'Mitos clasificados 4. Latinoamérica precolombina'. Buenos Aires, Cántaro, 2012.
  • 'Mitos clasificados 4. Latinoamérica precolombina'. Buenos Aires, Cántaro, 2012.

"Amalivaca y la creación del mundo" y "Ciraigo, la luna"

Laura Roldán

Amalivaca y la creación del mundo

(mito tamanaco)

Se dice que, hace mucho tiempo, hubo una gran inundación.

Amalivaca, el creador, salió entonces a recorrer el mundo en una canoa con su hermano Vochi y las dos hijas, y fueron reparando los daños del diluvio.
La inundación lo había tapado todo, había destruido las casas, arrancado los árboles, los habitantes se habían ahogado, y flotaban troncos y animales por todas partes.

Mientras recorrían la zona, vieron que solo había quedado viva una pareja de humanos que se había salvado trepando a la cordillera frente al río, hasta alcanzar la altísima roca Tepumereme (1).

Cansados y asustados, después de muchos días, ya creían que iban a morir cuando vieron que se acercaba una canoa.

Cuando Amalivaca y los suyos llegaron a la roca Tepumereme, el poderoso dios dibujó las figuras del sol y la luna. En ese mismo instante, empezó a rehacer el mundo ayudado por su hermano y por sus sobrinas.

Se instalaron en una caverna en la montaña.

En el momento de crear el río Orinoco, se pusieron a discutir porque querían que el río pudiera fluir a favor de la corriente tanto aguas arriba como aguas abajo, para que los remeros no se cansaran tanto durante el recorrido; pero era tan difícil lograrlo que desistieron.

Finalmente, el dios les dijo a los dos sobrevivientes:

–He venido de un lugar que está más allá del otro lado del río y quiero que ustedes vuelvan a poblar la tierra.

–¿Cómo haremos nosotros solos para ser pronto tanta gente como éramos? –preguntaron los jóvenes.

–Tomen los frutos de la única palmera moriche que ha quedado, que es el árbol de la vida, y arrojen sus frutos hacia atrás por encima de sus cabezas.
La pareja obedeció. Tomaron las semillas y, desde la gran montaña, las dispersaron lanzándolas hacia el mundo. De cada semilla que caía en la tierra se iba formando un hombre y una mujer. De ellos surgieron las nuevas generaciones.

Después de ordenar la nueva creación, Amalivaca, padre original de los tamanacos, se embarcó otra vez en su curiara (2), remontó la corriente del Orinoco y se marchó.

Los nuevos habitantes construyeron sus chozas, prepararon la tierra y la sembraron con yuca y maíz, tejieron cestos y chinchorros con fibra de palmeras.

Prepararon alimentos; hicieron flautas y tambores para cantar y bailar, y se adornaron con bellísimas plumas de papagayos en honor a Amalivaca. Los hombres más valientes fueron nombrados caciques de la tribu y llevaron a su pueblo a la victoria en las luchas con tribus vecinas. Así organizaron
su vida y vieron pasar muchas lunas y soles.

Hasta que un día, del otro lado del mar, llegaron unas raras y enormes canoas con gente cubierta por ropa extraña, brillante.

Hombres pálidos con pelos en la cara. Con sus ruidosas armas fueron matando a los tamanacos.

No se oyó más la música de sus flautas ni el sonido de los tambores en la selva. Pero nada pudo borrar los dibujos de la luna y el sol que Amalivaca había pintado en la roca Tepumereme en la edad de las aguas (3). 


Ciraigo, la luna 

(leyenda mocoví)

Hace mucho tiempo, en la zona del Gran Chaco, vivía la hermosa Ciraigo, hija del Cacique Ipenac. Como era costumbre, el padre la había casado desde jovencita con un capitanejo de la tribu, que tenía fama de ser muy valiente.

Cierta vez los guerreros de una nación vecina invadieron el tolderío de Ipenac. En el combate, el capitanejo cayó herido de muerte; Ciraigo, desconsolada, se arrodilló a su lado muy triste y le prometió que jamás se casaría con otro. Los invasores se llevaron cautiva a la joven Ciraigo.

Pasó el tiempo, el cacique vencedor se enamoró de ella y le propuso que fuera su esposa, pero Ciraigo le contestó que nunca se volvería a casar, y se mantuvo firme, dispuesta a cumplir su promesa.

Pero el cacique estaba muy enamorado y pensó que, si se casaban, ella en algún momento también se enamoraría de él.

Entonces anunció el casamiento, invitó a todo el mundo a la celebración y empezó a organizar una gran fiesta.

Ciraigo, sin saber qué hacer, le pidió ayuda a Cotaá, su dios.

Él la escuchó: compadecido de la joven, hizo que subiera hasta el cielo y la convirtió en luna.

Desde entonces, Ciraigo es la luna. Allá, en lo alto del cielo, ilumina blanca y brillante a su pueblo.

De esta manera cuentan los mocovíes el origen de la luna.

También cuenta la leyenda que, cuando crece, es señal de que Ciraigo rejuvenece, y esto motivo de fiesta entre los mocovíes. La Ciraigo es inmortal y se renueva siempre.

 

Notas:

1. Tepumereme se encuentra en Bolívar, Venezuela.
2.- Curiara es una embarcación de vela y remo, más pequeña que la canoa, pero más larga.
3.- Efectivamente, en la confluencia de los ríos Orinoco y Apure, se encuentra una de las zonas arqueológicas más ricas de Venezuela. En inmensas piedras milenarias, desgastadas por el paso de las aguas, se conservan numerosos petroglifos (grabados sobre rocas, de tiempos prehistóricos). Algunos de ellos, solo pueden observarse cuando baja la marea.

Los textos pertenecen al libro Mitos Clasificados 4. Latinoamérica Precolombina. Colección Del Mirador, 1º edición Cántaro © 2012 Editorial Puerto de Palos S. A., Argentina. Agradecemos a la editorial la autorización para esta publicación.