Verás caer una estrella

Verás caer una estrella. J. L. Martín Nogales

Durante quince capítulos que pasan volando, el escritor español J. L. Martín Nogales construye dos en uno, poniendo delante de nuestras narices un relato dentro de otro. Algo tan hermoso como ver caer estrellas o, en tema de libros, tan hermoso como leer dos libros al mismo tiempo, misteriosamente bellos inclusive, confundiéndose unas páginas con otras hasta que no sabemos cuál de los dos estamos leyendo en verdad.

Verás caer una estrella tiene ese efecto matrioska que en la literatura también se llama caja china. Sabemos el nombre de Lucía, la niña perdida a la que su padre entrega una bolsa, pero no sabemos el nombre de la hija, la otra niña que escucha a su madre contarle la historia de Lucía, la niña perdida a la que su padre entrega una bolsa.

Con un lenguaje quieto, apacible, pero no exento del misterio de la belleza, muy por el contrario; lleno de suspenso y de toda la frondosidad que puede implicar el bosque por el que huye una niña, Lucía, la niña que corre en la historia de la madre, nos conduce por un camino difícil, un camino casi intransitable, a no ser por el deseo de sobrevivir, el deseo de avanzar y de ser libre, de ser hermosamente libre.

Las catorce ilustraciones de Helena Pérez García, incluyendo portada, contraportada y la última página, donde se distinguen un río, un sol poniéndose y dos botes que se alejan en direcciones contrarias, le imprimen a la edición el toque final para que el libro sea aún más bello de lo que ya es: un río que hay que cruzar y un cielo desde donde caerá una estrella. Símbolos de fe.

El motivo de la estrella en el cielo limpio, lo suficientemente limpio como para verla caer, podría ser la metáfora principal de esta novela. Martín Nogales cuenta una historia importante porque es una historia de sobrevivencia, una historia real de la que han sido protagonistas tantas niñas llamadas Lucía y tantos niños llamados con diferentes nombres. Para mí que no me llamo Lucía ha sido una lectura que atesoraré. Gracias, Martín Nogales, por escribirla.
Legna Rodrí­guez Iglesias