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Ilustración de Ivan Bilibin.
Ivánuchka o las astucias de un zarévich "bobo"
En las diversas latitudes, los pueblos han inventado siempre ingeniosas narraciones sobre personajes extravagantes y cuentos hadas y de valientes caballeros que logran vencer a terroríficos monstruos y salvar de la desgracia a sus padres, a hermosas doncellas o a veces a la humanidad entera. Los rusos también poseen cuentos de este género, en los cuales ciertos seres estrafalarios suelen recibir el soplo de suerte y convertirse en héroes de cuentos de hadas. En los cuentos rusos no solo el noble Iván Zarévich es capaz de grandes hazañas. También Ivánuchka el Bobo, personaje poco agraciado, harapiento y tiznado de hollín, logra, para gozo de auditores y lectores, dar caza al pájaro de fuego mientras se halla dormido, conquistar a la doncella más bella del universo, descender al reino subterráneo, cruzar a nado el océano y convertirse en el cielo en huésped de honor e incluso en pariente del Sol y la Luna, con quienes toma el té y conversa amigablemente.
Cuando yo era niño, mi abuela campesina me relataba los cuentos de Ivánuchka. Recuerdo muy bien el fabuloso corcel que se aparecía por la noche en la oscuridad cada vez que escuchaba los relatos. No recuerdo si veía a Ivánuchka a su lado o montado en él. En realidad, Ivánuchka era yo mismo. El caballo se alzaba ante mí, "como una hoja frente a la hierba". Yo me sentía al mismo tiempo Iván Zarévich –el hijo del zar– e Iván el Bobo.
Aunque mi abuela no hubiera sido aficionada a los viejos relatos, yo habría conocido a Ivánuchka y lo habría amado. Todo niño ruso conoce el poema "El caballo jorobado". En él, Ivánuchka cabalga sobre un caballo que, a semejanza de su estrafalario dueño, es pequeño y contrahecho, con largas orejas y dos jorobas.
La primera y más importante recopilación de relatos sobre Ivánuchka son los Cuentos populares rusos, de A. N. Afanasiev, editada en tres tomos entre 1855 y 1863. Se trata de una edición de valor científico que presenta los cuentos con diferentes variantes, y que goza de prestigio y popularidad, siendo hasta hoy apreciada por el público y por los investigadores.
Afanasiev llamaba la atención de los lectores de la primera edición sobre el menor de los tres hermanos que aparecen en varios de los cuentos, afirmando que se trataba de un personaje especialmente interesante. La mayor parte de los cuentos populares comienzan hablando del padre que tenía tres hijos: dos inteligentes y el tercero torpe. La simpleza del menor está representada por su falta de sentido práctico; es sencillo y apacible y se conmueve fácilmente con la desgracia ajena, llegando a arriesgar en aras de los demás su propia seguridad y sus personales intereses.
De acuerdo con la costumbre, los hermanos mayores detentan muchos de los derechos y son capaces de hazañas prodigiosas. A Ivánuchka, en cambio, se le niegan la inteligencia y los atributos de un físico atrayente. En definitiva, aparece como un elemento de reserva al que sólo se recurre en el caso de que sus hermanos mayores hayan fracasado en el intento de realizar alguna proeza. Sólo a la postre queda claro que los hermanos no son ni pálidos reflejos de Ivánuchka, simples elementos secundarios de una empresa singular.
Como personaje, Ivánuchka es paradójico. Casi siempre está tendido sobre el horno, sumido en la modorra o cazando moscas. Pero cuando tiene lugar un acontecimiento, es él precisamente quien, a diferencia de sus cuerdos hermanos, se halla despierto. En uno de los cuentos, el padre pide en su lecho de muerte que cada uno de los hermanos vele por su turno una noche junto a su tumba. La sensatez induce a los hermanos mayores a quedarse en la casa durmiendo y a mandar en su lugar al hermano menor, sin saber que con ello se privan de una experiencia extraordinaria que va a vivir Ivánuchka.
Durante las tres noches de vigilia se apodera de Ivánuchka un estado de inspiración creadora similar al de los visionarios, al de los poetas o la de los simples enamorados. Los sucesos del cuento pertenecen al plano del mundo interior. Ivánuchka conversa con su padre muerto, que en la tercera noche le regala un corcel prodigioso: "Cuando el caballo galopa, la tierra tiembla; de sus orejas brotan llamas y de sus narices, humo".
Cuando el padre regala el corcel a Ivánuchka, hace votos porque "te sirva a ti del mismo modo que a mí me ha servido". Este detalle es interesante. Un caballo que hubiera servido al padre en vida debería haberse hallado en la caballeriza como parte de la herencia recibida por uno de los hermanos mayores. Sin embargo, un corcel como este jamás podría encontrarse en la cuadra, no aceptaría vivir allí. Su aparición se produce gracias a un silbido y a una palabra mágica, y más tarde desaparecerá sin dejar huellas. Sibka-Burka, el corcel encantado, lleva en sí la herencia espiritual del padre, es el símbolo de la bendición: del padre que ahora encarna a todos los padres que han existido sobre la tierra. El corcel es el don que el joven recibe de sus antepasados remotos, del pueblo que lo precediera, del pueblo del presente y del que vendrá en el futuro. Es la representación de Pegaso, símbolo de la poesía y compañero de la inspiración. Y la inspiración es una de las cualidades más sobresalientes de Ivánuchka.
Un día, Ivánuchka emerge de las orejas del mágico corcel convertido en un joven elegante y gallardo. Ahora es sin duda Iván Zarévich, aunque conserva su rostro de siempre. Y helo aquí, junto con otros pretendientes, intentando alcanzar con su cabalgadura la ventana de la elevada torre en que se halla sentada la princesa, para besarla y tomar de sus manos el pañuelo que sellará el compromiso de su futura unión. Tres veces Iván toma parte en la competición. El primer día, ante la admiración de sus hermanos, casi logra su objetivo.
El apuesto mozo desaparece y ante los hermanos volvemos a ver al bobo que parece preguntarse: "¿Era yo realmente?". Así, Ivánuchka provoca la risa de todos y a la vez pone a prueba la sinceridad del amor de sus hermanos para ver si son capaces, aunque sea por un instante, de considerarlo vencedor y objeto de la admiración general.
Y así llegamos a la tercera tentativa, la del triunfo definitivo. El ganador, al igual que Cenicienta, prefiere mantener su anonimato. Los jóvenes participantes son invitados al palacio a beber cerveza para aplacar la sed. Todos esperan anhelantes cuál de ellos se secará los labios con el codiciado pañuelo. También en el palacio Ivánuchka ha encontrado su lugar sobre la estufa, donde permanece cubierto de hollín, con sus cabellos hirsutos y enmarañados mirando boquiabierto en derredor. Nadie le toma en cuenta. Solo al tercer día le ofrecen por fin una cerveza y entonces, atónitos, todos le ven secarse los labios con el pañuelo de la princesa. Es que Ivánuchka ha preferido presentarse en el palacio como bobo y no como zarévich, para probar si su novia sería bondadosa y fiel a su palabra. Y el beso con que la princesa responde al primer beso de su príncipe es recibido esta vez por el bobo estrafalario. Y desde entonces no solo para Iván, sino también para su novia, comienza una vida mágica, regida por las normas de la poesía y la justicia.
La torpeza de los hermanos mayores se transforma en vileza, y la vileza en tontería. El mundo de lo mágico posee su lógica propia. Los héroes tienen la posibilidad de elegir: si vas por este camino, encontrarás la muerte; si tomas por este otro, hallarás riqueza y felicidad. Ivánuchka piensa en un solo objetivo: encontrar la fuente de la vida a fin de evitar la muerte de su anciano padre (¿cuántos niños no abrigan este mismo sueño cuando comprenden que la vida de sus padres no es eterna?). Al mismo tiempo Ivánuchka comprende que el camino plagado de mayores peligros es el único verdadero. Sus hermanos, en cambio, piensan solo en sí mismos y rechazan la comida y las bebidas de estas lejanas tierras, diferentes a aquellas a las que siempre han estado habituados. La bella y hospitalaria dueña de casa arroja al visitante descomedido en una trampa. Y cuando Iván llega a la casa del bosque, se encuentra ante una horripilante bruja. Pero le salvan su inspiración y su humanismo. La fealdad de la dueña de la casa no lo arredra y cuando ella le pregunta dónde va, Iván le responde: "Dadme primero de beber y de comer antes de preguntarme a dónde voy". Y una vez sentado a su mesa termina por conquistar la amistad de su anfitriona, la cual accede a indicarle el camino.
En los cuentos sobre Iván hay una gran profundidad histórica. Si tornáramos al pasado gracias a la "máquina del tiempo", comenzaríamos por encontrar como protagonista a un típico siervo de la gleba que, según la expresión rusa, hace el tonto cuando se halla ante los señores y los funcionarios, conservando al mismo tiempo para sí toda su dignidad y su cultura popular. Vendrían después las guerras de caballería en que sus soldados cubiertos de armaduras defendieron su país de las devastadoras incursiones enemigas.
Más atrás seríamos testigos de la disolución de la comunidad primitiva y veríamos a los partidarios de los nuevos cambios sociales reírse del hermano menor, que permanece junto a sus padres acompañándolos hasta la muerte y que toma sobre sí la misión de conservar el fuego. Y he aquí que llegamos a la comunidad primitiva, a la cuna del "ser racional". Según Vladimir Propp –autor del libro Las raíces históricas del cuento–, en ese período los adolescentes que se iniciaban en la vida adulta eran sometidos a pruebas tan duras como las de los actuales cosmonautas: los adultos fraguaban situaciones que obligaban a los jóvenes a emprender azarosas aventuras para demostrar su resistencia ante el miedo y el dolor y su capacidad para resolver acertadamente complicadas tareas. Si realmente los cuentos de hadas tienen su origen en algunos de estos ritos, podríamos tender un hilo imaginario desde los tiempos de nuestros antepasados ancestrales –casi indefensos ante la naturaleza, lo que los llevó a regirse por normas de hermandad y justicia sin las cuales la humanidad no habría podido sobrevivir en su etapa inicial– hasta el futuro maravilloso en que el hombre dejará de enfrentarse inerme con los elementos de su propia existencia, ese mundo en que la vida habrá de regirse por las "leyes de los cuentos". Alguna razón ha determinado que los mayores secretos de la naturaleza hayan sido descubiertos, como en los cuentos, por personas especialmente bondadosas y, a menudo, extravagantes.