Detalle de un cuadro del pintor Frederico Oliva.
  • Detalle de un cuadro del pintor Frederico Oliva.

Una, dole, tele, catole: la memoria poética y la poesí­a en la infancia

Mar Benegas

Qué mejor manera de acercarse a la poesí­a que regresar a ella, volver a aquellos versos que nos hicieron reí­r, bailar, palmear y recitar hasta la extenuación. Aquellas retahí­las repletas de jitanjáforas, de construcciones gramaticales absurdas e imposibles. Aquellos versos que nos permití­an saltarnos las normas, recién aprendidas, de un lenguaje que nos molestaba por su rigidez, igual que las faldas largas nos molestaban para correr y saltar con libertad, y del mismo modo que convertí­amos esas faldas en algo más cómodo, arremangando, doblando y estirando, engarzando y atando, así­ también convertí­amos el lenguaje en algo maleable y dócil. 

Eso no ha cambiado, en los patios y en las calles, en los parques, allá donde haya niñas y niños, seguimos viendo y escuchando aquellas viejas retahí­las, las canciones de elegir, los trabalenguas, las adivinanzas, las enumeraciones y todo el rito mágico de la voz y el verso. Algunas de ellas, vivas como el propio lenguaje, han cambiado con el tiempo, flexibles como los cuerpos donde habitan, amplias y sin fronteras como las mentes infantiles que las acogen, se han modificado con el paso de los años. Sin embargo, también las hay que han permanecido invariables a pesar, en muchos casos, de los siglos. Y otras han surgido de la nada, del propio imaginario de la infancia. Pero la esencia sigue siendo la misma: la conjunción de la palabra, el cuerpo y la emoción: el juego. 

Porque a todos los niños les gusta la poesí­a, al menos la poesí­a que no pretende condicionarlos, que no pretende cosificar el lenguaje, ni moralizar, ni adiestrar, o, como bien expresara Gabriela Mistral: 

  -Lo que ha sido ésta [la poesí­a infantil], es muy largo de contar, un absurdo que podrí­amos llamar balbuceo de docentes: lo primario en vez de lo elemental, el chiste en lugar de la gracia, lo ñoño dado como lo simple. Hay pocas bufonadas como esa poesí­a a medio camino del adoctrinamiento y la espontaneidad.
La poesí­a popular es de expresión directa, se enfrenta con su tema o cae cenitalmente sobre él. El pueblo alaba o burla en derechura y no conoce el soslayo de la actitud ni el rodeo de la frase. Al niño le gusta hacer lo mismo con lo que trata. 
La poesí­a folclórica está bañada de gracia, trufada de humos y donaire; no tiene nunca desgarbo ni solemnidad ni tiesura; tiene la gracia de la criatura viva, hecha de alacridad y giro. ( ¦)
El niño ama el ritmo hasta un punto que no sabemos los maestros; lo sigue cantando con el cuerpo, lo baila en el patio, lo bracea, lo pernea, lo cabecea. Y aún parece más niño cuando juega así­, y es cierto que es más niño, porque se da enterito como la marea, o como el viento, a la respiración de la naturaleza.
El niño es quien mejor huele lo mortecino y tira lo empalado y se fastidia con lo vivo a medias. Viene saliendo de la fragua de los fuegos primordiales y se da mejor cuenta que nadie de cuando le dan lagartija muerta o pájaro de trapo. -

Pero más allá de ese jugar, más atrás en el tiempo, también venimos de ella, de la poesí­a, de esa poesí­a viva de la que nos habla Mistral. El primer latido que pudimos escuchar en el vientre materno sigue acompañando al bebé, con él, con los versos, con las canciones de cuna, vamos tomando conciencia de nuestro cuerpo, del otro y de nosotros mismos. 

Las canciones de cuna que nos acompañaron en las noches oscuras serán las que cantaremos a nuestros hijos, y ellos, a su vez, a nuestros nietos. Sin saberlo estaremos tejiendo un manto de versos que será transmisor de calma y enseñanzas, que perdurará  en la memoria a pesar del tiempo, que pasará de generación en generación, como la memoria genética de la casa de las palabras. 

Podemos decir que la poesí­a es un bastón, una herramienta imprescindible en la formación y crecimiento de todos los niños durante sus primeros años, no hay niño al que no le canten nanas, que no aprenda, con algún juego de palabras, cuántos dedos tiene, o dónde está su nariz, o al que no curen el dolor con la magia poderosí­sima de las fórmulas versificadas: -cura sana patita de rana... , la poesí­a, a esas edades es universal. 

Los versos serán los cimientos, la estructura, dotarán de recursos a la mente creativa. La poesí­a, el vocabulario poético, será aquel que abra nuevos canales entre la mente racional y la emoción, unirá lo que nunca tuvo que ser separado. Como en una escalera el niño irá ascendiendo los peldaños del lenguaje. Una mente abierta a lo metafórico, un cuerpo que responda a los estí­mulos, a la evocación, a lo subjetivo, será una mente menos propensa al utilitarismo, menos propensa a la manipulación, más empática.  Entonces, ¿por qué se abandona? ¿por qué es tan difí­cil que la lectura de poesí­a, que el ejercicio de inmersión en ese otro lenguaje que es el poético, perdure en el tiempo? Es difí­cil encontrar un hogar donde se lea poesí­a a los niños, donde los padres lean poesí­a. Es harto complicado, tanto en escuelas como en hogares, ver que la poesí­a continúa acompañando, a lo largo del tiempo, en el difí­cil aprendizaje del vivir.  

Tal vez sea porque nadie vuelve la mirada hacia atrás, porque se nos olvida que fuimos verso y ritmo, porque nos establecemos en la comodidad de una  estructura del lenguaje que se comprende con la mente racional y que aparta, también por comodidad, aquello que responde al reto de lo oní­rico, de lo emocional, de lo fantástico. Tal vez, esas normas aprendidas, finalmente vencen, y nos rendimos, y todo lo que sea ir un poco más allá, todo lo que implique una subversión, aunque sea lingüí­stica, nos resulta incómodo. 

Pero a ellos no, porque la poesí­a  también es rebelión, en eso los niños pueden enseñarnos mucho. El niño huye de lo que está forzado, de lo que está manipulado. De aquello que pasa por encima de él, lo que no se ha detenido en ese vasto territorio, que fue la infancia del propio poeta, ni un sólo instante.  

Porque saben que no es poesí­a lo que intenta simplificar su mente, no se hace poesí­a por utilizar muchos diminutivos y edulcorar los textos. Tendemos a alejarnos de la infancia de una manera abismal, creemos saber qué necesitan, qué quieren. Tenemos la tendencia a moralizar, a enseñar según nuestros propios valores. Sin embargo, la capacidad de aprendizaje que ofrece la lectura o escucha de poesí­a, va más allá del -mensaje , o, más bien, el mensaje es transformador y no tiene conexión alguna con barómetros establecidos de antemano, con medidas o expectativas creadas. Los versos más duros o los más disparatados, los emocionales o los absurdos, es un misterio que no podremos desvelar, cada cual tiene su resorte, una mecha que se encenderá, de manera desconocida, por esos versos que eligieron al niño.  

Tal vez el reto lo tengamos nosotros, los adultos, y debamos preguntarnos por qué rechazamos aquello que une y vivifica, de manera simbólica, pero también real, la mente con la emoción, la razón con la locura, la claridad con el misterio oscuro de lo sumergido. 

Tal vez debamos mirar más a menudo hacia atrás, para no olvidar que venimos de la poesí­a, que hubo un dí­a que combatimos la rigidez con aquello más flexible, que inventamos, cantamos y recitamos poesí­a. Todos tenemos una memoria poética que deberí­amos, de vez en cuando, recuperar. 

Sirva como muestra de esta memoria poética, y también, espero, de revulsivo que nos haga volver a aquel océano de aguas turbulentas, lleno de misterios, pero siempre mecido por el ritmo de los versos. Aquel inmenso océano que fue nuestra infancia. Sirva, decí­a, una selección de las retahí­las recopiladas por las alumnas de un taller de poesí­a infantil, que hasta allá regresaron, al mar de la niñez, y las trajeron de nuevo con ellas: 

 

La chata Merengüela, güi, güi, güi,
como es tan fina, trico, trico, tra,
como es tan fina, lairó, lairó,
lairó, lairó, lairó,
lairó.
Se pinta los colores, güi, güi, güi,
con gasolina, trico, trico, tra,
con, gasolina lairó, lairó,
lairó, lairó, lairó,
lairó.
Y su madre le dice, güi, güi, güi,
quí­tate eso, trico, trico, tri
quí­tate eso, lairó, lairó,
lairó, lairó, lairó,
lairó.

(canción infantil recopilada por Ana Añón, España

 

Eran dos vecinos, uno se llamaba Parra y otro se llamaba Guerra.
Guerra tení­a una parra y Parra tení­a una perra.
Un dí­a la perra de Parra rompió la parra de Guerra
y Guerra pegó con la porra a la perra.
Señor Guerra, ¿por qué ha pegado con la porra a la perra?
Porque si la perra de Parra no hubiera roto la parra de Guerra,
Guerra no habrí­a pegado con la porra a la perra.

(trabalenguas recopilado por Ana Añón, España

 

Un dondí­n de la poli politana
Un camión que pasaba por España
Niña ven aquí­
No quiso venir
Cho-co-la-tes-y-bom-bo-nes-pa-ra-ti
Pis pis pis.

(juego de comba recopilado por Isabel Piñana, España

 

La galleta del siglo veintidós ¡veintidós!
Ha salido por la televisión ¡televisión!
Y se come con pan y chocolate
Y se bebe con un melocotón
Me-lo-co-tón.

(juego de comba moderno recopilado por Isabel Piñana, España

  

Caballo caballero
con su capa y su sombrero
tilí­n tilán
una pa'Pedro y otra pa'Juan. 

(versos para repartir naipes recopilados por Isabel Azofra, España

 

Rey Reinaldo
que vino a España
tirándose pedos
por una caña. 

(versos para repartir naipes recopilados por Isabel Azofra, España

  

¿Que me miras?
¿Que me adoras?
¿Que me viste comiendo loros,
que me meneas la cola?

(juego de preguntas recopilado por Andrea Pizarro, Chile

 

Sana, sana 
patita de rana,
si no sanas hoy,
sanarás mañana.

(fórmula mágica para sanar recopilada por Andrea Pizarro, Chile)

 

Estaba el señor Don Gato
sentadito en su tejado,
-marramiau, miau, miau, miau ,
sentadito en su tejado.
Ha recibido una carta
si querí­a ser casado,
-marramiau, miau, miau, miau ,
si querí­a ser casado.
Con una gata montesa
sobrina de un gato pardo, 
-marramiau, miau, miau, miau ,
sobrina de un gato pardo.
Con la emoción de la carta
se ha caí­do del tejado,
-marramiau, miau, miau, miau ,
se ha caí­do del tejado.
Se ha roto siete costillas, 
el espinazo y el rabo,
-marramiau, miau, miau, miau ,
el espinazo y el rabo.
Al olor de las sardinas
el gato ha resucitado,
-marramiau, miau, miau, miau ,
el gato a resucitado.

(canción infantil recopilada por Imma Alonso, España)  

 

Teresa la marquesa, 
tipití­, tipitesa,
tení­a una corona,
tipití­, tiritona,
con siete monaguillos,
tipití­, tipitillos,
un cura y un sacristán,
¡Tipitipitipitipitipitipitán! 

(retahí­la con jitánjaforas recopilada por Imma Alonso, España

 

Viuda,
casada,
soltera,
enamorada,
con hijos,
sin hijos,
no puede vivir,
con uno,
con dos,
con tres... 

(retahí­la para contar recopilada por Noelia Buttice, Paraguay

 

El que come y no convida
tiene un sapo en la barriga. 

Yo comí­ y convidé
el sapo lo tiene usted. 

(retahí­la de burla y su réplica para el que no comparte la comida recopilada por Noelia Buttice, Paraguay)

 

Estaba la rana sentada cantando debajo del agua,
cuando la rana salió a cantar 
vino la mosca y le hizo callar; 

la mosca a la rana,
que estaba cantando debajo del agua, 
cuando la mosca salió a cantar 
vino la araña y la hizo callar; 

la araña a la mosca, la mosca a la rana 
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando la araña salió a cantar, 
vino el ratón y la hizo callar;  

el ratón a la araña, la araña a la mosca,
la mosca a la rana, 
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el ratón salió a cantar 
vino el gato y lo hizo callar; 

el gato al ratón, el ratón a la araña,
la araña a la mosca, la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua,
cuando el gato salió a cantar 
vino el perro y lo hizo callar;  

el perro al gato, el gato al ratón, 
el ratón a la araña, la araña a la mosca,
la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el perro salió a cantar 
vino el palo y lo hizo callar;  

el palo al perro, el perro al gato,
el gato al ratón, el ratón a la araña,
la araña a la mosca, la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el palo salió a cantar 
vino el fuego y lo hizo callar; 

el fuego al palo, el palo al perro,
el perro al gato, el gato al ratón,
el ratón a la araña, la araña a la mosca,
la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el fuego salió a cantar 
vino el agua y la hizo callar; 

el agua al fuego, el fuego al palo,
el palo al perro, el perro al gato,
el gato al ratón, el ratón a la araña,
la araña a la mosca, la mosca a la rana 
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el agua salió a cantar 
vino el hombre y lo hizo callar; 

el hombre al agua, el agua al fuego,
el fuego al palo, el palo al perro,
el perro al gato, el gato al ratón,
el ratón a la araña, la araña a la mosca,
la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando el hombre salió a cantar 
vino la suegra y lo hizo callar; 

la suegra al hombre, el hombre al agua,
el agua al fuego, el fuego al palo,
el palo al perro, el perro al gato,
el gato al ratón, el ratón a la araña,
la araña al la mosca, la mosca a la rana,
que estaba sentada cantando debajo del agua, 
cuando la suegra salió a cantar 
ni el mismo diablo la pudo callar.

(poema-cuento acumulativo de origen sefardí­, con diferentes variantes: la mora, el diablo, la rana; recopilado por Laura Giordani, España-Argentina

 

Cucú, cucú, 
cantaba la rana, 
Cucú, cucú, 
debajo del agua. 
Cucú, cucú, 
pasó un marinero 
Cucú, cucú, 
llevando romero. 
Cucú, cucú, 
pasó una criada 
Cucú, cucú, 
llevando ensalada. 
Cucú, cucú, 
pasó un caballero, 
Cucú, cucú, 
con capa y sombrero, 
Cucú, cucú, 
pasó una señora, 
Cucú, cucú, 
llevando unas moras. 
Cucú, cucú, 
le pedí­ un poquito, 
Cucú, cucú, 
no me quiso dar, 
Cucú, cucú, 
me puse a llorar. 

(canción infantil recopilada por Laura Giordani, España-Argentina

  

El patio de mi casa 
es particular
cuando llueve se moja
como los demás. 

¡Agáchate,
y vuélvete a agachar!
La más agachadita
es la reina del lugar. 

 
Corre, corre
que te pillo.
Corre, corre 
molinillo.
¡Agachad, agachad,
que el demonio va a pasar!

(canción infantil. Se usa tanto para la comba como para juegos de corro; recopilada por Luci Romero, España)  

  

-Veo, veo.
-¿Qué ves?
-Una cosita.
-¿Qué cosita es?
-Empieza por la letrita, por la letrita...  

(retahí­la de preguntas y respuestas, juego de adivinar; recopilada por Luci Romero, España)