me concentro en lo que tengo que contar, ¡ya eso es bastante trabajo! Yo escribo y punto. Hago literatura.

En Brasil, en Alemania, en España, mis últimos libros han sido editados en colecciones dirigidas a lectores jóvenes, sin muchas ilustraciones, para no caracterizar demasiado al destinatartio. De hecho, la mayorí­a de las cartas que recibo no son de niños, sino de lectores adultos. Que los niños disfruten con mis relatos es algo que me encanta, pero no escribo expresamente para ellos. Lo hago para quien me quiera leer. La única excepción fue Los compañeros, mi primera obra. En ese caso sí­ existió una voluntad de comunicarme con el público infantil. Después, he hecho literatura para que la lean todos los que quieran...

Me encanta cuando los niños se me acercan y me hablan sobre algo que escribí­, cuando discuten conmigo sus ideas sobre un libro. Pero el "estigma" de autora para niños aparta de mis libros a otros lectores que podrí­an conocerlos. Por favor, no quiero que digan que yo escribo "para" niños, pues entonces los grandes no me van a leer.

Pero tu relación con el mundo del arte no comenzó por la literatura, sino por el teatro...

Así­ es. En realidad lo primero que hice fue estudiar medicina, pero enseguida dejé los estudios universitarios para dedicarme al teatro. Cayó en mis manos un periódico donde se anunciaba un curso para formar actores y me presenté a la prueba. Habí­a que representar o declamar algo y yo recité en español poemas de Lorca y de Neruda... Me seleccionaron, estudié, luego vinieron los primeros contratos y fui actriz profesional durante un tiempo.

¿Por qué dejaste esa profesión?

Porque la vida del teatro me oprimí­a mucho. No tengo vocación para ella. Siento amor, pero no vocación. Soy una persona de temperamento muy recogido y me gusta tener perí­odos de vida muy quieta, de soledad. Eso es incompatible con el ritmo del teatro. Yo no tengo dificultad para comunicarme con todos, pero a veces me sentí­a infeliz de tener que depender de tantas personas. Entonces dejé la actuación y comencé a escribir para la televisión. Un buen dí­a me dije: "Voy a experimentar, voy a tratar de hacer un libro para niños", y ahí­ comenzó esta otra historia.

¿Cómo surge un libro de Lygia Bojunga Nunes?

No hay reglas fijas. Cada libro es una aventura nueva, una experiencia diferente. Suele ocurrir que todo empiece cuando un personaje aparece y se impone con mucha fuerza: llega, se mete en mi casa sin pedir permiso, entra en mi vida de una forma un tanto desconsiderada. Entonces me pongo a indagar: ¿quién es ese personaje?, ¿qué pasa con él?...

Otras veces el punto de partida es un estí­mulo visual. La cuerda floja, por ejemplo, nació de ese modo. Cierta vez recibí­ una postal de felicitación —no recuerdo de quién— que reproducí­a un hermoso dibujo de un artista yugoeslavo. Era una niña con un aro y flores, caminando por una cuerda floja, y debajo de ella una ciudad. En cuanto la miré, me pareció una imagen muy atractiva, muy intrigante, y por eso puse la tarjeta sobre mi mesa de trabajo. Durante dos meses estuvo allí­. Yo escribí­a otras cosas, pero siempre dedicaba unos instantes a mirar aquel dibujo que me atraí­a tanto. De repente, un dí­a, me pregunté si esa cuerda floja serí­a real o imaginaria. ¿Qué estaba haciendo la niña ahí­? ¿Hacia dónde se dirigí­a? Entonces, a partir de una circunstancia de mi vida, surgió esa obra.

Yo nunca sé bien cuál es el origen de mis historias, es una sorpresa siempre. La creación es un acto que tiene mucho de inconsciente. Una cosa va empujando otra. Yo nunca tengo un libro en la cabeza, solo descubro un hilo del que voy tirando, poco a poco, y se va desenrollando la trama.

¿Hay mucho de ti en tus protagonistas femeninas?

Hay mucho de mí­ en mis personajes, pero no necesariamente en los femeninos. A veces hay más elementos mí­os, de mi vida, de mi manera de pensar, en los personajes masculinos. Todos mis personajes son un pedazo de mí­. Pero solo un pedazo, porque un escritor nunca escribe la verdad verdadera. Siempre escribe una verdad fantaseada.

Hay mucho de mí­, lo admito, en Raquel, la protagonista de La bolsa amarilla, porque sus tres grandes deseos fueron también los mí­os. Pasé mucho tiempo preocupada por lo difí­cil que es ser mujer en un mundo esencialmente machista. Sufrí­ mucho, como Raquel, y me sentí­ humillada. El libro es, pues, el testimonio de un proceso de represión y de liberación de represiones, de reafirmación de posibilidades.

En mis libros están mis preocupaciones polí­ticas y sociales, mi desesperación por los problemas de Brasil y de toda América Latina, mis esperanzas. Mis personajes hablan por mí­, buscan respuestas para mí­, comparten conmigo sus dudas y sus sueños.

En La cuerda floja aparecen elementos relacionados con el psicoanálisis...

Es cierto. Durante cuatro años yo viví­ muy intensamente un proceso psicoanalí­tico, una ardua investigación interior, hasta que un dí­a me dije: "¡Hasta aquí­! ¡Ni un especialista más!". Y buscando otras soluciones, comencé a escribir. La cuerda floja se convirtió, entonces, en un proceso de autoanálisis a través de la creación literaria. Como Marí­a, yo fui asomándome a distintas habitaciones, a distintos momentos de mi vida.

Ahora estoy segura de que mi equilibrio está en la literatura. En la creación de personajes, más que en la invención de historias. Cuando estoy deprimida, tomo un papel y empiezo a crear un personaje. Le invento una vida, conflictos, sueños, alegrí­as, penas, y en ese proceso me libero enormemente.

¿Por qué tu apego al diálogo?

Es una deuda con el teatro y la televisión. El diálogo es una especie de cordón umbilical que me mantiene vinculada a esos medios para los que trabajé durante varios años. El diálogo en mis libros no es algo que yo me proponga: sale espontáneamente.

Tus libros dan la impresión de haber sido escritos con mucha fluidez, de una manera rápida, ¿es así­ realmente?

No soy rápida para escribir ni para nada. La elaboración de cada libro es un proceso muy lento. Detesto la rapidez, soy lenta para todo. ¡Incluso escribo a mano! No me simpatizan las computadoras, prefiero tocar las palabras, palparlas, manosearlas sin apuro.

¿Amas la sí­ntesis?

Mucho. Al punto de que un cuento como "¡Chao!" fue, inicialmente, una novela corta. Eliminando esto y lo otro, cortando aquí­ y allá, quedó convertido en el relato breve que es, quedó despojado de todo lo que no resultaba fundamental.

Vivir parte del año en Londres, viajar a tantos paí­ses, ¿cómo ha influido en tu relación con Brasil?

La distancia me ha permitido, pienso yo, ir a la esencia de lo brasileño. Sin embargo, no puedo vivir mucho tiempo lejos de mi paí­s. Soy muy apegada a mi lengua: yo vivo fascinada por mi idioma.

¿Qué es para ti escribir?

Un proceso de recreación de lo que hemos experimentado en las distintas fases de la vida, de lo que vivimos, amamos, sufrimos. No puedo vivir sin escribir. Cuando paso un tiempo sin hacerlo, tengo que escribir algo, aunque sean cartas, para sentirme bien.

 

Entrevista publicada originalmente en la Revista latinoamericana de literatura infantil y juvenil, No. 1, Bogotá, 1995.