¿Para qué leemos?
La lectura es una puerta de ingreso a otras formas de ver y entender el mundo, pero ¿cómo incentivar a los más jóvenes para que lean? El autor argentino Ezdequiel Dellutri propone una respuesta.
“Leemos para saber que no estamos solos”, dijo alguna vez el autor irlandés C. S. Lewis. Pero, ¿hay algo más solitario que un lector con su libro? Asumo que la imagen es engañosa: la lectura es una cuestión interior. Lo que genera en nosotros, los sentimientos que moviliza, las ideas que incentiva, los viajes que propone suceden en la intimidad única que se produce cuando enfrentamos un libro que nos moviliza.
Se han dicho muchas cosas sobre la lectura: que es viajar sin moverse del lugar, que posibilita vivir las experiencias de otros, que abre la mente a nuevos pensamientos. Y, aunque son lugares comunes, también es verdad que son ciertos. De todos, me quedo con uno: leer es un diálogo, una conversación con alguien que tal vez ni siquiera comparte tiempo y lugar con nosotros. Un encuentro que nos mueve fuera de nuestro entorno para llegar a otras concepciones de la realidad que confrontan con la nuestra.
Entonces, ¿qué sería de nosotros sin la lectura? ¿Cómo podríamos animarnos a pensar diferente, a abrir nuevos caminos, a descubrir otros mundos si primero no podemos imaginarlos, sentirlos, vivirlos? La lectura no sirve para marcarnos rutas que conocemos o destinos que frecuentamos; existe para alentarnos a emprender recorridos nunca transitados, enfrentarnos a problemas que están ahí, adelante nuestro, pero sobre los que nunca se nos había ocurrido reflexionar.
Me han preguntado muchas veces qué debemos hacer para acercar a los jóvenes a la lectura. Es sabido: no leen o, al menos, eso dicen todos. En realidad, sí leen o al menos, no leen menos que antes, solo que lo hacen como ellos quieren y no como nosotros, los adultos, pensamos que deben leer.
Entonces, ¿qué hacer para que lean más y mejor? La lectura no se transmite por programas ni entramados teóricos, sino por el simple amor a los libros. Si hay adultos que aman la lectura, que la consideran vital dentro de su experiencia, si la transitan de manera cotidiana y por el simple placer de sentirse desafiados, entonces tendremos, mágicamente, jóvenes que también lean.
Más allá de esto, me atrevo a dar algunas sugerencias que parten de mi experiencia como escritor y promotor de lectura:
Contacto con el libro. Nadie se interesa en algo que cree lejano. Bibliotecas, librerías, ferias, ciclos de lecturas: los libros deben formar parte de nuestras vidas. Si bien existen muchos lectores que no provienen de familias vinculadas con los libros, siempre hay alguien que los ha introducido en ese mundo: un profesor, un pariente, un amigo, un bibliotecario, un conocido amante de los libros. Frecuentarlos hace que les perdamos el miedo.
Leer en voz alta. Fundamental para el desarrollo cognitivo, escuchar a alguien que nos lee es ser parte de un profundo acto de amor que nos permite entender al libro como esa conversación permanente que mencionábamos al comienzo. Y no se trata solo de narrar las historias que nos contaban de pequeños, lo que está muy bien; es indispensable abrir el libro y leer de la fuente.
Niños y adultos disfrutan por igual de la lectura en voz alta, de manera que haríamos bien en entender que no hay edad para que nos lean un buen cuento, un poema, una nota periodística.
Respetar los intereses. Historietas, manga, cómic, libros ilustrados, álbumes, poesía, teatro, de divulgación, silentes: los libros son multiformes y proponen mundos muy distintos. Y si bien la lectura es el desafío de acercarse al abismo de lo desconocido, también entraña un profundo placer: el de cartografiar ese nuevo mundo a nuestro antojo. Proponer, no imponer; esa es clave de la promoción de la lectura. Y, ante todo, recordar: lo que nos gusta no tiene por qué gustar. Tampoco debemos olvidar que libros y vinos tienen mucho en común: a algunos, el paso del tiempo los mejora; pero a otros, los echa a perder.
Buscar lo nuevo. Hay libros maravillosos y desafiantes, pero de los que nos separan muchas brechas: idiomáticas, históricas, ideológicas. Comprenderlos demanda conocer el contexto en el que esa historia ha sido gestada, lo que nos permite entender el juego que el autor propone. Para enamorarse de la lectura, hay que mirar primero lo cercano, lo que nos fascina sin necesidad de una formación específica. Luego, ya habrá tiempo de descubrir las grandes obras literarias con la preparación y la solidez necesaria… y sin aburrimiento.
¿Y si a pesar de todo el libro no gusta? No pasa nada; hay que incentivar para buscar otro, para asumir que ese relato aún no nos interpela; ya llegará el momento.
Los libros no son mágicos ni aciertan siempre. Muy por el contrario, están ahí para que nos peleemos con ellos, para que los mastiquemos, para que nos demos el gusto de disentir. También, para que descubramos, con fascinación, que hay otros que piensan y sienten lo mismo que nosotros. Para que nos hermanemos, para que nos vinculemos, para que sepamos, entonces sí, que no estamos solos, tal como tan bien dijo C. S. Lewis.
Muñiz, abril de 2022.
Texto puesto en línea el 25 de febrero de 2023.