Eliseo Diego: "El niño es un misterio"
Sergio AndricaínExiste un maravilloso dibujo realizado por Constante “Rapi” Diego, donde este artista, con la libertad que proporcionan la cercanía y el cariño, representó a su padre, el gran poeta y narrador cubano Eliseo Diego, con un gorro de dormir de gnomo y unos zapatos puntiagudos, leyendo un libro muy viejo. Yo no afirmaré, como lo hizo tácitamente “Rapi”, que Eliseo pertenezca al mundo de los cuentos fantásticos, pero sí que es, entre los pobladores de la isla de Cuba, uno de sus mejores conocedores, alguien que durante muchos años defendió a capa y espada el derecho de hadas, dragones, alfombras mágicas, gigantes y fuentes cantarinas a coexistir con los lugares y las cosas de la vida contemporánea.
El amor de Eliseo Diego por la literatura dedicada a los niños y también por la que estos, sin pedirle permiso a las personas mayores, ha convertido en patrimonio suyo a través de los tiempos, se puede constatar de diversos modos. Véanse, por ejemplo, las magníficas traducciones que realizó, durante la década del sesenta, de los relatos de Charles Perrault, los hermanos Grimm, Mme. Leprince de Beaumont y Hans Christian Andersen, o la fructífera labor desplegada entre 1962 y 1970 desde la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y su Departamento Juvenil para crear por todo el país un movimiento de narradores orales y para gestar la publicación de materiales impresos que fueran útiles a los mediadores de lectura en su labor de difusión de las letras concebidas para la infancia; entre estos pueden mencionarse las colecciones de folletos Textos para narradores (teoría y técnica del arte de narrar) y Adaptaciones de cuentos para niños.
En esos años, algunas de las obras de Diego dirigidas a los lectores adultos revelan su preocupación y sensibilidad por lo que leen los niños ya que en varios poemas encontramos textos-homenajes a personajes de la literatura para niños o que recrean momentos de la niñez. Cabe recordar, por apenas citar algunos, “Casaca de púrpura” y “Toda sombra” (El oscuro esplendor, 1966) o “Trabajando en cuentos viejos” y “Carroll y Alicia” (A través de mi espejo, 1981). Y esta voluntad suya de revisitar los territorios de la niñez y crear piezas literarias para los que transitan por esas primeras edades de la vida, madura en 1988 cuando aparece publicado Soñar despierto, con ilustraciones de Rapi Diego, un poemario donde rememora episodios de su infancia y plasma su manera de ver al niño: como una criatura ávida de sensaciones, emociones y conocimientos, con una capacidad infinita para deslumbrase ante la magia que representa el mundo que le rodea.
Eliseo Diego, una de las más importantes figuras de la literatura cubana de todos los tiempos, nació en La Habana el 2 de julio de 1920. Cursó la carrera de Pedagogía en la Universidad de La Habana. Fue miembro fundador del grupo literario Orígenes. Su obra para adultos incluye títulos como En las oscuras manos del olvido (1942), Divertimentos (1946), En la calzada de Jesús del Monte (1949), Por los extraños pueblos (1958), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1967), Versiones (1970), Noticias de la Quimera (1971), Los días de tu vida (1977), Inventario de asombros (1982) y Cuatro de oros (1990). Recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 1986 y también el Premio Nacional de la Crítica en dos ocasiones, por Soñar despierto (1988) y por Libro de quizás y quién sabe (1989). En México le fue entregado el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1993. Falleció el 1º de marzo de 1994 en la Ciudad de México.
Esta entrevista fue realizada en La Habana, en 1989. Tuvo lugar en el barrio de El Vedado, donde vivía Eliseo Diego. Por entonces yo era vecino suyo y a menudo, cuando pasaba frente al portal de su casa, me invitaba a que entrara para conversar sobre su tema preferido: la literatura. Esta es la transcripción de una de esas charlas. Fue publicada ese mismo año en la revista cubana El Caimán Barbudo y, dos años después, en el suplemento cultural del diario El Espectador, en Colombia. Ahora la rescatamos para los lectores de Cuatrogatos.
¿Cómo fue su descubrimiento del mundo de los libros?
Descubrí el mundo de los libros cuando era un niño y puedo asegurarte que aquella revelación fue algo fascinante. Fue como si se abriera delante de mí otra dimensión del universo y completara el mundo en torno mío. Recuerdo que cayó en mis manos una colección llamada Araluce, que se publicaba en España, y la disfruté enormemente.
Después, cuando ya era adulto, durante mucho tiempo miré con un poco de desconfianza aquella serie de biografías de hombres célebres y de adaptaciones de grandes obras de la literatura universal. Pero, pensándolo bien, me parece que eran libros estupendos y que buena parte de mi cultura se la debo a esa colección. Recuerdo con especial agrado una biografía de Leonardo da Vinci, que me lo dio a conocer cuando tenía nueve o diez años, cosa que no está del todo mal. Y junto a esto, Pinocho. Pero no el de Collodi, sino el de un gran dibujante español que se llamó Bartolozzi: Las aventuras de Pinocho y Chapete. Todavía conservo algunas de aquellas ilustraciones, que son excelentes, hechas con mucho humor. Rapi, mi hijo, también es un gran admirador de Bartolozzi. Esa vieja colección de Araluce me enseñó que leer era un acto creador, porque yo recreaba en imágenes los símbolos escritos de cada página. Desde entonces siento un gran respeto por la literatura.
¿Existe algún personaje de la literatura infantil universal por el que sienta usted especial predilección?
Te mencionaría al Gato con Botas, de Perrault. Cuando era niño, pasé una temporada en Francia, en Auvernia. El maitre del hotel donde me hospedé y su esposa me tomaron gran simpatía y me dejaban comer lo que yo quisiera. Por eso un día pesqué tal indigestión de pasteles franceses (que son exquisitos) que por poco me muero. Me salvó una médica que me recetó el remedio más delicioso que yo haya probado jamás: cucharaditas de champán. Y esa muchacha, que era una linda doctora, me contaba, además, las historias de Perrault. En aquella época tenía seis años y había aprendido el francés perfectamente en solo seis meses, lo que demuestra que los niños son más inteligentes que nosotros los adultos. Al Gato con Botas lo conocí en aquella ocasión, y todavía me acompaña. También podría mencionarte a Alicia, la niña del país de las maravillas, de quien me enamoré hace mucho tiempo… y aún hoy sigo enamorado de ella.
¿En qué medida han influido sus lecturas de la infancia en su quehacer poético?
Diría que de una manera decisiva. Creo que no hubiera podido escribir nada si no hubiera sido por las lecturas que hice de niño. Algunas de ellas aparecen explícitamente en algunos de mis poemas: “El Gato con Botas”, “Caperucita Roja” y otras más. Pero no es solo la utilización de determinados personajes: es el trasfondo, la atmósfera poética que esas historias van dejando en ti y que tú no sabes en que momento va a aparecer. Aquellas lecturas de mi niñez son un patrimonio increíble. Una riqueza que no se acaba nunca y que, espero, me acompañe hasta el final de mis días.
¿Qué capacidades desarrolla en el niño la lectura?
Pienso que en todo ser humano existe la capacidad de crear; esto no es, en modo alguno, una facultad propia de una élite, de una minoría. Todos nosotros, todos, creamos de alguna manera. Entonces, si esta es una facultad tan innata, tan esencial como la pensar o la de sentir, a mí me parece que la buena literatura influye en los niños despertando en ellos esa capacidad de creación. En la lectura, como te decía antes, uno se ve obligado a transformar el símbolo escrito en imagen, y ya este es un acto de creación.
Si le damos buena literatura a los niños desde que son pequeñitos, vamos a despertar en ellos el gusto por crear. Además, la palabra tiene un ascendente decisivo sobre la sensibilidad humana. De manera que estaremos sembrando en ellos los más bellos sentimientos y ayudándolos a abrir las puertas para ser mejores. La literatura es útil, no es un adorno, ni tampoco un recreo ni una distracción. Es útil en el sentido de que nos ayuda a que seamos mejores seres humanos, a desarrollar al máximo las capacidades que están adentro de nosotros y que, de otro modo, quizás no aflorarían.
Durante muchos años usted se autotituló “el capitán Araña de la literatura infantil cubana”: exhortaba a los demás a crear libros para los niños, pero no se decidía a hacerlo. ¿Qué lo animó a escribir los versos de Soñar despierto?
Dije esa frase porque siempre le he tenido mucho miedo al público infantil. Es un público de una gran sensibilidad, de una inteligencia fuera de toda medida y, además, muy sincero. Así que es… temible. Pero hace unos años se me invitó a participar en la reelaboración de los libros de lectura que utilizan los niños en la escuela. Y como no podía negarme a una labor tan importante, empecé a escribir unos pequeños poemas. No los escribí deliberadamente para ellos, sino que traté de sumergirme en las experiencias fundamentales de mi niñez y proponerme allí el tema que yo quería, a ver si recibía una respuesta. A veces vino la respuesta, y así nacieron los poemas de Soñar despierto, que no están escritos deliberadamente para niños. Están escritos como yo siempre he hecho mi poesía: primero, para complacerme a mí mismo; si me complace a mí mismo, la entrego, y entonces, el que complazca o no a otros es cosa de los demás. Ese es mi único principio. Así fue redondeándose este pequeño volumen. No son poemas escritos para niños, fueron hechos para que los niños, si lo tienen a bien, los hagan suyos.
Hay algunos poemas que no deberían pertenecer al libro, pero ellos mismos se ofrecieron a meterse en la colección y yo los acepté. Decía un gran escritor inglés que los niños son capaces de apreciar toda la buena literatura siempre que ella esté dentro del nivel de sus experiencias, y eso me parece un juicio muy atinado. Me parece que es así: si encuentran en un libro alguna cosa que se halla por encima de su experiencia, o bien se desentienden de ella o bien se las arreglan para averiguar qué cosa es para, inmediatamente, incorporarla a su mundo.
Por otra parte, un poema tiene tantas posibilidades de lectura como lectores existen. Cada uno de los que leen un poema, lo recrea, lo convierte en su poema, si no, la poesía carecería de sentido. Ella sirve porque hace de cada uno de nosotros un creador.
En cierta obra famosa, una niña terrible llamada Alicia comenta: “¿De qué sirve un libro si no tiene diálogos ni dibujos?” ¿Qué opina usted al respecto?
Que Alicia tenía toda la razón, por supuesto. Su amigo, Lewis Carroll, la complació, y Alicia en el país de las maravillas está llena de diálogos y de figuras. Me parece esencial, y muy sensata, la observación de la niña.
¿Qué recomendaría usted a los jóvenes interesados en escribir para los niños?
Que siguieran el ejemplo de José Martí. Martí fundó una revista dedicada a los niños, La Edad de Oro, y en toda ella demuestra un respeto muy grande hacia sus lectores. Les recomendaría que si van a escribir, lo hagan a partir de ese respeto hacia el niño. Y que lo hagan, como hizo Martí, lo mejor que puedan. Que no piensen que están escribiendo “para los niños”; que no les fabriquen “cositas”, sino que escriban como mismo hacen los cuentos y los poemas que van a firmar para los adultos, con la conciencia de que están creando para ese público tan refinado e inteligente que son los niños.
Respeto hacia el lector y escrúpulo, y poner mucho cuidado en lo que hacen, esas serían mis recomendaciones.
¿Qué modelos les sugeriría estudiar?
La Edad de Oro, Alicia en el país de las maravillas, las colecciones de cuentos de Perrault, de los hermanos Grimm y de Andersen. Y también leer ese maestro de la narración que es Rudyard Kipling, quien escribió para los niños obras con mucho encanto. Mejor San Juan de la Cruz que un libro de poemitas fabricados a base de diminutivos. Y mejor Fray Luis de León e incluso don Francisco de Quevedo. Y Don Quijote: he ahí otro magnífico libro para niños.
¿Cree usted que en la actualidad la literatura cubana para niños ha llegado a ser literatura de niños?
Eso habría que preguntárselo a ellos, porque no se puede generalizar así, en abstracto. Es necesario hablar con los niños, indagar qué obras han hecho pertenencias propias. Creo que hay muchos libros cubanos que merecen que los niños los hagan suyos. Pero no podría afirmar que así ha ocurrido, por la sencilla razón de que soy una persona mayor.
Eliseo, ¿qué es para usted un niño?
El niño es un misterio. Yo no sé qué cosa es un niño, afortunadamente. Gracias a Dios, no creo que ninguno de nosotros, los adultos, sepamos lo que es un niño. Ellos sí lo saben, pero no lo dicen. Los niños son muy sabios.
En El Vedado, La Habana, 1989.