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Abrir misterios hacia otras búsquedas. Entrevista a Silvia Schujer

Pilar Muñoz Lascano

La escritora argentina Silvia Schujer (Olivos, Buenos Aires, 1956) es autora, entre otras, de obras como Cuentos y chinventos (Premio Casa de las Américas, Cuba, 1986), Historia de un primer fin de semana (1988), Oliverio juntapreguntas (1989), Las visitas (1991), Cuentos cortos, medianos y flacos (1993), La abuela electrónica y algunos cuentos de su diskette (1993), Video-clips (1997), La vaca de esta historia (2001),  La cámara oculta (2003) y El tesoro escondido y otras fotos de familia (2005). Obtuvo diploma al mérito en los Premios Konex 2004, categorí­a literatura infantil. 

¿Cuáles son tus preferencias literarias? ¿Qué autores y libros creés que influyen en tu escritura?

Tengo una preferencia literaria que en principio es más de género que de autores, aunque hay autores que me gustan especialmente. A mi gusta leer novela, me cuesta mucho leer cuento aunque en mi formación inicial ciertos cuentistas fueron fundamentales. Pero soy lectora de novelas. ¿Qué tipo de novelas? No sé, porque normalmente me dejo sorprender por nuevas propuestas. Dirí­a sí­ que me gustan las que se sumergen en el interior de las personas y a partir de ahí­ cuentan una historia, desde una indagación de la interioridad. Sea la persona que sea, es decir, no me interesa un tipo de persona sino la indagación en las personalidades, en todos los aspectos sensibles. Pero también me gustan mucho las novelas policiales, muchí­simo.

Me interesan especialmente los autores norteamericanos, tal vez porque me faltan lecturas de otros. Cuando entro a una librerí­a y veo que hay libros de autores norteamericanos siempre me producen curiosidad, al margen de los que conozco y elijo, por supuesto. El modo de contar las historias de los norteamericanos me encanta. Y además yo siento que me sirven, además de que me sirven como lectora porque me gustan, siento que el modo que tienen de delinear personajes y ponerlos a vivir una historia es único. En ese sentido me gusta especialmente John Irving, por lo extraordinario, por lo estrafalario que son sus personajes; y cómo él puede sostener esas personas del principio al final de la novela me parece maravilloso.

Pero yo te decí­a que me formé con cuentistas. Y en verdad mis primeras lecturas fuertes, las que me impactaron como para decir "yo quiero ser escritora", fueron Liliana Hecker y Abelardo Castillo, entre los autores argentinos. Habí­a leí­do ya todo el boom, me tocó la adolescencia del realismo mágico latinoamericana, que me gustó y me siguen gustando aunque algunos autores estén con mala prensa. Pero la lectura de los cuentos de Abelardo Castillo fue central. Y Cortázar.

En tus libros solés tocar temas fuertes, ¿por qué los ví­nculos familiares y el padre ausente siempre están en el centro?

Me lo pregunté. Podrí­a pensar en mi historia y serí­a fácil desde ese lugar, mi viejo viajaba mucho y se murió cuando yo era bastante joven; me parece que incide más el hecho de que viajara cuando yo era chica que el hecho de que se muriera cuando tení­a 19 años. Tal vez sea por eso. El padre aparece siempre también como una figura más que ausente como la posibilidad de la salvación. Y probablemente sea esa imagen paterna la que yo tengo. Mi viejo era muy particular, hay una paradoja en lo que voy a decir, en su ausencia habí­a una hiperpresencia. En verdad, si vos te fijas en mis libros, siempre la posibilidad de encontrarse con el padre es la salvación, sobre todo en las novelas. Y eso tiene que ver, yo creo, con el tipo de personalidad que tení­a mi viejo, que no estaba pero cuando estaba era un problema y a la vez una fiesta. Era un personaje de Irving.

Me gustarí­a que me contaras cómo surgió Historias de un primer fin de semana ¦

Historia de un primer fin de semana surgió de una manera muy extraña, a partir de un cuento de Cuentos y chinventos, "Arroró papito", es el cuento que cierra el libro. No tení­a nada que ver en realidad con lo que vení­a escribiendo, porque hasta ese momento no eran cuentos en donde los ví­nculos humanos estuvieran en jugo de manera tan deliberada. Pero un tipo, que se acababa de separar, me contó una historia de cuando fueron sus hijas a dormir a su casa, sobre el despelote vital de hacerse cargo de las todas cosas que habitualmente hací­a su esposa. Me contó una escena, que no es la que yo puse, yo no me acuerdo bien pero era algo que pasó durante la comida, algo relacionado con las corridas para tratar de terminar él y sus hijas sentados en la mesa comiendo. Y eso lo junte con una historia de un tí­o mí­o que recordaba porque siempre la contaban: él querí­a hacer dormir a su hija y terminó metiéndose en la cuna. Y la imagen de mi tí­o metido en la cuna, mi tí­o era un gigante así­ que no puedo imaginarme a él con su tamaño dentro de una cuna, es una historia que se relató mucho tiempo en la familia. Yo creo que hice, como en todo lo que escribo, una especie de mezcla de emociones y de situaciones que emocionalmente me movilizan, y las junté. Entonces, escribí­ "Arrorró papito" que es la historia de un padre que está tratando de hacer dormir a sus hijas y en ese intento, en el que lee cuentos y canta canciones, termina durmiéndose y las chicas lo protegen, lo cubren a él, le ponen una mantita arriba o le sacan los zapatos. Yo escribí­ ese cuento y punto, con eso cerraba Cuentos y chinventos, como cuentacuentos el padre me parecí­a interesante para el final de un libro de cuentos posibles de contar antes de dormir.

Pero hete aquí­ que yo después me pregunté -¿por qué ese padre está solo con las hijas? ¿Qué hay detrás de esa historia en la que el padre se queda dormido y las hijas lo protegen? . Entonces ahí­ se me apareció la posibilidad de que ese padre estuviera solo con sus hijas porque se habí­a separado. Y se me empezó armar esa historia o esas historias, empecé a pensar todo lo que podí­a significar justamente para un hombre, en principio para un hombre, enfrentar situaciones a las que habitualmente no se enfrentaba. Pero inmediatamente se me aparece qué pasaba con las hijas, que también estaban enfrentando una situación diferente, y qué pasaba con la madre de esas chicas. Entonces se fueron armando las distintas historias que son cuentos unitarios, cada uno con un planteo de alguna situación particular relacionada con esta situación familiar puntual.

En la edición de Norma, sin embargo, está presentada como una novela, para vos no es entonces una novela ¦

No, para mí­ no es una novela ni fue concebido así­. Cuando yo escribo novela es otra cosa. Fueron concebidos como cuentos, como una serie de cuentos con un denominador común que es ese ví­nculo familiar y la ruptura de la pareja.

Cuando escribiste Historias ¦, ¿pensaste en algún lector en particular? ¿En alguna edad determinada, por ejemplo?

La verdad que no. Historias de un primer fin de semana es el segundo libro, el primero que escribí­ a conciencia "voy a escribir un libro con estos cuentos". Porque Cuentos y chinventos fue una selección de relatos que habí­a escrito para el diario en el que trabajaba. Historias es la primera serie de cuentos que yo encaré ya pensando en un libro. De manera que estaba virgen de todo lo que tuviera que ver con cuestiones editoriales o de mercado, no sabí­a nada. No digo que ahora sé mucho, pero sabí­a mucho menos que ahora respecto de pensar en lectores de una determinada edad o de otra, yo supongo que de algún modo pensé en las edades promedio de los personajes, creo que lo hice suponiendo que podí­a ser leí­do por chicos que tuvieran más o menos esas edades que están planteadas en el libro.

¿Cómo surgió Las visitas?

Las visitas... Las visitas tuvo todo un proceso. Surge a partir de lo que me contó un psicólogo que trabajaba en el hospital Durand y recibí­a chicos derivados por cuestiones penales. í‰l me contó, al pasar, la historia de un chico que se lastimaba continuamente y no lograban desentrañar cuál era el origen de eso, hasta que supieron que era hijo de un preso. Nada más, fue eso, algo anecdótico: que se agarraba los dedos en el ascensor, donde iba se autoflagelaba de algún amanera. Y a mí­ me quedó picando y pensé: "Bueno ¿y qué pasará por la cabeza de un chico que tiene a su padre preso?", esa fue la pregunta, "¿qué piensa? ¿Lo quiere?, ¿no lo quiere? ¿Cómo enfrenta la situación?". Hasta ese momento yo no habí­a pensado ni por qué razón podí­a estar preso el padre, sabí­a que no querí­a que fuera un preso polí­tico porque eso me iba a resolver cosas que yo no querí­a tener resueltas, querí­a un preso común, que podí­a ser un estafador o un asesino. Mi inquietud era cómo un pibe enfrenta esa realidad, primero internamente y después ante el mundo. Y me empezó a dar vueltas por la cabeza eso e intenté empezarlo. Fue el tercer libro y mi primera novela, por lo cual tampoco sabí­a nada, no tení­a la menor idea. Además, todaví­a escribí­a a mano en esa ápoca, entonces iba llenando hojas con posibilidades, con momentos, y realmente recién empecé a pensar la novela cuando se me ocurrió el punto de vista porque eso era fundamental: quién la cuenta, cómo, a quién.

Me favoreció mucho la lectura que hice de El basural de Gorostiza, tení­a un punto de vista que me pareció rarí­simo porque el personaje está hablando con alguien y nunca se devela con quién. Entonces, cuando se me apareció la posibilidad de que sea alguien que le está contado su historia a otro, me gustó mucho pensar que otra persona fuera la primera a la que se lo cuenta, entonces tení­a que ser una persona muy importante en su vida. Yo sí­ develo finalmente a quién se la está contado. Una vez que descubrí­ este punto de vista se me vino encima cuánto tiempo podí­a transcurrir ¿la iba a contar de una sola vez? Sí­, por lo tanto tení­a que pensar en un tiempo de tres o cuatro horas, como máximo.

Ahí­ me empezaron a aparecer un montón de desafí­os interesantes, ya no tan propio de la historia en sí­ si no del modo de contarla; si es un pibe joven que está hablando tení­a que encontrar un lenguaje más o menos aproximado al de los jóvenes, lo cual me la volví­a muy coloquial y se me hací­a antiliteraria porque el lenguaje coloquial de un adolescente es lo más antiliterario que existe. Pero a la vez me seguí­a interesando ese punto de vista, me parecí­a que el suspenso de la novela no estaba dado en la historia en sí­ que el chico estaba contado, de hecho era un racontto, si no a quién se lo contaba, hice ahí­ una especie de corrimiento. La empecé y la fui dejando porque me costaba mucho, no sabí­a bien cómo hacerla, y justo apareció en Alfaguara una posibilidad. En 1992 se cumplí­an los 500 años de la conquista, y uno o dos años antes esta editorial estaba preparando una colección que querí­a sacar en América. Creo que acá era Carlos Silveyra el que estaba encargado de hacer la selección de las novelas argentinas, a cada paí­s de América se le habí­a asignado una cantidad de novelas que tení­an que seleccionar. Entonces me preguntaron si tení­a algo, yo le dije a Silveyra que tení­a intenciones de escribir una novela, pero que la tení­a totalmente en veremos, me pidió un capí­tulo. Le pareció requeteintereante y me pidió que la terminara. Y eso fue un incentivo para ponerme aunque yo no podí­a asegurar que la fuera a terminar. En el medio se cayó la propuesta de esa colección, pero habí­a surgido una recomendación especial desde España de que la publicaran. Yo creo que la terminé, la mandaron, fue seleccionada, la colección no se hizo, pero Alfaguara recomendó la publicación de esa novela en Argentina. Ya a esa altura era Juan Martini el director editorial y creo que estaba con Guillermo Saavedra de coeditor y bueno ¦ salió, trabajé todo lo que pude, me tomé mi tiempo. Yo siempre pienso que era un estado de inconsciencia muy grande.

La voz narrativa de Las visitas es muy difí­cil de conseguir y mantener, sin embargo en tu novela es impecable, no tiene fisuras. Mi pregunta es: ¿cómo decidí­as dónde hacer los cortes? Porque si el chico estaba contando todo de una sola vez, ¿cómo marcar las pautas para el lector?

Ahí­ me ayudaba mucho el hecho de que el interlocutor estuviera presente. Porque entonces yo me imaginaba que cuando habí­a alguna cosa un poco complicada, algo que a él le podí­a significar, meterse demasiado digamos, jugarse, comprometer su emocionalidad era hora de hacer un corte; donde la otra persona o bien podí­a preguntar o el mismo chico lo que hace es un cambio de tema.

Hay algunos casos de capí­tulos muy cortitos, que a mí­ como lectora me funcionan como respiro, es tan denso lo que está contando que yo necesito un corte para procesarlo, pero probablemente necesita un respiro su narratario, su interlocutor.

Probablemente, claro. Hay distintos momentos, recuerdo uno en el que cuenta que se puso a pelar una naranja y hace un silencio y se queda pensando si lo que estaba pelando era una naranja. Esto es una manera de no seguir con el tema, de enfocarse en un aspecto totalmente banal de la historia como para, lo que vos decí­s, tomar un respiro y poder seguir contando todo eso. Hay mucho de intuición en esos momentos, te dirí­a, es cien por ciento intuición.

Los temas fuertes que abordan estos libros, de algún modo, dividieron las opiniones de la sociedad, ¿quiénes y cómo te cuestionaron por tocar estos temas?

Fue mucho peor con Historias de un primer fin de semana, quizás más explí­cito porque se leí­a en primaria, y Las visitas va para secundaria y es como que hay un poquito más de permisos. Historias de un primer fin de semana provocó como una especie de debate, a mí­ la verdad es que me sorprendió porque yo estaba en un estado de inocencia muy grande porque nunca habí­a pensado que habí­a temas que habí­a que escribir y "temas que no habí­a que escribir", así­, entre comillas lo digo. A mí­ me interesaba y me parecí­a bien escribirlo. Por otro lado, me parecí­a que no estaba lejos de los posibles intereses de los chicos, en la medida en que la realidad superaba ampliamente mi ficción. Estaba lleno de chicos de padres separados, era cuestión de ir a una escuela y preguntar, cuando yo iba “porque habí­an leí­do este libro “ y preguntaba "¿alguien tiene padres separados?", más de la mitad levantaba la mano, con lo cual en todo caso sí­ era un tema de interés de los chicos. Pero bueno, me vi sorprendida en debates, recuerdo un Encuentro de Bibliotecarios de Capital Federal en el que de pronto se habí­an divido las aguas: habí­a un grupo que defendí­a el libro y todo un grupo que lo denostaba, por los mismos motivos que el otro lo levantaba; la discusión no era si el libro era bueno o malo, que hubiera sido interesante discutir algunos aspectos de cómo estaban tratadas algunas cosas desde el punto de vista literario, lo que se discutí­a ahí­ era si era un libro para que leyeran los chicos o esos temas no tení­an que serles propuestos como lectura.

Y para mí­ era muy difí­cil opinar sobre eso. Yo pensaba, espontáneamente, que sí­, que me hubiera gustado leer un libro que me mostrara una historia familiar distinta pero no podí­a hacer una teorí­a, no podí­a ubicarme en un lugar teórico para justificar por que sí­ habí­a que leerlo, para mí­ era una cuestión de sentido común. Y bueno, consiguió una nota en La prensa, que nunca hablaba de literatura infantil. Fue una nota que se hizo sobre los Libros del Quirquincho en general y en particular sobre Historias de un primer fin de semana, que decí­a que lo único que faltaba era que se hiciera un libro sobre la fecundación in vitro “porque en ese momento todas las técnicas de fertilidad se estaban iniciando “ y a mí­ me pareció extraordinario, una idea buení­sima, si hubiera sabido cómo escribirlo lo hubiera hecho, pero no. Y ahí­ hay una historia muy linda: le mostré la nota a Graciela Montes, que era la editora de Libros del Quirquincho, y le dije: "¿Viste la nota que salió en La Prensa?". Yo estaba preocupada, me decí­an de todo, pero ella me dijo: "Mirá, si La Prensa dice eso, vamos bien. Ponele un marquito y colgalo en tu pared".

Y con Las visitas, ¿cómo fue la recepción?

Con Las visitas fue gracioso porque lo publicó Alfaguara, que habí­a elaborado un Plan Lector “un catálogo que daba según las edades “ pero no incluyó Las visitas, no puso la novela en su propio Plan Lector. Tení­an miedo por las escuelas religiosas. Y la verdad es que a mí­ me invitaban bastante de las escuelas religiosas, por otro lado, digamos que por fuera de lo que tuviera que ver con la editorial. Pero se les cayó de maduro, el libro se vendí­a, empezó no circulando mucho pero en la medida en que lo fueron tomando, no sé si los profesores o cómo hizo su circulación, prendió y a los chicos les gustaba mucho. Cuando tuve algunas charlas con los chicos, me cuestionaban un montón de cosas, cosa que me encanta. Les interesaba mucho el tema del interlocutor, por qué habí­a elegido ese punto de vista justamente, querí­an saber qué habí­a hecho el padre exactamente. Cosa que nunca les contesté pero me daba pie para hablar de la teorí­a del iceberg: como yo sí­ tení­a una idea de por qué, pero que no hací­a falta contarla y lo que no contaba era porque no interesaba a lo central de la historia. Hablábamos de finales abiertos; ahí­ yo podí­a exponer, con Las visitas, algo que para mí­ es parte de mi búsqueda estética: cerrar con una pregunta, no literalmente preguntar, pero que quede una pregunta mucho más que una conclusión. Esto es una postura para mí­: abrir incógnitas, abrir misterios hacia otras búsquedas.

Las visitas se tradujo al alemán y al portugués, y también fue publicado en España, ¿qué paso en estos casos con los valores y el lenguaje más regional?

Y no funciona mucho. En México está mejor ahora. En España creo que no funcionó bien, creo que todaví­a está publicada. Si yo me tengo que guiar por las liquidaciones, el libro mucho no se vende. Fui a escuelas en España, a los chicos lo que más les interesaba, y es donde centramos más la conversación, eran los modismos de la lengua, los distintos españoles.

En España, se publicó con el "vos".

Sí­, sí­, eso fue una condición para mí­. Un chico argentino no puede hablar de otra manera, es la voz de un pibe argentino. En lo que coincidimos fue en poner notas al pie de las palabras que pudieran no ser entendidas. Y en algún caso, creo que fueron dos palabras exactamente, las cambié porque tení­an un significado que les iba a hacer poner atención especialmente y no valí­a la pena, recuerdo que una fue "joder", que para ellos tiene otro significado.

En una entrevista sobre tu novela La cámara oculta señalaste que "hay cierta idea en la literatura infantil de que uno tiene que hacer concesiones para dejar un mensaje positivo, pero yo no participo de esa idea". ¿Por qué?

Sí­, absolutamente. Sobre todo en los términos en que se considera "un mensaje", yo creo que hay que dejar interrogantes, hay que dejar puertas abiertas para conclusiones y búsquedas personales. En primer lugar, no me gusta dejar mensajes, ni positivos ni negativos. Borges decí­a: "Mensajeros son los ángeles". Yo lo que quiero es contar una historia, que me la crean y que les deje algún resquicio para hacerse preguntas; entonces, dejar un mensaje positivo es algo absolutamente conclusivo, no me interesa.

¿Hay algún tema que no tocarí­as en un libro para chicos?

Digamos que habrí­a que pensar que uno escribe cosas que le interesan a uno pero que supone que también le pueden interesar a los chico, hay un cruce. Y desde ese lugar de cruce, hay algunos asuntos que me interesan a mí­ y que estoy segura de que no les interesan a los chicos, que no podrí­a compartirlos. Los fantasmas que yo creo que nos competen a ambos, entonces sí­. Aquello que yo pienso que los pibes no tienen la suficiente experiencia de vida, que yo no compartirí­a en la vida cotidiana con un pibe, no lo compartirí­a en un libro. Además, seguramente se trata de asuntos de una complejidad tal que requerí­an un nivel de escritura tal que no se corresponderí­a con las experiencias de lectura de los pibes. Solo desde ese lugar.

Si tuvieras que definir tu obra, ¿cómo lo harí­as?

Dirí­a que me gusta mucho experimentar. Experimentar con el lenguaje y los géneros, probar. Y no mucho más porque siempre siento que estoy haciendo borradores, que cada cosa que escribo es un borrador, como una prueba "a ver qué sale de todo eso". También me cuesta ver mi obra como una unidad, la verdad es que me cuesta porque hay cosas tan diversas, uno puede decir "esto es borgeano", pero schujeriano yo no lo siento, porque Las visitas es tan diferente de Canciones de cuna para dormir cachorros, y no solo porque los destinatarios sean distintos sino porque el nivel de exploración, de búsqueda, de desafí­o no tienen nada que ver, y a mí­ me gusta eso. Creo que es lo que más me gusta: "¿a ver eso?, ¿a ver si puedo?". Ese serí­a básicamente el hilo conductor. Y hay cosas a las que me animé y repetí­.

Desafiar tus propios lí­mites todo el tiempo.

Desafiar mis propios lí­mites todo el tiempo. Por eso siento que siempre hago un borrador.

 

Agosto, 2011