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María Elena Walsh. Foto cortesía de Sara Facio.
Un té con Marielena Walsh
Sergio AndricaínCuando era niño, allá en La Habana, me encantaba oír las canciones infantiles de María Elena Walsh. Me divertían sus personajes disparatados, como la tortuga Manuelita, la mona Jacinta o el brujito de Gulubú, pero entre todas sus melodías había una que me gustaba especialmente: "Canción de tomar el té". Lejos estaba de imaginar que, con el paso de los años, viajaría a la ciudad de Buenos Aires para hacerle una entrevista a la popular escritora y compositora musical, y que tomaría el té con ella en su apartamento de la calle Scalabrini Ortiz.
Claro que, para mi decepción, el té con María Elena no se pareció en nada al que se describe en la canción que tanto disfrutaba de chico. La tetera era de porcelana, pero se veía; la leche no usaba un sobretodo largo hasta los pies y la nariz no se me cayó dentro de la taza cuando bebí la infusión.
Esa tarde, la conversación fluyó con naturalidad hasta el momento en que saqué mi grabadora y le recordé que debía entrevistarla. Entonces, la escritora sustituyó su expresión afable y sonriente por la de quien se dispone a someterse, a regañadientes, a un tormento, y pude comprobar que, tal y como me habían advertido muchos amigos argentinos, María Elena detesta la entrevistas. Así pues, pasé a hacerle mis preguntas sin tardanza, no fuera a ser que se arrepintiera de responderlas.
"¿Hay alguna clave secreta para entrar al Reino del Revés?", fue mi primera interrogante. "Sí", respondió en el acto, con picardía, "pero no te la voy a decir".
Luego quise saber si Manuelita, la famosa tortuga enamorada que "camina" hasta París para que le quiten las arrugas, y que vuelve a arrugarse en el viaje de regreso, existió en la realidad. "El modelo para copiarla sí existió", dice María Elena."Era la tortuga de una amiga mía. Una tortuguita muy vivaz, tenía por nombre Lili, que venía corriendo cuando alguien la llamaba. Así me di cuenta de que no eran tan lentas las tortugas".
María Elena Walsh se dio a conocer en 1947, cuando tenía 17 años, con un libro de versos titulado Otoño imperdonable, que mereció el premio municipal de poesía de Buenos Aires y fue elogiado por importantes intelectuales, entre ellos el escritor español Juan Ramón Jiménez. Sin embargo, lejos de seguir una carrera literaria tradicional, unos años después hizo sus maletas y se fue a cantar canciones folclóricas a París, como parte del dúo Leda y María.
A su regreso a la patria, se convirtió en la principal figura de la literatura y la música argentina para niños. Luego empezó a componer y a cantar para el público adulto. ¿Una escritora cantando en teatros de varietés?, se escandalizaron muchos. Pero, en su momento de mayor éxito, se despidió de los escenarios y de los estudios de grabación para volver a su primer amor: la literatura.
"¿Por qué tantos giros y ciclos en su vida?", inquiero. "¿Es que acaso un buen día se aburre de lo que hace?".
Se ríe antes de contestar: "Casi diría que han sido ciclos involuntarios", responde. "Quizás mucha gente también los siente, pero se niega a dejar una fórmula que le dio éxito, con la que le fue bien; se niega a quemar las naves y empezar otra cosa. En mi caso, no han sido cambios voluntarios, sino que he sentido que se acaba una etapa y he empezado otra cosa nueva. Muchas veces fue comenzar desde cero, pero se dio así".
Cuando le pido que me diga cuál es su escritor favorito, en sus grandes ojos azules se refleja la sorpresa. "¿Tengo que elegir entre todos, así nomás?", protesta. Sin embargo, no lo piensa mucho para contestar. "Cervantes", dice. "Y más próximo, Borges". En cuanto a libros preferidos, La Odisea es uno que ha releído muchas veces. ¿La razón? "Creo que toda la literatura está allí, toda la poesía y la aventura, todos los méritos y defectos humanos. Todo está allí".
Al indagar cómo nacen una poesía o una canción suya, revela que siempre hay un detonante. "A veces es una palabra, un personaje, una situación o una imagen... y a partir de ahí se arma todo el circo".
Frunce el ceño cuando le pregunto qué es la poesía y nuevamente se echa a reír. "Son versos con una palabra parecida en la punta", bromea. "La poesía escrita es algo difícil de encontrar en este momento", prosigue, ya en serio. "Yo tuve la suerte de criarme con ella, rodeada de ella, leyendo a los clásicos y a los grandes maestros de la lengua. Entonces, para mí la poesía sigue estando ahí, sigue estando en ese muchacho llamado Homero o en Borges o en un enorme poeta que estuve releyendo hace pocos días: Luis Cernuda, que lo recordaron hace poco porque estaba muy olvidado".
María Elena asegura que siente una sorpresa muy grande cuando canciones suyas, como "La cigarra" o "El país de Nomeacuerdo", se convirtieron en metáforas de la vida social de su país. "Siempre he pensado que una canción popular es efímera y que está destinada a durar poco. Es una especie de mariposa", comenta. "Entonces, cuando dura más de lo previsto y se extiende su público, a mí me asombra: ¡es un grato asombro! Y cuando aparecen versiones distintas y se les da distintos significados, pues estoy muy contenta con todo eso".
Le comento que su faceta como autora de libros y de canciones para niños es mucho más reconocida a nivel internacional que como autora de obras para adultos tan valiosas como el poemario Hecho a mano o la novela Novios de antaño. ¿Le parece justo eso? "Me parece justo", asiente. "El público lo elige así. De modo que con que se reconozca o perdure algo de lo que uno ha hecho es razón suficiente para sentirme muy contenta".
De los países que ha visitado, recuerda a España con especial cariño. "Por la lengua, por los paisajes, a pesar de que tendría que ser Francia, porque allí viví mucho tiempo, pero creo que conservo mejor recuerdo de España". Para ella, la felicidad es "la capacidad de lectura y las emociones que eso suscita". Un día perfecto es "uno que transcurre, en parte, en diálogo con los amigos, no en monólogo", y uno odioso es "un día de burocracia".
María Elena es una de las figuras más respetadas de la cultura argentina desde hace varias décadas, pero no le agrada que le pongan la etiqueta de símbolo de la "conciencia cívica" del país. "¡No, qué horror!", exclama. Aunque en tiempos de dictadura y de crisis dio a conocer valientes artículos exponiendo su sentir —a veces con el riesgo de sufrir represalias—, asegura que solo fueron "opiniones que tuve necesidad de publicar en momentos dados y que aparecieron en el momento preciso en que había que decirlas".
Antes de apagar la grabadora, le pido que defina a María Elena Walsh. "¡Qué difícil!", exclama. "No me he preocupado nunca por autodefinirme. Pero diría que soy una lectora, si vamos a buscar una característica totalizadora. Ojo: que también leo árboles y plantas y animales, porque todo lo que nos rodea se lee".
Respira con alivio cuando le digo que se acabaron las preguntas y me ve doblar el papel en que las había anotado. De nuevo se relaja en su butaca y sonríe mientras me dice: "¿Un poco más de té...?".